EL CORREDOR DE LAS NINFAS / novela, cuarta entrega /
Adán Echeverría
7
-- Se trata de que esos 45 menores de edad, eran prostituidos por su propia voluntad. Eso es más o menos lo que el sospechoso viene diciendo hasta ahora. Dijo que quiere un trato, contará todo, sin guardarse nada, lo único que quiere es poder enterrar a su esposa.
-- Pues hay que ver que eso se cumpla, has el papeleo, y veamos que nos tiene que decir.
-- Pero capitán, como pueden prostituirse jóvenes de trece años por su propia voluntad. De qué está hablando este monstruo.
-- Usted me tiene acá mientras los culpables siguen libres.
-- De qué culpables habla, quiere decir que esas niñas que siguen desaparecidas son las responsables de estos actos y que ellas planearon esto, hasta inculparlo a usted.
-- Esas cuatro mujeres que me han hecho responsable de todo lo que ha pasado. A mi siempre me gustaron los niños, ¿y usted me cree capaz de haberlos asesinado?
-- Profesor, tenemos sus huellas por toda la escena del crimen, incluso rastros de semen nos ha dado el adn que coincide con lo suyo, no tiene caso mentir, rastros de sangre, saliva, semen suyo fue encontrado en muchos de los niños muertos. La escuela le había expulsado a sugerencia de los padres, porque se le acusaba de abusar de ellos. Lo que creemos es que usted tiene secuestradas o muertas a esas cinco niñas y queremos que por favor entienda que es necesario que nos diga donde están.
-- Están huyendo, esos monstruos están huyendo mientras ustedes me tienen acá. Ese es el juego y ellas están ganando, ¿no pueden entenderlo? Ellas mataron a mi Luisa, tienen que detenerlas, porque esto no terminará acá. Usted puede creerme o no, pero hágame caso. Necesito que tenga confianza en mi, yo le contaré todo, usted tiene que darse cuenta de el poder que esos monstruos tienen, de lo que son capaces, abra la mente, abra los sentidos. Luisa, mi mujer, Victoria, éramos amantes los tres.
-- ¿Victoria Lamas? Era una estudiante de 16 años, maldito. Está usted ensuciando la memoria de su esposa; ahora dirá que entre los dos abusaban de ella.
"Nos casamos, y regresamos al turno vespertino, Luisa seguía divertida mirando toda la coquetería de las muchachas de la preparatoria. Esa noche me lo dijo: Te das cuenta que esto no va a acabar mientras crean que eres soltero."
Estás loca, estas chicas no pararán aunque sepan que estoy casado. Pero estás errada, tú tienes ese mismo poder solo que los chicos usualmente miran hacia abajo en la edad, mientras las mujercitas acostumbran mirar hacia arriba en la edad, con mayor soltura, no que no les gusten chicos menores, pero siempre van en busca de esa “simulada protección” tan anunciada para no asumir que lo que quisieran es un revolcón de antología, y ese no lo sueñan con chamacos que aun viven jalándosela y se consuelan mirándole las tetas, y babeando cuando se les ve el calzoncito al sentarse con las piernas abiertas. Esa es la diferencia. Ellas buscarán, aun entre los otros alumnos, esos chicos de quienes esperan que quieran propasarse, que sepan besar, que estén dispuestas a romperle los calzones y a desgreñarlas, y lo piensan en el sentido de que ellas intentarán el juego de: conmigo eso no pasará, ni creas, pero bien que se mueren de ganas.
Ja ja, eres un machote mi amor, hablas desde la pura hormona, me encantas. No se que tan cierto sea.
Mírate, me estás hablando de que no tengo razón pero tienes mi verga dentro de tu boca. Mientras me la vas mamando me vas diciendo que las chicas no son así.
Yo te amo, eres mi esposo.
Pero si no digo que sean putas, solo que quieren precisamente esto, un pene en su boca, un pene legal, alguna lo consiguen como tú, otras se topan con tipos muchos más cínicos que yo que son capaces de mentir tanto, tomarlas y luego dejarlas. Y en esa culpa, van creando el ciclo cotidiano de nuevos intentos generacionales. Muchas acaban luego con chamaquitos menores, o con esos débiles novios que las traigan y las lleven de un lado a otro, que estén a sus pies, eso sí, pero en su interior, seguirán clamando porque les manoseen el culo, les aprieten la garganta mientras las van penetrando hasta el fondo. Quieren ternura y buenos tratos, pero a la hora desfallecen si les pasan la lengua en el culo.
Lo sabes muy bien, eh? A cuántas de esas chiquitas te cogiste.
Pero qué pregunta es esa Luisa. No me cogiste virgen verdad. Ni yo a ti.
Y así fue cuando a los tres meses de buscar embarazarnos, decidimos ir a ver a un médico. Los análisis fueron rápidos. "Todo está muy bien con usted", señora. Luisa sonrió feliz, tomándome la mano. "El problema, señor Garfias, tiene que ver con su esperma. Los espermatozoides no están bien formados, y por ello no son capaces de fecundar los óvulos de su esposa. Nada hay que hacer. Quizá algunos fármacos, pero la verdad es que no creo que nada de eso de resultado, las malformaciones de sus esperamatozoides ocurren en la formación, su genética presenta ese problema. Lo siento mucho". El médico quiso empezar con una serie de: quizá puedan… pero ya Luisa se había salido del consultorio.
Fueron apenas tres días, tres días cargados de silencio, que se fueron transformando en meses. Pasó de "ahora eres un hombre que no embarazará a nadie, y podemos divertirnos de lo lindo", pero desde que apareció Victoria, las cosas se fueron alejando.
Buenos días, quieres comer, te quiero mucho, eran las frases hechas que lanzábamos al aire sin querer mirarnos. Le dije que tenía calor y que dormiría en la hamaca para darle su espacio. Si lo deseas, me respondió. Al tercer día la enfrenté: Ten relaciones con otros, incluso podemos escoger juntos a esa persona que quiera estar contigo, podríamos incluso platicarlo con él, decirle que queremos un hijo, que es algo que deseamos con todo el corazón. No quiero que no seas madre por mi culpa. Quizá todos los vicios que tuve en Cozumel, las drogas cuando joven, la mala alimentación.
Shhh, dijo Luisa y se echó a mis brazos, no quiero que otro hombre me embarace, no quiero eso, calma, sólo quiero amarte, me duele esto mucho por ti, porque te quiero y se lo mucho que tú me adoras, y no me parece justo que es maldito médico te haya dicho lo que te dijo, como si fueras culpable, ese maldito.
Ahí fue donde todo cambió. En los brazos de Luisa el sexo se volvió algo inolvidable, comenzamos a experimentar, como supo que yo había consumido drogas quiso que le invitara, que compráramos drogas cada viernes, y nos intoxicáramos todo el fin de semana, le encantaba hacerle homenaje a mi semen. Dejaba que le chorreara por la cara, en el cabello, se lo untaba y le encantaba quitarse esas costras una vez seco, como mudando de piel.
