Blog El descarnamiento del Arte

Adán Echeverría

Adán Echeverría

Adán Echeverría. Mérida, Yucatán, (1975). Investigador Posdoctoral en el Instituto de Investigaciones Oceanológicas de la UABC. Doctor en Ciencias Marinas. Columnista en el Periódico impreso El Vigía, y en portal cultural La Piraña (https://piranhamx.club/) Premio Estatal de Literatura Infantil Elvia Rodríguez Cirerol (2011), Nacional de Literatura y Artes Plásticas El Búho 2008 en poesía, Nacional de Poesía Tintanueva (2008), Nacional de Poesía Rosario Castellanos, (2007). Becario del FONCA, Jóvenes Creadores, en Novela (2005-2006). Ha publicado en poesía El ropero del suicida (2002), Delirios de hombre ave (2004), Xenankó (2005), La sonrisa del insecto (2008), Tremévolo (2009), La confusión creciente de la alcantarilla (2011), En espera de la noche (2015), Trapacería y fiesta (2017); los libros de cuentos Fuga de memorias (2006) y Compañeros todos (2015) y las novelas Arena (2009) y Seremos tumba (2011). En literatura infantil ha publicado Las sombras de Fabián (2014).

 

 

Nombre: Adán Echeverría

Doctor en Ciencias por el Centro de Investigaciones y Estudios Avanzados del IPN.

Posdoctorante en el Instituto de Investigaciones Oceanológicas de la UABC

Dirección: Calle Isla San Pedro No 1436, entre Isla Tortuga e Isla San Lorenzo, Fraccionamiento Villas del Roble, C.P. 22842, Ensenada, Baja California

Email: adanizante@yahoo.com.mx romeodianaluz@gmail.com

Tel Cel 646 270 4993

 

 

 

La sensación del otro hasta el desdoblamiento en algunos cuentistas

Adán Echeverría

 

 

…y siempre recuerda que tú

eres el otro para los demás

Para Jorge Luis Borges (1899-1986), Juan Carlos Onetti(1909-1994), Julio Cortázar (1914-1984) y Julio Ramón Ribeyro (19291994), la idea de construir en sus cuentos a“el otro” hasta alcanzar el desdoblamiento (considerado como la formación de dos o más cosas a partir de una sola, y dentro del arte literario como una forma en que el personaje desarrolla una interiorización lectora hablándose a sí mismo,e intentar una angustiosa ficción para una comunicación profunda con su propia conciencia), ha sido un tema que abordaron una y otra vez para liberar pliegues temporales:

—Si usted ha sido yo, ¿cómo explicar que haya olvidado su encuentro con un señor de edad que en 1918 le dijo que él también era Borges?

(El otro, de Jorge Luis Borges)

soñados:

Se detuvo frente a ella y se arqueó para acercarle el rostro.

— No necesitaba saber inglés, porque las balas hablan una lengua universal. En Transvaal, África del Sur, me dedicaba a cazar negros.

(El posible Baldi, de Juan Carlos Onetti)

 

fantasiosos o posibles:

No sé si sería un proverbio o un aforismo, pero de todos modos era una fórmula cerrada que no he podido olvidar: "Todos tenemos un doble que vive en las antípodas. Pero encontrarlo es muy difícil porque los dobles tienden siempre a efectuar el movimiento contrario".

Si la frase me interesó fue porque siempre había vivido atormentado por la idea del doble. Al respecto, había tenido solamente una experiencia y fue cuando al subir a un ómnibus tuve la desgracia de sentarme frente a un individuo extremadamente parecido a mí.

(Doblaje, de Julio Ramón Ribeyro)

 

fantasmales incluso:

Al otro, a Borges, es a quien le ocurren las cosas. Yo camino por Buenos Aires y me demoro, acaso ya mecánicamente, para mirar el arco de un zaguán y la puerta cancel; de Borges tengo noticias por el correo y veo su nombre en una terna de profesores o en undiccionario biográfico.”

(Borges y yo, Jorge Luis Borges)

 

y hasta teorizar con el concepto de la inmortalidad:

“Contó que en un autobús de la línea 95 había visto a un chico de unos trece años, y que al rato de mirarlo descubrió que el chico se parecía mucho a él, por lo menos se parecía al recuerdo que guardaba de sí mismo a esa edad. Poco a poco fue admitiendo que se le parecía en todo, la cara y las manos, el mechón cayéndole en la frente, los ojos muy separados, y más aún en la timidez, la forma en que se refugiaba en una revista de historietas, el gesto de echarse el pelo hacia atrás, la torpeza irremediable de los movimientos. Se le parecía de tal manera que casi le dio risa, pero cuando el chico bajó en la rue de Rennes, él bajó también y dejó plantado a un amigo que lo esperaba en Montparnasse. Buscó un pretexto para hablar con el chico, le preguntó por una calle y oyó ya sin sorpresa una voz que era su voz de la infancia.”

(Una flora amarilla, Julio Cortázar)

 

No son los únicos autores en los que podemos percibir a ese personaje que se desdobla en dos, que pueden habitar tiempos diferentes, lugares diferentes, que les invita a perseguirse, aunque nunca puedan encontrarse, o que logran sorprenderse ante la maravilla de estar mirándose a sí mismos desfasados en el tiempo. Vemos desdoblamientos en “El extraño caso del Dr Jelkill y Mr Hyde” de Robert Louis Stevenson (1850-1894), por ejemplo.

En los cuentistas americanos que ahora discutimos, cada uno realiza el desdoblamiento a su propio estilo e incluso marca con ello la inteligencia con la que su búsqueda lectora los hace volcarse como autores para tratar de descubrirse.

¿Qué somos los autores sino la repetición de la conciencia humana, el puente por el que el lenguaje de las sociedades quiere volcarse hacia la hoja blanca, soporte al fin, para sostener el paso del tiempo, aquella inmortalidad en el que todo autor cifra sus esperanzas de comunicación perpetua?

De los cuatro autores acá presentados, de los que lesinvito a leer las obras comentadas, podemos observar que el uruguayo Onetti es quien atiende a dicho desdoblamiento con más realismo, pues su personaje Baldi intenta presentarse, ante una desconocida mujer que lo ha abordadoen la calle, como un hombre diferente al que realmente es; impulsado por la dama que le insufla piropo tras piropo, Baldi, cansado, mordaz y fastidiado de la mujer decide vestirse de otra personalidad, pero termina anhelando esa fantasía que ha descrito, al grado de dolerse por no serlo. Veamos dos fragmentos:

Comprendió, por las r suaves y las s silbantes, que la mujer era extranjera. Alemana, tal vez. Sin saber por qué, esto le pareció fastidioso y quiso cortar.

— Me alegro mucho, señorita, de haber podido...

— Sí, no importa que se ría. Yo, desde que lo vi esperando para cruzar la calle, comprendí que ustedno era un hombre como todos. Hay algo raro en usted, tanta fuerza, algo quemante... Y esa barba, quelo hace tan orgulloso...

Histérica y literata, suspiró Baldi.

 

Comparaba al mentido Baldi con él mismo, con este hombre tranquilo e inofensivo que contabahistorias a las Bovary de plaza Congreso. Con el Baldi que tenía una novia, un estudio de abogado, lasonrisa respetuosa del portero, el rollo de billetes de Antonio Vergara contra Samuel Freider, cobros de pesos. Una lenta vida idiota, como todo el mundo.

 

¿No somos, acaso, al menos en ocasiones, eso mismo, nosotros los escritores de mundos y fantasías? ¿Acaso no comenzamos a fantasear que somos o nos convertimos en aquellos personajes que describimos en alguna de nuestras propias creaciones? ¿Esto lo inventé o de verdad lo he vivido? ¡Ya no puedo saberlo! Ya nos lo dejaba claro Miguel de Unamuno en su novela Niebla:

Mas antes de llevar a cabo su propósito, como el náufrago que se agarra a una débil tabla, ocurrióseleconsultarlo conmigo, con el autor de todo este relato.

 

Donde el personaje Augusto decide confrontar a su creador Miguel de Unamuno. ¿Son reales nuestros personajes, somos personajes de algo más grande que nos escribe escribiendo y creando historias?

Podemos notarlo con un Jorge Luis Borges que a la edad de 70 años tiene un encuentro con el joven Borges que alguna vez había sido:

Aventuró una tímida pregunta:

—¿Cómo anda su memoria?

Comprendí que para un muchacho que no había cumplido veinte años, un hombre de más de setenta era casi un muerto. Le contesté:

—Suele parecerse al olvido, pero todavía encuentra lo que le encargan. Estudio anglosajón y no soy el último de la clase.

Nuestra conversación ya había durado demasiado para ser la de un sueño.

 

Borges llega a su cuento “El otro”, que forma parte del Libro de Arena publicado en 1975, después de haber ensayado la idea con “Borges y yo” que forma parte de su colección “El Hacedor” de 1960, recreándose a sí mismo en una idea que no deja de intrigarle: desdoblarse. Sin embargo, no serán esas las únicas dos veces que lo ensayara. Ya dentro de su trabajo Ficciones (1944), el escritor argentino nos ha compartido:Pierre Menard, autor del Quijote” que fuera publicado con antelación, en mayo de 1939 en la revista Surpara luego incluirlo en su cuentario. Con este cuento, Borges representa ese mismo desdoblamiento, pero no en él mismo, sino en el personaje Pierre Menard:

Quienes han insinuado que Menard dedicó su vida a escribir un Quijote contemporáneo, calumnian su clara memoria.

No quería componer otro Quijote —lo cual es fácil— sino el Quijote. Inútil agregar que no encaró nunca una transcripción mecánica del original; no se proponía copiarlo. Su admirable ambición era producir unas páginas que coincidieran —palabra por palabra y línea por línea— con las de Miguel de Cervantes.

 

Con esta fábula, el autor nos provoca la erudición, la constante recreación de la inteligencia, así como el arduo trabajo que corresponde a quien quiere considerarse un escritor. Menard como Miguel de Cervantes, presente, redivivo, como el escritor único, que acaba siendo otro y el mismo, y que forma parte de la Gran Literatura que entre todos vamos creando.

Pero baste con ir a 1929 para ver el inicio de esta ideasembrada quizá como fijación, cuando Borges escribe y publica su comentario crítico: “El otro Whitman”, en el que traduce tres de sus poemas, y sopesa el pobre valor que Europa le ha querido conceder —en aquel inicio del siglo XX— al poeta fundador de la literatura norteamericana Walt Whitman (1819-1892). Me atrevo a leer en la traducción de uno de aquellos poemas, lo que puede ser el inicio de aquella idea recurrente del maestro argentino sobre el desdoblamiento del escritor, la inmortalidad a la que accede con su obra, la inmortalidad de su nombre, e incluso la creación de todos los mitos y leyendas sobre los que pudieran llegar a convertir, los otros, su vida. Whitmanreflexiona sobre lo anterior en el poema que Borges traduce:

WHEN I READ THE BOOK

Cuando leí el libro, la biografía famosa,

y esto es entonces (dije yo) lo que el escritor llama la vida de un hombre,

¿y así piensa escribir alguno de mí cuando yo esté muerto?

(como si alguien pudiera saber algo sobre mi vida;

yo mismo suelo pensar que sé poco o nada sobre mi vida real.

Sólo unas cuantas señas, unas cuantas borrosas claves e indicaciones

intento, para mi propia información, resolver aquí.)

 

Quedémonos con estos versos: “¿Y así piensa escribir alguno de mí cuando yo esté muerto? / (como si alguien pudiera saber algo sobre mi vida;” Y volvamos a “Borges y yo”, donde el maestro argentino sentencia:

Hace años yo traté de librarme de él y pasé de las mitologías del arrabal a los juegos con el tiempo y con lo infinito, pero esos juegos son de Borges ahoray tendré que idear otras cosas. Así mi vida es una fuga y todo lo pierdo y todo es del olvido, o del otro.

No sé cuál de los dos escribe esta página.

 

¿Pueden notarlo? Es evidente que los versos de Whitmanse instalaron para siempre en la idea creativa de Borges, en sus intentos de construir, más que construir, ficcionar el relato de su vida, ya no solamente con su obra, sino hacer del Borges real, el Borges imaginario, el Borges personaje, el Borges incluso mitológico. Tal como lo hace Baldi, el personaje que nos presenta Onetti, que como cualquier escritor hace una leyenda de su patética vida de oficinista, genera su propio ente fantástico, heroico, alguien que incluso pueda ser temido, y desde esa sensación intenta volverse presente y perenne para traspasar el tiempo. O como aquel personaje de Cortázar en la obra que nos ocupa al señalar al inicio de su cuento: “Parece una broma, pero somos inmortales; hasta llegar a la conclusión siguiente:

“Toda la tarde, hasta entrada la noche, subí y bajé de los autobuses pensando en la flor y en Luc, buscando entre los pasajeros a alguien que se pareciera a Luc, a alguien que se pareciera a mí o a Luc, a alguien que pudiera ser yo otra vez, a alguien a quien mirar sabiendo que era yo, y luego dejarlo irse sin decirle nada, casi protegiéndolo para que siguiera por su pobre vida estúpida, su imbécil vida fracasada hacia otra imbécil vida fracasada hacia otra imbécil vida fracasada hacia otra...”

 

Y también podemos notarlo en “Doblaje”, el cuento en que Ribeyro parece estar recreando algún otro instante de ese personaje que ha leído a Whitman junto con Borges:

A veces, pensaba que, en otro país, en otrocontinente, en las antípodas, en suma, había un ser exactamente igual a mí, que cumplía mis actos, tenía mis defectos, mis pasiones, mis sueños, mis manías, y esta idea me entretenía al mismo tiempo que meirritaba.

Con el tiempo la idea del doble se me hizo obsesiva.

 

Hay algunos detalles poéticos en las obras que nos pueden servir de punto de unión para el tema del desdoblamiento. Borges siempre utiliza sus referencias lectoras dentro de sus textos creativos, y de esta manera da luz para las interpretaciones que podemos atrever los lectores. Dentro de “El otro”, Borges señala: “Antes, él había repetido con fervor, ahora lo recuerdo, aquella breve pieza en que Walt Whitman rememora una compartida noche ante el mar, en que fue realmente feliz.” Y posteriormente nos brinda una posibilidad poética para poder reconocer el sueño o la realidad: “De pronto recordé una fantasía de Coleridge. Alguien sueña que cruza el paraíso y le dan como prueba una flor. Al despertarse, ahí está la flor.

No debe ser gratuita esta idea para el cuento de Cortázar, que desde el inicio ha titulado su obra:Una flor amarilla”; yes que durante el cuento el personaje debraya:

Usted sabe, cualquiera los siente, eso que llaman la belleza. Justamente eso, la flor era bella, era una lindísima flor. Y yo estaba condenado, yo me iba a morir un día para siempre. La flor era hermosa, siempre habría flores para los hombres futuros. De golpe comprendí la nada, eso que había creído la paz, el término de la cadena. Yo me iba a morir y Luc ya estaba muerto, no habría nunca más una flor para alguien como nosotros, no habría nada, no habría absolutamente nada, y la nada era eso, que no hubiera nunca más una flor”

 

Ribeyro para su desdoblamiento, recurre al mismo artificio que sirviera para identificar entre realidad y sueño, pero abandona la flor, quedándose con el color; veamos tres momentos:

No puedo evitar un poderoso movimiento de romanticismo al evocar esta pequeña villa. Su tranquilidad, el gusto con que estaba decorada, me cautivaron desde el primer momento. Me sentía como en mi propio hogar. Las paredes estaban decoradas con una maravillosa colección de mariposas amarillas, por las que yo cobré una repentina afición.

¿Un doble? ¡Qué insensatez! ¿Qué hacía yo allí, perdido, angustiado, pensando en una mujer excéntrica a la que quizá no amaba, dilapidando mi tiempo, coleccionando mariposas amarillas?

Al mirar mis pinceles sentí un estremecimiento: estaban frescos de pintura. Precipitándome hacia el caballete, desgarré la funda: la madona que dejara en bosquejo estaba terminada con la destreza de un maestro y su rostro, cosa extraña, su rostro era de Winnie.

Abatido caí en mi sillón. Alrededor de la lámpara revoloteaba una mariposa amarilla.

 

¡Caemos en cuenta de que nada es gratuito en la literatura!

La influencia queda ahí, en los lectores que suelen convertirse en escritores y siguen comunicándose. Los dos textos de Borges son sobre el ser humano que es él y el artista que se ha dado a conocer; el artista que al mismo tiempo es un ser inmortal, como lo plantea Cortázar en su historia, sin embargo, en estas tres obras son los narradores personajes solitarios; y no es Ribeyro quien mete a la ecuación literaria del desdoblamiento a la mujer, tanto como a las pasiones y a la violencia, sino que lo hace para unificar el concepto planteado por Borges, y unirlo al entusiasmo de las pasiones que planteara Onetti en “El posible Baldi” (escrito en 1936).

Ya vimos que Baldi comienza el engrandecimiento de su vida, la creación de ese otro Yo, para darle gusto a la desconocida mujer a quien le ha ahuyentando a un acosador callejero. Ribeyro, en cambio, la hace parte de su vida desdoblada. Son los dos (o más bien, el mismo personaje delas antípodas), quienes han pertenecido a Winnie:

Inútil describir a Winnie; sólo diré que su carácter era un poco excéntrico. A veces me trataba con enorme familiaridad; otras, en cambio, se desconcertaba ante algunos de mis gestos o de mispalabras, cosa que lejos de enojarme me encantaba.

 

“…me di cuenta de que lo que me incomodaba era la familiaridad con que Winnie se desplazaba por lacasa. En varias ocasiones se había dirigido sin vacilar hacia el conmutador de la luz. ¿Serían celos? Al principio fue una especie de cólera sombría.

