EL DIA EN EL QUE SE PERDIÓ EL DO Y LA CANCIÓN FAVORITA
Roberto López Moreno
EL DÍA EN EL QUE SE PERDIÓ EL DO
A María Granillo
Ese día, ninguna sinfonía pudo ser ejecutada en ninguna parte del mundo, porque el Do había desaparecido de los pentagramas. Musicólogos, etnomusicólogos , investigadores en tablaturas cargadas de ayeres, maestros de conservatorios, directores de orquesta, ejecutantes, melómanos y hasta no melómanos, morbosos se lanzaron a la búsqueda del Do tan extrañamente desparecido No estaba el Do ni en las ondas del agua, ni en los fuelles del viento, ni en la garganta del pájaro. No encontraban al Do en ninguna parte y esto desvinculaba el resto de las actividades humanas, desordenaba el mundo. No encontraban el Do. Y así las horas hasta que alguien dijo haberlo visto en el panteón del Monasterio Novodevichiy. Hasta ahí llegó el contingente de afligidos. Si, ahí estaba el Do, compungido, triste, postrado ante la tumba de Shostakovich. Le hablaron al oído tiernamente, le enjugaron alguna lágrima y regresaron con él a la tibieza de los pentagramas. Entonces volvió a funcionar la maquinaria de la música y del mundo, perfecta, exacta, como si nada hubiera pasado.
LA CANCIÓN FAVORITA
La noche entera se la pasó planeando el crimen. Su canción favorita repetida una y otra vez, y otra vez, y otra, y otra más, estuvo siempre ahí, a lo largo de la larga noche, para inyectarle el valor que requería durante el desarrollo de su plan. Llegado el momento maldito se dirigió hacia donde le llamaba irremediablemente la cruz de sangre. Cometió el crimen con saña, luego, el hurto consecuente. Y luego, se fue directo a su condena eterna, cuando se enteró por los periódicos del día siguiente, de que su víctima había sido precisamente el autor de su canción favorita. Cada vez que escuchaba aquello de Volver, Volver, Volver... volvía el cuchillo asesino hacia su propio vientre, hacia el centro de su corazón podrido, sentía con terror aquel filo, frío, fino, fijo rompiendo lentamente las venas, los tejidos, las células del alma gangrenada. Y así por siempre, hasta llegar sin llegar nunca a ese inasible al que llaman el infinito.