Elementos filtrados por fecha: Marzo 2021
El tercer piso: dos poemas Aleqs Garrigóz
El tercer piso: dos poemas
Aleqs Garrigóz
EN UN DÍA DE ENERO
No basta un café cargado
sin azúcar.
A veces, incluso,
te repele tocar a las personas;
y es necesaria la dulzura.
Hay poco entusiasmo, sin embargo,
por encontrar cualquier paja en esos ojos,
una nueva migaja en sus manos.
Teoría
y práctica del desapego.
Es la división del pan
en cada esquina:
la comunión sólo en la carencia.
El ceño fruncido de tu rostro
que anhela enderezarse.
BIBLIOTECA
Aquí dejar
las primeras canas.
En este orbe de sueño y reposo
como vino que se escancia en pocos labios.
Y amar la tranquila
soledad de la palabra.
Y ofrecer una línea sinuosa al muerto caro,
escrita al margen,
como al azar.
No podremos alcanzar a leernos
nunca en suficientes libros.
Pero entre estas lápidas
viviremos mejor acaso
como un insecto
que teje su capullo en la sombra
para volar hacia la luz
del significado.
El adiós a “La Safo” / Sergio Salinas /
El adiós a “La Safo”
Sergio Salinas
“Las cosas que terminan dan paz y las cosas que no cambian
comienzan a concluirse, están siempre concluyéndose.”
José Donoso, “El lugar sin límites”
¡Ay, mi querida Safo, hace tanto que no me acordaba de ti! Pero hoy precisamente pasé por nuestro edificio en tu calle de Santa Sor Juana, donde creciste con ella como una de tus musas y encontraste el amor a las palabras, esas que de tu boca borbotaban como de una fuente. Recordé esas tardes de domingo de ensueño en los lavaderos de la azotea. La frescura de nuestras sábanas, el aroma a jabón Zote y tu evidente cruda se mezclaban mientras lavabas esos hermosos vestidos de lentejuela que usabas las noches anteriores. Esos que entre tú y tu madre confeccionaron, los que reflejaban tan bien la luz del sol vespertino entre las burbujas, como también reflejaban los reflectores de los escenarios que llamaste hogar. ¡Cómo pude olvidarte por tantos años! Una estrella como tú aún sigue brillando, pero detesto recordar historias tristes y la tuya me llena de tanta culpa. Pero a pesar de lo cabrona que fue la fortuna contigo, hoy me atrevo a ponerle fin a esta amnesia voluntaria para no permitirme borrar tu gran recuerdo de la faz de mi memoria.
Te conocí sólo por tus relatos, por tus versos, por las canciones que con enjundia entonabas. Daba lo mismo si te pedía un soneto de Pita Amor o “Tu muñeca” de Dulce. Siempre me fue tan difícil darle rostro de diosa a un chiquillo diseñador veinteañero flacucho y tostado. Lo que de altura te faltaba, tu nombre te alzaba al cielo y tu voz estruendosa al edificio cimbraba. Hacías hablar hasta a los ladrillos de la azotea. No era de sorprenderse que después de varios domingos coincidiendo también conmigo harías sucumbir enamorado a las tertulias de lavanderas. Así te conocí, hasta aquel domingo que no apareciste.
En las noches de sábado sobre mi techo escuchaba tus tacones punzando el suelo, tu puerta cerrándose de chingazo y tu infame grito de “¡buenas noches, vecinas!” que exasperaban a los más viejos de aquel edificio de Santa María. Más de uno quiso golpearte, pero con tu labia y sensualidad femenina, les encantabas con tu casi infantil candor. Un par de veces me asomaba con la excusa de un cigarro en mi balcón para despedirme de ti, como si hubieras sido mi gran amiga, mi pequeña novia, y tú con tus pelos de Amanda Miguel o de la diva ochentera que tocara encarnar esa noche en los bares de República de Cuba, me volteabas a ver y me mandabas un beso tronado. Luego recuerdo esas madrugadas en que regresabas bien entonada, declamando a Sor Juana, despertando a todos.
Fue una madrugada de domingo cuando me levanté a tomarme mi café y a esperar escuchar tu alboroto, que ese alboroto no sucedió. Llegaste tarde, directa a la azotea, donde te esperaba para nuestro chismecito, pues a esa hora siempre recitabas tus trapitos al sol, como heroína de las noches. Esa tarde fue distinta. Andabas contentísima. Recuerdo que te expresé mi preocupación cuando no apareciste como siempre y tú con soltura me confesaste: “no seas celoso, pasé la noche con un gran amor”.
|A aquel canalla lo conociste saliendo del antro. Andaba de juerga el hombre, en alguna cantina cercana y se le hizo fácil ir a buscar a un “maricón”. Y tú, en tu gracia ingenua, tu sed de amor, le viste tan guapo que en algún callejón húmedo del centro se ahogaron en más tequila y pasión. Estabas orgullosa de haber cazado a tan viril cuarentón, aventurero como tú.
Pasaron los domingos y dejaste de ir a lavar la ropa. Dejé de escuchar las aventuras de “La Safo”. Siempre pensé que te habías puesto aquel nombre por “zafada”, porque loca como tú no existe, pero fue por el nombre de otra mujer trágica que el poeta de tu amado y difunto padre solía nombrar. Hasta ahora sé que el destino te hizo una perversa jugarreta al escoger ese nombre, al escoger a ese hombre, a ese tu Faón.
Nunca supe qué fue de ustedes dos en ese mes. Esa historia me llegó en fragmentos, en pedazos de rumores como ecos en los pasillos del edificio, en pedazos de las trifulcas fuera del portón entre tú y él o los llantos de tu anciana madre que atravesaban los muros. Tu voz dejó de inundar estrepitosamente las costas de nuestros oídos, el brillo de tus lentejuelas se fue descosiendo. La oscuridad de aquel cabrón te domaba. Ahora eras el peor despojo mudo, un fantasma desangrándose en lamentaciones sobre Eje Central, caminando con el tacón roto hasta los brazos enclenques de tu madre. ¡Ay, mi querida Safo! No entendiste que en ese hombre cobarde no encontrarías el amor de tu padre muerto; ese sólo podrías reencontrarlo en el Cielo.
Todos sabíamos en el edificio tu trágica historia. Cada verso alegre que ya no nacía de tu pecho fue una advertencia. Pero preferimos no involucrarnos, como los televidentes no intervienen en el desenlace de la telenovela. Te miramos decayendo en silencios, enamorada de un hombre casado y discreto. Me arrepiento tanto de haber sido solo un morboso voyerista de tu declive, un testigo pusilánime, un aliado de tu desventura. ¡Me arrepiento de no haberte dicho adiós!
Aquel lluvioso domingo no regresaste. Escuchamos a las sirenas azules y rojas llorándote a lo lejos. Asomé el corazón por el balcón y pude ver tu fantasma regresando en lentejuelas, enamorada de las palabras, mas no fue sino un aire de tu ausencia, pues aquellos policías te llevaban en una brevísima declaración para tu madre, para notificarle que era necesario ir a reconocer tu cadáver.
Fue el lunes camino a la Universidad cuando leí en la nota roja que a putazos habían callado tu voz escandalosa. Me lastimó el alma leer de algunos redactores rufianes tus últimos momentos y aunque decían no saber quién era el culpable, todos sabíamos quién te había molido a golpes afuera de los Finisterre, en el mar de las lluvias de agosto sobre San Rafael. ¡Ay, Safo! No fue el mar violento sobre tu piel que te resquebrajó la vida como a tu homónima, si no los puños de un cobarde y sus compadres, que te citaron en los baños con una trampa amorosa, para borrar de él un amor indeseado y el reflejo esplendoroso de un brillo que envidiaba. Te viste seducida por una promesa de perdón y olvido, tentada por la muerte o por el reencuentro con tu padre y caminaste a un inminente suicidio, para cumplir un injusto y despreciable destino. Nadie fue para ayudarte a plena luz de la mañana, nadie fue para acusarlo, nadie fue para socorrer a tu madre en la desdicha. A esta Safo, a ti nuestra Safo, no te mató el mar, te matamos toda la pinche gente.
