COLMILLOS DE LECHE
J. M. LECUMBERRI
1
Helios acurrucó su hígado en la fuente del balazo. Llovía aquel miércoles. Los Ensombrecidos se esfumaron. Gigantes de polvo y paja que deambulan entre las pesadillas de los mortales, como citatorios del juzgado o enfermedades venéreas.
2
Las lágrimas del último caribú se esparcieron río abajo. Los niños apedrearon a una cría de zorro en su madriguera hasta asesinarla. Reían, sus risas parecían colmar el bosque con una neblina más espesa que la nata de la abuela en el chocolate caliente. Les espera un ángel a esos pequeños asesinos al llegar a casa. Dulce consuelo del verdugo. La destrucción como paraíso. El hombre es un ogro, ya lo decía Gargantúa.
3
Color óxido, caoba purpúrea, tendiendo al labio una caricia, un murmuro de hojarasca, un otoñal incienso para las acongojadas plañideras. El aroma a ocote y copal, humo como sombra de los vivos en la patria de la Muerte. Los Ensombrecidos callan. La vida es un relámpago en el que lo fatuo y lo resplandeciente entran confundidos en una misma carne. Dios es devorado por los vivos y vomitado por los muertos.
4
Ek Balam, el jaguar negro, los dioses se precavían de la noche calcinada, de los astros bizcos, de la molienda putrefacta, de los hongos en los pies, de la herida caliente. Todo lo que nos hace daño nos renueva, dijo un sacerdote. El tigre tiene el fuego en la piel, como el hombre en la mente. Hay moscas danzando sobre el cuerpo de la princesa. Los Ensombrecidos hacen fila para besar sus muslos, para lamer su entrepierna y estrujar su corazón. La belleza es siempre una maldición y una advertencia. Los Ensombrecidos usaron a la princesa como vasija para el veneno más decantado, la más sublime neurotoxina, que ahora la está matando como a un ciervo. Ella busca sanar sus heridas en el agua inmunda del manglar. El légamo le deshace la piel aperlada y la devora como una serpiente a u huevo de quetzal. Caldo putrefacto, la sangre roja de la princesa es ahora la sangre negra del chechén. Pero su espíritu, inalcanzable para los Ensombrecidos, es la savia del Chacá.
5
Las calles enrojecidas, el viento rancio, el polvo denso. El futuro es un objeto interestelar, dijo el maestro hoy en la facultad de ciencias. Nuestro futuro ha dejado de existir en otras dimensiones, nos ha exterminado, mientras nosotros permanecemos aquí, ahora. No es lo que habrá, sino lo que dejó de ser. Camino con mi chamarra negra de cuero sintético, mis pantalones roídos, las botas destrozadas por el ardiente asfalto. La Universidad es un viejo animal herido que reclama su entierro bajo ideas muertas.
6
Caminar taciturno, decían los antiguos poetas del siglo pasado. Caminar como una metáfora de la escritura.
7
El dolor ajeno es el más delicioso. El dolor ajeno. Un vaso de Brandy en la mano izquierda y una botella de lejía en la derecha. La situación política del mundo era insoportable para Eduardo. Mezcló la lejía con el Brandy y dio un generoso trago. No se hicieron esperar los calambres estomacales, la lepra esofágica, el intenso dolor que restituyó universos perdidos.
8
La caída era de más de tres mil metros. Buda quiso tomarla de la mano, pero Isabel no lo permitió. Dio el salto al vacío, sola, sin dudar. Una pared en el Himalaya cubierta de hielo, adornada por un elegante y delicado hilo de sangre y vísceras.