Tu semen es mi mejor mascarilla, me deja el rostro tan pero tan limpio y suave, las otras maestras me piden el secreto, voy a ordeñarte y venderles botellitas de tu leche, mi amor.
-- Pero profesor, necesito que vaya al grano. Su historia con la profesora Luisa es interesante, pero necesitamos encontrar a esas chicas desaparecidas.
-- Todo lo que le estoy contando tiene que ver con lo que ha ocurrido, pero usted no quiere darse cuenta.
Esos días hicieron de nuestro matrimonio algo mucho mas fuerte que lo que la sociedad espera. Ella era mi más encomiado cómplice. Lo supe cuando llegó y me dijo, me he programado para que me operen. ¿De qué? Le dije. Es tu regalo de cumpleaños: voy a ligarme. Ninguno de los dos va a tener hijos ahora. Seremos tú y yo hasta que la muerte te aparte de mí.
Una semana después entró Jill Inked a la escuela. Era una niña apenas, pero su personalidad era hipnotizante. Luisa se perdió con ella.
Mi esposa era la coordinadora y como tal asumía la parte de orientadora, Jill la prendió de inmediato, sus pequeños ojos, esa naricita tan fina de ratoncito blanco. Esa boca que de pequeña podía crecer tanto. Y sobre todo esa personalidad que iba del blanco al negro sin pasar por ninguna tonalidad.
La primera vez que llegó a la dirección fue por que la maestra de inglés la envío luego de haberla encontrado metiendo la lengua en los baños y molestando a las chicas que orinaban. Sus compañeras reían, ella se las supo ganar de inmediato. Jill sonreía.
--Era una broma, maestra, sólo metí así mi lengua entre las láminas de la puerta. Son unas frígidas, eso es lo que pasa.
-- Que edad tienes Jill, acabo de cumplir 16.
-- ¿Y tú no eres frígida?
-- ¿Eres virgen?
-- ¿Y usted?
--Yo soy casada.
-- Y bien cogida que ha de estar, espero. -- Lo dijo con tanta naturalidad y con una sonrisa clara que en vez de parecer un desplante, me dio mucha ternura, y risa.
-- Todos se quieren almorzar a su esposo. –hizo una pausa y añadió—hasta yo.
-- Vete con cuidado Luisa, si acostumbras a dejarla que te hable así, verás que esta chamaca se te sube a la cabeza. ¿Qué con sus padres? ¿Divorciados?
-- Nada. Sus padres son unos dirigentes del Ministerio de Alabanza de una iglesia que no recuerdo ni el nombre, ¿puedes creerlo?
-- Todas las iglesias son iguales. Puro circo.
-- Bien, he ahí los complejos y la búsqueda de Jill.
-- Lo más chistoso es que no se llama Jill.
¿No? ¿Y cómo se llama?, si se puede saber.
-- Su nombre es Victoria Lamas.
-- Prefiero decirle Jill.
-- Es Jill Inked, así como lo oyes. Ya la he visto a las afueras de la prepa. Se ve tan diferente, se enrolla la falda, se pone un aro en la nariz, otro en la barbilla, se desabrocha la blusa de uniforme y se lo anuda dejando el vientre al aire, para mostrar una piedrecilla colgada del ombligo.
-- ¿Te gusta?
-- Claro que me gusta.
-- Eso pensé. La chamaca se ve pero muy cogida.
-- Quizá sea solo una pose. No lo sé, te digo lo que me parece.
Jill había entrado regañada a la dirección, y salió al lado de la directora, hecha un manojo de risas. Los ojos de Luisa no dejaban de caminar por el rostro pecoso de aquella muchacha delgadísima. De cabello lacio, cuello alargado, con las clavículas expuestas y mostrando sin pudor cada uno de los huesos que podían ser marcados y figurarse un estado de gloria sexual, las muñecas, los huesos de la cadera, los de los tobillos. Con las calcetas subidas pasando la rodilla, a medio muslo, uno miraba unas piernas delgas pero duras y bien torneadas. La visión de Jill podría estar sacada de un lienzo del Greco, con la carne justo donde debería tenerla. Tenía cejas, labios, barbilla perforados con pearcings, un tono marrón en la sombra de los ojos. Vi que Luisa la tomó por la cintura, Jill dio la vuelta sobre los talones y quedó frente a mi esposa, acerco su delgado brazo y con los dedos de la mano izquierda cogió el mechón de pelo que caía sobre los ojos de Luisa y lo pasó por detrás de su cadera.
Yo salía del aula donde impartía la materia de Biología General, y cuando iba a cruzar el umbral hacia la plaza cívica de la escuela, una joven, que estaba sentada junto a la puerta, trepó su pierna, tapándome el paso, era Irlanda Escobedo
-- Le están bajando la vieja, profe. ¿Cómo ve a la Jill?
La miré, y supe que ella se dio cuenta que mi sonrisa era fingida. El comentario de Irlanda no me hizo gracia, y tengo que reconocer que a pesar de no ser celoso, si me causaba un poco de confusión mirar la escena. Luisa se veía embelesada con la presencia de aquella chica. Para entonces no pude darme cuenta aún de todo lo que Jill podría hacer con Luisa. Tenerla en el puño, dominarla a tal grado de exigirle apartarme de su vida.
8
Luego de ese bimestre comenzamos las clases particulares en la casa. Mi infertilidad era exactamente lo que Luisa quiso aprovechar. Habíamos dispuesto todo para las clases, se trataba de dar una atención personalizada a los estudiantes del instituto. La intención era regularizar a las chicas, al menos eso es lo que fue tan solo en un inicio, pero es cierto que tuvimos toda la perversión para aprovecharnos de cada situación.
Sus padres las traían a la casa y las venían a buscar a las dos horas. Venían niñas de la secundaria y de la preparatoria. Entonces llegó Jill, y fue ahí donde todo comenzó a cambiar su tesitura. Como por ella no venían, ella se quedaba horas platicando conmigo y con Luisa, y nuestra amistad fue creciendo más y más. Le permitíamos fumar, Luisa le dijo que si ella era discreta le permitiríamos igual beberse algunas cervezas que siempre teníamos en el refrigerador. Y Jill accedió, y fue parte de nuestra vida durante esos meses. Después comenzó a quedarse a dormir en la casa, le hicimos un espacio en la habitación que yo consideraba nuestro estudio.
Una vez que se metió al baño, Luisa me dijo algo que cambió todo. "Sé que te gusta un chingo. Me voy a ir a comprar ahora que se está bañando, he visto como ella te coquetea y como tú la deseas, así que aprovecha, y ve si puedes hacerte de ella. Dime que soy la esposa más comprensiva del mundo".