El tatuaje Por Felipe Díaz
El tatuaje
Felipe Díaz
— ¿Por qué tatuarse unas alas? — Preguntó Eduardo después de varios minutos de haber aterrizado su mirada en la espalda desnuda de Tatiana. El tatuaje era fastuoso: unas alas, cuyas plumas se extendían de hombro a hombro y del cuello a las dorsales.
— Yo no elegí el tatuaje… las alas me eligieron a mi— respondió Tatiana somnolienta y pausadamente. Él se echó a reír con franca vulgaridad. Ella levantó con sutileza la cabeza y con la mirada le respondió que le daba lo mismo si le creía o no.
El silencio y el transcurrir de algunos segundos, hicieron crecer la pena y la intriga en Eduardo. — Bien, ya dime, ¿cómo es eso de que las alas te eligieron?
Ella se sentó de frente. — No existe mejor tatuadora que Pandora. Su trabajo está más allá del entendimiento humano. Su arte ha recorrido el mundo y lo puedes admirar en las mejores revistas de tatuajes. Yo estuve en lista de espera durante cuatro meses. Y, créeme, pagué bastante por mis alas, sin saber que, el día que ella me recibió, saldría con ellas. Yo quería unos alcatraces en mi pierna derecha, a todo color… pero ya sabía cuál era su manera de trabajar, iba dispuesta a servirle de lienzo. Ella me aclaró que jamás utilizaría a alguien de lienzo, que en ese caso preferiría hacer otro tipo de arte. Yo sólo descubro lo que en el alma ha estado lleno de máscaras y lo pongo a germinar en la piel —me dijo—. Nos sentamos cara a cara, me tomó de las manos y se puso a meditar, digo meditar porque nadie me cree cuando afirmo que estaba en trance. Tú no eres un alcatraz, mi niña, no eres para estar atada a la tierra —susurró, sin que yo hubiera mencionado los alcatraces—, al contrario, tu alma es inquieta, ligera y volátil. Sin dar más explicaciones, me colocó boca abajo en una camilla y comenzó a tatuar. Al inicio lloré con mucho dolor, como si las lágrimas fueran de sangre y arrancadas del corazón. Para distraerme y hacer más llevadero ese sufrimiento, particularmente cuando trabajaba cerca de las costillas, intentaba hacerle plática. Nada, ignoró mis palabras, no dejó de trabajar un sólo momento. Únicamente me daba descansos cuando cambiaba la tinta. Y yo aprovechaba para tomar un respiro y agua. Después, hubo momentos en los que me dormí, pese al dolor, o quizás… estaba también en trance. Recuerdo que vinieron a mí imágenes de mi madre, de mis primos, de un viaje a Veracruz, la escuela a la que iba de niña; visualicé mi primer orgasmo… recuerdos que nunca había hecho conscientes en ese momento flotaban y bailaban al sonido de la compresora, frente a mis ojos cerrados, vívidos, como si los pudiera tocar.
No utilizó dibujos, no necesitó fotografías, no bocetónada, tampoco hizo trazos en esténciles, simplemente grabómi piel. Cuando terminó, hizo que me levantara y me llevó a una recámara con espejos en los cuatro muros. Lloré sin poder contenerme. Mis alas, mis hermosas alas, movieron unas lágrimas que, entonces, mi alma lloraba de gusto, de libertad, de realización… Me sentía ángel, o paloma, o cóndor… Me dieron ganas de volar, realmente volar. Sentí como si pudiera moverlas, aletear. Floté… o al menos así me pareció.
Eduardo se levantó, corrió la cortina. La luz del alumbrado exterior avivó aún más el desinhibido plumaje.Tatiana parecía una sílfide.
— Está precioso. Tendrás que pasarme el teléfono de Pandora. Nunca he tenido la intención de tatuarme, pero con ella, seguro que lo hago.
— Muy tarde, ya no vive en la ciudad. No tatúa más.
— ¿Por qué? ¿qué pasó?
— Me interesé mucho en ella. Quise conocerla más, era como una sanadora ¿sabes?, una médium, una chamana. Un domingo en la mañana toqué a su puerta, llevaba un termo lleno de café. Ella dudó unos segundos y después me invitó a pasar. No puedo decir que nos convertimos en amigas. No es el tipo de personas con quien puedas platicar de noviazgos, ropa o películas, o de cualquier banalidad. No, tienes que elegir un tema que le interese y sea un reto a su pensamiento. A veces pasaba varios minutos en total silencio, con los ojos cerrados, pero sonriendo, muda; meditando… creo. Me platicó que aprendió a tatuar con técnicas ancestrales, y poco a poco empezó a… mmm… leer el alma de sus clientes. Cuando no recibía ideas o cierto tipo de vibraciones que le indicaran qué tatuar, simplemente les decía que no podía hacer el trabajo y les cancelaba, así nada más, sin pena, en su cara. Nunca accedió a tatuar algo distinto a lo que ella sentía. Sólo una vez… la última, porque fue forzada a hacerlo…
— Bueno, ya cuéntame ¿qué pasó?
Se puso de pie, caminó al refrigerador y destapó una cerveza— Pandora iba a tatuar a mi amigo Santiago, a quien yo había recomendado. El día de la cita, en cuanto le abrió la puerta, un tipo, junto con tres guaruras, los empujaron hacia el interior del departamento. Uno de los gorilas tomó a mi amigo por el cuello y el patrón le dijo a Pandora: “Perdón por los modales, mis amigos son un poco atrabancados. Haz lo que te digo y todos estaremos en paz y habremos ganado. Me han contado que eres muy buena tatuadora, y hoy amanecí con ganas de tatuarme un dragón en la espalda. No te preocupes por el dinero. Tatúame y tu clientecito estará sano y salvo. ¡Apaguen sus celulares!”. Sacó una hoja que tenía impreso un dragón chino. Le estaba pidiendo un tatuaje Yakuza.
— ¿Era de la mafia china?
— No tenía nada de chino, pero sí de mafioso. Por más que ella le explicó que no era su manera de trabajar, que era ella quien decidía qué tatuar. Él se rio y le dijo “el que paga,manda; quien llevará la piel marcada seré yo, así que ponte a trabajar, mija”. Mientras decía esto, a Santiago le doblaban con fuerza su brazo. Pandora, contrariada, no tuvo opción y le pidió que se acostara en la camilla. El trabajo era muy complicado, lleno de color y de gran tamaño. Después de algunas horas, ella le pidió que hicieran una pausa, necesitaba descansar. Ellos hicieron unas llamadas y en unos minutos tenían un servicio de comida tocando en la puerta:carnes argentinas, refrescos y botellas de whisky. Ella aprovechó el tiempo para dormir un poco.
Empezó a tatuar a las once de la mañana y concluyó a las cuatro de la tarde… del día siguiente. El trabajo era impecable: las cúspides agresivas del dragón se deslizabanpor el costado izquierdo, cruzaban la espalda y se asomabanhacia el frente, por el hombro derecho. Los colores parecían tener luz propia: rojos, amarillos, verdes, morados; contorneados por un negro vibrante.
Se fueron tan intempestivamente como llegaron. El departamento quedó desordenado, con desechables por todos lados y apestando a porro. Le dejaron cincuenta mil pesos en la mesa.