 

De un golpe derribé la lámpara, con riesgo de provocar un incendio, y precipitándome sobre Winnie, traté de arrancarle a viva fuerza una imaginaria confesión. Torciéndole las muñecas, le pregunté con quién y cuándo había estado en otra ocasión en esa casa.

 

Winnie ha tenido que soportar a los dos personajes que son el mismo personaje habitando dos cuerpos diferentes y viviendo alejados uno del otro al grado de jamás poder alcanzarse: “Todos tenemos un doble que vive en las antípodas. Pero encontrarlo es muy difícil porque los dobles tienden siempre a efectuar el movimiento contrario.

Mientras que la mujer del cuento de Onetti tiene que soportar el enojo de Baldi consigo mismo:

Tiró el cigarrillo y se levantó. Sacó el dinero y puso un billete sobre las rodillas de la mujer.

Tomá. ¿Querés más?

Agregó un billete más grande, sintiendo que la odiaba, que hubiera dado cualquier cosa por no haberla encontrado.

 

De la misma forma que hemos visto el artificio de la flor, del color amarillo en la flor y en las mariposas, e incluso respecto al enojo contra una mujer, o en la relación entre un hombre viejo y un hombre joven, también podemos apreciar alguna similitud en las acciones que se narran.

El personaje de Cortázar encuentra un chico en un camión y considera que se trata de él mismo cuando joven, se baja del autobús y lo alcanza para comprobar su idea y asombrarse; mientras que el personaje de Ribeyro señala:

En una ocasión, estuve siguiendo durante una hora, presa de una angustia feroz, a un sujeto de mi estatura y mi manera de caminar. Lo que me desesperaba era la obstinación con que se negaba a volver el semblante. Al fin, no pude más y le pasé la voz. Al volverse, me enseñó una fisonomía pálida, inofensiva, salpicada de pecas que, ¿por qué no decirlo?, me devolvió la tranquilidad.

 

¿No les parece una idea demasiado semejante? Y claro que lo es. Los cuentos que hemos revisado se rozan unos con otros bajo el influjo de los desdoblamientos, de la inmortalidad, con guiños literarios que se hacen una y otra vez, fruto de las lecturas, de la posible admiración que entre los mismos autores se tenían, o quizá entusiasmados e inspirados acerca de los mismos sentimientos, sensaciones, búsquedas creativas, preocupaciones humanas.

¡He ahí lo maravilloso de la lectura! Nos permite encontrar las referencias a otras muchas lecturas, sin jamás perder la novedad que distingue el estilo de uno y de otro autor, lo cual nos hace reconstruir el diálogo de las sociedades humanas imaginadas a través del tiempo. Y quedarnos con esa indescriptible sensación de haberlo leído antes, de haberlo vivido incluso en algún otro momento. ¿Acaso no has tenido la sensación de que alguien escribe tu vida?

 

 

Palabras en la poesía mexicana

Adán Echeverría

Con una selección de poemas realizada por Margarito Cuéllar (San Luis Potosí, 1956), Luis Jorge Boone (Coahuila, 1977), Mijail Lamas (Sinaloa, 1979) y el chileno Mario Meléndez (Linares, Chile, 1971), la Universidad Autónoma de México sacó, hace ya diez años, en el año 2011, la antología llamada: “Vientos del siglo. Poetas mexicanos. 1950-1982” que, en 548 páginas, registra parte del trabajo de 55 poetas, comenzando con la figura de Efraín Bartolomé (Chiapas, 1950) para cerrar con algunos textos de Alí Calderón (Ciudad de México, 1982).

En esta selección se puede reconocer el registro de 22 autores de la década de 1950: Efraín Bartolomé, José Luis Rivas, Coral Bracho, Eduardo Langagne, Víctor Manuel Cárdenas, Héctor Carreto, Mario Santiago Papasquiaro, Ricardo Castillo, Vicente Quirarte, Víctor Manuel Mendiola, Fabio Morábito, Jorge Valdés Díaz-Vélez, Javier Sicilia, Luis Miguel Aguilar, Silvia Tomasa Rivera, Jorge Esquinca, Minerva Margarita Villarreal, José Ángel Leyva, Juan Domingo Argüelles, Baudelio Camarillo, José Javier Villarreal, Tedi López Mills. Solamente se consideró a cuatro mujeres.

De la década de 1960 se incluyen 14 poetas: Sergio Cordero, Dana Gelinas, María Baranda, Roxana Elvridge-Thomas, Jesús Ramón Ibarra, Jorge Fernández Granados, José Eugenio Sánchez, Samuel Noyola, José Homero, Ernesto Lumbreras, Felipe Vázquez, León Plascencia Ñol, Mario Bojórquez, Julio Trujillo. Sólo tres son mujeres.

De la década de 1970 se incluyeron 17 poetas: Claudia Posadas, Ofelia Pérez Sepúlveda, Julián Herbert, Luis Vicente De Aguinaga, María Rivera, Jorge Ortega, Álvaro Solís, Balam Rodrigo, Carlos Adolfo Gutiérrez Vidal, María Cruz, Rogelio Guedea, Eduardo Padilla, Eduardo Saravia, Jair Cortés, Francisco Alcaraz, Hernán Bravo Varela, Óscar de Pablo. Otras 4 mujeres.

Y de la década de 1980 apenas se incluyen dos voces: Iván Cruz Osorio (1980) y Alí Calderón (1982). Ninguna mujer. De esta forma, de un total de 55 poetas incluidos, apenas se consideró las voces de 11 autoras de poemas, esto significa el 20% del total.

En este trabajo quisiera solamente reconocer algunos de los conceptos, ideas, y momentos de la poesía creada desde México en estos 55 autores. Para ello decidí revisar ¿cuáles son las palabras que más se repiten en el trabajo poético de estos autores? Para con ello elucubrar algunas posibles lecturas respecto de las preocupaciones y temas de los autores antologados.

Presento lo que he logrado notar. Revise usted y haga sus propias conjeturas.

Es interesante que en cuanto a los colores algunos teóricos puedan relacionar emociones, tanto como atributos de la psicología, ya que “el color es capaz de estimular o deprimir, puede crear alegría o tristeza”. En la antología que hemos revisado, los motivos del color generan además conceptos y sus relaciones con la luz y la oscuridad. En el trabajo que ha sido seleccionado para formar parte de esta obra, los autores registran lo siguiente: la palabra “negro” es la que más veces se utiliza (34 veces), rojo y verde (24 veces), blanco (22), azul (19), amarillo (17), naranja y gris (6) y violeta (2). El color índigo no ha sido utilizado.

En cuanto a la presencia o ausencia de luz se observa lo siguiente: la palabra “noche” ha sido utilizada 146 veces; mientras que “luz” se utiliza en 134 ocasiones. Siguen: sombra (70 veces), oscuro (54), tarde (33), claridad (29), amanecer (16), brillo y alba (13), luminoso (8), madrugada (5), aurora y silueta (4), crepúsculo (2).

Si consideramos dentro del discurso la presencia de la “persona” que es nombra en el poema, observamos lo siguiente: yo (139 veces mencionado), tú (57), ella (48), él (41), nosotros (21), ellos (18), usted (6), ellas (5). ¿Acaso seguimos en la presencia del “yoísmo” que ya algunos críticos han señalado dentro de la poesía?

Otro grupo de palabras interesantes de conocer en este corpus poético es el que se refiere a la “familia”. Observé lo siguiente: hombre (68), mujer (54), padre (50), hijo (45), niño (34), madre (27), joven (27), abuelo/a/os (21), familia (14), hija (14), hermano y niña (10), papá (5), cuna (4), prima (2) mamá (2), tío (1), tía (1). Sólo entre “hombre” y “padre” se obtienen 118 registros; mientras que “mujer”, “madre” y “mamá” apenas llega a los 83 registros.

Otras palabras y conceptos que pudimos reconocer son:

- ojos (135), mano (95), corazón (54), sangre (52), piel (51), lengua (36), labios (29), pechos (24), dedo (23), cabeza (18), pie (17), brazo (15), espalda (14), cuello (13), hombros y vientre (11), diente (10), garganta (10), muslos (9), senos (8), entrañas (7), nalgas, pelo y venas (6), culo, pulmones, oreja, útero y estómago (4), colmillo, rodilla y tobillos (3), nariz, cejas y uña (2), vaginal, semen, verga, pezones y nuca (1),

- mar (134), cielo (86), ciudad (77), río (51), polvo (30), calle (27), barco o barca (23), campo (19), desierto (18), paisaje (17), bosque (14), pueblo (13), playa (11), puerto (9), montaña (8), tumba (7), océano (6), selva, edificio y templo (5), dársena y pavimento (4), manglar y urbe (2), barranca, pinar, laguna e iglesia (1).

- muerte (106), vida (76), matar (29), miedo (27), vivir (24), bien (23), mal (19), guerra (10), sexo (9), lágrima (8), horror (7), violencia (5), suicidio (4), erotismo (3), terror (2).

- amor (93), tiempo (84), sueño (74), alma (37), reloj (21), soledad (18), amigo (15), odio (9), esperanza y pasión (8), enemigo, pesadumbre, desgracia y patria (4), pesadilla (2).

- palabra y silencio (87), poema (70), voz (68), libro (62), grito (19), poesía (16),

- sol (72), luna (29), estrella (18), astro (5), cometa (2), eclipse (1).

- aire (68), lluvia (29), nube (17), niebla, nieve y frío (14), calor (9), caliente y tormenta (6), nevar (5), espejismo, neblina y tempestad (4), llover (2), ciclones y huracán (1).

- casa (63), ventana (36), espejo (35), cristal (25), pared (16), transparencia o transparente (14), pasillo y laberinto (8), castillo (6), cementerio (4), cocina (1)

- siempre (63), nunca (54), de nuevo y bajo la (19), tal vez (17), detrás de (14), sin embargo (12), al fin (9), a través y frente al (6), al final (5).

- enfermo (25), alas (24), cruz (23), belleza (21), ángel (16), paraíso (11), diablo (10), demonio y bestia (7), brujas (6), drama (3),

- vino (23), cerveza (9), alcohol (5), ron (2), mariguana (1),

- verano (18), invierno (15), otoño (12), primavera (10).

Respecto de la fauna: entre los mamíferos encontramos: perro (27), caballo (13), jaguar y vaca (6), zorras (4), venado y toro (3), lobo, oso y conejo (2), armadillo y galgo (1). Entre las aves podemos encontrar estas menciones: pájaro (47) ave (21), paloma (10), cisne y garza (8), gaviota (4), cuervo (3), colibrí (2), pollo, lechuza y, águila (1). Entre reptiles, anfibios: serpiente (9), lagarto (7), iguana (6), camaleón (3), nauyaca, rana y salamandra (1). Peces (6), tiburón (2).

Entre los invertebrados podemos reconocer: grillo (9), gusano (7), insectos (5), mariposa (4), escarabajo (2), chinche (1), así como arañas (5), alacranes (1)

En cuanto a flora: árbol (47), flor (31), hoja (27), fruto (18), hierba (11), palmera y espinas (5), tallo y pinos (3), cactos, orquídea, polen y yerba (1).

Luego de aislar las palabras, podemos ver que las utilizadas más de 100 veces fueron: noche (146), yo (139), luz (134), ojos (135), mar (134) y muerte (106 veces). Si decidimos reconocer las palabras repetidas más de 60 veces, entonces podemos encontrar: mano (95), amor (93), palabra y silencio (87), cielo (86), tiempo (84), ciudad (77), vida (76), sueño (74), sol (72), poema y sombra (70), aire, hombre y voz (68), casa y siempre (63) y libro (62).

Así podemos reconocer que, en 548 páginas, dentro del trabajo reunido de 55 poetas, de los cuáles apenas 11 son mujeres, las palabras que más han sido utilizadas son un puñado de 24 palabras: “noche – yo – luz – ojos – mar – muerte – mano – amor – palabra – silencio – cielo – tiempo – ciudad – vida – sueño – sol – poema – sombra – aire – hombre – voz – casa – siempre – libro”

Este conjunto de palabras no deja de ser interesante en el significado que cada una de ellas puede representar para nosotros y los futuros lectores que se enfrenten a estos poemas, a estas voces. Pocas veces reparamos en las palabras por sí mismas, en ocasiones solamente nos quedamos con las imágenes y el ritmo que nos muestra el poema, o con aquello que pudimos entender de lo leído; sin embargo, reconocer la presencia de estas 24 palabras como las que más se repiten a lo largo de la antología algo tendría que decirnos.

El hecho de que sean las palabras más utilizadas en el trabajo poético acá reunido no necesariamente hace a estos autores parte de una misma búsqueda poética; pero sí pudiera representar la búsqueda lectora de quienes decidieron reunirlos en esta obra, es decir, los compiladores. Y habría que resaltar que los 3 poetas mexicanos encargados de llevar a cabo este proyecto de selección son autores nacidos, y radicados el mayor tiempo, en el norte de México.

En 2009, el otro compilador, el chileno Mario Meléndez publicó en la revista “Casa del tiempo”, una selección de 22 poetas. Si comparamos aquella selección con la de ahora podemos ver que se repiten los siguientes autores: nacidos en la década de 1960: Jorge Fernández Granados y Mario Bojórquez; de los nacidos en los 70’s: Claudia Posadas, Álvaro Solís, Jair Cortés y Óscar de Pablo. Y de los nacidos en la década de 1980: solamente Iván Cruz y Alí Calderón.

El poema de Alí Calderón que se lee en la selección de Meléndez para la revista, también fue incluido en la antología que nos ocupa. Lo mismo ocurre con uno de los poemas de Jair Cortés, “Enfermedad de talking”; o “Plaza Luis Cabrera”, poema de Óscar de Pablo, se observan en ambos trabajos. Eso nos revelaría que estaríamos ante el aporte que Mario Meléndez ha hecho a la compilación que estamos revisando.

De esta manera, de nuevo nos queda la idea de que el grupo de 24 palabras que más se repite en este trabajo pudiera unir la idea poética de los antologadores y no de los poetas. Podemos notar ciertas ideas que se repiten en sus intenciones de antologar que van de la mano con los significantes de las palabras que hemos visto en abundancia al revisar “Vientos del siglo”; se trata de sus búsquedas lectoras.

Querido lector, dese la oportunidad de revisarla.

 

Literatura consultada:

Campos, Marco Antonio (Editor). 2011. “Vientos del siglo. Poetas mexicanos 1950-1982”, editado por el Programa Editorial de la Coordinación de Humanidades de la UNAM. 548 pp.

Meléndez, Mario. 2009. Selección de “22 poetas mexicanos”. Casa del tiempo. No. 24. Octubre. páginas: 50-60. Revista de la Universidad Autónoma Metropolitana (UAM). México.

 

 

Fémina del amor y el desamor

Adán Echeverría

 

 

¿Recuerdas que querías ser un poeta telúrico?

(…)

Tus cuadernos registran el asombro

de los rostros dormidos en hoteles de paso.

Jaime García Terrés

 

 

“Todos los libros nos dejan algo”, o como bien señala Dylan Thomas en su Manifiesto Poético: “Yo sólo leo poesía por placer. Leo sólo los poemas que me gustan. Esto significa, naturalmente, que tengo que leer una cantidad de poemas que no me gustan antes de encontrar los que me gustan, pero cuando los encuentro lo único que puedo decir es: “Los encontré” y leerlos por placer”. Eso me ocurre con cada libro de poemas que consulto, que leo, que estudio, que cae ante mis ojos. Y eso me ha permitido darme cuenta de varios fenómenos en la edición de la poesía en México; fenómenos que puedo enlistar: 1. La gran mayoría de las antologías de poemas se realiza sin método. 2. En el libro de poemas de un autor, o en la compilación de poemas de autores varios, se pueden notar los altibajos poéticos. Los compiladores no suelen mantener el mismo nivel poético entre los autores que compilan. Y los mismos autores por alcanzar el número de páginas que piden las convocatorias, suelen rellenar con poemas que no tienen el mismo nivel (dejemos aparte el tema) del número de poemas que en verdad el autor ha querido compartir con el público lector. 3. Los reseñistas, comentadores, críticos de poesía cotidianamente escriben por dos motivos: afectos o fobias, y pocas veces muestran los asombros literarios que inviten a los lectores al disfrute del acto poético, a la reflexión poética del lenguaje. Prefieren la fanfarronería, o el acusar a los lectores de no tener la capacidad para entender su obra. 4. Esos reseñistas amigos llaman poesía experimental a los jueguitos del lenguaje, y etiquetan de neobarroco, o de poemas del sinsentido, a lo que muchas veces apenas llegan a ser divertimentos tremendistas socarrones. Y son capaces de elaborar parloteos rebuscados de teoría literaria para textos que no se sostienen por sí mismos.

Estos cuatro fenómenos arriba apuntados son algo que se puede ir descubriendo cuando se lee poesía, cuando se revisan los poemas, y cuando —por desgracia— uno observa los continuos escándalos y acusaciones que entre unos y otros poetas siempre ocurren por los perlados presupuestos gubernamentales de apoyos (becas para jóvenes creadores, becas del sistema nacional de creadores, pecdas estatales, antologías fraternales), o cuando la sangre de poetas corre en tinta en los diferentes medios de comunicación acusando fraudes, trampas (como las de algunos integrantes de Círculo de Poesía o como recientemente le ocurre al grupo de amigos-poetas que tiene su sede en Guadalajara). ¡Valdría la pena documentar en alguna Tesis de Licenciatura el fenómeno de los fraudes literarios que han ocurrido en México en los últimos 30 años! Y tratar de entender el ¿por qué ocurre?, ¿cuáles son las motivaciones? Y, sobre todo: ¿qué le deja estas disputas a la tradición de la poesía que se escribe en México? Mientras eso ocurre hay que apuntar: 1. El gusto de tres jurados no hace poeta a nadie. 2. El tiempo pondrá en su lugar a los poemas. 3. Lo que importa siempre serán los poemas y no los poetas.

