
Ramiro Padilla Atondo
Ramiro Padilla Atondo
escritor
Cómo discutir con un intelectual mexicano / Pequeño chairo ilustrado / Ramiro Padilla Atondo
Ramiro Padilla Atondo
Cómo discutir con un
intelectual mexicano
A continuación, expondré algunas reglas básicas
para mantener una acalorada discusión con un
intelectual mexicano. Por favor, siga al pie de la letra
las indicaciones para que el intercambio sea positivo.
—El intelectual es dios. Infalible. Sus opiniones
deben tomarse como de inspiración divina.
—Evite el uso de todo tipo de jerga académica. El
intelectual mexicano tiene el monopolio indiscutible
de las palabras rimbombantes. No estudió maestrías y
doctorados para que usted venga acá a quererla hacer
de pedo dándole mal uso al lenguaje.
—Si usted es objeto de la furia de la intelectualidad,
acurrúquese. Sí, acurrúquese y cierre los ojitos.
Puede practicar la posición fetal, hacerse el muerto
también, como si un oso hubiese llegado de repente
a olisquearlo. No abra los ojos, no respire, porque eso
puede hacer enojar al intelectual aún más.
—Empiece los intercambios pidiendo disculpas
de antemano. Sabe usted que es imposible que un
intelectual acepte que se equivocó. Hágalo usted por
él. Eso permitirá que el debate fluya.
—No se atreva a citar ningún libro. El intelectual ya
los leyó todos y tiene el monopolio de su interpretación.
Aléjese de la marca Octavio Paz. Esa marca tiene
dueño y usufructo, biógrafos con una cédula especial
de interpretación del pensamiento Paciano.
—Jamás, bajo ningún concepto conteste de
inmediato y de manera sobria. Su contestación tiene
que ser de al menos cincuenta cuartillas. Los tweets
están prohibidos. Altera la calidad del debate.
—El intelectual tiene diez oportunidades de
rebatirlo. Usted solo una.
—Es muy mal visto que a los intelectuales que
viven de los contratos del gobierno se les mencione
esa parte. Los irrita. Busque maneras más creativas
de hacerlo.
—Nunca de los nuncas intente hacer controversia
en fines de semana. Debe haber un horario claro de
nueve de la mañana a cinco de la tarde. Los viernes se
cierran discusiones a las 3 pm, para dar oportunidad
a la réplica. No se debe molestar a un intelectual en su
casa de descanso.
—Si el intelectual escribe un ensayo larguísimo en
contra suyo, aunque esté lleno de mentiras, dude de
usted mismo, cuestiónese. Quizá ese largo ensayo lo
hizo por su propio bien.
—El intelectual tiene el monopolio del insulto. Esta
condición tiene que quedar clara. Usted bajo ninguna
circunstancia puede usar una palabra que pueda ser
interpretada como insultante. Si lo hace discúlpese
de inmediato. Y si el intelectual se siente insultado,
aunque usted no le haya dicho nada, el intelectual
tiene derecho a rebatirlo de manera pública con otro
ensayo el doble de largo que sea aclaratorio.
—Bajo ninguna circunstancia debe usted
identificarse con ninguna posición ideológica. Es
menester del intelectual asignársela. Si el intelectual
decide que usted es de derecha, acéptelo, y corrija
su discurso para que responda a las necesidades del
mismo.
—Si el intelectual lo acusa de ser agente de un
gobierno extranjero, empiece a mirar su círculo de
colaboradores, investigue quién habla algún otro
idioma, quizá el intelectual le está avisando por los
medios, y por su propio bien para que se deshaga del
potencial peligro.
Ya con estas sencillas reglas, usted tendrá las
armas necesarias para enfrentar con éxito los embates
que se le presenten. Sonría y la fuerza estará con usted.
Pequeño Chairo Ilustrado / primer Ensayo / Ramiro Padilla Atondo
Apetición del público he decidido crear una serie de instrucciones para el caso que usted tenga que lidiar con un testarudo de esos que abundan en las redes sociales. Comentarios de la gente valiosa que comparte conmigo sus opiniones fueron añadidos.
Primero
Usted ganó. Entonces debe actuar como ganador. Por lo cual tiene el sartén por el mango. Enojarse permite que los otros lo ataquen. No hay nada más terrible para un derechango frustrado que usted Invoque al amor y la fraternidad.
Segundo
Escoja sus batallas. Debe aprender a jerarquizar. No puede dedicarle el mismo nivel de energía a una noticia falsa, a un meme, a un comentario. No está para hacer cambiar a nadie de opinión. Recuerde que los huérfanos del presupuesto están rabiosos por eso.
Tercero
Si decide engancharse, si ya tuvo suficiente de las pendejadas que están diciendo, si es un artículo, pregúntese quién lo escribe, por qué lo escribe y desde donde lo escribe. Y entenderá que son los mismos de siempre. Un grupo reducido de periodistas chayoteros que se reciclan.
Cuarto
Si es un meme pregunte de dónde sacó esa cifra de crecimiento ( si es un bulo contra el presidente) cuál es su fuente y que lo llevó a semejante conclusión.
Quinto
Si se va a enganchar esté listo para contrastar lecturas, para investigar. Es un proceso más largo. Sus argumentos son infinitamente superiores a los de un derechango. Y esto es simplemente porque dejaron montañas de evidencia. Simplemente teclee en su buscador por ejemplo hija de Granier y aparecerá información del desmadre con fuentes confiables en fracciones de segundo.
Sexto
No es una competencia de egos. Ellos no están para proponer sino para destruir. Tenga eso en cuenta siempre
Séptimo
Pregúnteles qué proponen. Que podrían hacer mucho mejor que el presidente. Y si así es, pregunte entonces por qué perdieron de manera aplastante si tenían tan brillantes ideas.
Octavo
Diga que quiere elevar el nivel del debate. Que le gustaría que dejara de usar mesías, amlover, dictador y cositas como esa. Usted comprométase a hacer lo mismo y verá como es como cortarle el micrófono. Ya no saben qué hacer.
El porno nuestro de cada día / Ramiro Padilla Atondo /
El porno nuestro de cada día
Ramiro Padilla Atondo
I
Vi por primera vez una mujer desnuda en una revista a los ocho años. Frente a mi casa había un gigantesco baldío en el que nos reuníamos todos los vecinos según nosotros a acampar. El padre de un par de ellos nunca escondió su pasión por todo tipo de contenido pornográfico. El hijo del vecino nos susurró que había logrado robar una de las revistas, que acumulaba por cientos, en uno de los closets de su casa. Por supuesto que nosotros, curiosos, e intentando ser arrojados, le pedimos que nos la mostrara. Recuerdo haber visto la revista con una combinación de repulsión y fascinación. Ante mis ojos aparecía una mujer con las piernas abiertas y una mata de vello abundante muy al estilo de los setenta.
II
Hay cosas que por mera novedad no son medibles. Se requiere cierta distancia para comprender sus consecuencias. La masificación de la pornografía logró crear toda una industria y como tal, con sus efectos secundarios. Al igual que la nueva industria del vapeo, apenas se empiezan a analizar las consecuencias psicológicas que tiene para una mayoría de mujeres el estar inmiscuidas en el negocio.
III
Boggie nights es una película que habla de la transición de la industria porno de las salas de los cines a la comodidad de la casa. De cómo hubo un salto cuantitativo y cualitativo en la manera en la que se consumía. La masificación de los videocasetes, alejados del impedimento moral que muchas veces significaba el ver o ser visto en las funciones para adultos. Eso quedaba resuelto al ir a rentar una cinta o al comprarla. Ya se podía, desde la comodidad de tu cama, ver todo el porno que quisieras. Aparte, la idea de que las películas tenían que tener una trama se difuminaba. Se diferenciaba claramente el cine de contenido erótico de la mera pornografía. Nacían nuevos tipos de porno porque era rentable, los estudios de filmación se ampliaban, empezaba la edad dorada de la industria XXX.