Santiago me llamó esa misma tarde para contarme y fui a verla. Cuando llegué, ya estaba haciendo maletas. —No puedo quedarme. Tú tampoco deberías venir. Esa gente está endemoniada—. Entre las dos guardamos sus limitadas pertenencias. Un poco más tarde llegó la dueña del departamento, le explicó lo ocurrido y le entregó un sobre con dinero. Le recomendó no rentar el departamento durante algún tiempo.
Tres semanas después me llamó la casera, los individuos regresaron a buscar a Pandora. El jefe estaba fuera de sí. Abrió la puerta a patadas gritando groserías. Al parecer el tatuaje estaba perdiendo el color y algunos rasgos empezaron a esfumarse de la piel.
Días después, el fulano armó un escándalo en un centro comercial. Desnudo de la cintura para arriba, berreaba en la fuente central de la plaza: “Maldita Pandora, ¿qué me hiciste? ¡Mira mi cuerpo! ¡Me las vas a pagar, estúpida!”. Su espalda estaba roja, como encendida, y el tatuaje estaba perdiendo la forma de dragón.
— Ah, claro, era El Balas, el sicario que capturaron poco después de hacer su teatrito.
— Exactamente. Por más que sus guaruras trataron de controlarlo, no pudieron hacer nada. De hecho, lo abandonaron cuando sacó su arma y comenzó a disparar sin control. Se hizo un escándalo en la plaza, llegaron reporteros y militares. Se aventó a la fuente para calmar el ardor en la piel y ahí lo capturó la autoridad, ridículamente fácil, muy penoso.
Días más tarde, el secretario de Seguridad Pública informó que se había quitado la vida en un penal de máxima seguridad, ahorcado, se sospechaba que sus jefes lo habían mandado matar, para que no “cantara”. En las redes sociales trascendieron otras historias, las de los compañeros de celda: “Vimos como el maldito tatuaje cambiaba día con día, iba perdiendo la forma de dragón y se iba convirtiendo en serpiente, ¡por Dios que el maldito dibujo se transformaba y avanzaba en la piel! Sus gritos eran desgarradores, hasta que ya no tuvo voz ni aire para gritar. ¡La serpiente lo ahorcó!”.
— Cuando vi las fotos en los periódicos… efectivamente… tenía tatuada una serpiente alrededor delcuello, morado, estrangulado.
AUSENCIA DEL PADRE Y ORFANDAD MASCULINA: NOTAS SOBRE PEDRO PÁRAMO / Dra. Rocío García Rey
AUSENCIA DEL PADRE Y ORFANDAD MASCULINA: NOTAS SOBRE PEDRO PÁRAMO
Dra. Rocío García Rey
Pedro Páramo es una novela fundamental de la literatura contemporánea en el ámbito hispanoamericano. Fue publicada en 1955 y cabe recordar que en su momento, no tuvo la aceptación unánime de sus lectores. En palabras de Carlos Fuentes:
Todos estos reproches partían de concepciones unánimes de la novela como unidad de personajes, argumento y estilo. La elipsis narrativa de Rulfo desconcertaba a los críticos y lectores de novelas “bien hechas”, es decir, adheridas a la lógica y sin resquicio de misterio. La cercanía de Pedro Páramo a la forma poética enajenaba, también, a críticos y lectores acostumbrados a novelas que lo eran porque, a la manera de Zola, describían detalladamente muebles, calles, carnicerías y burdeles…
(http://www.proceso.com.mx/486897/sobre-pedro-paramo)
Estos reproches se entienden a la luz de nuevas lecturas que permiten interpretar la obra literaria desde le creación y re-creación del lenguaje y de los temas. Es en el segundo punto en el que me centraré para seguir escudriñando “rutas de interpretación”, como las llama Wolfgang Iser, con respecto a la obra rulfiana.
El comentario con respecto al tema de Pedro Páramo lo haré en clave de los estudios de género, particularmente de aquellos planteamientos de Sonia Montesinos vertidos en el libro Madres y huachos. Alegorias del mestizaje chileno.¿Qué tiene que ver el planteamiento acerca de la cultura chilena con la obra de Rulfo? La relación la podemos hallar rápidamente si nos concentramos en el inicio de la novela. Es este inicio que nos proporciona la clave del periplo del hijo abandonado que va a buscar al padre ausente. Al hombre cuya única claridad es su ausencia, su abandono. “Vine a Comala porque me dijeron que acá vivía mi padre, un tal Pedro Páramo”.
Con el inicio se abre el periplo de la búsqueda transformada en historia de un duelo no resuelto, un dolor que el hijo acumulará sin entender que la ausencia del padre es la presencia de la misma muerte. Es preciso prestar atención, además, en los tiempos verbales utilizados en el inicio: “Vine” y “dijeron” corresponden al pasado perfecto simple, utilizado para las acciones finiquitadas, estos verbos conjugados se enfrentan al copretérito, el cual “indica que una acción pasada es de carácter duradero o sin límites precisos
(http://dem.colmex.mx/repository/pdfs/0041-44TiemposVerbales.pdf
), por ello “vivía” marcará la esperanza de hallar al padre, hallarlo porque el hijo ha vivido cobijado sólo bajo la sombra mariana de su madre. En efecto, como Navarrete González lo señala:
[…] por asociación metafórica, la virgen se entendería como figura de mujer latinoamericana (huacha madre) capaz de limpiar y salvar tanto el dolor como la vergüenza del sometimiento acarreado por el bastardaje.
“Todos somos hijos de Pedro Páramo” se lee en la novela, lo que implica el bastardaje simbólico, circunstancia de un cúmulo de hombres que no fueron asimilados por la figura paterna y por ello mismo esa figura es la gran “anima” que nunca acunó a los hijos. Los hijos fueron sostenidos -como en la iconografía occidental podemos verlo- únicamente por la madre, también, abandonada. Así como en obras por demás canónicas, varios son los personajes hombres que cargan a cuestas el dolor acallado (pensemos, si deseamos ubicar a uno de estos personajes en Ulises cuya cicatriz, al final sólo pudo ser reconocida por Euriclea), en Pedro Páramo la pena que pesa por sobre todos es el de Juan Preciado, quien busca aunque sea los esqueletos para poder armar completamente su identidad.
El hijo olvidado carga una doble herida – no cicatriz- la del abandono hacia el binomio madre – hijo. Juan Preciado, por ello, guarda con sumo cuidado las palabras de la madre:
-No vayas a pedirle nada. Exígele lo nuestro. Lo que estuvo obligado a darme y nunca me dio… El olvido en que nos tuvo mi hijo, cóbraselo caro.
-Así lo haré madre.
Bajo la óptica de Montesinos el padre ausente es la herencia del conquistador (también ausente). Cuando el hijo quiere tener una primera “fotografía” del tal Pedro Páramo, como lo llama, se encuentra ante la respuesta “Pedro Páramo es un rencor vivo”. Esta es una segunda clave, si consideramos que el copretérito ahora ha sido desplazado por un presente. Encontramos la oración armada de la siguiente manera:
Es (verbo) + un (artículo indefinido) + rencor(sustantivo) + vivo (adjetivo)
Es entonces que el juego retórico de la tesis / antítesis unido al juego oximorónico proporcionan al lector la pauta para asumir que la novela es un entramado, una yuxtaposición entre Eros y Tánatos. Tánatos está presente desde el mismo título, porque Pedro significa piedra que aquí bien podemos extrapolar a la imagen de tumba y Páramo es “Terreno llano, yermo, desabrigado, y generalmente elevado”. Se trata de un personaje que encarna la diégesis misma: la muerte con su principal correlato: la ausencia y su persistente resentimiento. Lo único vivo es la hostilidad y la certeza que lanza a sus hijos de no haber estado más que como un rumor.
