Signos de espera. Poesía. Primer libro de Víctor Argüelles
Por Daniel Olivares Viniegra
Antes que presunción u ostentación de íntimos o anecdóticos anhelos, la poesía de Víctor Argüelles se manifiesta como privilegiado conducto para que un ser consciente de su estar y de su hacer en el mundo dé muestras de su tangible dimensión o su mensurable presencia. Para todo ello, primigenia advocación viene a ser la palabra descubierta y asumida como forma y contenido; éste último plagado de múltiples significados, por ejemplo del que se nombra yo o del que llamamos tú o de quien tal vez sea alguien y se denomine ausencia (entre otros múltiples o posibles asomos entrecruzados); si bien, antes se ha prefigurado, ha surgido o se ha consumado, el signo que a todo da sentido y es siempre más allá de las letras que presuntamente lo identifican o las palabras que presumiblemente lo contienen o lo componen.
Atrás de todo silencio
se costura una palabra.
: es a v e
con premura de morar,
signo en los trazos del aire.
Tal consciencia de la posible aproximación cognoscente hacia la realidad tangible o hacia el pensamiento simbólico, y ello junto con un ya pleno dominio del discurso lírico–creativo, es lo que permite a este poeta vehicular un mensaje compuesto lo mismo por acumulación de evocadores significantes que por despliegues e inclusive repliegues de sonidos o hasta de los respectivos y necesarios, significantes y motivantes, silencios; es decir, toda esa detonante e irrefrenable fuerza creativa con la que un lenguaje: el lenguaje: su lenguaje se autoafirma y reconfigura, en tanto traza y transita su propia dialéctica de maduración y desarrollo.
Ahora arrepientes tu minuto
instante en el sonido inválido.
Maraña de silencio
segundo a segundo
Tu signo segundo
aterriza
en campo abierto
Tal conciencia sobre el valor y trascendencia de este prodigioso elemento combinatorio (que pronto trasunta, aunque sin olvidarlos nunca, sus valores meramente fónicos, léxicos, sintácticos y/o semánticos) permite a este creador enhebrar un discurso que en todo momento es canto y ritmo diverso o recurrente, pero también o inclusive elemento plásticamente predispuesto; un tejido textual que, por lo demás, nunca deja de estar afincado en una potencialidad que –a su vez– se ve y se sabe constituida por cada unidad fonema-palabra–signo–símbolo y sus conscientes o inconscientes desdoblamientos descriptivo–metafóricos.
Escribiré… N de nado, nudo, nostalgia,
N,
S: SSSS s e r p i e n t e s:
urbanas que de un filo van a un recinto
de nubes y palabras
He aquí entonces un ser que sabe dibujar lo perceptible e incluso lo incognoscible, pero que colorea-pinta además y muy acertadamente (todo ello) ante todo con palabras.
La poética ahí y así plasmada se sustenta entonces por sí misma, sin necesidad de recurrir ni a sentenciosas o pesadas verborreas ni a forzados sofismas iluministas, lo cual no quiere decir que tal escritura rechace por ejemplo vocablos o modismos procedentes de lejanas épocas o geografías, ecos retomados de la modernidad o particulares (individuales) neologismos, o que tal canto vibrante y constante más allá de las musicales e intencionales aliteraciones y pródigas rimas internas no consiga igualmente aportar una carga sensorial, intelectual, espiritual o hasta ontológicamente propositiva.
Surges
desenredo tu lenguaje
penetrando tus orificios.
Gota a gota tiento la forma
en la que llegas disuelta.
Surges
Te robo
Te escribo.
El poeta descubre–acepta entonces al adánico ser que “se es” por necesidad, en ascenso y azoro permanente: incompleto, angustiado, anhelante por llenar sus vacíos (o el gran vacío) y conquistar o al menos tocar de alguna manera al complemento que pudiera
constituirse ya mediante el ser amado (indefinible aún o quizá perdido o al menos remoto o ausente), ya al menos a partir de su más benévolo sustituto, es decir, el acompañamiento de y por la poesía (la creación) misma.
Me hice pincel,
mi saliva sucumbe en el acto
al ser palabra,
y lápiz
y papel.
Sin escapismos retorno a la forma inconclusa
abandonada en tu piel
infanta de espinas grávidas.
En ese tránsito (pleno casi siempre de brumas y ambientaciones marinas) la espera es la senda y el destino. En tanto, el canto es también tiempo que transcurre rítmicamente contándose–cantándose y reconfortando igualmente su propia esencia.
Solo
sin nombre ya
me hundo oceánico
por arrecifes del misterio,
vi nacer un pez en la esponja marina de tu lecho
Sumido en el peso de mi ancla
p
r
o
f
u
n
d
a
m
e
n
t
e te a b r a c é
e s p e r a n d o
s e r tu
s
a
l
.
Más acá, el verbo fluye vibrante y se solaza siempre en su propio transcurrir: fuente, manantial o a veces río desbordado que difumina o colma no solamente paisajes, espacios o atmósferas; vapores que acompañan y llenan con su abierta presencia; melodías que devienen sinfonía; poemas que a un alma ya afirmada –mas siempre en anhelo– dialógicamente contienen y desbocan.
En la ceguera del cielo un eclipse es más hondo,
una libélula muere en el vuelo
y en su giro expira señales.
Su último rastro dejó grabada
la constelación del aire.
Un santuario erige La espera
en la efigie de tus últimos días.
***
Víctor Argüelles, Signos de espera. Poesía, México, s. e., 2019. (Edición de autor, 100 ejemplares).