Dylan Thomas nos hace abrir los ojos a los que nos gusta leer poesía. Tenemos que leer una enorme cantidad de poemas para encontrar aquellos que nos gustan, y quedarnos con ellos para paladearlos, compartirlos, grabarlos, declamarlos, recitarlos a los nuestros, conmovernos, estudiarlos. Eso me ha ocurrido por ejemplo con el enorme poema “Corte de pelo” de Avelino Gómez Guzmán, de su poemario “El mal hábito” que ahora les presento:

 

“CORTE DE PELO”

Puede ser, Padre, que esa bicicleta verde no existió

sino que yo, todos los días, la soñaba.

 

Las tardes que subía a tu lado,

llevando mis ocho años en el esqueleto verde

de tu verde bicicleta. Y el camino

rumbo a la peluquería era la distancia

de dos meses y una melena de niño asoleado.

 

Los piojos mordiendo la raíz

del cabello y la mujer del estudio fotográfico,

ciega, que confundía mi tristeza con la enfermedad.

 

Y tantas fotografías rechazadas por mi cabello largo.

Y tantos recorridos verdes en la verde bicicleta,

rumbo al peluquero.

 

Ahora tengo tu estatura, Padre.

Y pienso que esa bicicleta no existió, sino que yo,

todos los días, la construía para que me llevaras

a cortar el pelo. Y a tomarme el retrato de niño

asoleado que secretamente guardo en tus ojos.

 

¡Brutal en la emoción que presenta! Siempre que leo este poema me conmuevo. Y esa es la maravilla de haberlo descubierto.

Ahora, lo mismo me ha ocurrido con un poema de Valeria List (Puebla, 1990). Descubrí el poema en una antología compilada por Zel Cabrera, que lleva por título “Novísimas. Reunión de poetas mexicanas (1989 - 1999)”; en un trabajo anterior ya señalé que la antología carece de metodología, y en ella sobresalen las carencias de estructura de su “prólogo” de dos páginas, y contiene tremendos desniveles poéticos entre las autoras compiladas, o que se dejó fuera a autoras de la mitad del país.

Aún con lo anterior, la antología debe ser leída. Pues dentro de sus páginas puede ofrecernos textos tan hermosos como “Glenn Colquhoun” de Valeria List que acá reproduzco:

 

“GLENN COLQUHOUN”

Hoy en la tarde fui a escuchar poemas.

No quería ir porque en verdad

no me gustan las lecturas de poesía.

Al llegar, los organizadores hablaban de sus méritos organizativos.

Y yo me decía, te lo dije, y pensaba en irme

pero vi hacia abajo

donde estaban sentados los poetas

y pensé en mi cuerpo respirando

y esperé.

Los poetas eventualmente empezaron a leer.

Una poeta nigeriana se balanceaba de un lado a otro con los ojos cerrados

mientras la traductora leía sus poemas en español.

Me daban ganas de llorar al verla.

Esto no quiere decir que la emoción fuera intensa

sino conmovedora.

Desde arriba, sus clavículas se veían

como canoas meciéndose.

Otros leyeron poemas con palabras autóctonas

que son las mejores

por su fonética, su uso ancestral

y su polisemia.

Un poeta leyó la misma enumeración de cada año.

Pero cuando Glenn Colquhoun se paró en medio del escenario

cada cosa que dijo fue extraordinaria.

Primero señaló hacia arriba para indicar que al nivel del cielo

estaban los sonidos de la Ciudad de México.

Luego se tocó el pecho para decir que a ese nivel

estaban las palabras de sus habitantes.

Y luego cantó en maorí para estar a la altura de lo señalado.

Entre los sonidos que describió (todos del Centro Histórico),

estaba el niño que toca la guitarra con la espalda encorvadísima en Madero.

Ese niño parece un sándwich

y canta muy fuerte y horrendo,

supongo que así le dan más monedas.

Glenn hizo unos ruidos y una mímica que lo describían muy bien.

Ese nivel de detalle y memoria me emocionaron.

Pero lo más importante fue el segundo poema que leyó.

Era sobre un hombre que pierde a su amor

y su amor es como un barco

y todas las partes del barco están rotas, separadas en el mar

y el hombre trata de sostenerlas todas al mismo tiempo

al grado de que sus manos están engarrotadas.

Y yo recordé el amor que perdí

pero no sé si lo recordé porque en realidad

nunca lo olvido.

Ese hombre una noche me dijo que su corazón era marítimo

y yo le dije que mi corazón era boscoso.

Ese hombre una vez me dijo que mis lunares en los senos

son rojos porque están junto al corazón

y que mi corazón es un pájaro muy ávido.

Y sí lo es porque no puedo dejar de amarlo.

Y tampoco puedo dejar de pensar en el bote

ni en las manos de Glenn Colquhoun

que hoy, engarrotadas, señalaban el cielo.

 

¡Qué bárbaro! La poeta dosifica la emoción en el discurso poético, y mientras avanzamos la lectura, el sentimiento va creciendo verso a verso, para de pronto desdoblarse, ¡y estamos perdidos!: “Era sobre un hombre que pierde a su amor”, escribe la autora, ya que nos ha atrapado y todo lo miramos con los propios ojos del hablante lírico. Entonces la memoria se expande, y los amores pasados, aquellos dolores del amor y el abandono, aquella emoción que alguna vez hemos sentido viene a sembrarse en nuestro pensamiento, y caminamos de puntitas los siguientes versos: “y su amor es como un barco” la autora nos lleva dentro de la imagen, y nos sabemos en mar abierto, y de pronto naufragamos:

“y todas las partes del barco están rotas, separadas en el mar

y el hombre trata de sostenerlas todas al mismo tiempo

al grado de que sus manos están engarrotadas.”

 

Somos nosotros que queremos atraparlo todo, como aquel hombre que intenta atrapar con sus engarrotadas manos todas las partes que se alejan con el oleaje, todas las partes de su amor que ahora se alejan flotando después del naufragio. ¿Puedes notarlo? ¿Logras mirarte flotando en mar abierto?, y todo tu amor se aleja de ti, los pedazos se dispersan y no logras atrapar cada cachito de corazón destrozado, de emociones de memorias, no te alcanzan las fuerzas. He ahí el asombro poético. He ahí la tremenda resolución de la poesía hecha nudo, hecha golpe, hecha lanza que se clava en tu espina dorsal y te deja pegado al suelo, a la hoja, para que tiembles imposibilitado ante la emoción. Eso es algo que uno agradece en el acto poético. Pero este asombro no queda traducido apenas en la emoción, sino en el constructo poético que la autora ha presentado. 1. La desgana ante las lecturas poética y la fanfarronería que arriba he apuntado. 2. La cofradía y el deseo de pertenencia al gremio:

 

“y pensaba en irme

pero vi hacia abajo

donde estaban sentados los poetas

y pensé en mi cuerpo respirando

y esperé.”

 

Esa esperanza que nos asedia a los que nos gusta la lectura, que disfrutamos la poesía, nos mantenemos en el mismo ideal de Dylan Thomas: He ahí a los poetas, escuchemos, veamos qué puede ofrecernos, necesitamos esa dosis, queremos, deseamos escuchar el lenguaje en esos ritmos que otorga la versificación.

Y entonces la magia comienza. 3. La poeta (Valeria) escucha los poemas de los poetas y nos comparte su visión, su oído, sus emociones en la piel: la poeta amplifica nuestros sentidos; nos traduce lo que observa. 4. La poeta se da el lujo incluso de denunciar la fanfarronería poética de algunos: “Un poeta leyó la misma enumeración de cada año.”

  1. Y al final —como he mencionado arriba— el poema estalla y estallamos con el poema. Porque el poema crece y se sostiene tan arriba en la emoción que abajo solo queda el precipicio de la remembranza:

 

“Y yo recordé el amor que perdí

pero no sé si lo recordé porque en realidad

nunca lo olvido.”

 

  1. La autora aún se da el tiempo de la reflexión feminista, expone con total inteligencia su posicionamiento sobre las relaciones de pareja, en el que la hablante lírica no se deja arrastrar aunque el amor esté ahí, abarcándola por completo, (entre paréntesis apunto algunas reflexiones que me provocan los versos):

“Ese hombre una noche me dijo que su corazón era marítimo  (como los marineros que besan y se van, dice Neruda)

y yo le dije que mi corazón era boscoso.   (terrenal, amplio, nutrido, de raíces firmes, que soporta dentro de sí mismo esa enorme diversidad de seres, que como las emociones, hacen a la mujer insondable, profunda, vasta)

Ese hombre una vez me dijo que mis lunares en los senos  (el erotismo suave del halago)

son rojos porque están junto al corazón

y que mi corazón es un pájaro muy ávido. (es fuerte, intenso, quiere conseguir lo que quiere y desea)

Y sí lo es porque no puedo dejar de amarlo. (el amor total, la pertenencia y la entrega, así el recipiendario del amor decida alejarse)

Y tampoco puedo dejar de pensar en el bote (estar a la deriva)

ni en las manos de Glenn Colquhoun  (la cámara literaria vuelve a la escena, regresa al sitio donde la hablante lírica se ha quedado detenida embelesada en la lectura)

que hoy, engarrotadas, señalaban el cielo.  (el cielo al que la misma hablante lírica ha sido transportada y ha donde nos ha conducido a nosotros, sus lectores)

 

El poema es por demás hermoso, brilla por sí mismo en el recorrido de las páginas de la antología “Novísimas”, como una joya que debe ser valorada, leída, compartida, paladeada, admirada, resguardada. ¡Yo los invito a hacerlo!

 

Referencias.

Gómez Guzmán, Avelino (2003). El mal hábito. Editorial Praxis. México, DF. 60 pp.

Cabrera, Z. 2020. Novísimas. Reunión de poetas mexicanas (1989-1999). Editorial: Los libros del perro. Documento en formato PDF. 195 pp.

 

Encendidas teas para la oscuridad.

Antologar sin método

Adán Echeverría

 

 

En septiembre de 2020, Zel Cabrera (Guerrero, 1988),liberó a la internet, para su descarga gratuita, la compilación “Novísimas. Reunión de poetas mexicanas (1989 - 1999), que reúne a 30 autoras de poemas.

En un libro de 195 páginas, Zel entrega como “prólogo” un texto de dos cuartillas en los que expone un poco la “metodología” en la cual ha basado su selección: “mi intención al seleccionar a las autoras que forman parte de Novísimas. Reunión de poetas mexicanas (1989 – 1999), no es situar a las mismas dentro de un canon personal o una simpatía sino de proponer una ruta lectora, disponer de 28 nuevas posibilidades”; al parecer ya empezamos mal, pues la compiladora habla de 28 nuevas posibilidades para 30 autoras que reúne el libro. Zel agrega algo de crítica a otras antologías: “…tenemos que por cada 5 autores, hay dos autoras, cuando hay suerte y la mano que selecciona tiene un poco de criterio para incluir poemas escritos por mujeres…”; y con este documento la antologadora pretende ¿hacer justicia?

Desde 1995, en un artículo titulado “Antologías poéticas en México. Una aproximación hacia el fin de siglo”, la profesora investigadora de la UNAM, Susana González Aktories, hizo este comentario, a manera de crítica: “En cuanto a las mujeres. es ya en si un hecho indignante que a estas alturas de la historia literaria se sigan elaborando antologías exclusivamente femeninas. Además, si se observa el vasto material poético que reúnen en este siglo las voces Femeninas, se podrá encontrar la misma variedad de temas y de estilos que en los hombres, aunque, por supuesto, algunas obras de las poetas reflejan una lucha por ganar posición y reconocimiento, que sigue siendo una de las principales preocupaciones de la mujer en este siglo”. Se refería al siglo XX. ¿Algo ha cambiado en el siglo XXI?

Gran parte de las autoras convocadas por Zel Cabrera tendrían 6 años de edad, o no había nacido, cuando González Aktories ya denunciaba que la equidad en las antologías debería ser sobre la calidad literaria de lo que se decida reunir sin importar el sexo, sin importar el género de los autores o autoras convocados.

Zel no considera, en este documento que pone al juicio de los lectores de poemas, hacer un análisis de los textos que ha decidido reunir. Lo que sí hace es tratar de dar espacio a autoras que no sean exclusivamente de la Ciudad de México, sin embargo, tampoco incluye autoras que representen a losotros 31 estados de la República Mexicana.

Como apunte metodológico del libro que nos ocupasobresale lo siguiente: “…podemos encontrar escritoras (…) que forman desde hace algunos años del amplio panorama de la poesía mexicana actual y cuyos nombres y trabajo vale la pena rescatar y ponerlos en la mesa para su estudio desde ahora. Luego de lo apuntado, esto es más o menos lo que parece ser el método de selección: “escritoras cuyos nombres y trabajo vale la pena rescatar”.

Las 30 autoras seleccionadas por Zel Cabrera son las siguientes: Anaclara Muro Chávez (Michoacán, 1989), Andrea González Aguilar (Ciudad de México, 1989), Giselle Ruiz (Aguascalientes, 1989), Julia Piastro García (Ciudad de México, 1989), Ariana Ibáñez (Estado de México, 1990), Andrea Muriel (Ciudad de México, 1990), Lucía Cornejo(Sonora, 1990), Valeria List (Puebla, 1990), Brianda Pineda Melgarejo (Veracruz, 1991), Xel-Ha López Méndez (Jalisco, 1991), Ana Velarde (Ciudad de México, 1991), Nadia López García (Oaxaca, 1992), Elizabeth Camacho Lara (Baja California Sur, 1992), Clyo Mendoza (Oaxaca, 1993), Frydha Victoria (Nayarit, 1993), Katia Rejón (Yucatán, 1993), Moriana Delgado (Ciudad de México, 1993), Selene Ángeles Díaz (Ciudad de México, 1993), Irma Torregrosa(Yucatán, 1993), Argentina Linares (Guerrero, 1994), Nicté Toxqui (Veracruz, 1994), Mariel Damián (Ciudad de México, 1994), Priscila Palomares (Nuevo León, 1994), Cristina Bello (Michoacán, 1995), Estefanía Arista (Baja California, 1995), Rebeca Favila Montana (Chihuahua, 1995), Lucía Rueda (Ciudad de México, 1996) Cindy Hatch(Jalisco, 1997), Silvia Castelán (Estado de México, 1997) y Melissa del Mar (1999).

Particularmente cuando Zel Cabrera señala: “Entre los criterios con los que invité a estas novísimas autoras a ser parte de esta antología, estuvo el intentar incluir mujeres de diversos estados de la República Mexicana y no solamente poetas originarias de la Ciudad de México…”, parece que tampoco pone mucho empeño. Entonces ¿para qué señalarlo?

De las 30 autoras seleccionadas, el 26.7 % son nacidas en la Ciudad de México. Además, incluye a una chica nacida en Barcelona, España (Melissa del Mar), aunque la antologadora tiene el cuidado de solamente poner su año de nacimiento (1999), y no su lugar de nacimiento. ¿Por qué no poner su lugar de nacimiento, acaso por haber nacido en Barcelona, su trabajo y voz poética no es representativo de la poesía que ella escribe desde México? Ese siempre ha sido uno de los problemas que abarca el realizar compilados que digan: Poetas Mexicanos (Poetas Mexicanas, como en este caso), Poesía Mexicana. En vez de eso siempre será mejor cambiar el concepto por: “nacidos o radicados en México”.

De otros seis estados de la república se escogieron a dos autoras: del Estado de México, Jalisco, Michoacán, Oaxaca, Veracruz y Yucatán. Y sólo se incluyó a una única autora para nueve entidades federativas: Aguascalientes, Baja California (La autora la incluye como Baja California Norte, lo cual es un error. El nombre de la entidad es Baja California, para hacer una distinción de California, el estado de la Unión Americana, mientras que Baja California Sur, es para distinguir del estado de Baja California); otros estados con una sola autora son: Baja California Sur, Chihuahua, Guerrero (entidad de nacimiento de la compiladora), Nayarit, Nuevo León, Puebla y Sonora.

De esta forma de las 32 entidades federativas que forman los Estados Unidos Mexicanos (México), la compiladora incluyó a 29 autoras de 16 estados, y a una mujer española. Dejando afuera de su compilación a autoras de la mitad del país.

Estas son las entidades federativas de las que la compiladora, al parecer, no tuvo noticia de que hubiera mujeres poetas nacidas entre 1989 y 1999: Campeche, Coahuila, Colima, Chiapas, Durango, Guanajuato, Hidalgo, Morelos, Querétaro, Quintana Roo, San Luis Potosí, Sinaloa, Tabasco, Tamaulipas, Tlaxcala y Zacatecas.

Solamente por Tamaulipas recuerdo a Francia Perales (Ciudad Victoria, Tamaulipas, 1990), cuya voz poética bien pudo haber complementado este trabajo de Cabrera.

Un trabajo editorial que planeaba desde el inicio ser un documento para su distribución en PDF y de descarga gratuita, pudo tener una metodología con mayor fortaleza, dado que no había mayor inversión que el hecho de rescatar las novísimas voces poéticas de las mujeres nacidas o radicadas en México en el período señalado. Muchas horas de trabajo, eso sí; pero ¿no es lo que le corresponde hacer a todo buen compilador o antólogo?

El texto se extiende por 195 páginas, menos 11 páginas de créditos, blancas, portada y contraportada. Bien podrían haber sido 300 páginas y hacer un trabajo más completo, más robusto, que pudiera representar a una generación de mujeres nacidas o radicadas en México. Pero se decidió no aspirar a un trabajo completo.