IV
After the porn ends es un documental de netflix que habla de la vida de las protagonistas cuando abandonan la industria. Aunque hay un hilo conductivo que las hermana (gastar el dinero rápido, no pensar en el mañana, consumo de drogas etc) hay algunas que logran en cierta manera volver a tener una vida lo más cercana a lo normal posible.
V
Quizá el mayor tema de nuestros tiempos sea la soledad. El sentido de que de a poco en esta sociedad post industrial nos sentimos más solos que nunca. Las nuevas tecnologías amplifican el sentimiento. Las buenas conversaciones ya no son cara a cara, difuminadas por eso que magnificamos, llamado ocupación. Vivimos tan de prisa que las relaciones interpersonales dejan de ser prioridad porque tenemos ese mundo virtual que nos convierte en una especie de ermitaños hasta en el sentido sexual. Una pantalla en 4k nos devuelve la imagen de una mujer perfecta, la que quizá nunca podamos tener
VI
Los jóvenes de hoy combaten castillos no imaginarios. La primacía de la imagen los hace esclavos de exigencias contra naturales. Más que nunca se objetiviza el sexo. Se juegan los roles reservados a las películas porno. Cuerpos perfectos, hombres insaciables con penes gigantes, mujeres que son máquinas de tener orgasmos al alcance de un click.
VII
Quizá se pueda medir la frustración de un país por el tamaño de su industria pornográfica. Las sociedades ultraconservadoras padecen esa curiosa dicotomía. Se prioriza la carrera (individual) sobre la familia (social). Los ejemplos más acabados son Japón y Estados Unidos. En Japón la población está enfrentando un peligroso declive. Un gran porcentaje de su juventud llega a los 30 años virgen. No hay incentivos para establecer noviazgos y la industria pornográfica llena ese vacío. La cultura estadounidense padece una grieta gigantesca. La respuesta brutal al esquematismo protestante es la búsqueda desenfrenada del hedonismo. Sexo drogas y rockanrol.
VIII
Tengo una amiga sexóloga. De repente hablamos por teléfono y discutimos todo tipo de temas. Recuerdo haberle dicho que la anorgasmia en México es cercana al 60 % lo cual puede ser parcialmente cierto. Ella me corrigió, según sus análisis ronda el 80%. Quizá en México aún no se hable abiertamente del cuerpo femenino o las necesidades femeninas porque es claro que seguimos dominados por la cultura religiosa de la culpa. El hombre mexicano magnifica su potencia sexual lo cual es sintomático de lo contrario. La agresividad mexicana hacia las mujeres es un claro ejemplo de ello. Se toma por la fuerza lo que no puede conseguirse por otros medios.
XI
El porno corporativo es una forma de violencia. Aun no estoy seguro si todo tipo de porno lleve violencia implícita. Hay quienes se graban teniendo sexo por puro hedonismo, no hay una transacción económica ni deseos de lucrar. Puro exhibicionismo. En el porno corporativo, al igual que cualquier empresa, se tienen objetivos, mercados, se exigen cuotas de producción en las cuales la mujer es obligada hasta el límite. Pero en el porno el precio que se paga es muy superior a un trabajo normal. Se paga con sufrimiento psicológico, enfermedades venéreas y una carga que puede llevarse por el resto de la vida.
X
Como las drogas, el porno llegó para quedarse porque es rentable. Las pasiones humanas son una veta infinita de dinero. Las religiones entendieron esto de inmediato. Se controlan las pasiones humanas ergo se controla lo demás. La culpa por el cuerpo termina por reventar en lo permisivo, muta en hipocresía. ¿Qué hacemos? La verdad no sé. Como siempre tengo más dudas que respuestas. Pero al menos es bueno poner el tema a discusión. Hay muchísimas personas más capaces de desgranar este tema complejo. Excelente tarde.
Bibliografía
Empire of illusion Chris Hodges— Chapter II The Illusion of love
https://genius.com/David-foster-wallace-big-red-son-annotated
https://www.netflix.com/mx/title/70242063
https://www.espinof.com/criticas/criticas-a-la-carta-boogie-nights-nostalgia-por-el-porno-de-los-70
El mundo en tus manos / Ramiro Padilla Atondo /
El mundo en tus manos
Ramiro Padilla Atondo
Eso pensaste a los 18 años. Que tenías el mundo en sus manos. Saliste del rancho con mentiras, dijiste que ibas a Tijuana a trabajar en la maquila. Pero era mentira. Lo tuyo era el desmadre. Te gustaba lo de ser pesado. Ya te imaginabas la troconona, las fiestas interminables con viejas bien buenas y las pacas de billetes. Pero nunca te dijeron que también había una alta posibilidad de que te murieras.
El policía que examinó tu cadáver se acordó de ti. Y no porque tuvieses algún rasgo extraordinario, sino porque aquel día que tu cartel hizo una demostración de fuerza en la revu se tuvo que esconder. Se acuerda clarito porque les hablaron por el radio. Les dijeron que se abrieran porque ustedes no se andaban con mamadas. Que se cubrieran porque eran un chingo.
Te bajaste emocionado porque fueron esos instantes los que te hicieron sentirte poderoso. Eras parte de algo, de un grupo importante al que hasta las autoridades le tenían miedo. Ya habías practicado un poco con el AR15. Todavía no te acostumbrabas a su peso pero fingías que pesaba lo que pesaba una pluma para que no dijeran, mira el plebe, no sabe limpiarse el culo y ya trae cohete. El policía sabía que lo podían rafaguear. Se quitó la pistola y la camisa del uniforme, dejó todo en la patrulla y corrió a refugiarse a una casa de cambio. Ustedes llegaron como en treinta camionetas. Ni siquiera ocultaban el rostro. Eran tan poderosos que se podían dar el lujo de mirar a la gente a la cara con toda la desfachatez del mundo. Y ese era tu rostro. El de alguien que prueba por primera vez el poder. Aunque este fuera limitado; te sentiste vivo, con el mundo en tus manos.
Y el policía te miró porque cuando saltaste de la caja del pick up no traías siquiera zapatos. Andabas en huaraches. Los sicarios en Tijuana siempre han presumido de sus gustos estrafalarios, botas de piel de avestruz, de cocodrilo. Enormes cadenas de oro. Les valía madre. Querían que se enteraran que andar en la maña es redituable. Tú eras tan inocente que ni siquiera habías reparado en ese detalle. Tus pies estaban prietos del sol del rancho. Por eso ahora, un par de semanas después el mismo policía te reconoció. Traes los mismos huaraches.
Estás lleno de plomo. El policía salta según él entre los casquillos. En la mano izquierda traes el AR15. El brazo derecho reposa contra el pavimento. Estás tirado en la misma posición que un cristo sangrante, con los brazos extendidos. Y mientras el policía marca el contorno de tu cuerpo con gis, la gente se acerca de a poco al lugar de la balacera. No eres el único cadáver. Otros chicos de tu edad yacen desparramados sobre la calle. Algunos más han quedado en situaciones imposibles dentro de los carros.
En la tarde te llevarán a ese lugar maloliente, el Semefo. Como no tienes ninguna identificación vas a terminar en la fosa común. Y en pocos días, alguien muy parecido a ti, tomará el camión a Tijuana, para convertirse en estadística.