La dejé irse del departamento. Escuchaba el agua de la regadera y me podía imaginar el cuerpo desnudo de esta pequeña. Pero yo amaba a Luisa, así que decidí quedarme en el cuarto leyendo sobre "Las ventajas de la idiosincrasia en la reputación de los artistas" un patético ensayo de Nicanor Boullosa, pero que me parecía entretenido, tan lleno de chistes y dislates sobre la alta cultura, el esnobismo de México y Latinoamérica. Quise fumar, y mientras revolvía los cajones y deseaba que Luisa recordara comprarnos tabaco, escuché que Jill cantaba a todo pulmón. Uno es de ideales claros, pero tiene que reconocerse débil ante la carne, y con el permiso otorgado, tomé la decisión que me habían pedido que tomara.
Nuestro baño no tenía seguro por dentro, así que entré desnudo al baño. Jill giró hacia mi exponiéndome su carne fresca y mojada, sonrió, caminó hacia mi, me lanzó espuma al rostro en un soplido, y se hincó tomando con sus jabonosas manos mi pene, y besándolo de a poco, fue dejando que la erección le llenara la boca. ¿Y Luisa? Preguntó con mi pene dentro de su boca. Llámale, yo quiero con los dos, no sólo contigo, y si ella acepta que estés acá conmigo, seguro aceptará que estemos los tres. Justo eso discutíamos cuando Luisa abrió la puerta del baño, para mirar a Jill hincada, con mi verga llenándole la boca. Jill le estiró la mano, yo la miraba, entre confundido y preocupado. Era cierto que mi esposa me había animado a ello, pero se trataba de una pareja de adultos, teniendo sexo con una menor de edad. Se trataba de dos profesores del instituto, teniendo sexo con una estudiante de preparatoria. La preocupación me dio un pinchazo en la nuca, y dije No, sin un verdadero compromiso por detenerme. La tomé de los codos, del cabello y jalé para levantarla, pero ya Luisa se había metido a la pileta con nosotros, y se había hincado detrás de mi, para meterme la lengua en el culo.
Esa tarde gozamos los tres y afianzamos nuestras intenciones. Claro que tenía 16 años, pero esa niña sabía mucho mejor que otras personas lo que quería. Y quería sexo, quería llenarse, atragantarse de sexo. Era una chica tan discreta, pero que manejaba tan bien su vida y sus intenciones. Comprendí que estábamos a su merced cuando trajo a Violeta Sookie, una chamaca de 13 años que ya era amante de ella. Nos la presentó como su prima, a otros la presentaba como la hija de su padrino, o su vecina.
--Le gustas a mi novia, profesor. Y cómo a mi me gusta su mujer, creo que estaría bien que los cuatro podamos disfrutarnos. ¿No creen?
Jill podía conseguirlo todo. Sabía sonreír y también usaba las miradas para amenazar. Mariana Bojórquez, que era el nombre de la nena que había traído consigo, era una morena de cabellera ondulada, larga, que le caía detrás de los homóplatos. El color de su piel era más bien entré café y verdoso. Tenía los pechos como los de la mayoría de las criaturas de trece años. Y yo sabía que no era lo mismo que Jill la estuviera lamiendo y besando, quizá penetrándola con un dedo, a que yo comenzara a cogérmela.
-- ¿Qué haces Jill? Es una nena esta que has traído a mi casa –Luisa me miró enojada, desde entonces comenzaba a valorar más a Jill que lo que yo pudiera pensar—No me digas que le has contado de nosotros. ¿Pero qué te pasa? No razonas.— y la tomé de la muñeca derecha. Luisa se metió entre nosotros.
-- Déjala, le haces daño.
-- Cálmese profesor. Violeta es mi amiga, mi novia, mi trolecita; ella sabe que nada de lo que pase en esta casa puede contarlo ¿verdad pequeña?—La chamaca bajaba y subía la cabeza, con una cara de mensa que no podía con ella.
-- Si no quieres tocarla, allá tú. –dijo Luisa, tomando de las manos a Violeta, y caminando las tres hacia la recámara—pero no vengas a arruinarnos la fiesta.
-- ¿No habían clases de regularización el día de hoy?—me animé a preguntar, pero ellas ya estaban carcajeándose de mi. Con la boca llena de besos, Luisa apenas alcanzó a decir: "Todo va a cambiar ahora. Las visitas serán cómo Jill nos lo vaya indicando", y continuaron riendo. Ni entonces quise darme cuenta de las cosas. Yo intentaba continuar con mi lectura sobre "La calidad de las masas en la búsqueda del poder", pero los gemidos eran demasiados, en tres tonos diferentes. A los pocos minutos, escuché un grito, a manera de maldiciones, y vi salir corriendo, risueña y totalmente desnuda, a la pequeña Mariana Bojórquez, corrió hacia donde yo estaba, y se escondía de sus perseguidoras.
-- Eso no se va a quedar así, mocosa –decía Jill.
-- Fue un accidente—se atrevió a justificar con una voz infantil, sin salir de su escondite.
-- ¿Qué pasa?
-- Esta chamaca que le ha cortado un pezón a tu mujer. – Luisa sólo reía mostrándome su desnudez. Yo me encontraba sentado a media sala, con el libro abierto en mis piernas, rodeado de tres figuras femeninas en total desnudez, goteando, y oliendo a sexo. Me levanté y me quité la camisa. Ellas aplaudieron y Jill se puso a dar saltos de fingida alegría.
-- ¡¡El profesor ha entrado al juego!!
Las tres mujeres se abalanzaron sobre mí, y por turnos fueron lamiéndome, mordiéndome, arañando cada centímetro de piel. Nos habíamos echado la soga al cuello. No puedo más que lamentarme por la pederastia en la que participé. En no haber podido poner freno a mi desenfreno sexual, a no valorar la idea de la juventud y la inocencia. Y se que puedo hablar de lo que estas chicas eran y que sabían en qué mundo estaban entrando, lo que hacían, a lo que nadie las había obligado, pero lo cierto es que yo era un hombre de 38 años, y ellas tenían 16 y 13 años. Que mi mujer era una hembra adulta de 40 años, y que se trataba de alumnos de nuestra escuela.
La bola de nieve fue creciendo, detective, cuando cae en la ladera de la vida, no hay nada que pueda detenerla solo el impactante crash al estrellarse contra todos los principios, la moral, las leyes y la educación y cultura de todo lo que arrastrábamos. Ustedes han mirado la punta del iceberg de nuestras aberraciones. Esos jovencitos muertos. Mi Luisa muerta, y esas jóvenes que siguen huyendo, prendidas de la violencia, del sexo, del desenfreno total en el que se han vuelto. La encarnación que pretenden de Jill, como una diosa demoníaca del sexo. Como la Gran Hiena, la TulkaNana que se presiente, como líder de las Dead Planters, en la que se ha convertido. Todo ha sido calculado con frialdad en la mente de Jill, porque en la mente de Violeta, en la de Irly o en la de Gogo Flux no ha podido crecer más que la semilla de una chica que ha sabido amedrentarlas, llenarles la cabeza de ideas de poder sexual, de poco respeto a las autoridades, hacia la vida, hacia los adultos. Estas tres chicas que poco a poco fueron sumándose hasta que Jill decidió que se les nombrara las Dead Planters, bajo el cuidado de Luisa.
