Marta Muñiz Rueda
BALADA DEL AMOR Y LA MUERTE
Canta Chavela Vargas
su luto en Coyoacán.
Frida ha muerto.
Ha muerto Frida
y en sus muslos se vierten,
aún calientes,
anémonas de sangre
empapando las sábanas
que en otro tiempo ardieron
como antorchas girantes
de noches y deseos.
Han parido el dolor
como si el llanto
fuese cosa de dos
y se abriera a la luz como azucena.
El amor ha bailado
en ese cuarto
un tango boca a boca.
Ellas no conocieron
el significado de la palabra Stop,
no viven de las normas
ni esperan los laureles,
ni atisban arcoíris que observan los demás.
Conocen bien la ruta
de la fugacidad y el erotismo.
Son la reencarnación de un lirio efímero,
la explosión del amor en las alondras.
Pero nunca el adiós
tiene misericordia
para actuar a dúo.
Alguien debe quedarse
para inventar el llanto.
Cuando tú te hayas ido
me envolverán las sombras…
A partir de ese jueves,
la vida continúa, cotidiana,
es una proyección en blanco y negro;
pero hay alas de fénix
bajo el calor de un poncho
y suena una ranchera a contrapelo.
YO CANTO
“Qué bonita es la vida cuando nos da sus riquezas”
Frida Kahlo.
A pesar del dolor y del olvido,
de la violencia hiriente del relámpago,
a pesar del insomnio y los naufragios,
yo canto.
Yo canto
a la inflamada llama que me quema
y rescata mi corazón doliente.
Canto absorta a la lluvia y al diluvio
y a la furia del viento
en la tormenta que, azul y galopante,
azota la península
mientras el vendaval me empapa de silencios.
Yo canto por el niño que descubre
todo el amor en los ojos de su madre
y canto con pasión a la belleza
que habita en las fronteras de la edad.
A la ilusión bendita y a la aurora,
a la delicadeza de la rosa,
a la ternura en flor del tamarindo.
Al igual y al contrario,
a lo absoluto,
al vacío y a la melancolía,
a la nocturna sombra
y al delirio
que nos acerca al límite del frío,
a la risa sin fin y al llanto herido,
a la rugiente furia del volcán.
A la mujer sin nombre que conocí en el metro
y a la niña que fue mientras dormía,
a la genialidad y a la torpeza,
a la frugalidad de la sandía.
Brindemos por la música y los astros,
por la magnificencia del otoño
y por el arcoíris de colores
que vimos en un viaje al paraíso.
Por la tarde nubosa en nuestra isla,
que rinde culto, insumisa, al litoral.
Por el tango y por el itinerario
que nos muestra, certera, la paloma.
Por la fragilidad de tu perfume
y la delicia grana del cerezo.
Por el acantilado y por el mar,
presagios del umbral del infinito.
Por el hombre que a otro da sus manos
y abre sus brazos,
a corazón abierto.
Por lo que es y también por lo que era.
Por lo que ha sido y por lo que será.
Por los que mueren de amor y nunca mueren,
porque ellos son el árbol de la vida.
Por las tinieblas,
porque ellas presagian
la inminencia sublime del destello.
Por lo invisible y por lo que nos salva.
Por el cielo del místico
y el infierno de Dante.
Por Beethoven Soñando
con su amor inmortal.
Por la sed y las uvas,
por mi casa y el huerto
que algún día tendré.
Por tu sonrisa blanca
que no será la última.
Por el rocío mágico
y por tu primera vez.
Por disfrutar conmigo el desayuno
mientras el día
renace en las granadas.
Por la hermosura de todas las violetas
cuando la luz vence a los girasoles.
Por la locura de todas las campanas.
FAR WEST
Con sus manos de surcos desgastados
acaricia el pan que nos sustenta.
Los diez bancos del parque le conocen
y no hay paloma que no sepa de su vida,
Mitad camino errante y vino añejo,
mitad lluvia de abril, aguda espina.
Podría haber huido a las estrellas
o perderse como buen forajido
en alguna pradera panorámica
y creerse el llanero solitario
pero los ojos tristes del hijo desarmado
lo retienen fuera de la pantalla.
Sólo tiene la noche
y ese tiempo escondido entre la hiedra
para sentirse, igual que Gary Cooper,
solo ante el peligro.
Sin embargo él no ha visto
ni un solo amanecer en Arizona.