L'ombre de toi Ramiro Padilla Atondo / Traduction de Miguel Ángel Real /
L'ombre de toi
Traduction de Miguel Ángel Real
Il y a juste un instant, ma mère parlait de ces choses étranges qui arrivent. Comme si elle voulait m'avouer quelque chose, maintenant que sa vie s'en va. Je l'ai trouvée très fatiguée. Elle ne sort presque plus de sa chambre. Elle a un parcours qu'elle compte de façon minutieuse. Quinze pas de son lit jusqu'au fauteuil du salon, une sorte d'habitude qu'elle a peu a peu élaborée avec le temps. Quand elle est devenue veuve, elle jura solennellement qu'elle rejoindrait mon père dans un mois, tout au plus. Elle était inconsolable. On a dû lui administrer des médicaments pour qu'elle se calme. Dix années sont passées. Je ne sais pas si cette affaire des longues relations atteindra ce niveau d'intimité où le couple ne peut pas survivre sans l'autre. Dans le cas de ma mère, au moins, ce mantra ne s'est pas avéré être vrai. D'abord elle a eu des doses de mélancolie, elle refusait de manger et nous devions la convaincre. La dame qui nous aide nous fut d'une grande utilité. Elle parle avec passion de la tragédie de sa vie. Elle dit à qui voudra l'écouter que son mari fut toujours un salaud et qu'il la battait. Ses enfants sont partis loin et d'une certaine façon nous jouâmes à l'adoption mutuelle. Elle commença à nous aimer comme la famille qu'elle avait toujours voulu avoir, et nous, comme le membre de la famille venu pour rester. Sa maison finit par être totalement occupée par une de ses filles dont le mari est un escroc qui lui rendait la vie impossible. Nous avions été mis au courant de cela quand elle respira enfin, soulagée, à la vue de sa chambre du deuxième étage, un endroit bien éclairé avec une large baie vitrée orientée vers l'est, où pointe le soleil. Elle nous disait toujours que c'était la meilleure vue qu'elle avait eue de sa vie. Et elle a raison. Quand mon père arriva dans cette ville avec sa valise et que son épouse enceinte réalisa la potentialité du secteur. Un quartier au nord de la ville sur un paysage surélevé. Les pluies n'inondaient pas les rues à cause du dénivelé et la vue sur la vallée était magnifique. C'est pour cela que la femme de ménage adorait qu'on lui ait attribué cette chambre du deuxième étage. C'était ma chambre d'étudiant, autrefois inondée de posters de groupes de rock progressif des années soixante-dix et quatre-vingts. Moi aussi, je l'avais toujours aimée. Surtout après les fêtes. Mon père n'accordait aucune importance à mon heure d'arrivée car à cette époque-là la ville était un havre de paix, loin de la violence qui résonnait au nord.
Ma mère refusa d'utiliser le déambulateur pendant quelques années. Nous considérâmes la possibilité de lui mettre un casque car elle avait tendance à tomber, sûre de la force de ses jambes qui pliaient sans la prévenir. La transition ne fut pas facile. La fierté lui disait que ce serait honteux que des amis et des membres de la famille la voient ainsi, harcelée par la sénilité sans aucun droit de réponse. Et nous ne pouvions pas rester tout le temps pour nous occuper d'elle. Mais l'idée du casque l'incommoda encore plus. Malgré son âge, sa vanité reste intacte. Ses cheveux blancs sont encore épais et elle adore les brosser. Le manuel des gens bien stipule qu'à un moment donné de la vie, les enfants deviendront les parents de leurs parents. Un retour à la graine de la vie, l'arbre qui dépérit mais qu'il faut encore arroser. L'arroser avec amour. Contrairement aux gringos, planificateurs experts de la sénilité.
Ma mère m'a demandé d'aller faire les courses. Elle ne peut plus cuisiner mais elle adore s’asseoir devant la table de la cuisine pour donner des indications à Lola, qui nous aide. Même si sa main tremble, elle a encore une écriture suffisamment claire pour noter ce qu'elle pense cuisiner dans la journée. La routine de se lever du salon jusqu'à la cuisine n'a pas changé. A 10:45 précises elle pointe son bras vers la personne la plus proche. Elle s'approche du déambulateur et dans un effort titanesque elle se dirige vers la cuisine. Cela fait déjà vingt ans, au début de la maladie de mon père, celui-ci disait que ce n'était plus possible d'inviter les gens de la rue à manger. C'était une coutume adoptée par ma mère à l'endroit où elle avait grandi. Elle nous avait toujours dit qu'on ne refusait jamais la nourriture à qui que ce soit, jusqu'à ce qu'ils se fassent cambrioler. Et elle vieillit soudainement après l'attaque. Et de façon inexplicable. Cela a peut être à voir avec la croissance des villes. Des quartier autrefois pacifiques sont aujourd'hui en proie à la délinquance. Il n'y a plus de voitures ouvertes ni de portes sans verrou. Plus de bicyclettes laissées dans la cour ni de réservoirs de gaz sans chaînes. Tout est parti à vau-l'eau. Ma mère explique à Lola les ingrédients et les quantités pour préparer un ragoût de poisson. C'est une recette qu'elle a inventée. Lola l'écoute attentivement même si elle a préparé ce ragoût plus de mille fois. Elle fait cuire les légumes et les assaisonne, fait goûter le bouillon à ma mère qui acquiesce et sourit. Il y a de l'amour entre elles. Je sors dans la rue et je descends le long de l'avenue. Mon père avait décrit le cambrioleur comme un type élancé et brun, avec un aspect particulier qui lui avait semblé intrigant. Il disait qu'il fallait être terriblement stupide pour traverser vie en cambriolant des gens avec un visage si bizarre. Et je m'en souviens juste maintenant. Après sa retraite, la vie de mon père subit peu de modifications. Il voyagea beaucoup et il rêva toujours de finir cette vie bohémienne, de s'asseoir dans le fauteuil pour regarder la télévision jusqu'à ce que ses yeux éclatent. Et il tint parole. C'est pourquoi l'attaque modifia sa routine de façon inattendue. Bien que vingt ans se soient écoulées depuis le cambriolage, son bagout est toujours là, rebondissant. Pendant des mois, mon père ne parla de rien d'autre. Il appela la police et raconta l'incident en long, en large et en travers. C'était un fanatique des films de détectives. Les policiers lèverent quelque peu les sourcils en entendant certains détails de sa description. Mais il racontait l'attaque avec une telle passion qu'on aurait dit qu'il voulait être cambriolé plus souvent. C'est pourquoi je m'en rappelle de façon aussi nette. Car cela devint son histoire préférée. Il marcha le long de la rue principale, autrefois un sentier. C'est ainsi qu'on y faisait allusion, le sentier, car il y a des noms qui sont là pour rester. Quand mon père put enfin construire les deux pièces de ce qui serait la première étape de la maison, cette partie de la ville n'avait pas encore de nom. Beaucoup la connaissaient comme le repaire des coyotes, les confins de la ville, et sa rue principale, c'était tout simplement le sentier. Même si avec les années et la croissance le quartier cessa d'être un repaire des coyotes, pour devenir un faubourg qui avec le temps deviendrait un boulevard dégagé, avec un nom de date historique : le 18 mai. Ce que mon père oublia de dire à la police était que c'était lui qui avait invité le cambrioleur à manger. Ce fut toujours la clé de l'affaire. Un type qui sonne à la grille, et ma mère qui sort avec son sourire. Cuisinant toujours des portions généreuses, congelant la nourriture dans des sacs en plastique pour la réchauffer à nouveau quand l'occasion se présenterait. Et mon père qui ouvrait la grille au type au sourire. Car les cambrioleurs, bien évidemment, doivent prendre un certain air innocent. Il y a peut-être un autre genre de voleurs, mais dans ce cas, le type grand et démuni qui parle à peine ne représenterait jamais une menace pour un couple qui a accueilli des douzaines de gens comme cela. Depuis ceux qui, en guise de simple remerciement nettoient la cour ou lavent les casseroles jusqu'à ceux qui, non contents d'avoir le ventre plein, ont le culot de demander de l'argent. Mon père refusait toujours, même si ma mère essayait d'atteindre son porte-monnaie devant le regard assassin de mon père, qui lui disait qu'il suffisait de les nourrir. C'est pourquoi ils n'hésitèrent pas à lui demander de venir s'asseoir à table, car pour tuer l'ennui ils pouvaient parler avec quelqu'un de différent, dont la vie est une tragédie qui trouve, justement, un moment de paix à cette table où l'on partage la nourriture de façon généreuse. Des migrants et des drogués, des mères qui cherchent leurs enfants, des grand-parents abandonnés et ainsi de suite.
