
UN SEPTIEMBRE TENDIDO
Eduardo Cerecedo
Desaparecieron como el sol de la mañana
En un otoño insigne
Como la neblina coronada en la hierba
Una red de vidrios estrellados
Como el vuelo del pájaro en el cielo
Dejando una estela de aire entreabierta
Como el aroma de pan en soplo tierno
De las seis de la mañana
Como el grito del pavo real en el huerto
Mirándose las patas en su hambre
Como el silbato de la fábrica a las tres de tarde
Que abre la zozobra en el estómago
Como el barco perdiéndose en alta mar
Dejando el dolor en la mano al viento
Como los imecas en la Ciudad de México
Guardado en los pulmones el acero
Como la luz en lo gris de ese cielo amargo
Viento metálico ya en los huesos
Como la sonrisa de las madres en su rostro
Al ver el hijo volver del norte
Como el vuelo de palomas en el coliseo
Perdiendo el equilibrio en la gravedad
Como ellos, ellas que esperan, sin esperar
En la plática con algún vecino
dejando el suspiro, emulando al socavón en el pecho
Como la ausencia de la costilla en el costado.
Así los facturaron, así no regresan, así yacieron,
con calor sucumbieron, le ganaron al fuego una estrella.
Así sigue siendo-haciendo de los párpados hinchados.
Una espera como lo es el sol de la mañana en los agros
en las bocas, en los rezos ya en las casas. Ríos sin cauce,
hierba sin agua, pájaros sin cielo, hambre sin estómago,
barco sin mar, carne sin hueso, adiós sin mano, norte sin regreso,
palomas sin blancura, gravedad sin fricción, gesto sin cara,
soliloquio, socavón sin superficie.
Tierra sin agua, desierto mojado, lloviznado con ríos desbocados
en la badana.
Así dejan a su gente en este mes, el más cruel, dinamitando el lenguaje de
T. S. Eliot, aquí, les escribo. Desde este coraje, desde este rencor a tragos
detenidos en la garganta.