La discreción era su mayor compromiso. El acceder a esta fe, hizo que se tatuaran, que Jill les escogiera nombres, y bajo ese nombre siempre se nombraban entre sus pares, jovencitos de su edad, a los que les bajaban el poco dinero, les hacía robar para ellas. No era una cuestión de sumarse a consumir drogas, pero no las rechazaban, y claro que permitían que sus seguidores las tomaran. Repito, Jill les enseñaba el rechazo de toda norma, pero bajo un cuidadoso ritual de emancipación de bajo del agua. Ante la luz, eran deportistas, eran generosas estudiantes, participativas en clase, hacendosas con los demás maestros, porque la intención era casi vivir en el Instituto. Poco a poco fueron creciendo. Jill e Irly pertenecían al mismo salón, eran las chicas de segundo año. Gogo Flux era de primero de preparatoria, mientras que Mariana o Violeta Sookie, era la chica de la secundaria.
Cada una se rodeaba de dos chicos, de lo más populares, y rudos. Chicos que pudieran hacer actos violentos y que eran recompensados por sexo. No siempre de la chica líder, las tres líderes eran chicas enamoradas de Jill, y por índole enamoradas de Luisa, y en su momento enamoradas de mi. Las personalidades desaparecían, todo tenía que ser entonces seudónimos, la representación de un alter ego que las identificara, en el que pudieran deshacerse de la sociedad.
9.
Muchas veces les dije: ¿Por qué un seudónimo? Uno es su nombre. Tu nombre te identifica, y tú le das personalidad a tu nombre. Tú haces que un nombre tenga el valor que se merece. Cada uno de nuestros actos debemos firmarlos con nuestro nombre y entonces, nuestra personalidad, nuestro pensamiento validará ese nombre.
-- Pero profe, usted no eligió su nombre, en cambio este es el nombre que nosotros elegimos para nosotras mismas. No necesitamos más.
Luisa reía, y reía. Las adoraba. Le gustaba mucho mirar como ellas me adoraban y se paseaban de mi cuerpo a su cuerpo. Durante semanas nuestra casa era una orgía total. Una vida dedicada a vivir desnudos, comer cagar y coger, decidía nuestras vidas. Éramos las Dead Planters y nosotros dos, los únicos adultos. Y poco a poco Jill comenzó a involucrar a diferentes amantitos. Chicos que se dejaban coger. Mujercitas en ciernes que querían conocer a una mujer adulta desnuda. Cada una de las Dead Planters cumplía con su labor de imponer su ley en donde le correspondía. Manejaban el sexo como una fuente inagotable para obtener dinero. Y vivían amenazando. Filmaban la mayoría de las reuniones. Sobre todo cuando venía un chico o una chica nueva a la casa. La casa que antes era el nido de amor entre Luisa y yo, se había convertido en la Casa del Sexo, en el bastión de las Dead Planters, en el búnker de Jill Inked.
Se metían a mi cama las cuatro, con todo y mi esposa y jamás he sentido que la vida me premiara con tanta luz y bondad como en este momento. Y así no fui dándome cuenta de que yo luego el esclavo en un juego que nunca lo fue, se trataba todo de un plan perfectamente diseñado por Jill basado en el control de las emociones vía los encuentros sexuales.
Comencé a sentir que las necesitaba tanto, porque casi vivían en mi casa. Y aquello que era nuestra familia, nuestro secreto, nuestra depravación, tuvo que salirse de control. Me pedían dinero, me daban dinero, se pagaban las cuentas, y el dinero empezó a pellizcarnos la cordura, no bastaba con controlar el instituto, las chicas necesitaban mayores riesgos.
Gogo fue la primera (seguro que impulsada por las ideas de Jill): Profe, me quiero coger a mi maestro de historia, ¿cuánto debo cobrarle?
Sentí en ese momento que la cosa ya estaba perdida, estas chamacas comienzan a prostituirse y yo soy el padrote de todas. Pero Luisa me calmó: "No tienes porqué verlo de esa manera. Ellas quieren cooperar y además darse unos pequeños lujos, basta con que sepamos cómo hacer las cosas, creo que podremos rentar una casa para que nadie sospeche de nosotros".
La discusión sobre la moralidad, sobre la ilegalidad del asunto planeaba sobre nuestros cerebros pero jamás se discutía al respecto. Yo debía imponerme. Señalar que se trataba de puras menores de edad, pero en vez de eso, volví a fallarme, o al contrario, volví a aprovecharme del asunto: Pues para que valga la pena, cóbrale el hecho de que eres una menor de edad. No menos de dos mil pesos.
-- Si así van a estar las cosas, --dijo Violeta--, tenemos que poner reglas, y dejar las cosas bien claras, hay que sacar cuentas como dice el profesor y hacer que esto nos rinda. Yo soy las más pequeña, así que eso también debe tener un valor agregado.
Jill las escuchaba mientras daba largas fumadas a sus inagotables cigarrillos. Luisa mientras tanto estaba abrazada de ella. Mi Luisa, que ya casi no pasaba momentos a solas conmigo. Mi Luisa que le pertenecía por entera a Jill.
-- No va a ser el profesor el que consiga los negocios. ¿Están ustedes estúpidas? El vive en un mundo de adultos. Y los malditos Terciarios viven siempre sobre leyes incomprendibles como inaplicables para nosotras. Solo las Dead Planters pueden tomar las decisiones de las cogidas y las reventadas. Eso es algo que he intentado que atraviese su materia gris, pero parece que tienen telarañas atrapadas y sobadas dentro de sus cabezas. Lo repetiré: Ni Luisa ni el profesor Garfias pueden tomar decisiones sobre nuestros cuerpos, porque los meteríamos en problemas. Las cogidinas con los Terciarios tienen que ser decisiones superiores hechas por nuestra propia psiqué. La psiqué es la que nos aclarará la menteta, entienden eso mis Bravías.
Esto era nuevo. Jill comenzaba a tomar no solo otras actitudes para con nosotros, los Terciarios, sino que además empezaba a resistir al lenguaje, para poder desarrollar sus ideales. La niña de 16 años, había mutado de nuevo. Era una líder, un íncubo, un demonio renacido. Jill caminó hacia Gogo Flux, la tomó de los cachetes, y le pasó la lengua en los párpados. Luego la puso a distancia y la abofeteó: ¿Entiendes truculenta? ¿Has logrado entender algo, ramera mía?
-- Si Jill, claro que lo he entendido.
Así fue cuando se rentó esa casona en el centro, frente al Ex Cuartel de Dragones, con ese amplio corredor que remataba en un amplio cuarto, en donde Jill había hecho que las Dead Planters y sus amigos-sirvientes del instituto pusieran un sillón rojo, que utilizaba como trono.
Y comenzaron las fiestas, cargadas de drogas, coca, heroína, muchísima mota, que incluso sembraban en macetones gigantes en el patio. Los vecinos eran silenciados. Del lado derecho se encontraban una pareja de viejecitos. Irly Salpe, decidió que dos de sus trolecitos se dedicaran día y noche a atenderlos, y claro, los mantenían comidos y dormidos la mayor parte del tiempo, durante esos dos meses que duró todo.