Et mes parents les écoutaient attentivement, en développant une tactique très efficace : se lever discrètement pour ouvrir la porte à l'invité et s'assurer que sa vie suive ce parcours tragique. Je ne sais pas si, en faisant cela, ils en tiraient une quelconque satisfaction.
Il n'y a plus d’échoppe, ni de marché. L'échoppe de Don Cosme disparut à cause de la chaîne de supermarchés qui dorénavant poussent comme l'herbe dans n'importe quel quartier. Les villes cessent d'avoir une âme, et deviennent des copies des autres. J'achète peu à peu les ingrédients pendant que les autres clients parcourent les rayons, chacun à leur rythme. Les bouchers agissent avec nonchalance, comme s'ils étaient les maîtres du temps des autres. C'est du moins ce que je pense, pendant qu'on me sert les escalopes de poulet désossées que ma mère avait commandé. Tout va dans le caddie. Mon père disait que le type les avait menacé avec son pistolet. Qu'il l'avait caché dans ses vêtements. Que qui était-il pour vérifier que les personnes invitées chez lui à manger ne portaient pas d'armes. C'est qu'il avait dit à la police. Il leur dit que l'attaque eut lieu quelques heures auparavant, mais comme il ne comprenait pas très bien ce qui s'était passé, il n'avait pas parlé immédiatement. Moi, je ne me suis jamais demandé pourquoi il avait pris son temps. Les vieux ont des façons d'agir différentes, ils voient le temps autrement, comme un triomphe. L'enfance est une période de journées interminables où ton corps change de façon imperceptible. La vieillesse, c'est être sûr de se lever le matin. C'est peut-être ta dernière journée. Je connaissais bien mon père et ses manies, voilà pourquoi je n'en fus pas étonné. Lola et ma mère avaient toujours refusé de parler de l'incident. Quand j'essayais de leur poser quelques questions, elles pleuraient. Je comprends que ce soit une affaire traumatisante, mais de mon point de vue, ce n'était qu'un cambriolage. C'est ce que je pense, et ensuite je pense que c'était stupide de ne pas avoir pris ma voiture. Maintenant, la maison est sur la colline et pour moi ce sera un test de monter avec les sacs des courses pleins. Mais les femmes ne pensent pas comme les hommes. Lola et ma mère sont assises en silence. Lola
lui caresse les cheveux. Ma mère sourit tristement. On dirait qu'elle va se mettre à pleurer. Elle fait un geste pour que j'approche une chaise et que je m'assoie face à elle :
-Le cambrioleur n'a jamais quitté la maison – me dit-elle en retenant ses larmes- ; il est enterré dans la cour.
La sombra de ti
Justo hace un rato mi madre hablaba de esas extrañas cosas que suceden. Como si quisiera confesarme algo ahora que se le va la vida. La vi muy cansada. Casi no sale de su cuarto ya. Tiene un recorrido que cuenta de manera minuciosa. Son quince pasos de su cama al sillón de la sala, una suerte de costumbre que ha ido elaborando con los años. Cuando enviudó juró de manera solemne que alcanzaría a mi padre a más tardar en un mes. Estaba inconsolable. Tuvieron que medicarla para que se calmara. Han pasado diez años. No sé si este asunto de las relaciones largas llegue a ese nivel de intimidad en el que la pareja no pueda sobrevivir sin el otro. En el caso de mi madre al menos ese mantra ha resultado no ser cierto. Primero tuvo sus dosis de melancolía, se negaba a comer y teníamos que convencerla. La señora que nos ayuda resultó de gran ayuda. Platica con cierta pasión la tragedia de su vida. Dice a quien quiera escucharla que su marido siempre fue un cabrón y que la golpeaba. Sus hijos se largaron lejos y de cierta manera jugamos a la adopción mutua. Ella nos empezó a querer como a la familia que siempre deseó tener y nosotros como al miembro de la familia que llegó para quedarse. Su casa terminó por ser ocupada de manera total por una de sus hijas cuyo marido es un malandro que le hacía la vida de cuadritos. De eso nos enteramos después cuando por fin respiró aliviada ante la vista de su cuarto en el segundo piso, un lugar iluminado con un amplio ventanal orientado hacia el este por donde el sol se asoma. Siempre nos dijo que esa era la mejor vista que había tenido en su vida. Y tiene razón. Cuando mi padre llegó a esta ciudad con su maleta y la esposa embarazada se dio cuenta del potencial de la zona. Una colonia en el norte de la ciudad en una zona elevada. Las lluvias no inundaban las calles por el declive y la vista al valle era preciosa. Por eso la señora de la limpieza adoraba el que se le hubiese permitido esa habitación en el segundo piso. Esa era mi habitación de estudiante, otrora inundada de posters de bandas de rock progresivo de los setentas y ochenta. A mí también siempre me gustó. Sobre todo después de las fiestas. A mi padre no le importaba mucho mi hora de llegada porque en ese entonces la ciudad era un remanso de paz, lejos de la violencia que se oía en el norte.
Mi madre se rehusó a usar la andadera por un par de años. Nos vimos en la disyuntiva de colocarle un casco por la proclividad a caerse, segura de la fuerza de unas piernas que fallaban sin avisar. La transición no fue tersa. El orgullo le decía que sería vergonzoso que amigos y familiares la vieran así, asaltada por la senilidad sin derecho a réplica. Y no podíamos estar todo el tiempo para cuidarla. Pero la idea del casco la incomodó aun más. A pesar de su edad tiene la vanidad intacta. Su cabello blanco aún es abundante y le encanta cepillárselo. El manual de los biennacidos indica que los hijos en alguna etapa de la vida se convertirán en padres de sus padres. Una vuelta a la semilla de la vida, el árbol que se marchita pero aún hay que regar. Regarlo con amor. Contrario a los gringos, expertos planificadores hasta de la senilidad.