Lo cierto es que parte del método elegido por Zel Cabrera para reunir estas voces, representaba ser becaria de la Fundación para las Letras Mexicanas en el área de poesía (se incluye a 9 becarias de la Fundación, y a cuatro que fueron becarias para el Curso de Verano en la misma Fundación, pero en conjunto con la Universidad Veracruzana); o ser becaria del Fondo Nacional para la Cultura y las Artes (FONCA) en poesía, puesto que se incluye a tres autoras que han logrado acceder a esta beca. De estas últimas solamente Clyo Mendoza, no ha sido becaria de la Fundación para las Letras Mexicanas, porque Xel-Ha López Méndez y Moriana Delgado sí lo han sido. Es decir 15 autoras incluidas en la presente antología han sido Fundacionistas o Fonquetas, como se les conoce en el medio.

De la misma forma que lo hizo Zel Cabrera en su “prólogo”, dejaremos el análisis de los poemas para los lectores, o para una siguiente entrega. Entre tanto, disfrutemos de esta reunión de poemas que les invito a degustar.

 

Cabrera, Z. 2020. Novísimas. Reunión de poetas mexicanas (1989-1999). Editorial: Los libros del perro. Documento en formato PDF. 195 pp.

 

 

Relación con la madre en poetas mexicanas

nacidas a partir de 1980.

Adán Echeverría.

El 25 de julio de 2018 se realizó una marcha en Argentina por el derecho a decidir acerca de la legalización del aborto, y con esta marcha surgió el símbolo de las pañoletas verdes, que fue escalando por toda América Latina, agremiando a muchas mexicanas que luchan también por obtener este derecho a nivel nacional. Se determinó elegir el verde porque era un color que, al menos en Argentina, no estaba asociado a ningún movimiento social o político (el problema en México ha sido el asociarlo a un partido político que se dice ecologista, aunque no lo haya sido jamás). El origen de esta pañoleta verde como símbolo de la lucha por la legalización del aborto se remonta al 2003, cuando en el 16° Encuentro Nacional de Mujeres —que se llevó a cabo en Rosario, Argentina—, dos mujeres decidieron promover su uso. Dos años después (2005), se toma la decisión de adoptarlo como parte del movimiento que exigirá el derecho de la mujer a decidir sobre su cuerpo. El pañuelo verde pasó de ser un sello local a un símbolo feminista de alcance internacional, ya que para 2018 fue adoptado como un emblema que articula los reclamos por los derechos reproductivos en América Latina.

En México, desde el año 2007 la Ciudad de México aprobó la despenalización del aborto y comenzó a ofrecer el servicio en hospitales públicos e instituciones de salud; un derecho que para ese año solamente en Cuba, Guyana y Puerto Rico tenían legalmente garantizada. El otro estado de la república mexicana que ha despenalizado el aborto es Oaxaca, y sucedió a finales de septiembre de 2019.

Las mujeres nacidas en el año 2002 tienen, para este 2020 ya los 18 años, que en México se asigna como mayoría legal de edad; y como hemos dejado escrito la lucha por la despenalización del aborto comenzó al inicio del año 2000, entre 1999 y el 2003. Mujeres hoy mayores de edad que nacieron en una época en que los derechos reproductivos se comenzaban a conquistar en las calles, en los juzgados, mediante amparos. Mujeres que tenían alrededor de 7 años cuando en la CDMX se había logrado la gratuidad y la atención pública para la realización de los abortos. Una época diferente radicalmente a la que enfrentaron sus madres y mucho más ajena a la que enfrentaron sus abuelas en el tema de los derechos sexuales.

Así, las mujeres nacidas en la década de 1980 y quienes para el año 2000 habían cumplido ya los 18 años, son quienes dieron los primeros gritos, enarboladas ya en la pañoleta verde, o trepadas en el activismo en pro de conquistar sus derechos a decidir sobre su cuerpo. Son muchas de estas mujeres quienes han trabajado con más ahínco en el inicio de estas batallas legales en pro de la legalización del aborto, de la decisión de las mujeres sobre su propio cuerpo, pues ésta es una de las demandas básicas y más antiguas del movimiento feminista

Por ello resulta interesante, con base en lo anterior, leer a mujeres mexicanas nacidas a partir de esa década, la de 1980, en la relación que describen respecto de sus madres en cada uno de sus poemarios; o del ser madre en algunos otros espacios a que han destinado sus letras. Ser hija, ser niña, ser estudiante, ser poeta, ser mujer, y decidir o no ser madre, decidir o no embarazarse, decidir o no parir o someterse a una cesárea para traer a una persona al mundo. Para estas autoras que han resultados becadas, premiadas, por sus trabajos literarios, ha sido importante el documentar esa relación con sus familiares cercanos: madres, padres, tías, hermanos, con el que han construido parte del corpus de su trabajo literario, en contra de lo que en otras generaciones había sido una preocupación mayor el poder hablar y el escribir sobre las libertades sexuales, el erotismo, las relaciones amorosas; el ligar, la conquista del otro, la contemplación de la naturaleza o cualquier otro tema. Para las mujeres que ahora revisaremos, el ser hija, o el ser madre, ha resultado de vital importancia.

Y es de llamar la atención que las autoras que ahora revisaremos puedan enmarcar su trabajo poético sobre esa vitalidad temática, muestra fehaciente del consciente colectivo en el que se desenvuelven.

 

Daniela Camacho (Culiacán, Sinaloa, 1980)

En el poemario “[imperia]” de 2013, un libro de 80 páginas dividido en tres fragmentos: “El aislamiento de los cuerpos puros”, “Islísima” y “Morir de paraíso”.

Como parte de esta revisión en la que abordaremos los trabajos poéticos de cinco autoras, presentamos a continuación las palabras con llevan una connotación respecto de la maternidad, y sobre los padres, que la autora presenta. Para su mejor evidencia, dichas palabras se resaltan en negritas en los siguientes fragmentos del poemario:

En la página 16, en el fragmento (b) la autora señala:

“Despídete de la infancia. Tus padres serán atravesados por una ballesta al conocer la noticia. Su pequeña cría desprotegida. Su niña tenebrosa a la intemperie (…)”

 

En “: tokio” (páginas 45 y 46):

“(…)

una ciudad amamantada por la luz, un archipiélago, la adquisición de mi lenguaje aún en ciernes.

 

la acústica de los elementos presagia una catástrofe.

 

madre,

mira al mundo estremecerse.

mira mi columna vertebral, su curvatura, tú que aún conservas el significado de mi infancia entenderás esto:

 

(…)

 

a esta hora, las aves más hermosas son las más desorientadas. a esta hora, las yeguas se pasean de un lugar a otro, se miran los costados, sudan. no quieren parir. quietísimas las más desesperadas: cuello uterino dilatado, contracción involuntaria. ¿nada puede protegerlas del miedo? por la vagina expulsan agua. los miembros del potro hacen su primera aparición, los hombros, la cabeza, y una vez que entra en la vida, lo hace para caer de nuevo al suelo.

 

bajo este escenario, yo soy una zona de derrumbes. ¿madre, puedes verme? nadie supo decirnos lo que era en realidad la lejanía. esta alteración, el sobresalto, todas las alarmas y un vaivén, un balanceo tan feroz, tan inhumano. debo abandonar la casa, reunirme con las otras mujeres, las he visto salir con sus hijos en los brazos. ahora sé que no hay embestida más violenta contra el cuerpo que una isla.

 

(…)

 

el corazón de tokio es una cuna y mi mano accidentada lo mece.”

 

Para mejor comprensión de este hermoso y melancólico poemario de Daniela Camacho (y de los demás poemarios que iremos revisando) pueden encontrarlos y descargarlos de la página de wordpress, desarrollada por el joven autor Luis Eduardo García (Jalisco, 1984) (https://poesiamexa.wordpress.com/).

Estos son algunos apuntes en los versos que la autora presenta en su obra poética, referentes a la maternidad y la familia:

“escucha, madre, han empezado a mutar las mariposas”; “a esta hora, madre, los desplazados están sufriendo problemas mentales. en sus pesadillas”; “Soñarás con madres muy feroces. Desde el cielo seguirán amamantando a sus hijos ya contaminados”; “Soy la que flota en el río, la despojada. Polvo de la madre extraída a su niña en trance”; “Del ciprés soñado por amantes solos nace una canción de cuna para las muchachas tristes”. “¿hay forma más vehemente de decir: aquí termina la infancia?”

 

Para el año 2014, Daniela Camacho publica “Carcinoma”, una plaquette de poesía de 30 páginas. Revisando el mismo campo semántico respecto de la maternidad y la familia observamos que la autora casi abandona el tema de la maternidad, y se centra en el dolor que el cáncer provoca en su mirada al mundo que le rodea; dejando un tremendo testimonio de la enfermedad:

“Quedé asustada porque el cáncer vino como un animal del sueño y yo había dejado las toxinas, los hongos venenosos, el consumo excesivo de alcohol. Vino mientras respiraba mal. Vino cuando yo me pegaba a otras bocas para que supieran lo que era ahogarse. Y quedé expulsada pero sin saber de dónde.”

 

Aun así, escribe: “tumor destrúyeme / haz de mí la mujer no maternal”.

En el que el hablante lírico que Camacho nos presenta, aterrada y luchando contra la metástasis, y su renuncia al deseo de ser madre.

 

En seguida presento versos y fragmentos de poemas, en los que reviso de igual forma el uso de los conceptos de maternidad y familia en las siguientes cuatro autoras también nacidas después de 1980.

 

Nadia Escalante Andrade (Mérida, Yucatán, 1982).

En su poemario “Sopa de tortuga falsa” (2019), un trabajo de 59 páginas dividido en cinco fragmentos: Puertas, Acantilados, Paseos, Sombras y Mudanzas. En él, la autora presenta los siguientes versos dentro del campo semántico que estamos analizando:

“La memoria crece desde las profundidades. ‘¿Cuál es tu recuerdo más antiguo?’ Y la mente es más rápida en moverse o son acaso las entrañas las que tienden hipotéticas redes al cardumen de reminiscencias: “Recuerdo que tenía dos años. Mi madre me bañaba y me di cuenta de pronto de que yo no era ella sino yo, y ella, ella. ¿Y tú?” “Una imagen borrosa y oscura de mi padre —a veces, amenazante—, la sensación de su proximidad y, cuando no lo tenía cerca, la certeza de saber con exactitud en qué lugar de la casa se encontraba”. (en el fragmento Acantilados, página 20)

 

En el mismo fragmento titula uno de sus poemas: “El azúcar ha inundado la sangre de mi madre” en el que se lee: “Me contaste que tras la muerte de tu madre / no pudiste volver a reír hasta los veinte años. /Cuando nací, nació el miedo de morir y abandonarme, /pero aprendimos que las historias /no se definen por el miedo.”

 

Xitlalitl Rodríguez Mendoza. (Guadalajara, Jalisco, 1982).

De esta autora revisamos el hermoso poemario titulado “Datsun” (UNAM, punto de partida, 2009), de 69 páginas. Está dividido en tres fragmentos: “Datsun”, “La cajita feliz” y “Apuntador”, de los cuáles únicamente el primer apartado que da nombre al poemario puede atreverse a considerar del tipo familiar que estamos revisando. Los otros dos fragmentos son trabajos en que se puede observar a la poeta Rodríguez Mendoza jugar con el lenguaje, sacar chispas, como si estuviera pegando con un martillo en la fragua, y mirando las esquirlas caer sobre la hoja blanca.

“Datsun”, la primera parte del poemario, por otra parte, hace el retrato de la infancia y la familia como una forma de la ternura. Reproduzco acá algunos de los versos que comparten el campo semántico que estamos revisando. La poeta nos mete de golpe a la historia diciendo: “Datsun era el niño más pequeño de su clase”; nos revela luego la relación con su padre: “Ese día escapó de la escuela para esquivar a su padre”. Continúa presentándonos a su personaje: “Para Datsun hablar fue tomar leche y después irse a dormir la siesta”; “Mamá, ¿y tú cómo te llamas?”;

 

“Datsun” es un trabajo que me hace recordar lo que alguna vez dijera Octavio Paz: “Hay poetas que solo cantan; en cambio hay poetas que cantan y cuentan al mismo tiempo”; “Datsun” es un poema en el que Xitlalitl decide contarnos esa irrevelada infancia, y lo hace muy a su estilo, en esa búsqueda de usar el lenguaje a su favor, y a favor del lector que termina por agradecerle.

 

Ileana Garma (Mérida, Yucatán, 1985).

En su poemario Ternura (2013), de 85 páginas donde la autora, dentro del campo semántico maternidad y familia, presenta un enorme acercamiento. La palabra “papá” se presenta 20 veces; mientras que las palabras “niña” o “niñas” aparece en 12 ocasiones; “vientre” en 9 momentos; “padre” 7 veces; “madre” y “mamá”, cada una 4 veces; “infancia” otras 4 veces; “leche” otras tres veces; “cuna” aparece dos veces; “arrullar” una vez.

Estamos frente a un trabajo construido por completo en esa visión infantilizada respecto del crecimiento de un hablante lírico en busca del sueño de la presencia paterna en el núcleo familiar. El poemario Ternura está dividido en cuatro fragmentos: “Historial del polvo”, “Dinastía de soles”, “Sueños” y “Ternura” que da título al libro.

El primer fragmento es un golpeteo poemático en el que la autora presenta nueve poemas (o fragmentos de un mismo poema) titulados: “Papá”, evidenciando la fijación del hablante lírico sobre la ausencia paterna. Sin embargo, el tema discursivo no deja de ser una continua exposición del tema familiar, desde el reclamo y la nostalgia de una infancia que ha sucumbido:

“Pensar que una noche fuiste chiquito y tu madre cantó una canción de cuna” (página 9); “he leído tarde esta ansiedad, este buscarte en el fraseo de las palmeras y en el lenguaje blanco de la espuma, porque no sé, si sesenta segundos tan sólo estuviste a mi lado.” (página 15); “He criado una ansiedad amistosa, en las fiestas familiares, en los carruseles rojos de mi infancia donde corría a refugiarme de lo que no existía.” (pág. 16).

De igual manera, la autora describe, desde su hablante lírico, el concepto de la maternidad: “Espirales son las galaxias que delineaste en mi vientre” (pág. 21). Tanto como esa búsqueda del padre ausente en la infancia, como el personaje amatorio en el que busca continuamente el refugio; una especie de incesto sentimental (buscar al padre en el amante al que se entrega): “Una voz de algodón que solía flotar, dormitar cerca de ti, alrededor de ti. Sacaré todo a la calle.” (pág. 24); “Todos los caminos dieron a tu voz, a la velocidad amarga de tu voz, haciéndome dejar una casa tras otra” (pág. 29); “Mi vientre cae en contradicciones, madura soberbio como un árbol de almendras” (página 32); “Y la niña en la habitación como otras niñas. Y la mujer que escribe como otras mujeres” (pág. 40);

O establece la crítica a la madre, a la maternidad, al cuidado de su infancia: “Mamá como una sombra de gasa, como una penumbra fugaz.”; “Mamá, /prende este tartamudeo”; en este poderoso verso, la autora significa a la madre como Tótem, prohibición, como aquel personaje que la hace tartamudear de miedo, el poema continúa: “Mamá, envuélveme en una orden y oblígame /a cumplirla”

 

Del poemario “29”

“Tu primer recuerdo es una bañera a la deriva en el Caribe” dice Garma en la página 6 de su poemario; mientras que —como ya hemos consignado arriba— Nadia Escalante señala: “¿Cuál es tu recuerdo más antiguo?” dentro de uno de sus poemas en el trabajo que hemos revisado.

Es realmente interesante esta infantilización del discurso, esta búsqueda del amor de pareja, del trabajo en sociedad, del dedicarse a la literatura, en un mundo de ausencia paterna, de madres trabajadoras, de niños que son atendidos en guarderías, de mujeres que van creciendo con madres neblinosas que luchan por ser madres mientras son además mujeres en una lucha de parejas (los padres de sus hijas), en una generación de mujeres en las que seguir casada era casi una obligación

Puesto que las madres de estas mujeres nacidas en la década de los 80s, vienen de mujeres que se hicieron madres entre los 20 y 30 años, esto supondría que nacieron en los años 60s o 50s, en un México distinto. Tanto para Garma como para Escalante la revelación del primer recuerdo les es de importancia como una forma de presentarse y reconocerse vivas, observadoras, sentirse dueñas claras de su creación poética.

En el mismo trabajo “29” la autora escribe: “Es mejor mi vientre, ahí nadie compra casas ni se hace rico”; “Ese instante con los puños y los ojos apretados entrando al agua, a la piscina de tres metros, de kilómetros de infancia”; “Mamá me sigue cuidando como si fuera un arbolito inválido, sin muchas esperanzas”; “Es probable que yo sea una tonta y que no sepa bien cómo tirar la pelota. Es posible que siempre me ría delante de papá y mamá y que antes de escaparnos ya lo sepan todo”; “Ni vuelve el color oscuro del cabello de esa chica amante”; “Mi madre que llegaba tarde. Fumaba recargada en la puerta un último cigarrillo mientras se tocaba la frente”; “Yo reí, pero no me daba gracia aquello. Sino la plática trivial en un domingo de cumpleaños y nuestros rostros de niños ya bastante grandes. Escapamos de ahí para abrazarnos a gusto”; “Mi hija duerme sobre mi pecho. Nunca llora y yo tampoco. Evito pensar.”

La hija quejándose de la madre que muta en la madre arrullando a su hija.

 

Esther M. García (Ciudad Juárez, 1987).

En 2010 publicó “La doncella negra” un trabajo de 73 páginas en el que la palabra madre aparece 26 veces. El campo semántico de maternidad y familia transcurre por completo casi toda la obra de esta poeta chihuahuense. Su preocupación por las infancias, ese rencor en que sus hablantes líricos presentan y se declaran presas de ese victimismo en el que la autora sostiene el corpus de su obra:

“Hablo desde aquí desde las sombras oscuras de mi infancia”; “Mi madre ha juntado arena roja del desierto de Dead woman’s city”; “Sólo con mi madre y un perro /que por las noches ladra al viento /vivo yo”; “lo imaginamos en el patio de nuestra madre”.