La escuela seguía siendo la tapadera, al terminar las clases, las Dead Planters y sus trolecitos y trolecitas iban a la casa. Se organizaban como un Centro Cultural Alternativo, que sin permisos del ayuntamiento, ni de las autoridades de salud, permitía tocadas, ensayos, conferencias, reuniones para jugar. Todo eso ocurría en el corredor principal de la casona. Pero en el cuarto, que siempre tenía en la puerta un sillón rojo en el que algna de las Dead Planters estaba siempre sentada o acostada con alguno de sus trolecitos, impedía el paso hacia la Habitación Mayor, donde reinaba Jill Inked, y donde todo era una escena sexual tras otra. Si algún Terciario pagaba por los servicios de alguna trolecita o de alguna de las Dead Planters, Jill los recibía en la Habitación Mayor, y les permitía besuquearse, darse felaciones enfrente de ella, mientras alguna de las Dead Planters los filmaban y eran conducidos a alguna de las habitaciones traseras.
Mi aún esposa y yo, cuando terminábamos los compromisos en el Institudo asiatíamos a la Casa del Honor, como llamábamos al sitio, a sacar cuentas con ellas, a departir, para llevar el dinero a la cuenta bancaria, que estaba a nombre de Luisa, y que manejaba Jill. Éramos más que una familia, pero Jill y Violeta querían cada vez más. La prostitución y los clientes les acabó fastidiando en menos de 10 días, se dieron cuenta de cómo de esas personas mayores sacaban un buen dinero, mas de 6 mil pesos al día, cada una, y entre los 13 y 16 años que más pueden necesitar unas muchachitas, se dieron cuenta que los chicos de su edad, podían romper madres por sexo, podían conseguir la droga, sin involucrarlas y se dieron cuenta de que mientras más jovencitos eran podían manipularlos mucho mejor.
Todas se declaraban lesbianas, así no eran perseguidas por hombrecitos ni hombresotes que las quisieran ligar, no, sino solo por los clientes, o por los jovencitos que eran sus más fieles perros, sus trolecitos. Luisa y yo pudimos salirnos en cualquier momento, entonces Jill, que ya era la jefa, nos quería demasiado como para que le importara lo que sucediera conmigo.
Pero fue una noche, ya muy alta la madrugada cuando Joaquín, uno de los muchachitos de 13 años que se había metido mucha coca sin darse cuenta se le murió a Gogo en pleno acto sexual. El chico comenzó a sacarlo todo por la boca, los ojos los tenía perdidos. Violeta e Irly trajeron rápido un balde de agua y se lo lanzaron encima pero no consiguieron reanimarlo. Hay que llevarlo al hospital, me atreví a decir.
-- De acá nadie sale. La consumación tiene que ser positiva y repatriarse entre todos nosotros al mismo tiempo.
-- Pero Jill, el niño se muere, qué pasa contigo, hay que salvarle la vida.
-- Que se muera,-- y se lanzó sobre la criatura clavándole los dientes en la garganta. La sangre le manchó el rostro, pero Jill no cedió, continuó enterrando los dientes en el bulto del pobre desgraciado. Sus dos amigos quisieron protestar y fue cuando Violeta e Irly se abalanzaron sobre ellos y con los dientes acallaron sus labios, arrancándoles pedazos de la garganta.
Luego Jill, llamó a Audomaro y Alí, los trolecitos más decididos de Gogo, y les dijo que se encargaran de urdir lo necesario para que los familiares de los chicos se hicieran largas las ausencia y que nadie pudiera "rebatir nada de lo que se hace por amor".
-- Vengan las sonrisas, las cornisas y las ausencias. Venid amores, venid.
Las Dead Planters y Luisa levantaron sus copas de jugo de uva. Yo no supe qué cosa hacer. La pederastia, la prostitución, el secuestro, había ahora derivado en asesinato, en mis propias narices.
Jill se levantó y dijo: Muy bien Gogo, pues estos son tus muertitos, así que te toca despedazarlos. Profe, por favor, baje esas cortinas y déselas a Gogo para que ahí ponga los pedazos de los cuerpos; Irly dile a Luisa que te ayude a buscar herramientas, cuchillos, tijeras y lo que sea para cortar a estos tropejos. No se te olvide sacarle las tripas. Audomaro, me vas a acompañar a la perrera municipal, deja que me de un baño. Hey, Óscar, profesor; ¡¡les estoy hablando imbécil!!; hasta entonces reaccioné, cuando vi la furia en los ojos de Jill, que al mirarme de pie impávido quiso lanzarse sobre mí, con un punzón en la mano, me moví instintivamente y no me alcanzó. Estaba fuera de sí, parecía que un demonio estaba poseído de ella.
Dos horas más tarde estaba yo abrazado sin hablar con Luisa; mientras Gogo, Irly y Violeta terminaban de eviscerar y de cortar cuantos pedazos de carne pudieron. La música estaba a todo volumen. Las notas rápidas de Over Kill, hacían que Gogo mientras iba cortando, bailara sobre la sangre de los tres cadáveres. Jill estaba sentada en su trono. Miraba la escena y no reparaba en mi. Me levanté para irme. Y jalé a Luisa para que saliera de ahí conmigo. Vete, yo me quedó con ellas, y ayudaré en lo que pueda.
No pude suplicarle que se fuera conmigo en ese momento. Me levanté y salí del lugar. Audomaro y Alí me acompañaron hasta la puerta. En el corredor de la casona, se estaba dando un concierto poderoso de ska. La chamacada brincaba de un lado a otro, y el alegre dulzón de la mariguana inundaba todo el ambiente. Llegamos a la salida. Audomaro me abrió. Topo, un trolecito de Violeta, me miró, y me dejó salir:
-- Pase profesor, ahora que no hay nadie en la calle.
No podía vomitar, no podía gritar, sólo caminé sin detenerme hasta mi carro, las náuseas y el miedo me invadían por completo. No tenía funcionamiento mayor mi cuerpo, ni mi voluntad. Estaba recargado sobre la portezuela cuando una mano se posó sobre mi hombro. Creí que era mi fin. Que Jill había enviado a cualquiera de sus troles a terminar el trabajo, me moví rápido y me puse de frente. Era Patricia Cáceres, otra de las alumnas del instituto, que nunca había visto con las Dead Planters.
-- ¿Está bien profesor?
Le dije que sí, que no se preocupara. Me dijo algunas cosas que no recuerdo bien, pero la trepé al carro para darle un aventón. Ella me dijo que venía de ver una película, sola, en la galería de la ciudad y que pensaba pasar un rato al Centro Cultural Alternativo La Casa del Honor cuando me miró y me reconoció. Iba a su casa, y como era un poco tarde, pensaba caminar porque ya los camiones del transporte público a esa hora ya eran escasos, y le ofrecí llevarla.
