Trópicos I Antología personal
Eduardo Cerecedo
ÁRBOL SU SOMBRA
El ambiente con su temperatura quiebra lo que ha dejado de hacer
la mano amiga.
Caricia de ortiga, afelpando un ligero rumor que despide el cactus
al saberse despojado de algún piropo, envuelto en la gente,
golpes de ecos a lo oscuro del tiempo.
El estanque revuelve al árbol su sombra, sus agujeros son escozores
de quietud que el espejo pule en cardumen de follaje clandestino.
RECINTO DEL AGUA
La casa es un recinto que el tiempo hace para entretenerse,
un juego para la memoria, navaja para despertar la armonía
que fabrica la imaginación en este puerto venido de otras latitudes.
Pero esos muros tensan un regreso pospuesto
que ha de sostener la lejanía en escollos, rompiendo de espuma
a las iguanas,
bebiendo del tejado un cauce detenido.
AGUA SOSTENIDA
En la espalda siento un verdor auspiciado por el agua prensada
en el muro, el respingo de la luz, apenas tierna se acomoda junto
a la mesa en la que escribo.
Azota el calor un brío que gobierna el estómago a esta hora
del día.
La pared afirma la nervadura de la lluvia, trasluciendo la humedad
de su raíz en sonido como despeñando para filtrarse en la espesura
que cruza el temblor de mi mano.
UN FONDEO
Pensar en el agua, pincharse un ojo a lo suave de lo amargo, clima
sobre los árboles de caucho, preciso instante
que empujado por el parpadeo hace de la imagen un río crecido,
por donde transita lo redondo de la piedra.
Es un fondeo de lágrima acusando a la esfinge detenida por el ojo.
Justo en la estaca afilada por la frescura con que eleva la verdura el verano
sobre las calles más cerradas a la lluvia que desgaja en vapores la mañana
en un vuelo de pichíchiles.