¿Cómo hallar al padre doblemente ausente? ¿Cómo entender que se ha llegado al lugar indicado por la madre y se halle el inexorable aserto “Pedro Páramos murió hace muchos años”? La salida y entrada al mismo tiempo es seguir sumergiéndose en el mundo onírico, en un tiempo irreal, en el que como en los sueños es posible empalmar tiempos. Juan Preciado, entonces, sigue su periplo de muerto viviente, pues tiene el arraigo a la madre, pero la identidad del padre es un obstáculo para entender quién es en su totalidad. Aunado a lo dicho es importante señalar cómo Luis Preciado el huérfano de padre, hace la defensa a ultranza de la madre.
Y luego, como si se le hubieran soltado los resortes de su pena, se dio vuelta sobre sí misma una y otra vez, una y otra vez, hasta que unas manos llegaron hasta sus hombros y lograron detener el rebullir de su cuerpo.
[…] otra vez el llanto suave pero agudo, y la pena haciendo retorcer su cuerpo.
La madre murió asfixiada de abandono, sin sentirse legitimada, por ello lo único que puede heredar al hijo son los recuerdos, los recuerdos que son la gran cadena para enlazar todo el correlato de la novela: la desolación, la tristeza. Incluso el otro personaje clave femenino que es Susana San Juan sólo puede ser consolada por su padre con el desconsuelo: “Déjame consolarte con mi desconsuelo”. Es entonces, que nuevamente, también nos enfrentamos al juego de opuestos, al juego oximorónico que adquiere lógica en un mundo donde todo es muerte y lo único vivo es la memoria que cruza postales ora de anhelos, ora de la “Media Luna”.
La gran prolepsis, hemos dicho en el título mismo, ello no implica que sigan apareciendo claves totalmente literarias a lo largo del texto. Susana San Juan quien pareciera estar más en la balanza de Eros, es presentada en una escena.
-¡Dame lo que está allí Susana!
Y ella agarró la calavera entre sus manos y cuando le dio la luz le dio de lleno la soltó.
El cadáver se deshizo en canillas; la quijada se desprendió como si fuera de azúcar. […] Y la calavera primero; aquella bola redonda que se deshizo entre sus brazos.
Ese es el mundo en que Rulfo, después de haber leído La amortajada, de la chilena María Luisa Bombal, crea para los lectores. Un mundo en el que el eje es la piedra tumba que no terminó, en términos figurados, de escribir en su epitafio el nombre de todos sus hijos; un mundo en el que el gran panteón que es la Media Luna es el topos en el que se ubica el otro correlato de la historia: “El hueco simbólico del Pater”, como lo ha llamado Montesinos: “Pensamos en el hueco simbólico del Pater, en el imaginario mestizo de América Latina, será sustituido por una figura masculina poderosa y violenta […] El padre ausente se troca así en la presencia teñida de potestad política, económica y bélica[…]”
http://www.biblioteca.org.ar/libros/151505.pdf
En Pedro Páramo, sin embargo, la posibilidad de que los hijos huérfanos completen su nombre, una vez que sean conocido, re- conocidos y nombrados por el padre, se diluye, se vuelve polvo. Y es así que la ausencia es perennidad vuelta muerte dibujada, fotografiada con palabras.
El padre es inaccesible porque ha estado en el mundo de Tánatos. Leamos el final de la novela:
Se apoyó en los brazos de Damiana Cisneros e hizo intento de caminar. Después de unos cuantos pasos cayó, suplicando por dentro, pero sin decir una sola palabra. Dio un golpe seco contra la tierra y se fue desmoronando como si fuera un montón de piedras.
Un hombre no puede bajo las construcciones culturales suplicar públicamente, por ello es tan importante ver cómo funciona el gerundio: suplicando más por dentro. Se trata dela locución adverbial que nos da a conocer que Pedro Páramo también fue la herencia de la orfandad multiplicada en el mundo de los muertos. Quizá mimesis de tantos hombres que sin entenderlo, sólo vivieron bajo el resguardo de la madre, porque el padre lo único que deja es la impronta del dolor y el rechazo.
HEMOFOBIA / Aída López /
HEMOFOBIA
Cuatro pies entrelazados, las uñas esmaltadas en morado y negro, era lo único que sobresalía de entre las sabanas color bermellón. En la habitación recién iluminada por la aurora, dos mujeres, una a un lado de la otra, sin visibles marcas de violencia, permanecían silenciosas, como dormidas, aunque los que estaban ahí las sabían muertas. Cualquiera podría imaginar que reposaban después de horas de orgasmos; lalente no alcanzaba a ver la diferencia entre estos y la muerte. Los agentes escudriñaron los cuatro metros cuadrados de paredes blancas y alfombra vetusta apenas decoradas con el poster de un grupo desconocido de rock. Registraron cada detalle, el más mínimo podría servir para esclarecer los hechos. El sol había comenzado a hacer sus primeros estragos, el bermellón ahora candente ofuscaba las pupilas que poco a poco iban cediendo al exceso de claridad. Claridad que necesitaban para encontrar las pistas que los llevarían a resolver el crimen, suicidio o lo que fuera.
La fotógrafa sacó de su bolsa un par de guantes blancos y se los colocó en sus manos temblorosas, mismos que enseguida absorbieron el sudor destilado. Cuidadosamente destapó los cuerpos. Parecía que tenían un acuerdo entre ellos, estaban cuidadosamente acomodados, los brazos de ambas estaban cruzados tocando el sexo de la otra, los dedos de una se perdían entre el vello púbico de la otra. Sus carnes tatuadas, perforadas, escuálidas y descuidadas, dificultaban calcular las edades. Una era visiblemente mayor. Después enfocó con temor la lente hacia el único buró que se encontraba al lado izquierdo de la cama. Encima estaban dos copas vacías, una botella a medio terminar de cerveza Palma Cristal, un cenicero con seis colillas de Benson mentolados y junto a este una cajetilla con aún tres cigarros sin fumar; hojas de papel arroz y una pequeña libreta parecida a un directorio. En el piso entre la cama y el buró, un calcetín de hombre, azul marino, al revés.
Posterior al recuento de los hechos, acordonaron el sitio y el equipo de investigación bajó del cuarto piso en busca de la salida. Una voz de mujer blasfemódesde el interior de uno de los departamentos cuando los vio pasar: Así tenían que acabar, acotósentenciosa, siempre lo dije, ese tipo de cosas que no son de Dios, tarde que temprano son castigadas. Eso de meterse entre mujeres es del diablo y peor aún,cuando se meten entre varios. El Ministerio Públicoaprovechó la lengua suelta de la mujer, la dejó hablar mientras le hacía preguntas, mismas que eran respondidas a borbotones como lava expulsada de un volcán: verá, varios vecinos ya se lo habíamos dicho al dueño que no debía rentarle a putas o maricones, menos a lesbianas, o a drogadictos, pero con tal decobrar su renta no le importó, ahora a ver cómo sale de este lío. ¿Usted vio algo raro anoche?, preguntó un agente, pues raro todo desde que se cambiaron hacetres meses, respondió. Salían de mano hombres con hombres y mujeres con mujeres, hasta extranjeros.Olían a hierba, como a petate quemado, espetó la mujer.
Mientras esperaban la llegada del forense para ellevantamiento de cadáveres, la fotógrafa tomó imágenes del exterior. La calle arbolada, uniformada con edificios amarillos de cuyas azotehuelasserpenteaban telas de colores, lograban distraerla de su ansiedad. Los carros estacionados, las placas, los transeúntes, la fachada de la casa de enfrente con el anunció: “Se vende yelo”.
Intentaron reconocer algún rostro, algo que pudiera despejar el enigma. Parecían envenenadas a laRomeo y Julieta. Nadie hablaba, solo cruce de miradas, como si alguno tuviera la mejor línea de investigación que los llevaría a la verdad.