Mi madre me ha pedido que vaya a la tienda. Ya no puede cocinar pero le encanta sentarse en la mesa de la cocina a darle indicaciones a Lola, la que nos ayuda. Aunque le tiembla la mano, tiene todavía la letra lo suficientemente clara para escribir lo que piensa cocinar en el día. La rutina de levantarse de la sala a la cocina no ha variado. Justo a las 10:45 estira el brazo a la persona más cercana. Arrima el andador y con un gigantesco esfuerzo se dirige a la cocina. Hace ya unos veinte años, en los albores de la enfermedad de mi padre, él le dijo que ya no era posible invitar a gente de la calle a comer. Esa era una costumbre adoptada por mi madre en el lugar en el que creció. Siempre nos dijo que la comida no se le negaba a nadie hasta que los asaltaron. Y ella envejeció de repente después del asalto. Y de manera inexplicable. Quizá tiene que ver con el crecimiento de las ciudades. Barrios otrora pacíficos hoy son blanco de la delincuencia. Ya no hay carros abiertos y puertas sin seguro. Ya no hay bicicletas tiradas en el patio o tanques de gas sin cadena. Ya todo se fue al carajo. Mi madre le explica a Lola los ingredientes y sus cantidades para preparar un estofado de pescado. Es una receta que se le ocurrió a ella. Lola la escucha con atención a pesar de haber hecho ese mismo estofado más de mil ocasiones. Cuece los vegetales y los sazona, le da a probar el caldo a mi madre que sugiere y le sonríe. Hay amor entre ellas. Salgo a la calle y bajo la avenida. Mi padre describió al asaltante como a un tipo espigado y moreno, con una seña particular que le intrigó. Decía que había que ser inmensamente estúpido para ir por la vida asaltando gente con una cara tan rara. Y lo recuerdo justo ahora. Después de retirarse, la vida de mi padre se vio pocas veces alterada. Viajó mucho y siempre soñó con terminar esa vida gitana, con sentarse en el sillón a ver la televisión hasta que se le reventaran los ojos. Y lo cumplió. Por eso el asalto movió la rutina de manera inesperada. Aunque hayan pasado veinte años desde el asalto, su narrativa sigue ahí, rebotando. Durante meses mi padre no habló de otra cosa. Llamó a la policía y contó el incidente con pelos y señales. Era un fanático de las películas de detectives. Describió la escena con detalles que hicieron que los policías arquearan un poco las cejas. Pero contaba el asalto con tanta pasión como si quisiera que lo asaltaran más seguido. Por eso lo recuerdo de manera nítida. Porque se convirtió en su historia favorita. Bajó a pie la calle principal, otrora una vereda. Así le decían, la vereda, porque hay nombres que llegan para quedarse. Cuando mi padre pudo al fin construir los dos cuartos de lo que sería la primera etapa de la casa, esa sección de la ciudad aun no tenía nombre. Muchos la identificaban como la coyotera, los confines de la ciudad, y su calle principal solo como la vereda. Aunque con los años y el crecimiento, la colonia dejó de ser la coyotera para convertirse en una colonia con nombre de héroe nacional, y la vereda pasó a ser una calle que con el tiempo se convertiría en un boulevard, claro, con nombre de fecha histórica, la 18 de mayo. Lo que mi padre omitió decirle a la policía era que ellos habían invitado al asaltante a comer. Ese siempre fue el meollo del asunto. Un tipo que toca la reja y mi madre saliendo con su sonrisa. Siempre cocinando en generosas porciones, congelando la comida en bolsas de plástico para calentarla de nuevo cuando se diera la ocasión. Y mi padre abriéndole la reja al tipo que sonríe. Porque los asaltantes desde luego deben fingir cierta clase de inocencia. Quizá haya otro tipo de asaltantes, pero en este caso, el tipo alto y desvalido que a duras penas articula palabras jamás representaría una amenaza para un matrimonio que en su casa ha recibido decenas de su tipo. Desde aquellos que por puro agradecimiento limpian el patio o lavan los trastes hasta los que no contentos con tener la panza llena tienen el descaro de pedir dinero. Mi padre siempre se los negaba aunque mi madre hiciese el intento de alcanzar el monedero ante la mirada asesina de mi padre, que le decía que era suficiente con alimentarlos. Por eso no dudaron en sentarlo a la mesa, porque para matar la aburrición pueden hablar con alguien diferente cuya vida es una tragedia que tiene un momento de paz justo allí, en esa mesa donde se comparte la comida de manera generosa. Migrantes y drogadictos, madres que buscan a sus hijos, abuelos abandonados y un largo etcétera.
Y mis padres los escuchaban con atención, desarrollando una técnica muy efectiva, levantarse con discreción para abrirle la puerta al invitado, asegurarse de que su vida siguiera ese derrotero trágico. No sé si hacerlo les produjera alguna forma de satisfacción.
Ya no hay tiendita sino mercado. A la tiendita de Don Cosme la secó la cadena de supermercados que ahora se reproducen como la hierba en cualquier suburbio. Las ciudades dejan de tener alma y se convierten en copias unas de otras. Voy surtiendo los ingredientes mientras los demás clientes recorren a diferentes ritmos los pasillos. Los carniceros actúan con displicencia, como si fueran dueños del tiempo de los demás. Al menos eso pienso yo mientras me despachan las pechugas de pollo deshuesadas que me pidió mi madre. Todo va al carrito. Mi padre dijo que el tipo los amenazó con una pistola. Que la traía escondida en la ropa. Que quién era él para revisar que los invitados a comer en su casa no trajeran armas. Eso le dijo a la policía. Les dijo que el asalto ocurrió unas horas antes, pero como no comprendía bien a bien lo sucedido no habló de inmediato. Yo nunca me pregunté por qué tardó. Los ancianos tienen dinámicas diferentes, ven el tiempo de otra manera, como un triunfo. La niñez es un periodo de días interminables en los que tu cuerpo cambia de manera imperceptible. La vejez es cerciorarte de levantarte en la mañana. Quizá sea tu último día. Conocía bien a mi padre y sus manías, por eso no me extrañó. Lola y mi madre siempre se rehusaron a hablar del incidente. Cuando intentaba cuestionarlas lloraban. Entiendo que es un asunto traumático, pero desde mi perspectiva era solo un asalto. Eso pienso y luego pienso en la estupidez de no haber llevado mi coche. Ahora la casa está en la colina y será una prueba para mi condición subir con las bolsas del mandado llenas. Pero las mujeres piensan diferente de los hombres. Lola y mi madre están sentadas en silencio. Lola le acaricia el cabello. Mi madre sonríe con tristeza. Pareciese que está a punto de llorar. Hace un gesto para que arrime una silla y me siente frente a ella:
—El asaltante nunca salió de la casa—me dice conteniendo las lágrimas—está enterrado en el patio.
