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Cero la vieja del basurero

Cero la vieja del basurero
Puta. Mi madre dice que es puta. Doña Graciana, la vieja sucia y cochina que todas las mañanas empuja el diablito con bolsas de basura, es puta. Y me dice que no me le acerque, que corra si intenta abrazarme. Su imagen me ronda la cabeza. Doña Graciana recorre la calle pepenando el desperdicio, busca botellas de plástico, utiliza el cartón para forrar las paredes de su cuarto y así no pasar fríos. Todo el día empuja su diablito oxidado, detrás de ella siempre camina el Usuario, su perro. Nalga pronta, culo caliente, tiene dinero porque se coge a los borrachos. Yo la veo llamar a los chamacos, les enseña sus piernas gordas y peludas. Les grita: “ven niño, que te va a gustar”. Tiene dinero porque los cargadores del mercado le pagan, los mete en su casa y nomás se oyen los quejidos del catre.
Date cuenta, cuando el foquito amarillo con caca de moscas se apaga, es porque tiene a un teporocho metido en las entrepiernas, me dice mi hermano cuando nos mandan a dormir. Doña Graciana la apestosa tiene dinero. A las cinco de la mañana sale con su perro recogiendo la basura. Graciana cotorrea con los vendedores que comienzan a poner sus puestos. Después de casi una hora de argüende sigue su camino hasta toparse con la señora que le regala tamales y atole: lunes, de mole; martes, de rajas y arroz con leche; miércoles, champurrado y torta con doble tamal de dulce; jueves otra vez de mole; los viernes repite el champurrado y cambia el tamal: salsa verde; los sábados sólo se toma un jugo, y cierra la semana religiosamente los domingos con una última torta de tamal de dulce y un atole. Después de desayunar, sigue su camino.
La gente la identifica por su suéter roído y sin botones, falda verde, calcetas enormes arriba de las rodillas y los zapatos con un hoyo en la punta por donde se asoma el dedo gordo del pie. A mí me gusta Doña Graciana. Todas las noches sueño que apaga mi lámpara y entonces su cara redonda llena el cuarto. El Usuario siempre me ladra, no deja que me le acerque. Maldito perro, ojalá y te maten, que el taquero te pesque por el cuello y te cocine, ojalá y te sazone, y después te coma sin que yo me dé cuenta cuando te sirvan en mi plato, dios quiera que te disfrute y después te cague, que te vayas por el hoyo de la letrina y nunca más me molestes. Esta noche doña Graciana me llama cuando yo venía de regreso de la escuela. Tengo que ir a su encuentro deprisa para que mi mamá no me regañe. Las clases quedaron atrás, mi uniforme verde mayate denuncia la secundaria a la que asisto. Doña Graciana me arrincona. Piernas peludas. Sonrisa chimuela. Puedo sentir su aliento enfermo que proviene del hígado. El Usuario me ladra. ¡Cállate!, le grita. ¡Qué chulo y qué grandote estás mijito! Entra, tócame.
Así, pon tus manos en mis muslos, acaríciame la espalda, anda, prueba mis chichis, así. ¿A poco no te gusto, mi güero? Pronto estoy arrinconado entre la pared y el cuerpo de Graciana. Se quita el suéter roído, la blusa con manchas y la falda mugrosa, su panza se desparrama, se viene abajo. ¡Los tamales, encontré los tamales! Están en sus pechos, en sus enormes tetas de marrana que todas las noches un hombre distinto prueba. Mi cuerpo se convierte en su masa; el suyo, ha perdido los límites: no hay distinción entre la espalda y las nalgas. La raya que dividía las dos enormes esferas carnosas está perdida. Grasa, Grasa, Grasita, Graciana, Grasa, me encantas, déjame tocar tu enorme panza, deja que mi ser se pierda en la manteca que escondes en el cuerpo y que tienes para mí. Enciérrame en tu amasijo de piel, de carne y pelos, quiero encontrar la salida a tu laberinto de estrías. Bésame, Grasita, Graciana, acaríciame, Chana, cómeme, devórame como a tus tamales cotidianos. Me gusta sentir la compañía de los hombres y de los niños, no les cobro por meterlos a mi catre donde apenas cabemos tú y yo, me dice entre resoplidos mientras me acaricia el pelo.
Sigue, Graciana, llévate esta virginidad que me estorba y escóndela en la masa que te cubre entera, anda, Graciana, piérdeme en tus gigantes brazos, arrópame en tu vello púbico extinto, vamos, Graciana, déjame estar encima de ti y después duerme tranquila. Los pedos de Graciana me despiertan. ¡Graciana, Graciana!, ¡hay hojas grises de papel lloviendo en el cuarto! Mira cómo caen, parecen gotas pintadas en la pared, vuelan sobre mí, caen en tu cabello y en tu panza, abre los ojos Graciana, Grasita, Chana. Despierta apurada, se mueve lento, las hojas grises siguen cayendo y no dice ni una sola palabra. Graciana se me pierde en los ojos. El Usuario ladra toda la noche. Le gruñe a dos figuras chamuscadas y de humo. El tizne del piso me confunde, estoy agotado.
