Una hora de eternidad
Matías Mateus
“Cuando cortejas a una bella muchacha,
una hora parece un segundo.
Pero si te sientas sobre carbón al rojo vivo,
un segundo parecerá una hora.
Eso es relatividad".
Albert Einstein
Minuto 1
—¿Desea algo más, caballero? —repitió el mozo, al igual que en las noches anteriores.
—Así está bien —contesté con austeridad y esperé la cuenta.
Volví a la noche dentro del café, allí, inmerso en esa negrura me sentía cómodo. Seguramente el interior del líquido frío guardaba una estrecha relación con la sustancia cobijada bajo mi espesa calvicie.
Cuántas incógnitas palpitarán en el consciente del mozo, cada vez que me siento delante de él a mirar cómo se enfría el café. Sin dudas, su curiosidad deber tener dimensiones extraordinarias.
Doy fe de que se referirá a mí con un apodo ingenioso y a esta altura tenga un sinfín de conjeturas incapaces de desnudar lo que habita en mi interior, aunque yo tampoco soy idóneo para decodificar con precisión el sentimiento que hace tiempo me embarga.
Lo único inobjetable es la bondadosa propina que siempre le dejo.
Minuto 2
Pobre tipo, algo jodido debe haberle pasado, pensé. Algún día voy a sentarme a su lado y le preguntaré qué lo trae aquí noche a noche a ver cómo se le enfría el café.
Apagué las luces del boliche, cerré y caminé hasta la parada del ómnibus
—Aunque el local esté desierto, nunca lo cierres antes de la una ¿Me entendiste? —me dijo el dueño cuando me dejó de encargado.
—Usted es el jefe —respondí sin darle mayor importancia.
No tenía necesidad alguna de llegar temprano, pero tampoco me seducía quedarme dentro de esa pocilga. Me reí al recordar a uno de los personajes de Hemingway, cuando le decía a su compañero, si no temía llegar a su casa antes de lo previsto.
Se me ocurrió que luego de la resignación solo queda transcurrir. Se acercó el ómnibus y titubeé en hacerle seña o no. Finalmente me decidí, extendí el brazo y encomendé mi suerte a todos los santos para encontrarla profundamente dormida al llegar.
Minuto 3
Es imposible verse al espejo y encontrar algo limpio cuando la mentira se abre paso a trompadas. Incluso proteger esa pizca de dignidad, que te grita diciendo: Sí, tenés razón. Todo es mentira y nada cambia en lo más mínimo.
Una masa grasosa con olor a cerveza, que mea fuera del wáter; con el grito desaforado de gol los domingos por la tarde como única sensación genuina. Al menos así empecé a verlo poco tiempo después de habernos casado.
En adelante, preferí abrirme de piernas, para que la sangre de la juventud haga revivir los placenteros años de otrora y experimentar los orgasmos que en veinte años, Cara de morsa, con su pija mal oliente, jamás me hizo sentir. Soporté esa cadena de mentiras para protegerme bajo su techo de la intemperie y de la chusma cuando un pendejo le devuelve la vida a mi desflecada vagina. Es más fácil aferrarse al amoldado prototipo que data de tiempos inmemorables, que comenzar una vida como la gente.
Minuto 4
No es la primera vez que veo al gordo Cara de morsa a menos de una cuadra de la casa. Cada vez que lo cruzo queda mirándome mal. Estoy seguro de que sospecha lo de su mujer conmigo. Mejor no vuelvo más.
—Andá, Santiago, antes que llegue el gordo —me dio un beso y metió unos billetes en mi bolsillo—. Mañana pasá un ratito antes y convídame con lo que consigas.
—Dale, Beatriz —saludé y me fui. Aunque comprendo que con el gordo está mal, me jode el papel que me hace jugar. Agradezco que dos por tres me mata el hambre y me de algunas monedas para mis cositas, pero creo que no vale la pena arriesgarse tanto.