En el camino no encontraron nada que pudiera llamar su atención. Algunos bares entreabiertos derramabanagua jabonosa, vendedores ambulantes, una tienda de abarrotes desolada en la esquina. Cien metros a la redonda y sin una pista aparente de lo sucedido en el sórdido departamento de la calle Oyamel del paradisiaco Cancún.
Cuando llegaron a la oficina la fotógrafa se sintió mareada, con nauseas, pálida y temblorosa pidió permiso para retirarse. A últimas fechas decía que no le hacía bien estar en la escena del crimen, eso la ponía mal debido a que estaba desarrollando fobia a la sangre, afirmación que sostenía aun sin tener diagnóstico médico e incluso en escenas sin sangre. Los síntomas disimulaban el verdadero origen de su nerviosismo.
Salió a esperar a un taxi. Le urgía avisar al “Cubano”. La botella de cerveza en la habitación abriría una línea de investigación hacia personas de esa nacionalidad, que llevaría a desmantelar la red de pornografía para la cual ella se desempeña en lo mejor que sabía hacer: tomar fotografías.
Lamento / Acapulqueando / Pablo Reyes
Lamento / Acapulqueando /
Pablo Reyes
Aquella tarde lo vi en tus ojos
no había retorno de esta miseria
en la que me dejarías hundido,
era tarde para hacer caso a las voces
que gritaban a mi paso
cuando te besé en la complicidad
de aquel cuarto.
.
El espejo es un cíclope
que me ataca con rayos de nostalgia
mientras me baño,
como,
cambio,
me duermo,
te pienso,
te extraño.
En mis sueños soy un colibrí
que vuela y vuela
sin llegar a ningún sitio,
no quiero ir a ningún sitio,
no sé a dónde ir sin ti.
Recuerdo que te dije te amo desde mis entrañas
y volaste como quien descubre una verdad indecible
una que no andas buscando y de pronto pisas
haciéndote volar como una mina.
La miseria que llevo desde entonces
me cubre de ojos a tobillos
deseo buscarte de pueblo en pueblo
de cama en cama
de tumba en tumba
pero mi nombre y mi cara aparecen solos,
mis huesos no saben de muerte
nunca les contaste de su existencia
ni en tus mentiras, silencios, indiferencias
les hablaste de ella.
Aquellas voces me lo advirtieron
yo caminé hacia ti, al precipicio,
espejismo dócil, luego voraz,
debí escuchar aquellas voces
que a mi paso gritaban ¡detente!
La última vez no hicimos el amor
fue menos que roce piel
ya no eras como yo
no besabas con los ojos cerrados.
Te fuiste una tarde de junio
y el dolor me abrazó por dentro
pasaron días, meses, años,
y la cadena del silencio sigue gorda.
Buscabas, lo sé, pero, ¿qué buscabas?
rascaste el peligro y hallaste una verdad
una indecible conocida por todos
con mis entrañas te dije un te amo
luego huiste, te fuiste de mi pero no de ti,
supiste que yo siempre te había amado
te precipitaste y algo se rompió dentro de mí.
Sigo escribiendo poemas durante las noches
poemas que no se escucharán en ningún sitio,
es la voz de mis silencios que preguntan por ti
mis manos tiemblan mientras escribo
los huesos siguen atormentados
por el eco de tu nombre penetrando en ellos
no sé a dónde ir sin ti.
Como nunca antes llueve dentro de mí
la roca de mis muros va cediendo
tú tienes la llave de todas mis puertas
y nada de lo que se anida en mí es ajeno a ti.
Rescátame, mírame, hazme de ti, soy el mensaje a la deriva en botella,
llevo tu nombre al frente, no pertenezco al mar sino a tu mano, boca..
Cada vez que pienso que la vida es un simple poema
una voz dentro de mi pregunta
¿por qué sigues escribiendo entonces?
¿por qué sigues guardando aquella historia
bajo tu pañuelo azul y no la cuentas?
Algo me obliga a voltear al pasado
mis manos tiemblan,
el corazón tiembla,
mi presente tiembla,
tengo miedo,
¿de qué tengo miedo?
Suena una melodía, pero no recuerdo la letra
aun así, tarareo sus estrofas,
viene a mi mente un rostro
y quiero decir su nombre
se me escapa, no logro precisar un nombre,
desde entonces busco huir
esconderme en el bosque de las sombras
temo encender una luz y encontrarte,
saber tu nombre y no poder pronunciarlo.
.
— Lamento / Pablo Reyes —
No sé si les ha pasado
a veces despertamos en el cuerpo
pero no en el alma
luego poco a poco, con prisa,
vamos adoptando varias formas
para no sentirnos solos, vacíos, ajenos
el decibel del silencio retumba en la calle
nadie habla, no hay permiso,
el ruido del plomo compacta, suprime, absorbe todo
Las olas del mar en Acapulco
tienen un vaivén curioso
parecen querer devolvernos algo
los peces se alimentan de carne hombre
el mar los escupe en las playas
El trabajo del miedo no descansa
no hay tregua, ni domingos, vacaciones,
el dolor se contagia aunque sea ajeno
la indiferencia hace su parte, justifica
¡Viva México! Pum, pum, pum
¡Viva el gober y la alcaldesa! Pum, pum, pum
cuerpos esparcidos como baches,
rojo-azul, rojo azul, sirenas
cordón amarillo, no pase,
¿no oye?, no pase.
Sábana blanca, parafina para iluminar el camino
llore, llore lo que pueda, esto puede tardar horas.
¿Qué pasó aquí?, nada, no recuerdo,
dice un vendedor y se pierde.
de fondo una canción entre los puestos:
“pero si le ponen la canción, le da una depresión…”
Cartulina verde en un local pide dinero:
“deposite en Oxxo no estamos jugando
somos la mera v….”
un municipal me empuja:
¡Tú no viste nada, órale, llégale!
Llegar a casa con los ojos cargados,
—¿estás bien?, ¿cómo te fue hoy?, ¿vas a cenar?
— Tengo sueño, apagas la tele. Hasta mañana.
— Acapulqueando / Pablo Reyes —
Rezo luego existo / Adrián Eduardo Albores Martínez
Rezo luego existo
Adrián Eduardo Albores Martínez
Las novenas de mi pueblo me traen gratos recuerdos, existen las novenas dedicadas a los Santos, también las novenas para salvar las almas de los seres que dejamos de verlos, escucharlos y quizá sentirlos. A esas personas que ya jamás se les verá comprando en él tianguis, asistiendo a misa, paseando o sentado en alguna banca del parque o simplemente caminando por el pueblo. Cuando alguien muere joven es una fatalidad, existe profundo dolor y la resignación es más lenta, en cambio sí quien fallece, está en edad avanzada, el dolor es menor (probablemente). Entonces deberíamos de hacer de esa su novena, nueve días de celebración, fiesta por haber llegado, a lo mejor a cumplir cabalmente su ciclo de vida. Después de tantos años de haber vivido, seguramente esa persona ha hecho una novela, no escrita de su vida, —¿imagínense que todos escribiéramos nuestras anécdotas o nuestras historias más sensibles? —el planeta sería una biblioteca de experiencias, sería un legado muy especial a las generaciones venideras, sería un árbol literario de profundas raíces e inmensas ramas. En fin, la muerte no sería tan tétrica, dolorosa y trágica, sin embargo; gracias a las novenas, el duelo es menor. Las novenas son un regocijo de muestras cariño y amistad, donde los vecinos, amigos y familiares acompañan a los dolientes, tratando así, de hacer más compartida, menos dolorosa y triste la despedida del ser querido.