ACERCA DE LAS INFLUENCIAS LITERARIAS Ramiro Padilla Atondo
ACERCA DE LAS INFLUENCIAS LITERARIAS
Ramiro Padilla Atondo
Hay algo que quizá determine la temprana vocación literaria. Esta sería en buena medida la suma de los libros que acompañan al lector precoz. Yo no imagino mi niñez sin una buena dosis de los autores del boom latinoamericano. Los setenta, tiempos revolucionarios que trajeron a un primo de regreso de la Universidad Autónoma de Sinaloa, fueron determinantes en esa primera etapa. Y lo fueron porque mi primo no llegó solo. Llegó con un puño de libros que hoy recuerdo a la perfección. Venía de un encarcelamiento por motivos políticos del cual hasta la fecha se niega a hablar. En esa primera infancia y después de la consabida transición de los libros de historietas hacia las novelas vaqueras, mis tardes concurrían entre el tedio y la desesperación por leer algo nuevo. Y esto lo resolvió el recién llegado. Esos libros que recuerdo de memoria son los Doce Cuentos Peregrinos de García Márquez, Cien años de soledad, La hojarasca entre otros del mismo autor, un par de novelas cortas de Mariano Azuela, Mala Hierba y Esa sangre, donde el protagonista regresa a México con acento argentino, Los Cachorros de Vargas Llosa y una novela ambientada en Sudáfrica llamada Tensión. Un libro que no pude leer en ese entonces y que se guardaba con celo eran Las venas abiertas de América latina de Eduardo Galeano. Siempre he dicho que después de leer Cien Años de soledad tuve reacciones encontradas. Leí la novela en un fin de semana sin parar. Cuando la terminé sentí una especie de epifanía combinada con la frustración de saber que jamás escribiría como él. Luego leí a Juan Rulfo. El descubrimiento de la muerte de los protagonistas a la mitad de la novela me hizo leerla dos o tres veces. Intenté escribir una novela después ya en mi adolescencia intentando emular las tramas de Stephen King, que mi primo devoraba con pasión doblando las páginas que más le gustaban, subrayando sus frases ingeniosas. De esa época recuerdo a Carrie y Cementerio de mascotas. Toda esta mezcolanza de autores variopintos no hizo sino orillarme en primera instancia a escribir como ellos. Recuerdo después de la presentación de mi segundo libro de relatos a un amigo mío acercándose muy compungido a decirme que me alejara inmediatamente de la sombra de Rulfo. A mí me pareció un cumplido. Si te vas a acercar a un árbol debe de darte buena sombra. De aquella primera infancia quizá quedaran recuerdos nítidos, porque a la hora de escribir ya después de los treinta años, en lo que menos pensaba era en Juan Rulfo. Según yo intentaba desarrollar mi estilo. Pero no era así. La suma de todas esas lecturas tenía un efecto muy profundo en mi forma de escribir aunque yo no fuera consciente de ello. Umberto Eco haría un ensayo genial acerca de esto en su libro Sobre Literatura, hablando de la falta de límites en cuanto a lo que la influencia literaria se refiere. William Faulkner aunque fue un descubrimiento tardío, representó para mí un asunto revolucionario. Muchos años después entendí las deudas de gratitud de muchos autores latinoamericanos para con el escritor del deep south . Mientras Agonizo fue una novela que influyó de manera directa en lo que escribo. Entendí la posibilidad de narrar una historia desde un coro de voces, como también lo entendió García Márquez al escribir La Hojarasca influenciado por el mismo autor. Cuando mi amigo me reclamó que me alejara de la sombra de Rulfo, quizá quiso decir también que me alejara de las sombras proyectadas sobre el mismo Rulfo, sobre cuya cabeza revoloteaban a su vez Knut Hamsun y Faulkner. Si a esto le extendiéramos las influencias que recibieron Hamsun y Faulkner quizá tendríamos material para un buen libro. Probablemente la lección más grande de todo esto es la de sentirnos de manera indirecta un Pierre Menard, un negro literario cuya inconsciencia o cuya falta de gratitud para con sus autores favoritos raye en el plagio. Una repetición de las mismas ideas intentando darle un enfoque diferente. Aunque de hecho una de las técnicas para aprender a escribir en el siglo XIX fuera la de copiar los clásicos palabra por palabra. A los grandes autores habría que copiarlos palabra por palabra para desentrañar los mecanismos de sus ficciones, su influencia literaria debería terminar allí. Vargas Llosa lo escribió en cartas a un joven novelista. Después del éxito de García Márquez y Borges no tardaron en salir los imitadores queriéndose colgar de su estilo, pero estos mismos imitadores, por lo forzado de el estilo imitado terminarían por perderse en esa jungla editorial, marcada por una selección natural feroz. Borges diría que no sabía si era un buen escritor, de lo que estaba seguro era de ser un buen lector. El acto de escribir conlleva la recreación de imágenes que por fuerza nos remiten a las lecturas pasadas. Habrá quienes digan que esto no tiene que ser necesariamente cierto, pero la realidad es que estas influencias literarias se esconden en los rincones de nuestra mente y muchas veces nos juegan malas pasadas. No hay cosa más terrible para un escritor que trabajar en una novela y que después de terminada, leída releída y corregida, alguno de tus lectores te diga que esa idea ya había sido realizada por tal novelista que sucede es uno de tus autores de cabecera, que siempre citas. Las influencias literarias son un compañero en el camino. Depende de cada autor el que estas queden expuestas de manera burda o signifiquen una oportunidad de mejoramiento cuando son aprovechadas de la mejor manera. Una vez que has leído un autor influyente (ojo que los autores influyentes no son los mismos para todos) lo mejor es tratar de tomar cierta distancia de él. En una clase de literatura se les recomendaba a los estudiantes que leyeran todo Faulkner. Y que después leyeran a Hemingway para limpiar todo Faulkner. Ese sería el mejor consejo. Para matizar las influencias literarias habría que leer mucho, muchísimo. Así se repartiría el asunto entre varios, sin cargarle la mano a uno solo. Y escribir, escribir muchísimo. Es la única manera de poner distancia.
INSTRUCCIONES PARA LEER LA TELEVISIÓN / Ramiro Padilla Atondo /
INSTRUCCIONES PARA LEER
LA TELEVISIÓN
Ramiro Padilla Atondo
La televisión tiene un efecto importante en la manera que vemos la vida. Puede llegar a generar una guerra o promover la paz.
A pesar de las nuevas tecnologías, la televisión sigue siendo la reina del entretenimiento. ¿Entrará en declive algún día?
Es ya de muchos sabido que así como es un vehículo de entretenimiento, puede convertirse también en un camino seguro a la colonización de las mentes.
El filósofo argentino José Pablo Feinmann explica el concepto a través de un programa llamado filosofía aquí y ahora, para los que quieran copiar el link:
http://www.youtube.com/watch?- v=mXR48V_MggA
Es categórico al afirmar que en la televisión se trabaja para estupidizar a las personas.
La televisión atrapa al hombre medio con el espectáculo infinito de la pavada (hechos tontos y sin gracia) y nombra la televisión como la máquina de distracción masiva.
El filósofo argentino explica también donde empieza la libertad del individuo. Esta empieza en el momento en que decide apagar el aparato. Cuando cobra conciencia que hay una vida más allá de la televisión.
Pero Feinmann no ha sido el único que habla de este poder corruptor. Giovanni Sartori ayudaría a cambiar la percepción que tenemos del mundo al escribir el homo videns, la sociedad teledirigida. Sartori es el principal teórico de la comunicación y explica este cambio cualitativo de la manera en que vemos el mundo. Evolucionamos de un homo sapiens a un homo videns, esto es, llegamos a la cultura de la imagen.
El pensamiento se transforma. Es muy distinto leer un periódico que ver una imagen en tiempo real explicando una noticia. Y aquí viene el quid del asunto. Sartori lo dice de manera contundente. La televisión ha acabado con el pensamiento abstracto, con las ideas claras y distintas, y llama a esto la video política, la conversión de un video-niño en un adulto sordo de por vida:
http://www.youtube.com/watch?v=IjOa95Y- CxYA
Alguien capaz de defender el sistema que lo oprime pues así ha sido educado. Para no criticar. El filósofo Roberto Nuñez, radicado en Ensenada, hablaría de esto como un mecanismo para controlar la neurosis o encausarla a través de actividades distractoras o derivativas.Sartori diría a su vez que esta sordera del adulto sería sobre todo para los estímulos provenientes de la lectura y todo lo que tenga que ver con la cultura escrita.
Ante el avance de la cultura audiovisual se pregunta si aparecerá un post pensamiento basado en estas premisas. Y vaya si está apareciendo. La televisión se convierte en un empobrecedor de la percepción. La información que llega al sujeto no es en la mayoría de los casos objetiva. Tiene una agenda.
Una muestra de esto la daría el documental de Michael Moore, Farenheit 9-11:
https://www.youtube.com/watch?v=-KCyQ- qsYFRE
La mediocracia de ese país unida para vender una guerra que no tenía razón de ser. Se creó la percepción de las armas de destrucción masiva y los medios la vendieron. Algunos años después el teatro se cayó. Cien mil muertos después. Muertos que no tenían la culpa de que un loco con ganas de revancha enviase un ejército a masacrarlos. El efecto pernicioso de la televisión. El ya famoso disneyland state of mind promovido hasta la saciedad.
Nuestro país por supuesto no está exento de esta influencia apabulladora. La televisión como aliada fiel del sistema. La masacre de estudiantes del 68 se distorsionaría de tal manera que aun en nuestros días no se tiene certeza de lo que sucedió en realidad. La fuente de información primaria dijo lo que al gobierno le convenía. Igual pasa en nuestros días.