 

Mucho de ese sentimiento y esa emoción se puede ver con claridad en el poema que le da nombre al poemario: “La doncella negra”

I

Mi madre es como un perro rabioso

queriendo morder y destrozar

mi alma con sus rabiosas palabras

a mí

la benjamina

la enferma

la tonta

la rosa que no tiene pétalos sólo espinas

 

Mi madre es la gran niña con la hoz negra

la gran devoradora de pájaros

escupidora de aves tornasoles

masticadas por el gran diente fervoroso de la religión

 

Así es mi madre

—¿Verdad que sí doncella negra?—

Ni siquiera ha de imaginar

que orino miedo por las noches

pensando qué pasará cuándo ella muera

Ella sólo piensa “Dios mío Dios mío ¿porqué me habrás dado

por hija a esta estúpida

maldita

     malditita

          malditilla

pendejuela?”

 

Mi amor por ti madre

es una flor hecha de vísceras secas

 

II

Dime mami,

¿dónde ha quedado

la palabra materna que lamerá con ternura

las heridas?

 

Mi madre es un pozo seco

y nuestras bocas han muerto de sed.

Toda palabra de amor ha encontrado

su muerte en este desierto

en que nos hemos convertido.

 

En el fragmento III de este mismo poema, todos los versos empiezan con la palabra “Madre” en el que el hablante lírico (un infante) desesperadamente quiere llamar la atención de su progenitora. Lo presentamos acá, sin el arreglo editorial que se presenta en el original.

“Madre: me comen las arañas / Madre: por favor voltea a verme / Madre: se cae el techo de la casa / Madre: los gusanos salen por el grifo del agua / MADRE / ¿Podrías dejar de ver le tele / y voltear a verme? / Madre: mi padre es un payaso oscuro / que se comió mi niñez y la vomita en mi cama / Madre: los gusanos se amontonan por toda la casa / MADRE / ¡Devuélveme mi corazón aunque / sea sólo /un trozo de carne seca! / Madre. Por favor apaga el televisor, / acércate a mí. / —¡Quítate de la tele, niña tonta! / MADRE / Apaga ya el televisor, cántame al oído / una canción de cuna.”

 

El siguiente poema titulado “Ruinas de la infancia” ocurre lo mismo, el tema de la “madre” se mantiene: “Madre: /he matado una niña /la tiré en un basurero /en las afueras de mi alma.”

Sin embargo, en medio de este libro, la autora introduce una visión de la sexualidad. Luego de hablar y hablar con un poderoso rencor contra la madre y evidenciar para el lector su trágica infancia de abandono, la autora decide hablar desde la carne y el poder sexual: “Eros”, titula la autora este fragmento, y presenta los siguientes poemas que llaman la atención: “Estoy llena de amor”, “Noche de bodas”, “Diálogo de los amantes”, en el que se vislumbra el hablante lírico que va desde el enamoramiento juvenil, al matrimonio de la convención social, la infidelidad en el buscarse amantes, así como el truene de la relación de un hablante lírico que utilizó la convención del matrimonio apenas como una forma para abandonar el nido familiar, lo cual es notorio durante la relación de amante, rompiendo con el lazo matrimonial, hasta sentirse libre y dueña de su vida; en un corte final —o en apariencia— del cordón umbilical que se aprecia en “I love the streets”, donde aún se mantiene ese recuerdo de una trágica infancia:

“Con los ancianos sentados en las bancas de los parques

y los niños corriendo detrás de sus sueños

para que no los abandonen”.

 

la autora hace que su hablante lírico se sienta libre, pero se mantenga temerosa; sin embargo, es mejor la libertad de callejear, la sobrevivencia a su ser independiente, a seguir presa en los rincones de la casa materna. Es por ello por lo que se sigue mirando el cíclico trauma en el que se presiente que la niñez no tiene salvación ni en el amor, ni en las convenciones sociales, ni en el sexo: “Las mujeres golpeando al niño”; siempre la figura materna violentando las infancias.

Esto es lo que puede olfatearse en este poemario. Uno puede llegar hasta la página 64 del libro y seguir encontrando el mismo leitmotiv: Una vida de sufrimiento por el padre que abandona a la familia, y del infante que se queda a soportar los traumas y malos humores de la madre que tiene que crecer sola a sus niños:

“Aquí vivimos mi madre y yo cosechando

en nuestras mentes

los recuerdos de un padre y esposo que se fue

junto con el último gramo de comida

y el último rastro de felicidad.”

 

O en la página 72, ya a punto de cerrar el libro:

“Así se siente la palabra madre

y lo que ella escupe

de su tierna boca

hacia él

 

Así la peluda palabra

caminando por el techo”.

 

 

Para el 2014 la poeta publica su trabajo titulado “Sicarii” de 92 páginas.

En él la palabra “madre” ocurre 10 veces, mamá 2 veces, “niño” 18 veces, “infancia” otras tantas veces; mientras que “padre” y “padres” aparece 23 veces.

El tema es muy similar al trabajo publicado por la autora en 2010: “y mis hermanas siempre decían /—Vimos a mamá pero jamás te mencionó /de seguro es porque no te quiere”; “pero su madre no quiere nombrarlo / mirarlo”; “como el vientre de mi madre que al igual que ella /se deshizo de mí al nacer”; “un padre que nunca volvió / una madre que jamás pronunció mi nombre”; “Veo a mi padre y a mi madre / Veo a la muerte orinando sangre / orinando mi destino”; “—A ti nadie te quiere ¡Yo si tengo papás que vienen [por mí a la escuela!”; “fue cuando abandoné mi niñez / para volverme un asesino”.

 

¡Basta! El trabajo de Esther M. García apenas busca el golpe tremendista sobre el ojo del lector. El drama, el victimismo, en el que cada uno de sus trabajos se desenvuelve. Una fórmula que la autora ha sabido explotar hasta el hartazgo, pues desde esa posición de víctima de su madre, y de presentarse ante la sociedad como una activista fehaciente del feminismo, la autora ha logrado escalar y convencer a los jurados que revisan su trabajo. Al menos, situada en este tema, convenció a Julia Santibáñez, Lucía Rivadeneyra y Alfredo Fressia, quienes le concedieron el 11vo Premio Internacional de Poesía “Gilberto Owen Estrada” (2016-2017) convocado por la Universidad Autónoma del Estado de México, por su libro (usted no me lo va a creer pero sí) titulado: “Mamá es un animal negro que va de largo por las alcobas blancas”; una vez más el tema de la madre formando parte del corpus poético de la autora chihuahuense.

La terrible infancia genera sicarios, las malas infancias dan como resultado una sociedad fracturada y violenta, nos quiere decir la autora, esa parece su tesis. ¿Tal vez la autora no reconoce otros casos, donde una excelente infancia genera a los más terribles personajes? Como en la película “8 mm”, de 1999, dirigida por Joel Schumacher y escrita por Andrew Kevin Walker, donde el detective privado Welles luego de luchar y someter al presunto asesino, desenmascara a Machine (quien violaba y torturaba mujeres hasta matarlas mientras era filmado), revelando a un hombre calvo y con gafas llamado George; que le dice: «¿Qué esperabas, un monstruo?» George continúa diciéndole a Welles que no tiene ningún motivo oculto para sus acciones sádicas; Lo hace simplemente porque las disfruta”.

“Mamá es un animal negro que va de largo por las alcobas blancas” (UAEM, 2017) es un poemario de 84 páginas de poemas en el que la palabra madre(s) se puede encontrar 45 veces, mientras que mamá se encuentra 13 veces; las palabra leche y pecho(s) las encontramos 6 veces cada una. Todo ello nos evidencia que el campo semántico es el mismo de sus anteriores trabajos: las malas madres, las familias disfuncionales, las aterradas infancias, las tragedias de los niños, incluso el filicidio; sumados a los esposos, hombres, maridos que abandonan o violentan a la mujer-madre:

“Esposo siempre le había dicho

que era una gorda antipática

una vaca estúpida con tetas grandes

Esposo decía que sólo servía para hacer el amor”

 

El poemario está dividido en seis fragmentos: “Tarantismo (Episodios histéricos)”, “Taxonomía”, “Especies de tarántulas”, “Tracey Emin dibuja arañas”, “Madre dice que hay habitaciones cerradas con llave dentro de cada mujer” y “La enllagada (Viacrucis herpético)”; el tema de las madres filicidas, el museo del victimismo, la fotografía de la violencia contra la mujer que se ve obligada por el entorno social en el que se desenvuelve es el que va permeando a lo largo del libro.

¡Y eso es todo!

Hemos repasado parte de la obra poética de cinco autoras nacidas a partir de 1980 y la relación que su poética conlleva respecto a la maternidad, sobre todo en una época en que a las poetas les ha tocado mirar el avance de la lucha en pro de los derechos de la mujer a decidir sobre su cuerpo, en el tema del aborto legal, o de la despenalización del aborto. ¿Qué nos espera de las lecturas de las jóvenes mujeres nacidas en la década de 1990 en la década del 2000? ¿Cuáles son ahora las búsquedas de su poética? Los trabajos que hemos estudiado parte de Daniela Camacho cuyo hablante lírico va compartiendo su visión de la belleza y el asombro con su madre hasta el renunciar a ser madre, por sentirse presa de la enfermedad del cáncer que amenaza su existencia. Nadia Escalante en cambio mantiene ese asombro de compartir con su madre y no renegar de ella, sino hacerla parte de su observación del mundo, y decide trabajar sus textos en una búsqueda de utilizar el lenguaje a su favor, resaltando la belleza en la contemplación del tedioso vivir la vida. Xitlalitl Rodríguez Mendoza, como Escalante, prescinde del victimismo y nos presenta una historia desde la mirada infantil del personaje que recrea (por momentos parecemos asistir a las viñetas de las historias de Mafalda, creadas por Quino), al lado de sus padres, y descubriendo la vida de escolar por varios instantes, y de la amistad. Sin embargo, es dentro de los trabajos de Garma y de Esther M. García donde la figura del padre (para Garma) y de la madre (para García) comienzan a aparecer incluso desde una visión enfermiza en sus hablantes líricos. Sobre todo, durante toda la obra de Esther M García, quien ha hecho de la figura madre-hija-madre la obsesión de su temática.

“No todos nuestros dramas son poesía” dijo alguna vez el maestro Jorge Lara, por lo cual hay que reconocer que “Mi vida trágica, las tragedias en mi vida, que se encuentran en la infancia”, no pueden ser el único espacio en el que el poeta se debe reconocer. Puesto que hacerlo desde una forma obsesiva puede determinar algún padecimiento que necesite ser atendido. En una sociedad donde las estadísticas son verdaderamente brutales: de 2010 a 2014 se produjeron en todo el mundo 25 millones de abortos peligrosos (45% de todos los abortos) al año, según estudio de la Organización Mundial de la Salud (OMS); en un país donde en 2019 se ha contabilizado que se comenten 10.5 feminicidios al día, pareciera natural que estos temas tendrían que verse reflejados en los trabajos literario de las escritoras mexicanas. El trabajo de Esther M García lo revela de manera clara y permanente hasta lo obsesivo. La poeta habla tanto de la palaba madre, que uno casi puede mirar a sus hablantes líricos en esa posición fetal de la escena donde el personaje femenino de “Réquiem por un sueño” (dirigida por Darren Aronofsky), luego de su fortaleza vital de relación de pareja, del erotismo exacerbado por la necesidad de drogarse la conduce a realizar actos sexuales para el deleite de otros, y obtener el dinero que le permitiera mantener su adicción, se mira sola en su casa, acostada en un sofá, y sube las piernas, las rodillas hacia el pecho, en posición fetal, abrazándose a ella misma, en busca de ese consuelo que se sentiría si pudiera volver a estar en el vientre de su madre.

 

Referencias.

La historia detrás del pañuelo verde, el nuevo símbolo feminista que llegó a Chile https://www.cnnchile.com/tendencias/la-historia-detras-del-panuelo-verde-el-nuevo-simbolo-feminista-que-llego-a-chile_20180723/

Lamas, Marta. 2009. La despenalización del aborto en México. Nueva Sociedad. No. 220, marzo-abril. ISSN: 0251-3552.

Camacho, Daniela. 2013. [imperia]. Poesía del mundo. Serie contemporáneos. Caracas, Venezuela. Fundación Editorial El perro y la rana. 82 pp.

Camacho, Daniela. 2014. Carcinoma. Colección Libros de Artista. Artes de México. 32 pp.

Escalante Andrade, Nadia. 2019. Sopa de tortuga falsa. 61 pp.

García, Esther M. 2010. La doncella negra. Regia Cartonera, Monterrey. 73 pp.

García, Esther M. 2014. Sicarii. Instituto Municipal de Cultura de Saltillo. 92 pp.

García, Esther M. 2017. Mamá es un animal negro que va de largo por las alcobas blancas. Universidad Autónoma del Estado de México. 95 pp.

Garma, Ileana. 2013. Ternura. UNAM. 89 pp.

Garma, Ileana. 2015. 29. Fondo Editorial Tierra Adentro. Colección La Ceibita.

Rodríguez Mendoza, Xitlalitl, 2009. Datsun. UNAM. Ediciones Punto de Partida. 69 pp.

 

 

Pilares de la poesía escrita en México.

Dr. Adán Echeverría García.

Cuatro son los pilares sobre los que descansa toda la poesía mexicana. Se trata de cuatro poemas, que todo aquel que se diga poeta, que haya nacido, o que radique en México, y pretenda tener el oficio de la poesía, como parte primordial en su vida, deben de conocer, valorar, aprender, respetar, enseñar, admirar, compartir, descubrir, analizar.

El primero es de Sor Juana Inés de la Cruz (1648-1695), y lleva por título Primero sueño, el segundo fue escrito por Ramón López Velarde (1888-1921) y titulado La suave patria; el tercer pilar de nuestra poesía es Muerte sin fin, del escritor José Gorostiza (1901-1973), y claro, la poesía mexicana no estaría completa si no contara con el cuarto pilar que es Piedra de sol, del poeta, laureado con el premio Nobel en 1990, Octavio Paz (1914-1998).

Sobres estos cuatro grandes poemas descansa la poesía mexicana. Uno tiene que conocer al menos estos cuatro poemas, revisarlos, y medir los alcances de su propia obra poética. Desde luego que la poesía (que es creación), jamás podrá ser limitada ni tener barreras, lo que arriba he expresado, lleva simplemente el reconocimiento de nuestra tradición.

Cada año aparecen en México al menos 32 antologías de poetas, (que no de poemas) en las que los autores antologados vierten parte de su creación anual, y se agrupan al menos una por estado de la República con el fin de llegar a muchos más lectores. Pero al mismo tiempo se desarrolla una cadena mercadológica, y varios tipos de negocios editoriales, que llevan consigo la promesa de presentaciones en Ferias del Libro, que miden las aspiraciones de quienes participan en dichas antologías. Las más de las veces pagadas por los mismos que autores, quienes además pagan su viaje a Guadalajara (la feria de las ferias del libro en México), para formar parte de aquella celebración de la palabra (o de la vanidad de los autores).

Muchos de estos autores de la palabra, se ven engañados por los mismos que se dedican a la fantasía de ser editores, y se la pasan enganchando autores para hacerles sus libros de poemas, que las más de las veces ni siquiera leen y mucho menos editan con revisiones bien desarrolladas, con la finalidad de tener poemas de calidad literaria. Y los autores, casi siempre de buena fe, creen que sus libros llegarán a los lectores, pero no se dan cuenta de que sus textos pueden traer aún errores en su concepción (rimas internas, lugares comunes al por mayor), y al no ser revisados ni editados por aquellos editores, solo entregan un producto que carece en las más de las ocasiones de profundidad, y no son revisados por aquellos que se dedican con seriedad a la literatura.

Esos autores de poemas para las tantas antologías, pueden ser buenos poetas en ciernes, que necesitan guía, necesitan taller, requieren disciplina para ir aprendiendo cada vez más acerca de la literatura en la que les gusta mirarse absortos. Lo suyo, a veces sin darse cuenta, es la promoción cultural. Sus eventos, recitales, y muchas de las actividades que desarrollan para sacar adelante sus propuestas poéticas, es admirable, sin embargo en el camino se han visto engañados por aquellos coyotes del mercado editorial, que los maltratan las más de las veces, y les hacen claudicar en ocasiones, pero casi siempre evitan ayudar para que los textos y el trabajo poético mejore.

Si uno charlara con aquellos mercenarios de la edición de antologías poéticas, encontraría, que la gran mayoría de ellos, ni siquiera conoce los cuatro grandes poemas que son la base de la poesía hecha en México. La literatura es primordialmente comunicación, porque se desarrolla con base en el lenguaje, ese código que requiere Emisor-Canal-Receptor. Y eso jamás habrían de olvidarlo.

 

 

La verdadera musa de Manuel Acuña.

Adán Echeverría.

“Cuando un hombre y una mujer que se han amado se separan / se yergue como una cobra de oro / el canto ardiente del orgullo”, escribe Enrique Molina en su poema Alta Marea; y es que la separación de dos amores tiene mucho de debilidad, malentendidos, chismes, rencores, falta de diálogo; impedimentos todos que se suben unos sobre otros, y hacen tomar decisiones a la pasión que no al cerebro. Los rencores abonados en el orgullo poco pueden resolverse en acuerdos para destrabar antiguos sentimientos que nos hacían sentir plenitud por la compañía del ser amado. El rencor es “como una cobra de oro” dice el poeta, y la figura es fría como el metal: la helada sangre de la cobra, una de las serpientes más venenosas, y hermosas, que ha dado la naturaleza; sumados al brillo del oro, la textura de las escamas del ofidio; una cobra que además nos trae a la mente la muerte de la gran Cleopatra que decide morir por las mordeduras de uno de estos animales luego de enterarse que Marco Antonio había sido asesinado por el ejército de César. Todo eso va sumando en el imaginario, al reconocer la tremenda fuerza que el poeta argentino ha puesto en sus versos, seguido de “el canto ardiente del orgullo”; para la pareja será muy difícil ceder y reconocer las equivocaciones propias.