SIENTO NO AGRADARTE

SIENTO NO AGRADARTE
La tía Magda siempre creyó ser una mujer libre, locuaz y divertida, capaz de alegrar la fiesta, y de tener la última palabra en toda discusión de la familia. Tomaba sus decisiones con firmeza, y uno tiene que reconocerle la confianza en sí misma, aunque la realidad sea que todos, yo incluida, la detestamos.
Recuerdo que desde niños, cuando nos quedábamos a su cuidado, tía Magda nos gritaba para beneficiar a sus hijos; y eso que sus hijos nunca fueron un problema para mi; mis primos y yo nos queríamos lo suficiente como para saber que todo pleito de niños se olvida minutos después de iniciar cualquier otro juego. Era ella la que lo hacía todo insoportable, a mí, a sus hijos, a todos.
Nos reíamos de sus ocurrencias, pero no bastaba; continuaba chingando y chingando hasta que algún familiar se sentía humillado, y la fiesta terminaba siempre en llanto. Cuando hizo abortar a su hija su mundo se cerró más. Se fue quedando sola. Se jactaba de que su hija era un ejemplo de alumna, jovencita pura, de buenas maneras, y me restregaba lo mucho mejor chica que era respecto de nosotras, las tontas mujeres de la familia.
Mi prima sufrió la decisión que su madre había tomado, pero sus 16 años no le dieron el valor para enfrentarla. Sin dignidad, sobajada como una rapazuela inocua, terminó haciendo lo que su madre quiso. Aún hoy noto la tristeza en sus ojos.
Era sobre todo en cuestiones de fe y amor que la tía Magda manipulaba a sus hermanas, sobrinos y sobrinas. Presumía su sagrado matrimonio, su perfectísima familia. Pero ese castillo de ideales terminó por caer. Su esposo la dejó por una mujer veinte años más joven. Días después mi prima se largó de casa con el señor que le arreglaba el jardín, y su hermanito confesó ser homosexual, abandonándola. Desesperada busco refugio en sus hermanas, pero éstas, liberado el yugo, le cerraron la puerta en las narices.
Uno tiene que ser firme en sus convicciones, sin embargo, la vida nos permite ir para atrás y para adelante las veces necesarias, con el fin de entendernos a nosotros mismos y recomponer la ruta si lo deseamos. Odio a la tía Magda, la odio hasta el cinismo, y me causa alegría llevarle de comer a su casa, donde vive recluida en el abandono, lo disfruto.
Su semblante desorbitado es una delicia para mi pequeña venganza. Al verme sonríe tierna. Carcajea y carraspeando grita: Pasa hija, pasa, la tarde es espantosa para que te quedes en la calle con este sol. Bebamos refresco de jamaica para que te refresques… y bien… cuéntame como va todo.
Yo le platico, con prestancia, hasta los detalles más insignificantes de sus hijos y de la familia. Ella es un cuervo detenido en el tiempo, al que es fácil arrancarle las plumas.
Testimonio
Testimonio
Guillermo Fernández Ampié
A Danilo F., que presenció los hechos
--¡El Mercurio! ¡La Prensa! ¡Nuevo Diario! ¡La Prensa! ¡Sucesos! ¡Nuevo Diario!, grita el chavalo con una energía que contrasta con su figura desnutrida y que pareciera consumirle todo lo que come. Pareciera no tener más de siete años, aunque su rostro y gestos, además de la fuerza que demuestra al soportar sobre su cabeza el enorme fardo de periódicos, indican que seguramente lo menos tendrá unos doce.
Hago una seña con la mano y le entrego tres córdobas a cambio de El Nuevo Diario. Leo rápidamente todos los titulares, página por página, y me detengo en la sección de Sucesos. Me encanta leer esa página de cabo a rabo. En realidad es la única que leo a conciencia, pues es donde uno puede informarse de las muchas cosas graciosas que ocurren en este rejodido país, y porque de vez en cuando aparece la fotografía de uno que otro conocido, algún piche del barrio, involucrado en algún escándalo o delito.