Vivimos en una supuesta “democracia”. Esto es la opinión pública tendría que ser determinan- te a la hora de la creación de políticas de gobierno. Pero la opinión pública a decir de Sartori es modificable y frágil. El problema estructural reside en el hecho de que para que una democracia representativa funcione, esta debe de estar basada en esta opinión. Pero la opinión como se puede com- probar está diseñada por la televisión. Esto es, el gobierno y sus aliados son juez y parte.
La fuente primaria de opinión es la televisión y su penetración en nuestro país es muy amplia. La encuesta nacional de prácticas y consumos culturales hecha por la Conaculta dice que más del 95% de los entrevistados acostumbra a ver la televisión:
http://www.fundacionpreciado.org.mx/bien- comun/bc170/Numeralia.pdf
Una influencia demasiado tentadora para dejarla pasar de lado. La disputa entre televisión y lectura entonces es absolutamente desigual. Si algunas encuestas dicen que se leen solo 2.8 libros al año (aunque esta cifra es rebatible porque hay millones que en su vida jamás han leído un libro), la lógica indica que es bastante fácil manipular la opinión pública.
Vivimos la peor de las situaciones. Un público que cree que es culto por mirar programas de opinión política que dicen por agenda lo que les con- viene decir, al grado de soltar barbaridades como
que leer es irrelevante a la hora de gobernar.Y los resultados son funestos. Un pueblo formado y crítico que ve a la televisión solo como un accesorio es en esencia poco manipulable. Pero para pasar de un pueblo teledirigido a uno realmente informado habría que hacer cambios sociales estructurales.Un ejercicio interesante nacería de ver la televisión con una libreta y un lápiz en la mano. Yo lo hice en alguna ocasión. Un noticiero soltó la friolera de quince noticias negativas para empezar el programa. Después intentaron matizar la información diciendo que no todo era negativo en México.
Luego vendría la formación de estereotipos raciales en nuestro país. La absoluta preminencia de modelos caucásicos en la pantalla chica es la regla, no la excepción. Tome su libreta y apunte la cantidad de mestizos que aparecen en los roles estelares de las telenovelas. Luego nombre la cantidad de personajes con ojos azules que aparecen. El resultado lo sorprenderá. Hay comerciales que bien pueden salir al aire en Suecia y nadie notaría la diferencia.
La televisión ha sido descarada en la explotación de estos estereotipos. Nos dicen lo que no podemos ser. Y en base a estas categorizaciones nos creamos una percepción de lo bueno y lo malo. Entonces obramos en consecuencia. Al parecer una de las aspiraciones más socorridas es llegar a la pantalla grande. La panacea que resolverá to- dos nuestros problemas.
Hemos llegado al extremo de la explotación de nuestros niños. Y esos padres que no saben cuan dañina puede ser esta sobre exposición mediática. Es por eso que es de suma importancia aprender a leer la televisión. Entender sus símbolos y mitología. Humberto Eco diría hace algún tiempo que aparecer en televisión hoy en día ya puede ser calificado como un acto grosero. Y profetizó en 1968 que existiría un vasto número de consumidores chatarra. Y la profecía no podría ser más cierta.
Decodificar el lenguaje televisivo se convierte entonces en una necesidad primigenia. Conocer sus alcances y su perversidad a la hora de la manipulación de las opiniones. Porque todo redunda en poder. En el mayor número de clientes cautivos.
Aunque esta labor Quijotesca esté cuesta arriba. Aún con las nuevas tecnologías la televisión sigue siendo la reina. Y mientras no leamos, los resultados siempre serán los mismos. Candidatos telegénicos con analfabetismo funcional, y crea- dores de opinión (como Alasraki) que creen que son la verdad revelada.
Seamos originales. Apaguemos el televisor. Hay una vida muy rica allá afuera.
POLÍTICOS E INTELECTUALES / Ramiro Padilla Atondo /
POLÍTICOS E INTELECTUALES
Ramiro Padilla Atondo
La eterna contradicción en un país como el nuestro, proclive a la simulación, a la mentira. Un país de poquísimos lectores donde el gobierno finge que promociona la lectura, muestra elaborados números que “prueban” las supuestas mejorías en los índices de la misma mientras la población se mantiene a los mismos niveles de hace muchísimos años. Esta proclividad a mostrar los avances, el gatopardismo de cambiar para que todo siga igual, solo demuestra la agenda (o falta de ella) para construir ciudadanos críticos. Es iluso creer que aquellos que detentan el poder, (y contra lo que se piensa por costumbre no son los políticos en su mayoría) permitan que haya ciudadanos informados y críticos, pues esto acarrearía una trasformación en la manera que se ejerce el poder; un cambio en la estructura social que permitiría aumentar la base de aquellos con capacidad de tomar decisiones que tengan que ver con un bienestar de la mayoría. Y esto evitaría que las escuelas se conviertan en grandes fábricas de conformistas.
El poder se ejerce, no se comparte. Y el poder está basado en la oralidad. La edad de oro del régimen Priista era la edad donde se ejercían aquellos discursos elaborados, los jilgueros que cantaban loas a la revolución y a la figura omnipresente del tlatoani sexenal, depositario del bien y del mal del país. Y el tlatoani invitaba a los intelectuales a compartir un trozo de ese poder. La justificación histórica de los usos y abusos de la presidencia imperial radicaba en aquellos hombres de letras. La justifi cación necesaria de aquellos actos que pervive hasta nuestros días. Los políticos basan su poder en su capacidad de simulación, las medias verdades, las medias mentiras. Esta perversión de la idea de lo que debe ser un intelectual, alguien que por su bagaje cultural desconfía del poder, lo abomina, pero se siente tentado a explicár- selo: Le atraen los hombres de poder más por afán psico-sociológico, aunque en algunas ocasiones sucumben a la tentación de la inmortalidad transexenal.
El extraño paradigma de nosotros los mexicanos, campeones mundiales de velocidad en descalificación, que creemos que nuestra clase política debería ser culta, bonita, educada, y que en cada elección renovamos nuestro compromiso con la corrupción y el statu quo. El pesimista es un optimista bien informado: el verdadero intelectual hace del pesimismo una forma de vida. La esperanza muere al último.
En México la esperanza nació muerta, y su cadáver es contemplado con indiferencia por todos. Y esta indiferencia promocionada por las élites es la causa principal de nuestra parálisis. Los intelectuales en este país están contaminados por la vida política. Juegan a la grilla y a repartirse los presupuestos en vez de hacer lo que deben hacer, convertirse en la conciencia crítica de la sociedad. Me recuerdan a la fábula del perro gordo y el lobo fl aco. El intelectual debería de soltar la cadena y bajar de peso, convertirse en el lobo fl aco. Abominar del sistema que lo compra. Dejar de ser light. Convertirse de orgánico en inorgánico. En pocas palabras, hacer lo que hace todo intelectual, dejar la visión cortoplacista y buscar la gloria, aunque esta esté alejada del presupuesto. Las nuevas generaciones se lo agradecerán.