Yo en cambio, de niño las novenas me alegraban. Recuerdo bien que cuando doña Lucila, mi madre; vestía alguna ropa discreta y se disponía a asistir a un rezo. Mi corazón se alegraba, después esperaba con ansia su regreso del rezo novenario. Desde la calle de pie, frente a aquella casa donde viví, esperaba su regreso, mi objetivo estaba centrado en la variedad de bocados, galletas o pastelitos que mi madre llevaba y bien sabía que eran para mí. Comprendo ahora el sacrificio que ella hacía en no comérselos, con la única intención de ofrecérmelos, yo como el crío de pájaro que con algarabía espera la llegada del ave madre, abriendo el pico en espera del primer bocado. Así era yo, brincaba, reía y danzaba; cuando ya tenía el banquete en mis manos. Por eso las novenas me gustan, para mí, siempre han sido una fiesta que remata en tamales de hoja, café, pan, chocolate y con suerte hasta jerez (por qué hasta eso reclamaba). Ahora cuando escucho el murmullo del santo rosario, huelo a incienso o veo a señoras vestidas de negro y además llevan en sus manos un platillo. Me detengo, suspiro, recuerdo mi infancia y pienso en Lucila.
Enfermedad y creación / Víctor Manuel Pazarín
Enfermedad y creación
Víctor Manuel Pazarín
A la memoria mi madre
Comencé a escribir por miedo.
Al inicio del confinamiento, en marzo del año pasado, debido a la amenaza de los contagios del Covid-19, mi mujer tuvo la necesidad de viajar a Sonora —la tierra donde creció— para ver a su madre que había enfermado.
Entonces empecé a trabajar desde casa y, como es claro, me quedé solo. Al principio estuve tranquilo, pero conforme pasaron los días tuve un inesperado ataque de pánico. Y entró en mí el miedo, el temor.
Emprendí muy a mi modo una “auto terapia”. Y volví a recordar algo muy importante: la escritura muchas veces me había salvado… y decidí hacerle caso a las “musas” de la poesía a las que había desoído durante mucho tiempo. Fue entonces quedecidí volver a la escritura de versos.
Sin hacer un plan de escritura comencé a sentarme todos los días a pergeñar textos sin ton ni son; pero con el tiempo esa tabla de salvación ante el miedo, tomó forma y se convirtió en una necesidad cotidiana. Y se abrieron los abanicos líricos, pero algo más: comencé a observarme y a observar: a mirar por la ventana el pequeño bosque que está en un costado del departamento, del edificio donde vivo en Tonalá.
Mi mujer tardó en regresar, ya que los vuelos aéreos se habían suspendido. Y lo que hice fue abandonarme a la poesía, a la escritura, para calmarme, para darle a mi espíritu un poco sosiego.
Con el paso de los meses —ya mi mujer había vuelto a casa— los temas de cada poema decidieron ellos mismos ser una y varias unidades. De tal modo que todo, finalmente, terminó en la reunión de cinco poemarios muy distintos y diversos. Cada uno un reto el lenguaje y las formas; todos se conformaron en proyectos literarios que guardan sus exigencias y tal vez sus bondades…
Nunca, para decirlo con claridad, había escrito tantos “poemas” en un corto periodo de tiempo: mi libro Enredo —que publiqué 2018— es en realidad una recopilación de treinta años de escritura: se fue haciendo en breves partes y las fui publicando hasta convertirse en mi primer libro de poemas.
Me recluí. Me encerré. Me cuidé. Escribí. Pero pese a todo de una manera inesperada me contagié de Covid-19 (también mi mujer, mi hija y mi yerno); y aunque ya salimos del riesgo total, yo fui un contagiado asintomático, sin graves malestares, no así mi mujer que aún padece de las secuelas...
Si bien es cierto que la poesía me ayudó a soportar y tolerar el miedo, la enfermedad llegó. Puedo decir ahora, después de haberme enfermado y encontrado el alivio, que hay una relación muy íntima en esos poemarios entre la vida y la muerte: son una metáfora entre enfermedad y creación. Y hacen una memoria de este tiempo aciago y mortal.
Me descubrí, pude ver mi entorno de manera visual y auditiva. Supe que tenía vecinos y seguí sus conversaciones y actitudes. Vi en el árbol los mil pájaros que vienen a comer de las flores y sus frutos. Vi. Sentí. Imaginé. Soñé. Soporté una enfermedad en ese estado de gracia que logra la escritura: el escribir poesía.
Yo no sé sobre la calidad de esos poemarios y su contenido; lo cierto: me ayudaron a tener la fuerza y la templanza para poder saber de la muerte de mi madre y no asistir a su funeral para no contagiar a nadie. Ella murió el último día del año pasado. La pude escuchar durante todo el año desde el hospital donde pasó algunos meses recuperándose de un accidente que tuvo: la atropelló un conductor de un vehículo Telmex en la ciudad de Colima. Luego meses y meses quedó postrada en su casa. Hasta que, me dijo mi hermana menor, murió de manera tranquila en su cama, de muerte “natural”.
El contagio de coronavirus, luego entonces, me llevó a concentrarme en mí mismo, en mi vida interior, espiritual. En mi caso puedo contar esto, pero todos los días sé de amigos y conocidos que han muerto por el contagio del virus que invade en todo el orbe: ni aldeas ni grandes ciudades, ni Guadalajara ni Tonalá han escapado al mal.
Es una fortuna la escritura. Es una salvación. Es la vida y es la muerte. Y es un canto a lo divino y a sus criaturas y creación.
Una mañana apareció un colibrí en el bosque que puedo ver desde mi ventana.
Lo observé. Y cuando partió fui a la computadora y escribí:
COLIBRÍ
Hay un colibrí
pequeño
—negro como un sol—
con su vuelo de insecto,
con sus alas
de invisible
y fugaz
aparición.
Vuela,
nada,
gravita
e incendia la tarde.
Se aferra
a las ramas del guamúchil,
su larga aguja
consume
el corazón
de la flor.
Trae la vida.
El milagro
de estar
en la vida,
respirando…
Confiados en el retorno / Deana Molina /
Confiados en el retorno
Deana Molina
¿Edad, diabetes, obesidad o presión alta?, fue la encuesta que determinó la ausencia de maestros en la escuela un lunes de marzo de 2020, previa suspensión de los alumnos, mientras se resolvía la manera formal de comunicarse con ellos.
La sorpresa de las clases a distancia permitió a los maestros, en ese momento de urgente continuidad, la libre elección del medio para desarrollar sus clases al tiempo que se capacitaba en la institución a quienes estaban fuera del rango de riesgo y a quienes se decidían a asistir durante una mañana y provistos de un manual de casi 150 páginas.
Maestros y alumnos nos vimos repentinamente incomunicados y en el vacío, pero alentados porque serían sólo dos semanas en esa situación inédita y pasadas las siguientes dos semanas de vacaciones, todo volvería a la normalidad; pero no fue así, la pandemia de SARS-CoV-2 creció en el mundo.
La circunstancia pasó a ser una realidad preocupante, plagada de información de todo tipo y, especialmente, en aquellos medios que los alumnos acostumbran visitar para orientarse. La realidad y necesidad de lograr el aprendizaje de los alumnos, cercana una evaluación que no podía quedar en el ámbito personal y sin un transparente registro de los esfuerzos docentes, condujo a la capacitación exhaustiva en las plataformas más didácticas, al desarrollo de clases virtuales y material educativo adecuado y diverso.
Capacitación, desarrollo de materiales, clases sincrónicas, revisión y registro de calificaciones pasó a ser la rutina del maestro; capacitación, tareas y ausencia de un espacio de convivencia juvenil, sin abrazos y cercanía entre ellos en un tiempo que tanto abona a la solidez de nuestra futura sociedad humana y profesional, aislados en su hogar, sofocados por un bombardeo de tareas que exigían conexión para el buen desarrollo de las mismas, pasó a ser la rutina de los alumnos abatidos por dudas y muchos de ellos, enamorados, adoleciendo la lejanía de quien hacía de la escuela el mejor lugar para estar.