“Martínez, de 22 años, declaró que él también venía en el bus, pero negó toda complicidad con los hechores…”, leí en una parte de la nota roja, y recordé la declaración que mi novia debió mecanografiar en los juzgados, de la que es secretaria. El testimonio más o menos decía así:
… Venía en el bus, y cuando pasábamos frente a los Parrales-Vallejos, vi cómo un señor comenzó a forcejear con dos hombres. Entre los dos le pegaban, pero el viejito se defendía bastante bien. Al parecer, ellos querían robarle, pero el señor se dio cuenta y opuso resistencia. Entonces, entre los dos lo empujaron y lo tiraron del bus, que ya había continuado su marcha. El autobús iba a toda velocidad porque venía compitiendo con otro de Tipitapa. La gente gritó, y con el griterío se detuvo. Todos los pasajeros nos bajamos, los tamales fueron los primeros en bajarse, y apenas tocaron suelo se fueron corriendo hasta desaparecer en un callejón de ese barrio. El resto nos acercamos hasta el señor que estaba todo reventado y se revolcaba del dolor. Le salía sangre por la boca y los oídos. Quería quejarse o decir algo pero no salían sonidos de su boca. Alguna gente comenzó a ponerle pañuelos y otros trapos en la cara. Cuando todos estábamos abajo, el bus se fue veloz siguiendo su ruta. Se fue vacío. Ningún pasajero logró montarse de nuevo. Al rato llegaron los del cuerpo de bomberos y una ambulancia. Dijeron que ya no podían hacer nada por él, que en vano habían llegado, que mejor llamáramos al forense o a la policía. La gente comenzó a protestar porque el señor todavía seguía vivo, pues aún se movía.
Y se armó un alboroto, porque la gente comenzó a gritar. Fue ahí, en medio de toda la gritadera y empujadera, cuando vi caer una cartera, y como ya no andaba riales para seguir mi viaje, se me ocurrió recogerla disimuladamente. Yo tenía que estar a las ocho en punto por el kilómetro doce y medio de la Carretera a Masaya, donde están construyendo unas casas, pues me habían dicho que me iban a dar trabajo. Ya tengo casi ocho meses de no trabajar. Somos nueve en mi familia, y yo soy el mayor. Por eso pensé irme en un taxi si encontraba algo en esa cartera, porque como ya dije el bus se fue veloz cuando todos estábamos abajo viendo al señor que habían tirado al pavimento. Fue entonces cuando dijeron que yo había sacado la cartera a un señor, y todos los que estaban ahí casi me linchan. Nadie me creyó que la había encontrado en el suelo. Y me hubieran linchado si la policía no llega en ese momento. Por eso estoy aquí, y algunos hasta dijeron que yo andaba con los que tiraron al señor del bus. Pero eso no es cierto. A mí, en realidad, de pura gorra me agarró la policía. Porque si nos atenemos a la verdad, yo ni le robé a nadie. Mi familia nada sabe, porque no les he avisado. No tengo como avisarles, pues no tenemos teléfono. Nadie en el barrio tiene teléfono, pues vivo en un repartito que hicieron en las afueras de Tipitapa con los que fuimos evacuados de La Bocana, después de la última inundación…
“Aseguró que la cartera la encontró en el suelo, pero el informe oficial de la policía asegura que fue capturado in fraganti, y muchos testigos también lo incriminan…”, decía el final de la crónica noticiosa.
Palabras del Editor
La literatura como elemento de raciocinio de una comunidad, una ciudad o una nación, solamente logrará su razón de ser, en la medida de las exigencias que ejerza directamente la crítica. A falta de un ejercicio critico la literatura como todas las artes, errarían dando tumbos con una insoportable sequedad en el alma o invirtiendo en moldes estrechos que al menor tacto se rompan. Por qué un crítico de arte es tan importante tanto como aquellos que la hacen. Un crítico es el que desentraña al animal para luego encontrar muy dentro, al ensayista, al poeta, al dramaturgo, al pintor y aún más estudia su intencionalidad, los periodos, los valores estéticos, sociales, políticos etcétera que en cada obra se contiene.
Pero el camino para alcanzar una sociedad más culta, no está en las manos de críticos improvisados cuyos artículos domésticos parecen una extensión de su misma ignorancia, ni de aquellas publicaciones o instituciones que proclaman a los cuatro vientos un espíritu crítico y a la primer valoración, vituperan barbaridades contra lo que ellos mismos dicen practicar: la crítica y la libertad de expresión. Es por eso que la crítica de arte y en nuestro caso, la crítica literaria, no puede subsistir ayudada de retóricas y discursos protagónicos, alejados del análisis y la polémica seria y objetiva. Es a través del vigor de la razón, de estudios sólidos y minuciosos y de la confrontación intelectual precisa, que podremos alcanzar una sociedad cultural más consciente.
Aunque a decir verdad en nuestra sociedad la crítica no toma las proporciones que debiera y arrastra una vida lánguida, llena de desalientos y deserciones, por no persuadir lucro ni gloria, pero aun así es importante no aplazar esta práctica vital y esforzarnos del mismo modo que luchamos para hacer llegar a las manos del lector un buen libro.
Desde este contexto la PIRAÑA abre puertas y ventanas para todo aquello que proporcione un desarrollo eficaz en el crecimiento y desenvolvimiento de las letras en general. Por qué creemos firmemente que el estado de una excelente critica es parte del fomento de una buena literatura.
HOMENIC FUENTES