Entré a casa en silencio, no anda bien mamá y le cuesta descansar. Le dejé plata sobre la mesita de luz, le di un beso en la frente y salí. Hace días no hablamos con la vieja, cuando llega yo estoy durmiendo y viceversa. Para peor papá tuvo que embarcarse nuevamente. Su cabeza debe volar por mi culpa. Como si ya no tuviera suficiente.
Minuto 5
—¡Santi! —grité. El interminable ruido del goteo y los metales chocándose entre sí me aturdían—. Mi amor ¿Estás en casa? —El goteo dentro de mi cabeza se acentuó luego que llamé—. Dónde se habrá metido este chiquilín.
Bajé los pies al piso y vi algunos billetes doblados sobre la mesita. Siempre me deja algo, pero desconozco el origen del dinero.
—Vení acá, hijo de puta —escuché que alguien decía en la calle—. Te voy a matar, la concha de tu madre —corrí un poco la cortina para ver y escuché un balazo a metros de la puerta.
Volví la cortina al lugar y me dejé caer sobre la cama. El sonido en mi cabeza me enloquecía. Las goteras, los metales y ahora el gemido que provenía del otro lado de la pared.
Dejé pasar algunos segundos y volví a asomarme por la ventana.
Minuto 6
¿Dónde metí las llaves? ¿Dónde carajo dejé las llaves? Es demasiado tarde como para volver a la calle a buscarlas.
—Abrime —susurré, tratando de no llamar mucho la atención en el silencio de la madrugada—. Abrí que me mandé flor de cagada —parecía que no había nadie adentro—. Soy yo —insistí más fuerte—. Abrí, dale.
Me asomé hasta la vereda para ver si las encontraba. Era inútil buscarlas en la oscuridad.
Qué pelotudo que fui, con qué necesidad disparé, no hacía falta. Eso me pasa por encajarme de más, quedo a mil y termina jugándome en contra. Le hubiese dado un culatazo o una trompada. Si me agarran, después de esto, seguro no salgo por un buen tiempo. De las anteriores pude zafar, pero de esta difícil.
—Abrí —volví a decir pegado a la puerta cuando llegué—. Abrí que se pudrió todo.
Minuto 7
Estaba decidido. Era inadmisible una vuelta atrás. Pase lo que pase, no puedo retornar a esa casa. Toda la noche esa manga de faloperos golpeando la puerta.
Por culpa del delincuente ese, voy a terminar en cana o bajo tierra.
Si el macho de mi vieja no se empedó esta noche, debe estar dormida. Como para no estar metida en algo así, me crié con un alcohólico golpeador, con esos antecedentes no puedo pretender otro panorama. Me arrepiento no haber aceptado la invitación de mi tía de mudarme con ella y haber estudiado una carrera para ganarme la vida.
—Hola, mami —me gritó un tipo desde un auto—. ¿Estás perdida? Subí que te llevo —caminé sin mirarlo—. No tengas miedo, bebé —volvió a decir.
Tantos años cara a cara con la violencia me prepararon para estos momentos. Apagó el motor y bajó. Metí la mano en el bolsillo y de reojo calculé la distancia. Cuando estiró el brazo para alcanzarme giré el cuerpo con la navaja en el aire.
Minuto 8
La herida pudo ser peor si no levantaba el brazo con rapidez. Sin pensar en el dolor, la hice caer al suelo con la mano herida y le di una patada en sus costillas. La escupí con odio y me fui del lugar.
Los chorros de sangre ensuciaron el interior del auto, me detuve un momento, procurando hacer un torniquete con la remera para evitar una mayor pérdida de sangre.
“Quisieron robarme, estaba parado en un semáforo e intentaron bajarme del auto por la ventanilla”, empecé a delinear en mi cabeza. Busqué con la mano sana debajo del asiento, ahí estaba. Abrí la botella, tomé un largo trago de whisky. Se me nublaba la vista por el punzante dolor y la cantidad de sangre que había perdido.