Por inercia, y sin darme cuenta conduje hasta mi casa. Al llegar ella se sonrió coqueta.
-- Perdona Patricia, sin querer manejé hasta mi casa. Déjame voy por un poco de agua que tengo la garganta seca y enseguida te llevo a tu casa.
-- Pero déjeme pasar al baño, por favor.
Entramos a la casa. Ella salió y le invité un vaso con agua. Se sentó en la sala y me pidió que pusiera un poco de música, me veía un poco mal, y que ella esperaría que yo me recuperara. Porque no se da un baño, profe, quizá así se sienta mejor. Se que fui un estúpido, pero vivir durante más de seis meses entre chamacas de su edad, se me hizo de lo más natural. No pude darme cuenta de que Patricia Cáceres también era una chamaca de 16 años, que estudiaba en el instituto, y que aunque nunca las había visto con las Dead Planters ni con alguno de sus trolecitos, ella misma podría ser amiga de aquellas perversas chamacas. Como el estúpido que he sido en todo momento, acepté su oferta y fui a darme una ducha que me pudiera arrancar el miedo y el nerviosismo por haber visto aquellos asesinatos. Apenas la espuma del shampoo me cubrió el rostro pude ver que Patricia Cáceres y sus largas piernas estaban metidas en la regadera conmigo, y su boca buscaba hambrienta mis labios. No me resistí y me deje meter de nuevo en otra chamaca de 16 años. Ella sonreía y se portaba silenciosa, comenzó a chupármela, y paseaba sus manos por mi culo, cuando abrieron la cortina del baño, pude ver a Luisa, a mi Luisa de pie, junto a Alí Corona que sostenía una cámara de video. Luisa se hizo a un lado, y mientras yo empujaba de mi a Patricia, vi venir a Jill hacia mi con una jeringa, y alancé a lanzar un golpe, y estoy seguro que la alcancé en el rostro.
Desperté en un apartamento. Moría de hambre. Estaba solo, mis maletas y mis cosas más inmediatas estaban tiradas por toda la habitación. Apenas me despabilaba cuando tocaron a la puerta, y al abrir vi a la policía, que me trajeron a la delegación acusado de haber abusado sexualmente de dos chicas de la preparatoria. Yo sabía que todo era un montaje, porque las acusaciones eran risibles contra todo lo que podían en verdad inculparme. Yo era un maldito pederasta, que se había acostado con más de dieciséis niñas entre los 13 y los 16 años. Estuve con chicas y chicos sin importarme. Me metí drogas con ellos y con ellas. Supe que la acusación no iba en serio. Supe que si Jill lo hubiera querido yo estaría muerto. Y también me di cuenta que estaba vivo aún porque Luisa había intercedido por mí.
-- ¿Acaba de confesar haber violado a más de 16 menores de edad, profesor?
-- Violar no. Violar implica poder y violencia. Eso jamás ocurrió de esa manera. Confieso haber sostenido relaciones sexuales con menores de edad.
-- Tendrá que darnos nombres.— y Rilma le ofreció papel para que escribiera.
-- Además de las cuatro Dead Planters y de Patricia Cáceres. –añadió el detective García.
10
Jill y Marco Cortés regresaron con cinco perros enormes que semanas antes habían adoptado de uno de los albergues de la ciudad. Marco Cortés los había tenido en su casa, en las afueras de la ciudad, matándolos de hambre y sed, y molestándolos durante una gran parte del día. Al llegar la noche, les entregaba carne de res o de puerco fresca y si se podía, bañadas aún en sangre. Marco Cortés disfrutaba de ver como los canes se abalanzaban con furia sobre esos restos.
Luego que Jill, volviera de casa de casa de Luisa y de Óscar Garfias, supo que ya no necesitaba a sus padres, y que para ser feliz, tenía que ser una mujer decidida. Sorprendió a su madre mientras miraba la televisión, junto a su nuevo novio. Y los atacó sin pensarlo. Gogo e Irly le habían ayudado. Primero mató con una llave perica al novio, desfigurándole el rostro, e hizo que su madre, atada y con la boca sellada, mirara la escena.
-- Sigues tú. Es la hora de tu juicio, querida religiosa.
-- ¡Vas a pagar por todo lo que haces Victoria! Hay leyes… no te saldrás con la tuya.
-- Habrían primero de bajar la edad legal madre. A mi edad, puedo coger, puedo drogarme, puedo matar, pero para las leyes seguiré siendo intocable.
-- Claro que no…-- pero Jill no la dejó terminar.
Cuando Jill fue a buscar a Marco supo que su primo tenía que salir fuera del estado esa misma noche. Así que vació las cuentas de su madre, y le ofreció los poco más de 25 mil pesos, más 10 mil más que le había dado Luisa, y un coche que le habían quitado a uno de los profesores que se acostó con la pequeña Mariana.
Llevaron a los cinco perros al patio de atrás, y dejó que Marco les echará los perros a los cuerpos bañados de sangre.
-- Pon todo lo demás en estas ollas,-- dijo Jill. Violeta e Irly lo ayudaron. Luisa puso los condimentos adecuados. Y lo que quedó de su madre y su novio fueron cocinados y servido en tacos en la Casa del Honor, mientras se daba una tocada de dead metal.
Se lavaron los pisos. Se echó aromatizante. Y la casa fue cerrada, no sin antes sacar los vestidos y el maquillaje de su madre, más toda la ropa de Jill que desde entonces se había mudado a casa de Luisa.
-- Entonces la mujer que acompañaba a Jill el día que vinieron a pagar la fianza de Mariana no era la madre de Jill, sino Luisa.
-- Así es detective. Luisa me lo dijo. Por momentos flaqueaba ante todo lo que pasaba. Tiene miedo de Jill.
-- Tenía, perdone, pero le repito que su esposa está en la morgue.
-- Aún no me deja verla. Le digo que Jill es capaz de todo. Pudo tener a otra mujer adulta, y ponerle la ropa de mi mujer, tal como mi mujer se puso la ropa de la madre de Jill.
Jill nos reunió a todos y nos dijo: Estas cosas pasan, y no queremos que vuelvan a suceder. Nadie ha visto a estos chicos, hoy haremos una súper fiesta, mañana contrataremos a una banda, y luego de eso cerraremos el fin de semana la casa. Nos conviene a todos hacernos los desentendidos. Pero eso sí, el que raje, bueno, se que nadie rajará, verdad profe…
-- ¿Por qué crees que yo rajaría?
-- Fuiste el único que se acobardó, --dijo Irly, burlona.
-- Solo Luisa y yo somos adultos acá.
-- Qué conveniente, no le parece,-- remató Violeta.
La mesa la pusieron, había paté de hígado, taquitos de carnitas michoacanas, muchas viandas servidas en platitos. Yo aún no sabía de aquel canibalismo. Lo mismo que ocurró con su madre, sucedió con estos críos.