GUTENBERG INFARTADO / Ramiro Padilla Atondo /
GUTENBERG INFARTADO
Ramiro Padilla Atondo
Ese podría ser el título de un cuento al ver al viejo impresor de Maguncia llegar al presente y ver como su invento empieza a difuminarse. A pesar de nuestros deseos de que el libro no desaparezca ha llegado el tiempo de redactar su necrológica. Daniel Salinas lo escribió de manera magistral en su Réquiem por Gutenberg. Daniel mismo, un lector contumaz dice que leer es una forma de sustraerse de la realidad tal como lo hacen los chicos modernos con los video juegos. El problema es que Daniel es un caso atípico para nuestra realidad mexicana. Si Gutenberg se paseara por nuestros hogares se daría cuenta que encontrar su invención está difícil. Si a esto le sumamos los precios de los libros entonces estamos fritos. Comprar una novedad literaria cuesta casi un ojo de la cara. Hace poco me paseé por la lista de novedades de una conocida librería de Tijuana y al revisar los precios casi me da un infarto. Cualquier novedad rondaba los trescientos pesos. Entonces me doy cuenta que la labor de los lectores voluntarios es valiosísima, Quijotesca. Sus molinos de viento son el sistema y nuestra sicología. Los libros de moda o libros maruchan tienen una vida corta. En meses o quizá en un año estarán en la lista de saldos de alguna tienda departamental. De alguna manera las editoriales empiezan a parecerse a las revistas sensacionalistas. Pararse por un aeropuerto estos días es una invitación a darse un paseo por las decenas de libros que hablan del narcotráfico que es la moda. En Estados Unidos los libros de aeropuerto están definidos por su capacidad para entretener al viajero en vuelos cortos o largos. Las novelas de aventuras y las policiacas son las más consumidas sin dejar de lado las historias de terror de Stephen King, todo un maestro en escribir libros entretenidos. Aunque la tecnología esté haciendo su labor. Hoy hay dispositivos para leer con grandes capacidades de almacenamiento. Un simple aparato puede albergar hasta mil quinientos libros, toda una biblioteca, impensable hace algunos años. Esperemos que estos avances puedan ayudar a paliar los paupérrimos números en cuanto a lectura
Ideología o música, un extracto de interpretaciones alternativas, un libro que escribo. / Ramiro Padilla Atondo /
Ideología o música, un extracto de interpretaciones alternativas, un libro que escribo.
Ramiro Padilla Atondo
Ver al mundo
Todos vemos al mundo de manera diferente. Lo he escrito en otros espacios. Somos fruto del contexto en el que crecemos, la educación que recibimos, incluso la genética. No sé qué tan condicionante sea eso. Un hombre negro nacido en una favela de Brasil tiene una forma de pensamiento que contrasta con un hombre blanco nacido digamos en Huntington Beach, cerca de la playa y cuyas prioridades serían tocar en una banda de rock o dedicarse al surf.
Terminar un libro
Nunca sé exactamente cuando termino un libro. Puedo poner un punto final pero eso no significa que la historia haya terminado. Pienso en las alternativas, las posibilidades, pienso en los personajes principales y en noches de insomnio me pregunto si no me estarán mintiendo. Dejo respirar al libro. En muchas ocasiones me molesto porque me doy cuenta que si en realidad me dedicara de cuerpo entero a escribir las cosas me saldrían mejor. Pero escribir es una forma de escapar del mundo. Imagino de nuevo al tipo que ha crecido en una favela y que podría ser bien uno de los protagonistas de la película Ciudad de Dios. Pienso en el gringo de Huntington Beach y lo imagino siendo protagonista de un drama Hollywoodense.
Formas de Ideología
El mundo es narrado todo el tiempo. Ahora tenemos la certeza de quien lo narra. Hay conglomerados poderosos que quieren contar solo su parte de la historia y nosotros jugamos el papel de los personajes de la caverna de Platón, muchas veces de manera consciente. La ideología es el aire que respiramos. El aire de la ciudad de México, un aire contaminado que al final nos matará. No tenemos alternativa. La ideología es una religión sin Dios, una manera en la que los otros juegan a los dados con nosotros. El tipo de la favela piensa que la venta de drogas es la única alternativa que tiene. El chico de Huntington Beach solo ve las drogas desde su recreativismo. No sabe que metérselas es una forma de prolongar el crimen.
Un barquito llamado derecha
En Brasil están dispuestos a todo para meter a la cárcel a Lula. Su mayor crimen es haber ascendido desde la miseria a decirle a los demás que se puede comer tres veces al día. Incluso al chico de la favela. Se abaten los índices de pobreza pero eso no lo aprueba la derecha. Hay un discurso claramente diferenciado. El chico de Huntington Beach no tiene idea de que es un privilegiado. Tener carro casa y un futuro brillante es solo un accidente. El mundo se ha fracturado merced a la capacidad económica y los pobres deben quedarse de su lado de la historia. Mire usted, se lo explico de nuevo, un pobre debe tener siempre mentalidad de pobre. La derecha acumula más poder y dinero. Tengo un amigo de un poco más de treinta. Es músico. Padece una crisis existencial. Es de Huntington beach y sus padres prefirieron meterlo a un internado que educarlo. Estaban muy ocupados “triunfando”.
El ejemplo más acabado de educación en la propaganda
El presidente del país más poderoso del mundo no lee. Se educa en la televisión. Aun no es consciente de que el aparato idiota miente. Ve en la televisión a sus locutores favoritos decirle que hay molinos de viento que hay que combatir. Los ve mientras come hamburguesas. Coge el teléfono para anunciar nuevas medidas punitivas a través de su canal alternativo. Su antecesor era un mulato carismático y brillante, campeón en matar civiles con drones, iniciar siete guerras y sin embargo, galardonado con el premio nobel de la paz. Otro presidente del mismo país mandó matar millón y medio de Iraquíes. Su castigo, una biblioteca con su nombre.
Todo lo malo viene de México
Los mexicanos envenenan a los norteamericanos. Los envenenan de muchas maneras. Escribí un cuento que nunca terminé donde a la llegada de Trump los mexicanos deciden hacer una huelga de comida mexicana. Los gringos exasperados dan un golpe de estado para preservar los tacos. De fondo toca Ramón Ayala, me parece una hermosa construcción poética. Sobre todo la palabra hoy:
Seis rosas amarillas llegaron hoy
Para Rosamaría llegaron hoy.
Escuche la canción. Sobre todo el segundo hoy. Es imperceptiblemente más prolongado que el primero.
Hay una leyenda urbana que dice que el orangután del peluquín dorado odia a México porque su ex esposa lo traicionó con un mexicano. Esa sería la solución al conflicto. Mandar una delegación de latin lovers mexicanos. Y darle tratamiento especial a Ann Coulter, nuestra más grande detractora.
Cancioneros no ideológicos
He pensado que cualquier libro de ensayos, novela o libro de cuentos debería tener un soundtrack. Hasta el Baldor. Al Baldor yo le pondría a Kraftwerk para empezar. El libro de Baldor necesita a Krafwerk para ser entendido. Tienen una íntima relación. No existiría Krafwerk sin las matemáticas de Baldor. Nunca lo supieron pero están emparentados. Al igual que la música clásica que sin anunciarse aparece en Cien años de soledad. O quizá habríamos de hacer un soundtrack por autor. Que por sus gustos musicales los calificáramos o descalificáramos. Si el autor nunca escuchó heavy metal o punk debe ser descalificado de inmediato.
Música de las favelas
¿Qué música podría escuchar un delincuente? En México ya lo sabemos. En Estados Unidos Nixon fue un promotor incansable del hip hop. Es que no podía ser abiertamente racista. Mejor destruir a los afroamericanos. Esa expresión cultural y musical se hizo mainstream al igual que el blues, el jazz, el rock. No tenemos con qué pagarle a los negros lo que han hecho por el mundo. Sin los negros el mundo sería un paraje árido. Aun el country tan redneck es un homenaje a los negros del sur. Curioso que los “vencedores” toquen música de los vencidos. El hombre nacido en las favelas debe tener algún tipo de cultura musical, pero la lejanía me impide entenderla. Sé que el gringo debe tener música de surfos, por ejemplo japanese squeeze de Sashamon, o algo de Jack Johnson.
Epílogo a este minicapítulo
La música apacienta las fieras. Les dejo el soundtrack de este escrito.
La garota de ipanema Sergio Mendez
Japanese Squeeze Sashamon
Flake Jack Johnson
Death of auto tune Jay Z
Tres rosas amarillas Ramón Ayala
Kraftwerk Das model
Neme quitte pas Edith Piaf
Bright lights Gary Clark jr