Viene a cuento el poema de Molina por ese rencor que queda entre una mujer y un hombre que se amaron y que terminaron por separarse. En esos versos me ha hecho reflexionar la lectura del excelente trabajo de Leticia Romero Chumacero, sobre la historia de amor, desamor, malentendidos, intrigas, abandono, entre una mujer a la que Manuel Acuña, en verdad, dedicara su célebre poema “Nocturno”. La broma o fantasía de la dedicatoria que todos conocemos sucedió después; pero hemos aceptado que el poeta fue quien lo escribiera bajó del título como epígrafe-dedicatoria: A Rosario, para luego realizar el acto de quitarse la vida. Hoy nos damos cuenta de que la dedicatoria solo fue una forma para proteger la historia de amor-desamor que muy pocos conocieron y que, desde hace algunas décadas, apenas comienza a llamarnos la atención.

Esa otra mujer, nos cuentan Raúl Cáceres Carenzo y luego Leticia Romero, es nada menos que Laura Méndez de Cuenca (1853-1928), quien naciera como Laura Méndez Lefort, en la hacienda Tamariz, jurisdicción de Amecameca, en el Estado de México; y sobre la cual la discreción de los amigos del poeta y de Laura misma, cargados en su humildad y respeto por el fallecimiento de quien fuera el padre de su hijo tramaron el epígrafe. Han sido esos pocos amigos que conocieron de sus relaciones, quienes decidieron callar por muchos, muchos años, dejando que los lectores y la tradición se encargaran de hacernos creer el cuento de que Acuña se había enamorado de Rosario de la Peña y que al no ser correspondido se había quitado la vida. Ahora, incluso se puede pensar, que la dedicatoria “A Rosario”, fue añadida al poema durante la publicación póstuma del poema. Juan de Dios Peza fue testigo del amor de Laura y Manuel, y testigo en la boda de Laura y Agustín F. Cuenca.

Luego de leer el trabajo de Romero Chumacero, regresé al trabajo que en el 2003 publicara el maestro Raúl Cáceres Carenzo en la revista La Colmena, titulado: “Laura Méndez, la pasión y la voz”, en el que el estudioso crítico literario yucateco expone, en vísperas de celebrar los 150 años del nacimiento de la poeta mexiquense: “La voz lírica de Laura Méndez de Cuenca aportó imágenes y palabras verdaderas en su momento: en esa fuente de nuestras ideas estéticas: el segundo romanticismo mexicano. En la obra poética de Méndez de Cuenca encontramos, no siempre acallados por el ritmo verbal o las diversas imágenes: las quejas, la desolación, el grito, la angustia y el deseo de su vida. La poesía de esta escritora mexiquense se ha venido valorando en años recientes como experiencia necesaria para el destino de la voz femenina en el panorama literario nacional; José Emilio Pacheco afirma: "fue persona de insaciable curiosidad intelectual" y también "una de las primeras y más activas feministas mexicanas".

Y es en ese “segundo romanticismo mexicano”, en el último tercio del siglo XIX, donde nos deberíamos situar e imaginar cómo fue en aquella época la Ciudad de México; imaginar la situación de la mujer intelectual mexicana de aquellos días, que a pesar de que con las Leyes de Reforma se establecía que las mujeres tendrían las mismas oportunidades educativas que los hombres, la realidad distaba mucho de verlo cumplido. Leticia Romero nos ayuda a entender cómo fue para Laura Méndez: “fue aplaudida y objetada a un tiempo debido a la índole no siempre dócil de su obra, así como a elementos biográficos relacionados con su juventud, pues fue madre soltera y amante de uno de los poetas más afamados del siglo XIX mexicano. Estos datos extratextuales han tendido a opacar su recepción y a limitar su aparición en la historia de la literatura mexicana”. Ya que la mujer de aquella época, que quisiera dedicarse a la literatura o a otro arte, tenía que hacerlo con base en lo que las “buenas conciencias” de los escritores hombres habían determinado. Romero lo expone así: “intelectuales mexicanos convencidos de que la misión vital de sus contemporáneas consistía en salvaguardar la moral, se consagrasen o no a las letras”.

Cáceres Carenzo nos cuenta que la inclinación de Laura Méndez por las letras la llevó, antes de los veinte años, “a frecuentar los círculos literarios e intelectuales capitalinos donde brillaba, arrasadora. la figura del joven estudiante de medicina Manuel Acuña”. Eran sus maestros en la Escuela de Artes y Oficios: Enrique Olavarría, Guillermo Prieto e incluso Ignacio Manuel Altamirano, con quienes Laura entabló amistad de inmediato. Se reunían en veladas literarias a las cuales asistían ocasionalmente una o dos mujeres. En uno de esos encuentros Laura conoció al poeta más querido y afamado de la República Restaurada: Manuel Acuña, quien ya era reconocido en el Salón Nezahualcóyotl, y entre sus compañeros de la Escuela de Medicina. Ya había sido elogiado por Ignacio Manuel Altamirano. Ese muchacho de 22 años tuvo el atrevimiento de elogiar en público el trabajo intelectual de Laura Méndez.

Pero no solo fue Acuña quien entendió la capacidad creadora e intelectual de Méndez Lefort. Romero comenta: “Hay quien opina que en esa época Laura y Manuel eran “los dos poetas jóvenes más dotados de su generación”. Juan de Dios Peza publicó sobre Laura: “Es, si no la mejor, una de las mejores poetisas de México” Adalberto A. Esteva llega a decir sobre Laura: “Ella y sor Juana Inés de la Cruz, son las mejores poetisas del país”.

Aquel amor que había crecido entre dos poetas Manuel Acuña y Laura Méndez planteaba que su amor sería capaz de sobrevivir a la pobreza a la que había que enfrentarse. Laura no solamente era una estudiante a finales del siglo XIX, no solamente asistía a las veladas literarias, apenas acompañada de una o dos mujeres más entre puros hombres. Además, había decidido vivir con Manuel Acuña; su relación con sus padres, por todo lo anterior, se había hecho ríspida, pero la juventud y libertad intelectual de Laura era suficiente para saberse capaz. Los poemas que, uno a otro, se leían y se escribían, como parte de su amor intelectual, eran publicados en los periódicos de la época. Pero la maliciosa presencia de Guillermo Prieto, quien fuera director en la escuela a donde Laura Méndez acudía, vino a destruirlo todo. Mílada Bazant lo señala de la siguiente forma: “Laura tuvo que sobreponerse a las muertes de Manuel Acuña padre, en diciembre de 1872, y luego la de Manuel Acuña hijo, en enero del año siguiente. No sólo debió sobrellevar estas penas, sino, además, hacer oídos sordos a los chismes e ignorar que la gente la señalaba cuando iba por las calles.”

Cuenta la leyenda que la joven pareja, Laura y Manuel, se habían decidido a vivir juntos, compartiendo las posibilidades; lo poco que él recibía lo compartía con la mujer amada y admirada. Laura queriendo colaborar con el hogar que comenzaba su formación, quiso solicitar "boletos de alimentación" al director de la Escuela de Artes y Oficios donde era alumna, y podemos ver a Guillermo Prieto diciéndole que sí, pero solo si le entregaba sus favores carnales. Muchos dicen que Laura cedió al chantaje, basados en que Prieto lo quiso divulgar. Ella dice que no ocurrió jamás, que ella siempre se negó. Los mismos aduladores de Prieto, le calentaban la cabeza diciéndole, al patriarca de las letras, que "no era posible que el joven Acuña estuviera teniendo más éxito y fama, y que comenzara a ser tan leído y buscando por los críticos"; alimentando en el anciano un odio creciente hacia el joven Acuña, de 24 años, quien además era el amor de la solicitada Laura, su pupila en la Escuela. Señalan que tal vez esos fueron algunas de las intrigas que hicieron a Prieto actuar, como lo hizo, contra una joven mujer admirable. Sin embargo, los comentarios, las mentiras, las alusiones, que Prieto y sus aduladores dejaron crecer llegaron a los oídos de Acuña, y la relación Acuña-Méndez terminó.

Manuel Acuña al dar por terminada la relación aún no estaba enterado de que Laura estuviera embarazada. Luego de los reclamos, coge sus cosas y regresa a su cuarto en la Escuela de Medicina, y presa del desamor comienza a acudir a las reuniones en casa de Rosario de la Peña, mujer a la que no pocos cortejaban, y Acuña decide hacer lo propio para olvidar, con la ayuda de Rosario, y mediante la bohemia, a Laura. Amigos hay que cuentan que Acuña había pedido no ser molestado, durante aquellos días, en aquellos trances, pero los verdaderos amigos hacen caso omiso de este escollo de meditaciones íntimas. Llegan a él, y es así que el poeta les enseña dos cartas de despedida, que en aquel momento a los compañeros del poeta les parecen otros de sus ejercicios que, como "textos literarios", eran asiduos del poeta (léase la historia del “libro de hueso”, que narrara años después Juan de Dios Peza), y le piden no quedarse encerrado, salir y disfrutar las noches a su lado —recuerde usted que estamos hablando de jóvenes cuyas edades giraban entre los 19 y 25 años de edad.

Además de las cartas que el poeta les enseñara, algunos estudiosos señalan que Acuña llegó a esgrimir comentarios como el siguiente: " ¡El que contrae obligaciones sin poder cumplirlas es un miserable! ", ellos no sabrían entonces que Acuña se estaba refiriendo al hecho de haber tenido un hijo con Laura. Se acusaba de haberse precipitado en sus juicios, dejándose llevar por la maledicencia de los que querían verlos sufrir, y se arrepentía de haber terminado su relación con ella. De haberla juzgado de ligera sin siquiera haberla escuchado. Arrepentido, insultado por Prieto y sus camarillas, necesitado de dinero, Acuña va cayendo en un remolino de pensamientos que aletean la sombra de la depresión en su intelecto.

El resto es historia: Acuña muere por su propia mano “que no se culpe a nadie de mi muerte”, Laura pierde al padre de su hijo; poco después el hijo de Acuña y ella comienzan a morirse de hambre, de enfermedad, de pobreza, de abandono. Pues no tienen donde vivir, la familia de Laura la rechaza por ser madre soltera. Hasta que se decide a vivir de nuevo con otro hombre, a ser rescatada de ese lodo de tristezas por un amigo de ambos, por el escritor Agustín F. Cuenca, quien siempre quiso mantenerse a su lado, conocedor de su historia, y de la tragedia que se había cernido sobre ellos.

La historia y la tradición que nos han hecho llegar, cuentan que el poeta Acuña se mató de amor por la tal Rosario, pero esta mujer poco tenía que ver en esta historia, más que apuntalar la tristeza de un hombre que no pudo con su tiempo y su depresión: chismes, romance, pobreza, intimismo, extrema sensibilidad, son el escenario para el drama en que se debatieron. Y de esa batalla de pasiones en las que se confunde la ficción con la realidad, los poetas nos dejaron algunas obras literarias.

He acá los tres poemas que narran esta historia. El primero es el “Adiós” escrito por Acuña para Laura, dando por terminada la relación. El segundo la respuesta de Laura (publicada muchos años después de los sucesos; por lo que ahora se sabe, leída por el poeta Acuña antes de morir, donde se entera del hijo que tendría con Laura, al que ve nacer, pero con el que no puede convivir como hubiese querido porque la relación entre ellos no logra componerse); y el tercer poema es el famosísimo “Nocturno”; en el que se puede notar, de la pluma de Acuña, la intromisión del "hijo de Laura y el poeta", que toma la voz del hablante lírico, siendo el niño aún no nacido (Manuel Acuña Méndez) el que dice "y en medio de nosotros / mi madre como un dios"; pues eso es justo lo que es una madre para todo niño, y Acuña puede darse cuenta de ello, al borde la locura en la que se debate.

Todo este diálogo poético se desprende al notar que los tres textos están construidos con el mismo ritmo y medida; y muchas de las imágenes escritas por Laura Méndez son retomadas por el poeta Acuña, quien los acomoda y recompone para continuar el diálogo poético que ha sostenido siempre con su Laura. Veamos:

El primer Poema que transcribiremos fue escrito por Manuel Acuña (dirigido a Laura Méndez). Se titula “Adiós a…”; el poema apareció publicado el 4 de marzo de 1873:

“Después de que el destino/ me ha hundido en las congojas/ del árbol que se muere/ crujiendo de dolor,/ truncando una por una/ las flores y las hojas/ que al beso de los cielos/ brotaron de mi amor./ / Después de que mis ramas/ se han roto bajo el peso/ de tanta y tanta nieve/ cayendo sin cesar,/ y que mi ardiente savia/ se ha helado con el beso/ que el ángel del invierno/ me dio al atravesar./ / Después... es necesario/ que tú también te alejes/ en pos de otras florestas/ y de otro cielo en pos;/ que te alces de tu nido,/ que te alces y me dejes/ sin escuchar mis ruegos/ y sin decirme adiós./ / Yo estaba solo y triste/ cuando la noche te hizo/ plegar las blancas alas/ para acogerte a mí,/ entonces mi ramaje/ doliente y enfermizo/ brotó sus flores todas/ tan solo para ti./ / En ellas te hice el nido/ risueño en que dormías/ de amor y de ventura/ temblando en su vaivén,/ y en él te hallaban siempre/ las noches y los días/ feliz con mi cariño/ y amándote también.../ /

¡Ah! nunca en mis delirios/ creí que fuera eterno/ el sol de aquellas horas/ de encanto y frenesí;/ pero jamás tampoco/ que el soplo del invierno/ llegara entre tus cantos,/ y hallándote tú aquí.../ / Es fuerza que te alejes.../ rompiéndome en astillas;/ ya siento entre mis ramas/ crujir el huracán,/ y heladas y temblando/ mis hojas amarillas/ se arrancan y vacilan/ y vuelan y se van.../ / Adiós, paloma blanca/ que huyendo de la nieve/ te vas a otras regiones/ y dejas tu árbol fiel;/ mañana que termine/ mi vida oscura y breve/ ya solo tus recuerdos/ palpitarán sobre él./ / Es fuerza que te alejes/ del cántico y del nido/ tú sabes bien la historia/ paloma que te vas.../ El nido es el recuerdo/ y el cántico el olvido,/ el árbol es el siempre/ y el ave es el jamás./ / Adiós mientras que puedes/ oír bajo este cielo/ el último ¡ay! del himno/ cantado por los dos.../ Te vas y ya levantas/ el ímpetu y el vuelo,/ te vas y ya me dejas,/ ¡paloma, adiós, adiós!

 

Es un poema por demás hermoso. Los versos “mañana que termine/ mi vida oscura y breve/ ya solo tus recuerdos/ palpitarán sobre él”, parecen una prefiguración del aciago desenlace del poeta.

En un segundo trabajo, Romero Chumacero describe lo que Balbino Dávalos cuenta a uno de los biógrafos del poeta: “fue novia y, después, amante de Acuña: por estas relaciones, vivió sola, alejándose de familiares y amigos; económicamente dependía del poeta, paupérrimo a la sazón. Buscando alivio, [...] se dirigió a Prieto; lo reputaba leal amigo de Acuña, quien tenía un elevado concepto del exministro. Éste ofreció conseguirle boletos de alimentación gratuita y proporcionarle otros subsidios, siempre que la joven concediera sus encantos al vejete. [Ella] rechazó las viles proposiciones”.

Ahora vamos a dar lectura al poema 2 de este Diálogo Poético en el que la pareja se embarcó en aquel momento. Es escrito por Laura Méndez en respuesta al poema de Manual Acuña, y aunque éste no fue publicado en su momento, las investigaciones reconocen el tiempo en el que se escribió como respuesta al poema de Acuña, y cuyo ritmo e imágenes fueron retomadas por el poeta saltillense para componer su Nocturno. Se sabe que Laura hizo llegar su poema a la redacción del periódico que publicara el primer poema que ya hemos revisado; pero éste fue recibido por el mismo Acuña, quien de esta forma se entera que su Laura está embarazada, y cae en cuenta de lo que ha hecho, al exponer su relación, y su rompimiento dentro de una publicación, y por haberse marchado como lo hizo de aquel hogar, abandonando a la mujer embarazada. Coge el poema y acude a ver a Laura, pero el golpe ya está dado. No logra encontrarla pues ella también ha abandonado el cuarto, para vivir algunos meses con una hermana; Acuña vuelve a casa a repasar y repasar las letras del poema que le han entregado. Pasan los días, semanas, los meses en esta opresión, que apenas son paliadas con las visitas a las veladas literarias en casa de Rosario de la Peña, o con las salidas que hace junto a los amigos que intentan arrancarle el sentimiento que le oscurece el rostro; el niño nace dos meses antes de que Acuña decida quitarse la vida.

Cáceres Carenzo nos informa que Laura y Manuel se enamoraron: “estas dos almas románticas se enamoraron y procrearon un hijo, Manuel Acuña Méndez, que moriría a los tres meses de nacer, un mes y días después del suicidio de Acuña.” Esto evidencia que, a pesar de los intentos de Acuña, no pudo recomponer la relación con Laura, y con su hijo, y recurrió al suicidio cuando su hijo tenía alrededor de dos meses de nacido.

La historia y la tradición nos muestran al taciturno Acuña en la casa de Rosario de la Peña. Al poeta en charlas con Juan de Dios Peza, al estudiante pobre pidiéndole a Celi que le lave y le planche bien la ropa y se la deje muy temprano sobre la cama. Lo demás lo sabemos ya.