Mis cuatro íncubos se veían soberbias de encantadoras. Luisa igual. Al salir de la cárcel, creí que me habían perdonado la cobardía y que volvería al grupo pero no fue así. Jill vino a media fiesta junto a mí, que ponía algo de música, para decirme que me encantaba que estuviera ahí pero:
-- ¡Esta vez saliste libre, profesor! Se desestimaron los cargos, pero ahora eres tú el principal sospechoso de abuso de menores. Y como bien has dicho, acá todas somos menores, menos Luisa –mi adorada terriblenta- y tú. Creo que lo mejor será que desaparezcas, que no te sigas asomando acá. No eres bienvenido. Ahora, tienes que comer de lo que hay en la mesa, como lo hemos hecho todos.
-- No quiero Jill, no me obligues.
-- No quiero obligarte, es sólo que tienes que hacerlo, y lo sabes, vamos, hazlo.-- Me acerqué a la mesa y comí de todo lo que se ofertaba. No podré decir jamás que la comida estaba mala. Irly había crecido en una cocina económica y Luisa sabía muy bien darle un sabor exquisito a la carne. La casa estuvo llena hasta las cinco de la mañana. El sexo, la droga, la música no cesaba. Las puertas cerradas, los perros dopados y dormidos habían hecho que todo esto jamás pudiera olvidarse. Los que se quedaron hasta el amanecer se atracaron de nuevo con caldo, y luego se marcharon. No quería irme, pero latía en mi aún la amenaza de Jill: "No eres bienvenido". Si me quedaba era por mi Luisa. Pero Luisa me prestaba muy poca atención, sin embargo, cuando lograba acercarme a ella, me miraba, y veía en sus ojos que aún me quería. Sus ojos suplicantes me pedían que no la dejara, que la ayudara a salir de ahí. O al menos, eso me figuraba.
No fue sino hasta el miércoles siguiente que comenzó a escucharse de tres muchachitos desaparecidos, uno de 13 años, otros dos de 15 que habían salido de la escuela y que no habían regresado. Esta ciudad es muy violenta, decían los titulares y los columnistas. Acudieron a entrevistar a Gogo, porque a uno de los niños lo relacionaban con ella. Gogo lloró y lloró, sus padres vinieron a decir que estaba con la maestra, que como era posible que pensaran que su hija...
Esos días los pearcing y el maquillaje había desaparecido de las cuatro, al menos dentro del Instituto. Luisa aun tenía mucha credibilidad como directora del colegio. Le contó a la policía que en la escuela no dejan entrar muchachitos de otros colegios, que si ellos fueron vistos en su escuela y que después desaparecieron; nada apuntaba a que Mariana Bojórquez, una alumna de excelente comportamiento y buenas calificaciones se le relacionara con la desaparición de tres chicos que se decía igual pertenecían a una bandita del sur denominada 3C (tres Ce).
-- Se le encontró saltándose la barda de casa de uno de los sospechosos.
-- Es una chica. Me dijo que fue a saber cómo estaba la familia de su amigo, y que al no contestarle nadie, decidió brincarse para ver por las ventanas. Aún así, se pagó la fianza, oficial. Creo que como institución hemos hecho lo necesario.
Los trolecitos de las Dead Planters habían acudido a casa de las familias. Los tres pertenecían a familias disfuncionales, donde el alcohol y la droga eran el principal dios. Dejaron en cada casa una dotación de botellas de litros de alcohol, un poco de cocaína, y mota. Y a cada familia le regalaron uno de los perros que tenían en la Casa del Honor. La búsqueda de los chicos cesó lo más pronto de lo que se imaginaron. Los pobres chicos del sur de la ciudad, no le importaban a nadie.
11
-- Está bien vete, vete, pero llévate mi corazón contigo, no quiero ningún virus acá en mi casa...-- había dicho Jill Inked cuando Luisa le había reclamado el desastre de la Casa del Honor, y le pidió que todo terminara ya; que cerraran la casa, abandonaran el instituto y la ciudad de una buena vez, o ella se largaría en ese mismo instante. La directora se quedó en la puerta esperando una respuesta pero Jill todo lo tomaba a broma, reía, o lloraba según el caso, y se burlaba de ella. A pesar de las palabras de Luisa, Jill estaba de rodillas en el suelo, llorosa, y las chicas permanecían en los sofás mirándolas, y atacadas de la risa, pero contenidas, esperando una señal de Jill. El amor entre madre e hijas había estallado al final.
-- No te vayas, te lo suplico de rodillas. No sabremos seguir adelante sin ti. Acabaremos muertas, no lo entiendes. Tú eres nuestro único freno. --Jill hizo un pequeño gesto que Luisa no alcanzó a percibir, y sus tres hermanitas se pusieron de rodillas.-- Te juro que acabaremos ya con esto. Será lo último, lavaremos todas las huellas, limpiaremos la casa y listo, nos mudaremos. Tú y nosotras. Nadie más. A comenzar una nueva vida. Qué dices.
-- Pero primero, haremos la excursión.
-- Desde luego. Ese día será la coronación.
-- Ese día nos la pagará tu esposito.
-- Ese día Jill será erigida como diosa, porque todo lo puede—remató Mariana, convencida. Todas reían y Jill se abalanzó a los pies de Luisa.
-- En verdad te necesito. Quédate.
Gogo Flux miraba a Jill y reía pero igual le hartaba un poco la broma. Más porque comenzaba a sentir un deseo ardiente que solo Luisa sabía aplacarle. Y veía la escena como un rompimiento de amor entre Jill y su adorada Luisa. Reía pero en su interior gozaba de la posibilidad de que si "la jefa" era echada a un lado, ella tenía el camino abierto hacia el sexo de Luisa.
-- Hey permíteme. Nadie dijo que este sitio era para enamorarse, en este piso apenas vamos en las sesiones pornográficas... Audomaro lo sabía, Alí también lo tenía bien claro. Gogo era demasiada hembra, aun con sus 13 años para esos chamacos que jugaban a ser poetas callejeros; que jugaban sus manitas aun en el baño con esa cosita que les cuelga entre las piernas. Tienen que aprender mocosos, que la vida es mucho más que eyacular. El día es amarillo carne, la penetración es el dolor. El dolor tiene que ser animal, tiene que ser motor, tiene que ser de hierro. El sexo no lo es todo, la violencia es siempre su imperio. No estoy acá que soy su madre, la madre de todos los vicios. Soy esta vampira, esta zombie que se comerá sus cerebros. Lo saben, tienen que ser sumisos y esclavos, porque los hombres eso es a lo que aspiran, a obedecer. Pensé que eso nos había quedado ya claro, Luisa. Por eso están muertos. Por eso han sido sacrificados. Nadie los extrañará. Hombrecitos fascinantes que terminen por ser los que dañan a la mujer, los hay por montones, diario nacen cientos, miles, desde las entrañas de esas pobres hembritas sumisas. Bueno, las cosas irán cambiando entre nosotras, solo en lo que nuestro alrededor importa. Por eso han cambiado de dimensión aquellos mocosos. Son carne entre las flores, proteína de insectos, apenas hojas que se lleva el viento. Ni su familia los reclama. Todo está listo ya para le excursión. La madre de Gogo irá en el camión, y ella será nuestro preciado sacrificio, cómo es que no lo has entendido, Luisa, mi amor.