Al principio del tercer parcial, su participación y asistencia a clase guardaba cierta emoción por el encuentro y convivencia, había aceptación y confianza de que pronto retornarían al aula, y la pregunta: ¿Usted cree que volveremos?, permanece hasta la fecha pero diluyéndose, después de casi un año y a punto de iniciar su tercer semestre en esta modalidad.
La deserción de alumnos se presentó en hogares donde los padres perdieron sus trabajos y los alumnos debieron trabajar; también fue notorio que algunos alumnos perdieron la conectividad y aún en esas condiciones, con trabajos en hojas, salvaron su semestre.
Compañeros maestros y familiares de ellos enfermaron, y algunos murieron. Situaciones similares abrazaron a los alumnos.
Pero esta es la realidad, más consientes y organizados al carecer de tecnologías suficientes para los estudiantes del hogar, armados de sus celulares y sus habilidades, de su capacidad de adaptación y sus ganas de avizorar el retorno; no, ellos no extrañan del todo vernos a los maestros, extrañan a sus amigos y afectos, aunque para ello deban pagar con su rendimiento el permanecer en la escuela.
El maestro debe ahora ser más humano y flexible, sin decir en esto que no lo fuera antes; destaco sólo que ante la distancia debe construir una cercanía y un ambiente más cálido y motivador, que mitigue un poco la pérdida de un ambiente que a su edad, no lo sustituye la formación virtual forzada, inesperada y obligada.
Sin embargo permanecen e ingresan nuevos estudiantes (aunque en menor cantidad, porque algunos padres han declinado ante esta oferta de educación a distancia y prefieren esperar, por diversos motivos, a que los tiempos presenciales vuelvan) con entusiasmo y aceptación.
Por su parte el maestro, aunque cuenta ya con la experiencia técnica de este año, extraña también ver el rostros de sus alumnos, sus ojos inquietos y, especialmente, sus sonrisas; esas luminosas lámparas que les nutre el espíritu de una vocación nada ajena al porvenir, pues saben que el objetivo real de encontrarse, sea a distancia o no, con sus alumnos es formar, sumar mejores seres humanos a una sociedad donde seguro sus hijos han de envejecer y sus nietos han de crecer.
Pero ingeniosos, los alumnos en su sensibilidad, se las arreglan para proveernos de su luz y mantenernos vivos: mantener viva una escuela nueva, confiados en el retorno.
Fémina del amor y el desamor / Adán Echeverría /
Fémina del amor y el desamor
Adán Echeverría
¿Recuerdas que querías ser un poeta telúrico?
(…)
Tus cuadernos registran el asombro
de los rostros dormidos en hoteles de paso.
Jaime García Terrés
“Todos los libros nos dejan algo”, o como bien señala Dylan Thomas en su Manifiesto Poético: “Yo sólo leo poesía por placer. Leo sólo los poemas que me gustan. Esto significa, naturalmente, que tengo que leer una cantidad de poemas que no me gustan antes de encontrar los que me gustan, pero cuando los encuentro lo único que puedo decir es: “Los encontré” y leerlos por placer”. Eso me ocurre con cada libro de poemas que consulto, que leo, que estudio, que cae ante mis ojos. Y eso me ha permitido darme cuenta de varios fenómenos en la edición de la poesía en México; fenómenos que puedo enlistar: 1. La gran mayoría de las antologías de poemas se realiza sin método. 2. En el libro de poemas de un autor, o en la compilación de poemas de autores varios, se pueden notar los altibajos poéticos. Los compiladores no suelen mantener el mismo nivel poético entre los autores que compilan. Y los mismos autores por alcanzar el número de páginas que piden las convocatorias, suelen rellenar con poemas que no tienen el mismo nivel (dejemos aparte el tema) del número de poemas que en verdad el autor ha querido compartir con el público lector. 3. Los reseñistas, comentadores, críticos de poesía cotidianamente escriben por dos motivos: afectos o fobias, y pocas veces muestran los asombros literarios que inviten a los lectores al disfrute del acto poético, a la reflexión poética del lenguaje. Prefieren la fanfarronería, o el acusar a los lectores de no tener la capacidad para entender su obra. 4. Esos reseñistas amigos llaman poesía experimental a los jueguitos del lenguaje, y etiquetan de neobarroco, o de poemas del sinsentido, a lo que muchas veces apenas llegan a ser divertimentos tremendistas socarrones. Y son capaces de elaborar parloteos rebuscados de teoría literaria para textos que no se sostienen por sí mismos.
Estos cuatro fenómenos arriba apuntados son algo que se puede ir descubriendo cuando se lee poesía, cuando se revisan los poemas, y cuando —por desgracia— uno observa los continuos escándalos y acusaciones que entre unos y otros poetas siempre ocurren por los perlados presupuestos gubernamentales de apoyos (becas para jóvenes creadores, becas del sistema nacional de creadores, pecdas estatales, antologías fraternales), o cuando la sangre de poetas corre en tinta en los diferentes medios de comunicación acusando fraudes, trampas (como las de algunos integrantes de Círculo de Poesía o como recientemente le ocurre al grupo de amigos-poetas que tiene su sede en Guadalajara). ¡Valdría la pena documentar en alguna Tesis de Licenciatura el fenómeno de los fraudes literarios que han ocurrido en México en los últimos 30 años! Y tratar de entender el ¿por qué ocurre?, ¿cuáles son las motivaciones? Y, sobre todo: ¿qué le deja estas disputas a la tradición de la poesía que se escribe en México? Mientras eso ocurre hay que apuntar: 1. El gusto de tres jurados no hace poeta a nadie. 2. El tiempo pondrá en su lugar a los poemas. 3. Lo que importa siempre serán los poemas y no los poetas.
Dylan Thomas nos hace abrir los ojos a los que nos gusta leer poesía. Tenemos que leer una enorme cantidad de poemas para encontrar aquellos que nos gustan, y quedarnos con ellos para paladearlos, compartirlos, grabarlos, declamarlos, recitarlos a los nuestros, conmovernos, estudiarlos. Eso me ha ocurrido por ejemplo con el enorme poema “Corte de pelo” de Avelino Gómez Guzmán, de su poemario “El mal hábito” que ahora les presento:
“CORTE DE PELO”
Puede ser, Padre, que esa bicicleta verde no existió
sino que yo, todos los días, la soñaba.
Las tardes que subía a tu lado,
llevando mis ocho años en el esqueleto verde
de tu verde bicicleta. Y el camino
rumbo a la peluquería era la distancia
de dos meses y una melena de niño asoleado.
Los piojos mordiendo la raíz
del cabello y la mujer del estudio fotográfico,
ciega, que confundía mi tristeza con la enfermedad.
Y tantas fotografías rechazadas por mi cabello largo.
Y tantos recorridos verdes en la verde bicicleta,
rumbo al peluquero.
Ahora tengo tu estatura, Padre.
Y pienso que esa bicicleta no existió, sino que yo,
todos los días, la construía para que me llevaras
a cortar el pelo. Y a tomarme el retrato de niño
asoleado que secretamente guardo en tus ojos.
¡Brutal en la emoción que presenta! Siempre que leo este poema me conmuevo. Y esa es la maravilla de haberlo descubierto.
Ahora, lo mismo me ha ocurrido con un poema de Valeria List (Puebla, 1990). Descubrí el poema en una antología compilada por Zel Cabrera, que lleva por título “Novísimas. Reunión de poetas mexicanas (1989 - 1999)”; en un trabajo anterior ya señalé que la antología carece de metodología, y en ella sobresalen las carencias de estructura de su “prólogo” de dos páginas, y contiene tremendos desniveles poéticos entre las autoras compiladas, o que se dejó fuera a autoras de la mitad del país.