“Al casarse con Laura y darle su apellido, Agustín E Cuenca, íntimo amigo de Acuña, logra que a ella se le recuerde siempre como ‘Laura Méndez de Cuenca’... y no como ‘Laura la de Acuña’; como se recuerda a la otra, a Rosario”; termina diciéndonos el maestro Raúl Cáceres Carenzo, conocedor de la historia, y del valor literario de la obra de Méndez, que por su relación con Acuña, y por el rumor esparcido por Prieto ha sido olvidada como la gran mujer de letras que fue.

He acá el poema número dos de este diálogo poético que estamos ensayando, y con el cual la mente de Acuña terminó por trastornarse. También se titula “Adiós” (por Laura Méndez Lefort):

Adiós: es necesario que deje yo tu nido;/ las aves de tu huerto, tus rosas en botón./ Adiós: es necesario que el viento del olvido/ arrastre entre sus alas el lúgubre gemido/ que lanza, al separarse mi pobre corazón./ /

Ya ves tú que es preciso; ya ves tú que la suerte/ separa nuestras almas con fúnebre capuz;/ ya ves que es infinita la pena de no verte;/ vivir siempre llorando la angustia de perderte,/ con la alma enamorada delante de una cruz./ / Después de tantas dichas y plácido embeleso,/ es fuerza que me aleje de tu bendito hogar./ Tú sabes cuánto sufro y que al pensar en eso/ mi corazón se rompe de amor en el exceso,/ y en mi dolor supremo no puedo ni llorar./ /

Y yo que vi en mis sueños el ángel del destino/ mostrándome una estrella de amor en el zafir;/ volviendo todas blancas las sombras de mi sino;/ de nardos y violetas regando mi camino,/ y abriendo a mi existencia la luz del porvenir./ / Soñaba que en tus brazos de dicha estremecida,/ mis labios recogían tus lágrimas de amor;/ de nardos y violetas regando mi camino/ y abriendo a mi existencia la luz del porvenir./ /

Soñaba que en tus brazos, de dicha estremecida,/ mis labios recogían tus lágrimas de amor;/ que tuya era mi alma, que tuya era mi vida,/ dulcísimo imposible tu eterna despedida,/ quimérico fantasma la sombra del dolor./ / Soñé que en el santuario donde te adora el alma,/ era tu boca un nido de amores para mí,/ y en el altar augusto de nuestra santa calma/ cambiaba sonriendo mi ensangrentada palma/ por pájaros y flores y besos para ti./ /

¡Qué hermoso era el delirio de mi alma soñadora!/ ¡Qué bello el panorama alzado en mi ilusión!/ Un mundo de delicias gozar hora tras hora/ y entre crespones blancos y ráfagas de aurora/ la cuna de nuestro hijo como una bendición./ /

Las flores de la dicha ya ruedan deshojadas./ Está ya hecha pedazos la copa del placer./ En pos de la ventura buscaron tus miradas/ del libro de mi vida las hojas ignoradas/ y alzóse ante tus ojos la sombra del ayer./ / La noche de la duda se extiende en lontananza;/ La losa de un sepulcro se ha abierto entre los dos./ Ya es hora de que entierres bajo ella tu esperanza;/ que adores en la muerte la dicha que se alcanza,/ en nombre de este poema de la desgracia. Adiós.”

 

El maestro Cáceres Carenzo repasa de esta forma el oleaje de juventud pasional en la que Laura Méndez tuvo que bogar: “época de juventud apasionada, —en la que sufrió los asedios galantes de dos patriarcas liberales: El Nigromante: Ignacio Ramírez y Fidel: Guillermo Prieto—, es la que dicta sus mejores páginas románticas, entre las que destacamos, como documento literario y humano, de extraordinario valor, el poema "Adiós", que asume la respuesta femenina (y premonitoria) al desolado "Nocturno" de aquel "niño sentimental" que fuera Acuña. Porque tuvo el destino del siglo XIX la desdicha de impedir que los poemas de Laura Méndez no fueran publicados de forma inmediata en las revistas y suplementos, como los de los hombres de su época; recordemos que para esos años el trabajo literario de las mujeres era apenas vista como una actividad de esparcimiento, y así lo señala Leticia Romero: “la de los hombres es literatura, sin más; la de sus pares femeninas es literatura ‘de mujeres’”.

Y si a ello sumamos que este poema de Laura cayó primero en manos de Acuña, quien se dio el tiempo de enfermarse en su lectura, reconocemos que tardó en llegar a ser publicado.

Ahora repasemos el Tercer Poema del Diálogo Poético en el que nos hemos encauzado; fue escrito por Manuel Acuña, y es el que la gran mayoría del México lector conoce. La fama de Acuña, así como sus relaciones, hicieron que el poema fuera publicado como recuerdo de su desaparición de este mundo terrenal, y aquel epígrafe que dejara: a Rosario, terminó pasando a la posteridad, quizá como una idea de Juan de Dios Peza, o de los mismos Agustín F. Cuenca y Laura Méndez, para terminar de una buena vez por todas con la novela que se había comenzado a escribir en la prensa mexicana.

Dejar la dedicatoria, en un poema con el que finaliza la vida, a otra mujer que no fuera la verdadera amante, la verdadera musa, la mujer amada, madre de su hijo, la mujer a la que había abandonado presa de los celos, era una forma de acallar las voces que sobre Laura habían caminado, señalándola, o sobre su propio hijo que había muerto en la pobreza, o también sobre el mismo Prieto, que algo de oscuro tenía en este drama. Romero documenta: “el 17 de enero de 1874 un periodista había comparecido ante el Registro Civil para notificar la muerte del “hijo natural del finado Manuel Acuña y doña Laura Méndez”. Para qué publicar los dos poemas en el orden cronológico en que fueron escritos. Si Acuña había conservado el poema de Laura para enloquecer con él, aprenderse el ritmo y recuperar las imágenes (amor, hogar, madre, cuna, desamor, olvido, adiós) para intentar responderlo mediante su Nocturno. Lo mejor fue escribirle un epígrafe que hiciera que la atención se alejara por completo de Laura Méndez.

Se conoce que las intrigas de Prieto contra Acuña eran amplias, al grado de que la misma Rosario de la Peña cuenta que el gran patriarca le dijo en una ocasión: “Sé que te corteja Acuña y creo es de mi deber, por la estimación que te profeso, decirte que mantiene relaciones con dos mujeres: una poetisa y una lavandera. Es más, a una de ellas se le acaba de morir un hijo, hace poco tiempo. Así es que tú sabes lo que haces”. Tal vez la fama de un joven de 24 años no dejara de molestar a Prieto. La historia no puede ser cierta, puesto que Manuel Acuña Méndez murió un mes después de que su padre se suicidara. Esto evidencia incluso que la misma Rosario de la Peña ayudó a crecer la falsa dedicatoria, al querer creer en ella. Algo debe representar el sentirse amada hasta la inmortalidad.

Pero es en los versos de Laura Méndez en su poema “Adiós” es donde queda muy claro el reclamo, el rencor perlado, el dolor, y la incapacidad de la reconciliación (la cobra de oro que se erige) con el poeta Acuña:

“La noche de la duda se extiende en lontananza

la losa de un sepulcro se ha abierto entre los dos.

Ya es hora de que entierres bajo ella tu esperanza;

que adores en la muerte la dicha que se alcanza,

en nombre de este poema de la desgracia. Adiós.”

 

“La noche de la duda” es justo la forma de reconocer con claridad el reclamo que Manuel Acuña debió haberse permitido sobre la mujer que vivía con él. La duda sembrada por Prieto y sus seguidores habían anidado en un espíritu frágil que tuvo que ser el de Acuña. Y que le hiciera perderse en ese abismo de dejar de reconocerse a sí mismo, hasta arrastrarse en pos del suicidio. Era verdad lo que decía Laura, Acuña había dudado de ella; no le había importado las vivencias juntos, las decisiones que se habían tomado, las amplias charlas luego de las horas de pasión, carne contra carne: de qué habían servido, si un tipo infame podía venir a verter aquel veneno, y Acuña había decidido recibirlo, calentarlo en su dolor, y restregárselo en la cara a Laura. Resulta incomprensible que el poeta hubiera caído presa fácil de la insidia, pues fue el mismo Manuel Acuña “una de las primeras conciencias mexicanas en advertir (y anunciar) la naturaleza y destino literarios de su amada Laura Méndez”, como nos dice Cáceres Carenzo, el poeta de Saltillo había reconocido la capacidad intelectual de la mujer a la que amaba. Lo reacción de Acuña ante el rumor soltado por Prieto habla de una confrontación personal y ególatra; y Laura se vuelve un pretexto en esa historia entre el ego de dos hombres. Porque como ha dicho Romero, Laura sabía que Acuña admiraba y respetaba al viejo escritor, y es por considerarlo su amigo que decide acudir a él en busca de ayuda. Ver que Acuña le reclamara debió ser duro para ella, enterarse que rompen con ella, y la lanzan a la calle, mediante un poema escrito y publicado en un periódico, evidencia el infantilismo del hombre de quien se había dejado embarazar. Por eso el verso: “mi corazón se rompe de amor en el exceso”.

Sobre aquella muchacha lavandera a la que Prieto hace maliciosamente mención, el mismo Juan de Dios Peza señala, tal vez para lavar la memoria de su amigo y, por supuesto, también de la chica: “Acuña en sus ideales, en su amor de lírico, no fijó nunca sus ojos en los negros y brillantes de Celi, que lo miraban con ternura y respeto”. Con ello sacamos que mienten Prieto y Rosario de la Peña.

Por todo lo anterior, y antes de leer el tercer poema, demos paso a lo que Romero Chumacero vuelve a declarar a manera de cronología de hechos: “Ciertamente, hacia el mes de octubre de 1873 dio a luz a su “hijo natural” Manuel Acuña Méndez, primogénito del poeta Manuel Acuña; el 6 de diciembre de ese mismo año éste se suicidó en su habitación de la Escuela de Medicina, y el 17 de enero de 1874 falleció el bebé. Así las cosas, a los veintiún años de edad, Laura era madre soltera y el mundillo literario la sabía vinculada con el célebre escritor extinto.”

Ahora repasemos el tercer poema, como hemos prometido: Nocturno. (Siempre se ha publicado con la dedicatoria: a Rosario).

Pues bien, yo necesito/ decirte que te adoro,/ decirte que te quiero/ con todo el corazón;/ que es mucho lo que sufro,/ que es mucho lo que lloro,/ que ya no puedo tanto,/y al grito que te imploro/ te imploro y te hablo en nombre/ de mi última ilusión./ / De noche cuando pongo/ mis sienes en la almohada,/ y hacia otro mundo quiero/ mi espíritu volver,/ camino mucho, mucho/ y al fin de la jornada/ las formas de mi madre/ se pierden en la nada,/ y tú de nuevo vuelves/ en mi alma a aparecer./ / Comprendo que tus besos/ jamás han de ser míos;/ comprendo que en tus ojos/ no me he de ver jamás;/ y te amo, y en mis locos/ y ardientes desvaríos/ bendigo tus desdenes,/ adoro tus desvíos,/ y en vez de amarte menos/ te quiero mucho más./ / A veces pienso en darte/ mi eterna despedida,/ borrarte en mis recuerdos/ y huir de esta pasión;/ más si es en vano todo/ y mi alma no te olvida,/ ¡qué quieres tú que yo haga/ pedazo de mi vida;/ qué quieres tú que yo haga/ con este corazón!/ / Y luego que ya estaba?/ concluido el santuario,/ la lámpara encendida/ tu velo en el altar,/ el sol de la mañana/ detrás del campanario,/ chispeando las antorchas,/ humeando el incensario,/ y abierta allá a lo lejos/ la puerta del hogar.../ / Yo quiero que tú sepas/ que ya hace muchos días/ estoy enfermo y pálido/ de tanto no dormir;/ que ya se han muerto todas/ las esperanzas mías;/ que están mis noches negras,/ tan negras y sombrías/ que ya no sé ni dónde/ se alzaba el porvenir. //“¡Que hermoso hubiera sido/ vivir bajo aquel techo./ los dos unidos siempre/ y amándonos los dos;/ tú siempre enamorada,/ yo siempre satisfecho,/ los dos, un alma sola,/ los dos, un solo pecho,/ y en medio de nosotros/ mi madre como un Dios!”/ / ¡Figúrate qué hermosas/ las horas de la vida!/ ¡Qué dulce y bello el viaje/ por una tierra así!/ / Y yo soñaba en eso,/ mi santa prometida,/ y al delirar en eso/ con alma estremecida,/ pensaba yo en ser bueno/ por ti, no más por ti./ / Bien sabe Dios que ése era/ mi más hermoso sueño,/ mi afán y mi esperanza,/ mi dicha y mi placer;/ ¡bien sabe Dios que en nada/ cifraba yo mi empeño,/ sino en amarte mucho/ en el hogar risueño/ que me envolvió en sus besos/ cuando me vio nacer!/ / Esa era mi esperanza.../ más ya que a sus fulgores/ se opone el hondo abismo/ que existe entre los dos,/ ¡adiós por la última vez,/ amor de mis amores;/ la luz de mis tinieblas,/ la esencia de mis flores,/ mi mira de poeta,/ mi juventud, adiós!

 

El maestro Cáceres Carenzo es fuerte en sus comentarios al realizar el análisis, y escribe: “Es al poema 'Adiós’ del poeta saltillense al que da respuesta el desolado e intenso poema de Laura Méndez, del mismo título, que parece ser el modelo imitado en el famoso "Nocturno" (A Rosario). La plenitud expresiva del 'Adiós" de Laura Méndez no la logra alcanzar Acuña en su "Nocturno". En estos textos observamos el mismo metro, parecida lamentación por el infortunio amoroso, pero la riqueza idiomática del testimonio de ella hace que, al ser confrontados, la última despedida de Acuña se muestre plagada de excesos retóricos, ripios, carencia de ideas, dispendios verbales y desorden formal.”

Sin embargo, no deja de ser claro el diálogo poético entre Laura y Manuel que se observa en los tres poemas que hemos transcrito. Usted lector puede constatar conmigo lo que ella le responde; esa tristeza de poder realizar juntos una familia, de pasar de la dulzura de ser ellos dos a la ternura de ahora ser tres (“la cuna de nuestro hijo como una bendición”); y en el que se puede percibir la presencia del hijo de ambos.

Esto dialoga con fragmentos del poema final de Acuña:

“¡Que hermoso hubiera sido

vivir bajo aquel techo. (los poetas ya vivían juntos, y compartían su pobreza)

los dos unidos siempre (que fuera triturado por la noche de la duda, escribe Laura)

y amándonos los dos; (creyendo los maliciosos chismes de Prieto, los poetas se separan; porque aun cuando ella hubiera cedido, “la noche de la duda”, jamás dejaría en paz al joven Acuña. Laura terminó por convertirse en una de las primeras feministas reconocidas de México, y ya mostraba en este drama que no sólo podía colaborar con Acuña para obtener el sustento de su hijo, sino de la forma en que se necesitara para conseguir el alimento, la renta, en fin... lo necesario para mantenerse juntos)

tú siempre enamorada, (el amor se sostiene dentro de la confianza; Laura escribe: Y yo que vi en mis sueños el ángel del destino/ mostrándome una estrella de amor en el zafir; donde deja más que claro el estar enamorada. Acuña lo sabe)

yo siempre satisfecho, (acá Acuña, da muestra de saber que Laura lo amaba; y con "satisfecho", el poeta intenta señalar que los disparates vertidos por Prieto no le habían hecho mella; por lo trata de decirle a Laura que la razón por la que se quita la vida, no es por celos, sino sabedor que no se siente capaz para enfrentar la pobreza a la que conduce al hijo que Laura y él han procreado; pobreza que incluso pone en riesgo a su amada, dado que al no poder él con los gastos, ha impulsado a Laura a conseguir dinero para ayudarlos, volviéndola presa de personajes como Prieto; los cuatro versos siguientes muestra a la familia toda, junta, desde la voz y los ojos de su hijo:)

“los dos, un alma sola,

los dos, un solo pecho,

y en medio de nosotros

mi madre como un Dios!”

 

Dice Raúl Cáceres Carenzo que “Bien sabemos que los críticos suelen pasarse de listos o de oscuros”. Y así es como hemos transcurrido a través de esta historia, en este drama Laura Méndez-Manuel Acuña, recurriendo a fuentes, y ficcionando presa del romanticismo en el que nos hemos querido situar.

De esta relación amorosa, cargada de pasión, nos cuenta Cáceres Carenzo que, en la emotiva biografía de Manuel Acuña, escrita por José Rojas Garcidueñas, que las relaciones amorosas de estos dos poetas de nuestro romanticismo "parecen haber durado menos de dos años (l872 y parte de l873)". En los inicios de la pasión romántica que floreció entre ellos, Manuel tendría veintidós años y Laura diecinueve. Ya desde 1872, en el mes de abril, Acuña leyó ante los miembros del Liceo Hidalgo reunidos esa noche en el Conservatorio, el poema “A Laura”, que había sido ya divulgado en las páginas de “El Eco de Ambos Mundos”, una serie de tercetos endecasílabos encadenados en los que termina diciendo: “y que hallemos en ti a la mujer fuerte / que del oscurantismo se redime”. Y con eso es con lo que debemos quedarnos al hablar de Laura, con su capacidad intelectual, creativa, su fortaleza de espíritu que siempre la hizo seguir adelante.

Durante largas décadas, la de Laura Méndez ha sido una voz injustamente olvida por las memorias, diccionarios y recuentos poéticos nacionales. Leticia Romero Chumacero termina señalándolo de esta manera: “Sus piezas de crítica social, su destacada participación como representante de México en el extranjero, su nexo con los círculos literarios más importantes del país, su labor escritural de varias décadas, su feminismo y la admiración que suscitó, se disolvieron poco a poco. Fue tan estrepitosa (si vida y obra), que la mejor estrategia para silenciarla fue el olvido.”