—Por acá —me atajó una enfermera, cuando me vio cruzar tambaleante por la puerta de la emergencia—. Tranquilo, hombre —dijo la misma voz que me recibió, pero no alcance a entender lo que me preguntaba.
Minuto 9
Otro borrachín que viene con el cuento del asalto. Después de saturarle la herida al fulano, salí a fumar. A pesar del NN que entró con la mano envuelta en la remera, fue una noche sin mayores sobresaltos. Al menos en lo estrictamente laboral. Tiré un pucho, encendí otro y seguí mirando las estrellas que se debatían con las luces de la ciudad.
Quién me habrá mandado meterme en este rollo. Un trago de camaradería, por qué no. Ese trago se convirtió en otro al día siguiente, que vino acompañado de una línea. Nunca había probado, volví al irremediable “por qué no”. Ya no tenía vuelta atrás y me desperté desnuda en un telo.
El resto, sencillo. La nueva, una atorrantita que entró y ya quiere trepar encamándose con cuanto médico se encuentre en la vuelta, todos los lugares típicos por donde pasa el imaginario colectivo, sin tener la menor idea de nada.
—¿Tomando aire? —me dice empalmándome el culo con la mano.
Minuto 10
Primero se te abre de gambas y luego saca matrícula de princesa. Prendí un pucho y di algunos pasos con dificultad. Que pisotón me encajó la hija de mil puta. Al sacarme el zapato y la media vi que tenía tres uñas quebradas. Eso pasa cuando les viene el ataque de dignidad y justo uno anda en la vuelta. Ya se va a arrepentir la zorra. Salí a la vereda para reacomodar el andar, no podía regresar a la guardia rengueando y darle el gusto de verme disminuido. Cuando le muestre el videíto que grabé con el celular, se va a dar cuenta con quién se metió.
—Buenas noches, doctor —me saludó, Natalie. Otra perra con el complejo de doncella—. Alimentando el vicio —dice.
—Como dice el refrán, en casa de herrero cuchillo de palo —se rio como la primera vez que le hablé con la intención de levantarla—. ¿Y a usted, qué la trae por la acera? —pregunté sintiendo un palpito en el pantalón.
Minuto 11
Qué gil es el pobre. Un poquito de pie y jura que todas las minas están murta por él.
—Por suerte, yéndome a casa —lo saludé con una guiñada y una sonrisa provocadora, dejándolo con una erección a medio camino—. Hasta mañana, doc.
—Imbécil —dije para mí, detrás escuché un balbuceo con tonalidades de invitación. Seguí mi camino desestimándolo. Es extraño el sentimiento que me genera su patética estampa de lover boy, en ocasiones disfruto mofarme de esa actitud, más cuando puedo alimentarla y dejarla por el piso de inmediato; pero es tan grande el asco que me da, porque la insinuación está palmo a palmo con el acoso. Todo el día con los ojos pegados en las tetas como si acabara de salir de la cárcel.
—Buenas noches, señor —le dije al conductor cuando me subí al taxi. Después de decirle la dirección me recosté en el asiento y cerré los ojos masticando la bronca que me genera pensar en esa clase de idiota.
Minuto 12
Dejo a la muchacha y voy a buscar al relevo, pensé. Qué jornada larga, por Dios. El tránsito cada vez está más complicado y la calle más jodida, se hace insoportable la noche.
—Acá está bien —me dijo. Le mostré la tarifa— Quédese con el cambio.
Intercambiamos gracias y buenas noches y se bajó del taxi. La miré mientras recorrió los metros que la separaban de la puerta. Qué hermosa mujer.
Abrió la puerta, miró hacia la calle y saludó con una sonrisa radiante.
Despabílate, Juan, me dije. No está saludándote, es tu imaginación
Por las dudas sonreí y le devolví el saludo animosamente.
—¿Está libre? —me preguntó una parejita que pasó.
—No, muchachos. Estoy esperando a la chica —mentí y los dejé ir.
Volví a mirar hacia la casa y vi cómo se perdió detrás de la puerta. Medité un par de segundos y apagué el motor.