-- Lo que le hemos hecho a Óscar no me ha gustado.
-- Perdí el control, pero bueno. Ya he hecho las paces con el profesor. Y es ahora, que todo está listo, que te quieres bajar del carro. Yo seré una diosa, y mis Dead Planters serán mis generalas, y castigaremos a los adultos. Les arrancaremos primero a sus hijos. Los volveremos locos. Les vamos a enseñar que no se traen hijos al mundo porque el mundo está podrido.
-- ¿Piensas matarlos a todos?
-- Por supuesto que no. Pienso filmarlos. Tener a sus hijitos menores de edad, metiéndose drogas, cogiéndose, y proyectarlo en los canales de video gratuitos que hay en las redes. La gente estúpida hará lo demás, todo mundo mirará la perversión tan necesaria, tan real y que tanto quieren hacer menos. Que vean que clase de ciudad tienen. Y eso lo haremos en cada pueblo, en cada ciudad. En todo sitio a donde lleguemos. No se trata de huir, querida. Se trata de viajar y llevar la desdicha, llenar de placer otras ciudades, acabar con esas inocencias fingidas. Demostrar que los críos tenemos necesidades, y embrutecer a los que no quieren aceptarlo.
-- En lo que te conviertes en adulta, y te acusan de perversión de menores.
-- Tú si sabes bien de eso. No te importó tomar a una chica en tu cama. Pero mientras me queden dos años de protección de las leyes, sabré sacarle provecho. Nos estamos divirtiendo, amor, no te compliques. Ven. –Luisa estaba convencida, el tono de voz de Victoria Lamas, con una idea clara de lo que quería, al zafarse ya del personaje de Jill Inked, le había hecho doblar de nuevo las manos. "Y sólo tiene 16 años. Lo que conseguirá si sigue así cuando tenga 30 años", se decía Luisa como una idea placebo de superación y liderazgo. Veía una líder donde había demonio.
-- Ya no es posible llorar. Si vas al doctor enseguida te dirán que eres bipolar, que tienes depresiones; te mirarán el culo, buscarán verte como te crecen las tetas, y si tú insistes en que quieres ser buena, que las cosas no son como los demás dicen, que tienes derecho a disentir, intentarán meterte mano. Todos los siquiatras son iguales. Un chingo de mujeres conozco que se la pasan de psiquiatra en psiquiatra. Los psiquiatras son lo mismo que prostitutas bien pagadas, son peor que los sacerdotes. Dicen que quieren ayudarte pero te cobran un buen dinero, te hacen adicta a los medicamentos para poder controlarte. No conozco una sola mujer que vaya con un siquiatra y termine un tratamiento y se reintegre a la sociedad. Le hacen creer el resto de su vida que no puede sola, o necesita la terapia, o necesita la droga, o se hace adicta a la terapia o al medicamento, o peor se hacen codependientes de su enfermedad; comienzan por creer que tienen derecho a estar enfermas. Que ser pacientes siquiátricas no es su culpa –y claro que no lo es, jamás estuvieron enfermas, les destrozaron la cabeza con base en químicos. Yo por eso hice que el pendejo siquiatra se hiciera adicto a mí. Aprendí desde pequeña a saber chuparla. Chupársela bien, eso es todo lo que un hombre necesita para que haga lo que tú quieras. No es al revés. No es estar necesitada de chupársela. Es la promesa de chuparla que nunca se cumple, la que los va volviendo locos. Para que todo sea sexo, hay que saber cerrarle la puerta al amor. Hay que saber el tiempo en que las piernas se abren y cuando permanecen cerradas. El sexo es una herramienta, un poder inimaginable que lo puede todo si se sabe utilizar. Los hombres son muy estúpidos, y estupidizan a la mujer. Bueno, es hora de que todo eso termine de una buena vez. Mi lucha contra las hombres no es algo personal como pudieran creer –sonreía cínica- es algo más bien, como en busca de justicia. Y la justicia tiene que tener un brazo fuerte y decidido. Hemos empezado, y no habremos de terminar hasta que todo vaya llegando a su justa medida, cuando logre darme cuenta que lo han comprendido, Que ustedes mismas se han podido dar cuenta. ¿El sexo? Es solo un divertimento, una forma de convivencia, no puede írsenos la vida por las cuestiones sexuales.
-- Brindo por eso— gritó Gogo Flux, y todas levantaron sus vasos llenos de jugo de uva. Las luces se hacían presentes y se volvía a ir, porque por las ventanas apenas pasaban algunas ráfagas de luz de los coches que circulaban afuera.
-- Hay que renunciar al amor, y hacer valer aquello del dolor, la violencia, la sangre. ¿Verdad pendejo? —y Jill golpeaba y ponía sus pies sobre del pobre de Alí Corona que solo alcanzaba a sonreír alelado. La fuerza y la violencia de Jill, era demasiado poderosa.-- Este puto sí que me da risa. Te amo bebé, lo digo como tu mami, como tu hermana –le acariciaba la cabeza como a un perro-. Vamos, dame unas mordidas pequeñas en los pezones. Y Jill se bajaba la blusa y acercaba sus rojos pezones a la boca del muchacho, que apretaba las mandíbulas asqueado.-- No quieres chupar unos pezones de hembra, pero si le digo a Óscar Garfias que se saque la verga enseguida se la chupas.— Alí Corona apenas sonreía por las ocurrencias de Jill Inked.
-- Ven Luisa – y Jill ofrecía su mano para que Luisa la tomara—ven conmigo, quédate acá mi lado. Tú eres mi esposa, mi dueña, mi ejemplo, mi destino. Yo te amo, y todos mis trolecitos lo saben—de nuevo Victoria Lamas asumiendo el personaje de Jill Inked.
-- Jill ¿Qué vamos a hacer con Garfias?, el idiota dice que ya sabe lo de su mujer; lo de la Luisa, y que insiste en venir a rescatarla de nosotros. Que está dispuesto a todo, y que no va a permitir que se haga la excursión.
-- Óscar no es alguien que deba preocuparnos. Ustedes preocúpense por tenerlo todo listo para el viernes. De asegurarse de que la Secretaría de la Juventud, nos de todo lo que necesitamos. El autobús, y las camionetas.
-- ¿Y los choferes?
-- ¿Lo preguntas en serio?
-- Perdona Jill, solo que pensé que… Bueno, todo se hará como tú lo digas.
-- Así me gusta; que mis zorras y mis troles siempre sepan acceder a mis caprichos. Me iré al cuarto con Luisa. La amo, es verdad, pero les recuerdo que lo más importante en la reconciliación, es el sexo reconciliatorio. – Luisa caminaba delante de ella, hacia la recámara-- Gogo, dame quince minutos y entras con nosotros, que se que se te cae la baba por comerte a mi mujer. "Hay que renunciar al amor por el sexo y la violencia".