Para terminar, tenemos que reconocer que justo ahora es cuando más nos debe llamar la atención el poema “Acuña” del maestro Marco Antonio Campos, que dice cosas como éstas:

“Ah paradoja aflictiva: Laura, la poeta de la época, se enamoró de él,

y él no la quiso, y él se enamoró a su vez de la inteligencia glacial,

de la piel lasciva y la figura cleopátrica de Rosario de la Peña,

que siempre pero siempre le marcó distancias”

 

para luego rematar con un muy sentido:

“Molido, raspado, gargajeado,

dejad en paz a Acuña, por Dios, dejadlo en paz.”

 

Yo añadiría: Y reconozcamos la obra de Laura Méndez Lefort. Leamos no solo su vida, leamos su obra, ese es su mayor legado. Reconocer a Manuel Acuña y a Laura Méndez como dos personajes creativos capaces, a los que el destino decidió juntar por tan solo dos años, colisionando en una tremenda y novelada historia de amor pasional; pero separemos su obra. Hacerlo nos permitirá reconocer la vida de este enorme poeta de 24 años, y reconocer la calidad vital de Laura, no solo como la mujer de la que se enamorara, y por cuya terrible relación no pudo caminar más sobre este “valle de lágrimas” en que siempre acabamos por coincidir; sino como la mujer que fue capaz de hacer sucumbir por la claridad de su pensamiento, actitud y obra literaria, a las grandes mentes literarias del final del siglo XIX y principios del XX.

Lo sucedido es triste en verdad. Pero más triste es el olvido en que se ha sumido la obra de Laura. Sin embargo, eso no puede hacernos olvidar que lo que Acuña nos regala no es solo su obra, sino esa capacidad de admiración por una mujer de una inteligencia incluso superior a la suya.

Una mujer que era capaz de dibujar en el poema una pasión mucho mayor que la del admirado poeta del siglo XIX. Porque el poema “Nocturno” de Manuel Acuña, que tanto ha sido leído y admirado por tantas personas, no es más que una caricatura, una mala copia, una respuesta apenas al poema “Adiós” de Laura Méndez Lefort, que le había removido tanto las entrañas, haciendo que el poeta se precipitara en una espiral de palabras que, si bien sí logra esbozarse como una respuesta, jamás tendrán la calidad del poema que Laura había escrito para dar por terminada toda relación con el padre de su hijo. Lo cual deja demasiado claro al reclamar con fortaleza: “La noche de la duda”; una duda que se anidó de tal forma en el poeta coahuilense que terminó por horadarle el alma y la cordura.

 

Referencias.

Bazant, Mílada. Una musa de la modernidad: Laura Méndez de Cuenca (1853-1928). Rev. hist.edu.latinoam - Vol. 15 No. 21, julio-diciembre 2013 - ISSN: 0122-7238 - 19 - 50.

Cáceres Carenzo, R. Laura Méndez la pasión y la voz. La colmena. Oct-Dic 2003. No. 40. UAEM.

Peza, Juan de Dios. (1982) Manuel Acuña íntimo. Publicado en “Cuadernos mexicanos”. Varios. Secretaría de Educación Pública. México. Páginas 1-32.

Romero Chumacero, Leticia. (2008). Laura Méndez de Cuenca: El Canon de la Vida Literaria Decimonónica Mexicana. En: RELACIONES 113, INVIERNO 2008, VOL. XXIX.

Romero Chumacero, Leticia. (2013). Laura Méndez y Manuel Acuña: Un idilio (casi olvidado) en la república de las letras. En: FUENTES HUMANÍSTICAS 38.

 

 

Leer en la pandemia.

Dr. Adán Echeverría.

Cuando vemos a tantos jóvenes ser reclutados por el crimen organizado, trabajando de halcones por todas las ciudades de México. Cuando el promedio escolar en este país es de 9.2 años, dejando la preparatoria en los primeros meses del primer año, la deserción escolar ocurre en un 25.9%; cuando el promedio de lectura es de 3.8 libros al año. Cuando el 40% de los jóvenes que cursan la secundaria consumen alcohol ocasionalmente, y casi el 46 por ciento de los estudiantes de preparatoria. En cuanto a la drogadicción en los jóvenes mexicanos, en los últimos 10 años ha habido un aumento del 250% en el consumo de drogas ilegales; y hay que recordar que México ocupa el primer lugar de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE), en embarazo de adolescentes. Esta es la juventud de México en este 2020. Estos son los jóvenes al que le estamos heredando los grandes problemas de este país.

Es por eso que, los que nos dedicamos a la educación, los que trabajamos con proyectos relacionados con el arte y la promoción cultural, los que desarrollamos talleres de cultura, enseñamos alguna disciplina artística, impartimos talleres de literatura, tenemos un gran reto frente a nosotros. Hacer que algunos de esos jóvenes encuentren en la palabra, en la literatura, una posibilidad de encontrarse a sí mismos, y de poder expresar sus emociones, sus pensamientos hacia los demás, y lograr comunicarlos a los demás. Para ello una de las principales herramientas que tiene el aficionado a la literatura es Leer.

Imagínate un México donde el promedio de estudios fuera de 14 años, esto sería que la gran mayoría de los mexicanos tuvieran al menos el bachillerato y algún semestre de cualquier carrera: licenciatura o ingeniería. Si el promedio de edad para tener un hijo fueran los 28 años. ¿Usted considera que al menos esos dos factores fueran determinantes en tener una mejor sociedad mexicana? Los gobiernos municipal, estatal y federal deben de tener esto como objetivos en sus plataformas.

A nosotros, los escritores, los promotores de lectura, los talleristas, nos queda buscar que se aumente el porcentaje de libros leídos por los mexicanos. ¿Cómo? Evidenciando nuestro amor por la literatura, nuestro amor por los libros, por la capacidad lectora, de análisis. Un intelectual no es aquel que dice: ¡Soy un intelectual! ¡Nosotros los intelectuales! Un promotor de lectura no es el que dice: ¡Porque leo soy mejor que tú, y que otros! Un escritor no se preocupa por la fama, por decir: ¡He fincado mi carrera literaria! ¡Lo he logrado! Un escritor es aquel que ante todo es un gran lector. Aquel que sabe que en el silencio se encuentra la sabiduría. Es aquel capaz de entender al otro, de estudiar su tiempo, para poder plasmarlo en sus personajes, en la voz de sus hablantes líricos.

Por ello se hace necesario un Reto Lector, que impulse hacia arriba el promedio de lectura del mexicano. Ese reto es que todos los que decimos que somos escritores, tengamos la capacidad de leer al menos 12 libros al año. Ni uno menos. Y compartir con los nuestros el gusto por los libros, nuestros comentarios de nuestras lecturas.

Es por ello que ahora, al 6 de junio de 2020, puedo decir que ya me estoy poniendo al día en la lectura, y en este reto lector del que les he hablado. Por ahora he tenido oportunidad de leer: 1. El extranjero, de Albert Camus. 2. Mañana tendremos otros nombres, Patricio Pron, 3. Pálida luz en las colinas, Kazuo Ishiguro. 4. El club de la pelea, Chuck Palahniuk. 5. La virgen de los sicarios, Fernando Vallejo. 6. Noticias del Imperio, Fernando del Paso. 7. Satán en Goray, Isaac Bashevis Singer. 8. Sula, Toni Morrison; 9. Llevo ya 300 páginas de: Carlota. La emperatriz que enloqueció de amor, de Laura Martinez-Belli; y 10. Llevo ya 98 páginas de Vergüenza, de Salman Rusdie.

¿Y tú cómo vas con el reto de leer al menos 12 libros al año? Aumentemos el promedio de lectura en México. ¡Súmate a esta propuesta, y tengamos un país más ilustrado!

 

Lo que hay detrás de la vergüenza.

Adán Echeverría.

 

 

“el poder de la Bestia de la vergüenza no puede ser contenido mucho tiempo

en un solo marco de carne y sangre, porque crece, se alimenta y se hincha,

hasta que su recipiente estalla.”   Salman Rushdie.

 

 

Vergüenza es una novela de Salman Rushdie (escritor indio-británico nacido en Bombay en 1947), y fue publicada en 1983. En ella el escritor reúne la vida de tres familias, que en diversos momentos toman el poder/gobierno de Pakistán o viven cercanos a él. “Sabido es que el término Pakistán, un acrónimo, fue ideado originalmente en Inglaterra por un grupo de intelectuales musulmanes. P por los punjabíes, A por los afganos, K por los cachemiros (kashmiris), S por Sind y el ‘tan’, según dicen, por el Beluchistán., señala Rushdie dentro de la obra.

Sin embargo, al leer la novela uno cae en cuenta de la similitud que se tiene con todos los países que con el tiempo se han ido liberando del colonialismo europeo, para caer ante gobiernos que lo único que han perseguido es obtener riquezas al ostentar el poder, países de África, de América Latina, regiones de Asia, la Europa oriental.

Si hacemos a un lado la violencia, los arrebatos, el machismo, los fanatismos religiosos, podemos observa el punto central de la narración. Esta cae sobre Sufiya Zinobia, el milagro que salió mal, “era el bebé más pequeño que nadie había visto jamás”; al que con el tiempo denominaron Vergüenza; la idiota cuyo cuerpo crecía más rápido que su mente (algo limpio, en un mundo sucio, comenta el narrador). Todo debido a la encefalitis. Ella siendo bebé era capaz de quemarle las manos a quienes le tocaban la piel, se “sonrojaba” y hacía que todo ardiera, la temperatura en su piel aumentaba a tal grado que hacía hervir el agua cuando la bañaban. Sus padres avergonzados de ella decidieron tener otro hijo y abandonarla al cuidado de la ayah. “Su madre le decía a los parientes congregados: ‘Lo hace para llamar la atención. Ay, no saben lo que es esto, el jaleo, la angustia, ¿y para qué? Para nada.’ (…) Los idiotas pueden darse cuenta de esas cosas.”

Y la chica fue creciendo así, bajo el cuidado de su ayah, en el abandono de sus padres. Su madre cada vez sintiéndose más avergonzada de su presencia decide dedicarse a su segunda hija, consintiéndola en todo, al grado de que la hermanita se vuelve otro personaje que injuria y maltrata a Sufiya Zinobia. Su padre luchando como el general que era, y buscando tomar el poder del país, hace oídos sordos, ha tenido dos hijas, ningún varón que perpetuara su sangre.

Rushdie nos cuenta como, desde la pequeña prisión de su mente de tres años en un cuerpo de niña de 12 años, se desató la furia, al percatarse que su madre se sentía indispuesta por las aves domésticas que caminaban todo el día haciendo escándalo alrededor de su casa; la niña escapa de casa y castiga a las aves: “les había arrancado la cabeza y luego había hundido las manos en sus cuerpos para sacarle las entrañas por el cuello con sus manos diminutas e inermes.”

Estas dos primeras escenas de la violencia de la pequeña Sufiya Zinobia se presentan como esa metáfora de la opresión constante sobre las minorías. Ésas que son ofendidas todos los días por el racismo, el clasismo, la intolerancia. Recientemente hemos sido testigos del asesinato de George Floyd en los Estados Unidos, y vimos por la televisión como la furia del oprimido se fue levantando para reclamar, para romperlo todo, para quemarlo todo. Lo hemos visto en la CDMX, luego de que publicaron las fotografías de una joven desollada en la prensa de nota roja. Las mujeres salieron a romperlo todo. ¿Y qué esperaban?

Vivir sumido en la vergüenza, vivir soportando la opresión del poderoso, de los gobiernos sobre sus gobernados, no es más que abono para hacer que todo termine por explotar. Esa es la gran metáfora que Rushdie nos presenta en esta obra. La violencia de Sufiya Zinobia, una niña que nació con encefalitis y que fue abandonada por todos. Incluso por aquella nana que decía quererla, y cuidarla.

Una niña, todo niño, que desde el nacimiento es lastimado, abandonado, violentado, abusado, acusado siempre, al que se le dice todo el tiempo “no sirves para nada”, va creciendo gracias a su instinto de supervivencia, haciéndose bestia para sobrevivir, cargados de violencia, ajenos a la reflexión de sus actos, que jamás les fue enseñada. ¿Y pretenden que sean responsables de sus actos?

Miércoles, 15 Abril 2020 02:28

A través de los días. / Adán Echeverría. /

 

 

A través de los días.

Adán Echeverría.

 

 

“la separación entre dos personas ya no se producía

necesariamente en el ámbito físico sino en el de la atención”.

Patricio Pron.

 

Lo que nos separa de los animales, dicen los fanáticos, es el alma. El alma termina siendo la conciencia. La conciencia se desarrolla por pensamientos, los pensamientos no son más que el recuerdo de las palabras que usamos para definir las cosas y que nos fue enseñado, e intentamos aprender lo mejor que pudimos. Lo que nos separa de los animales no es el lenguaje (los animales todos tienen lenguajes y se comunican entre sí), sino el lenguaje escrito, la capacidad que hemos tenido para perpetuar los significados que queremos transmitir. Nos pueden someter al aislamiento, nos pueden encerrar, pero nuestros pensamientos y nuestras capacidades nos continuarán permitiendo escribir para perpetuar nuestra memoria. Los escritores por ello son inmortales, y permiten que aquellos a los que conocen y conviven con ellos trasciendan el tiempo, más allá de la muerte. Recientemente alguien me preguntaba: “¿Me extrañarás cuando ya no esté en este mundo?”, mi respuesta apenas fue un chiste: “Claro que no. Ni siquiera tengo fotos tuyas para alimentar el recuerdo. Además, nadie te extrañará más de dos horas”. Y sin embargo me quedan las letras. O me quedan aquellas palabras que he escrito sobre aquella persona. Ese pedazo de tiempo detenido que se mantendrá en la mente de los otros que lean mis escritos. Conocer a alguien es habitarlo y dejar que su historia forme parte de tu vida. Ilusos los mortales que creen que sus propias historias les pertenecen, y se atreven a contarlas.

Así llegamos una semana más, para paladear lo que los jóvenes de Matamoros están escribiendo. Toca el turno de conocer algo del trabajo de Édgar A. Rivera.

 

Tavo. Capítulo II. (fragmento de novela)

Permanecía sentado sobre ladrillos rotos, con las ropas blanqueadas por el polvo que se levantaba. La espalda, los brazos y las piernas le dolían casi tanto como las manos, pero nada de eso importaba. A unos pasos de él, en un hueco entre el escombro estaba el rostro sin vida de su madre, con la frente cubierta de sangre y los ojos apagados, viendo hacia la nada. La gente se movía alrededor de él, cargando trozos de concreto, afianzándose en palancas a partir de las mismas varillas que recogían de entre los escombros, haciendo lo posible por remover los pedazos del edificio para liberar a sus familiares, sin la certeza de si pudieran encontrarlos o de si aún siguiesen con vida. Algunos daban de gritos y pedían ayuda, pero Tavo no los escuchaba. Permaneció ahí, quieto, poco más de una hora. Sin notarlo se puso de pie y caminó lejos, inconsciente de sus pasos y sin destino alguno.

Anduvo por entre los caminos de la favela que aún se encontraban libres o por sobre los hogares de cartón y lámina derrumbados. A todos lados se veía la misma escena de personas heridas, llorando, buscando a sus familiares o tratando de rescatar alguna pertenencia, ya fuera de sus casas o de las de alguien más. Pero Tavo no procesaba nada de lo que ocurría, en su mente vislumbraba el día que su padre los dejó, y la promesa que hizo a su madre de cuidarla, la veía agachada lavando la ropa y a su hermanita traer los botes de agua, y una y otra vez, reaparecía el rostro estoico y frío de su madre entre las piedras.

Así anduvo por largo rato hasta que una botella de vidrio estalló en una pared frente a su cara y volvió en sí. Frente a él, uno hombre maduro, vestido de azul y con chaleco antibalas daba de manotazos y patadas al aire, desesperado, sin atinar a nada. Gritaba clamando por socorro mientras trataba huir de sus agresores, pero nadie respondía, no había rastro de sus compañeros. El grupo de jóvenes lo acorralaba y atacaba por turnos, escupiéndole, insultándolo y arrojándole objetos cada cuando. El federal tropezó y cayó a los pies de Tavo, sujetándolo del pantalón, lloriqueando y suplicando su ayuda. Tenía los ojos cubiertos de sangre con vidrios clavados en las cuencas y olía mal, a orina, mierda y solo Dios sabe qué más. Los jóvenes se abalanzaron sobre el caído tundiéndolo a patadas. Uno de ellos se lanzó sobre Tavo con empujones.

—¿Tú qué puto? ¿También quieres una madriza o qué vergas?

Tavo retrocedió con las manos alzadas a la altura de la cabeza, todavía sin habla y sin entender bien qué era lo que ocurría. Uno de los agresores, lleno de rabia, sacó una navaja y la clavó en el cuerpo del federal, mientras la víctima lloraba y gemía, pidiendo clemencia cada vez con mayor dificultad hasta que dejó de moverse. El homicida refunfuñó y enterró el cuchillo un par de veces más, buscó a su compañero con la mirada y se percató de Tavo, que observaba la escena, absorto.

—¿Este pendejo qué quiere, vino a defenderlo o qué chingados?

—¡Contesta imbécil! ¿Eres amigo de los policías?

Comenzaron a rodearlo, poseídos todavía por el hambre de violencia, cuando al tipo de la navaja le atravesó las sienes una bala. El estruendo del primer disparo retumbó sobre ellos y el segundo los hizo correr. Un federal doblaba una de las esquinas descargando su rifle sobre los jóvenes que corrieron despavoridos, hirió al menos a otros dos, antes de que alcanzaran a huir. El policía se acercó al cuerpo de su compañero, horrorizado al ver su rostro. Buscó su pulso y confirmó lo que ya se imaginaba. Tavo permanecía a unos metros de la escena, paralizado. El policía lo miró a los ojos y levantó el arma, apuntándole.

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