Aún con lo anterior, la antología debe ser leída. Pues dentro de sus páginas puede ofrecernos textos tan hermosos como “Glenn Colquhoun” de Valeria List que acá reproduzco:
“GLENN COLQUHOUN”
Hoy en la tarde fui a escuchar poemas.
No quería ir porque en verdad
no me gustan las lecturas de poesía.
Al llegar, los organizadores hablaban de sus méritos organizativos.
Y yo me decía, te lo dije, y pensaba en irme
pero vi hacia abajo
donde estaban sentados los poetas
y pensé en mi cuerpo respirando
y esperé.
Los poetas eventualmente empezaron a leer.
Una poeta nigeriana se balanceaba de un lado a otro con los ojos cerrados
mientras la traductora leía sus poemas en español.
Me daban ganas de llorar al verla.
Esto no quiere decir que la emoción fuera intensa
sino conmovedora.
Desde arriba, sus clavículas se veían
como canoas meciéndose.
Otros leyeron poemas con palabras autóctonas
que son las mejores
por su fonética, su uso ancestral
y su polisemia.
Un poeta leyó la misma enumeración de cada año.
Pero cuando Glenn Colquhoun se paró en medio del escenario
cada cosa que dijo fue extraordinaria.
Primero señaló hacia arriba para indicar que al nivel del cielo
estaban los sonidos de la Ciudad de México.
Luego se tocó el pecho para decir que a ese nivel
estaban las palabras de sus habitantes.
Y luego cantó en maorí para estar a la altura de lo señalado.
Entre los sonidos que describió (todos del Centro Histórico),
estaba el niño que toca la guitarra con la espalda encorvadísima en Madero.
Ese niño parece un sándwich
y canta muy fuerte y horrendo,
supongo que así le dan más monedas.
Glenn hizo unos ruidos y una mímica que lo describían muy bien.
Ese nivel de detalle y memoria me emocionaron.
Pero lo más importante fue el segundo poema que leyó.
Era sobre un hombre que pierde a su amor
y su amor es como un barco
y todas las partes del barco están rotas, separadas en el mar
y el hombre trata de sostenerlas todas al mismo tiempo
al grado de que sus manos están engarrotadas.
Y yo recordé el amor que perdí
pero no sé si lo recordé porque en realidad
nunca lo olvido.
Ese hombre una noche me dijo que su corazón era marítimo
y yo le dije que mi corazón era boscoso.
Ese hombre una vez me dijo que mis lunares en los senos
son rojos porque están junto al corazón
y que mi corazón es un pájaro muy ávido.
Y sí lo es porque no puedo dejar de amarlo.
Y tampoco puedo dejar de pensar en el bote
ni en las manos de Glenn Colquhoun
que hoy, engarrotadas, señalaban el cielo.
¡Qué bárbaro! La poeta dosifica la emoción en el discurso poético, y mientras avanzamos la lectura, el sentimiento va creciendo verso a verso, para de pronto desdoblarse, ¡y estamos perdidos!: “Era sobre un hombre que pierde a su amor”, escribe la autora, ya que nos ha atrapado y todo lo miramos con los propios ojos del hablante lírico. Entonces la memoria se expande, y los amores pasados, aquellos dolores del amor y el abandono, aquella emoción que alguna vez hemos sentido viene a sembrarse en nuestro pensamiento, y caminamos de puntitas los siguientes versos: “y su amor es como un barco” la autora nos lleva dentro de la imagen, y nos sabemos en mar abierto, y de pronto naufragamos:
“y todas las partes del barco están rotas, separadas en el mar
y el hombre trata de sostenerlas todas al mismo tiempo
al grado de que sus manos están engarrotadas.”
Somos nosotros que queremos atraparlo todo, como aquel hombre que intenta atrapar con sus engarrotadas manos todas las partes que se alejan con el oleaje, todas las partes de su amor que ahora se alejan flotando después del naufragio. ¿Puedes notarlo? ¿Logras mirarte flotando en mar abierto?, y todo tu amor se aleja de ti, los pedazos se dispersan y no logras atrapar cada cachito de corazón destrozado, de emociones de memorias, no te alcanzan las fuerzas. He ahí el asombro poético. He ahí la tremenda resolución de la poesía hecha nudo, hecha golpe, hecha lanza que se clava en tu espina dorsal y te deja pegado al suelo, a la hoja, para que tiembles imposibilitado ante la emoción. Eso es algo que uno agradece en el acto poético. Pero este asombro no queda traducido apenas en la emoción, sino en el constructo poético que la autora ha presentado. 1. La desgana ante las lecturas poética y la fanfarronería que arriba he apuntado. 2. La cofradía y el deseo de pertenencia al gremio:
“y pensaba en irme
pero vi hacia abajo
donde estaban sentados los poetas
y pensé en mi cuerpo respirando
y esperé.”
Esa esperanza que nos asedia a los que nos gusta la lectura, que disfrutamos la poesía, nos mantenemos en el mismo ideal de Dylan Thomas: He ahí a los poetas, escuchemos, veamos qué puede ofrecernos, necesitamos esa dosis, queremos, deseamos escuchar el lenguaje en esos ritmos que otorga la versificación.
Y entonces la magia comienza. 3. La poeta (Valeria) escucha los poemas de los poetas y nos comparte su visión, su oído, sus emociones en la piel: la poeta amplifica nuestros sentidos; nos traduce lo que observa. 4. La poeta se da el lujo incluso de denunciar la fanfarronería poética de algunos: “Un poeta leyó la misma enumeración de cada año.”
- Y al final —como he mencionado arriba— el poema estalla y estallamos con el poema. Porque el poema crece y se sostiene tan arriba en la emoción que abajo solo queda el precipicio de la remembranza:
“Y yo recordé el amor que perdí
pero no sé si lo recordé porque en realidad
nunca lo olvido.”
- La autora aún se da el tiempo de la reflexión feminista, expone con total inteligencia su posicionamiento sobre las relaciones de pareja, en el que la hablante lírica no se deja arrastrar aunque el amor esté ahí, abarcándola por completo, (entre paréntesis apunto algunas reflexiones que me provocan los versos):
“Ese hombre una noche me dijo que su corazón era marítimo (como los marineros que besan y se van, dice Neruda)
y yo le dije que mi corazón era boscoso. (terrenal, amplio, nutrido, de raíces firmes, que soporta dentro de sí mismo esa enorme diversidad de seres, que como las emociones, hacen a la mujer insondable, profunda, vasta)
Ese hombre una vez me dijo que mis lunares en los senos (el erotismo suave del halago)
son rojos porque están junto al corazón
y que mi corazón es un pájaro muy ávido. (es fuerte, intenso, quiere conseguir lo que quiere y desea)
Y sí lo es porque no puedo dejar de amarlo. (el amor total, la pertenencia y la entrega, así el recipiendario del amor decida alejarse)
Y tampoco puedo dejar de pensar en el bote (estar a la deriva)
ni en las manos de Glenn Colquhoun (la cámara literaria vuelve a la escena, regresa al sitio donde la hablante lírica se ha quedado detenida embelesada en la lectura)
que hoy, engarrotadas, señalaban el cielo. (el cielo al que la misma hablante lírica ha sido transportada y ha donde nos ha conducido a nosotros, sus lectores)
El poema es por demás hermoso, brilla por sí mismo en el recorrido de las páginas de la antología “Novísimas”, como una joya que debe ser valorada, leída, compartida, paladeada, admirada, resguardada. ¡Yo los invito a hacerlo!
Referencias.
Gómez Guzmán, Avelino (2003). El mal hábito. Editorial Praxis. México, DF. 60 pp.
Cabrera, Z. 2020. Novísimas. Reunión de poetas mexicanas (1989-1999). Editorial: Los libros del perro. Documento en formato PDF. 195 pp.