Las revoluciones invisibles
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La poesía está afectada por la misma peste que asola todos los sectores de México. Y aunque es verdad que la poesía, como obra final, es independiente —hasta cierto punto— de los cables que la condicionan, también es cierto que responde directamente a las circunstancias en que el poeta la gesta y pare. Por lo anterior dicho, no será sorpresa entonces pensar que la poesía está afectada por la misma escala de valores que rige la vida en el país, y que ésta puede entenderse sólo si nos abocamos a construir una axiología de la corrupción.
Suena escandaloso, pero no es descabellado afirmar que (al menos en el panorama de lo mediático) la corrupción es la que define qué es un poema en México, y que incluso el canon derivado del Ateneo de la Juventud, los Contemporáneos, Taller o cualquier otro grupo fundacional, ahora sólo es base para la demagogia de los políticos de la poesía, que al igual que cualquier otro candidato a un puesto popular, se rigen por el valor pragmático de la “gobernabilidad”, y de tener la visión-cúspide de lo que puede entrar dentro de una jerarquía —monoaxial— de la poesía nacional. Por supuesto, la pirámide que sostiene este ojo estético, está determinada por la corrupción y no por la revisión histórica de la crítica ejercida hasta la actualidad.
Pareciera que en el México de los diccionarios y de los documentales, lo que define eso que llaman canon, es una respuesta, antes que una pregunta, y ésta se salta algunos pasos, y conjetura quiénes componen el “espectro” de la poesía mexicana, antes que pensar cuáles son las características que pueden delimitar “la poesía mexicana”, dentro de la gran magnitud de la gama de estilos. Pero, ¿podemos hablar de poesía mexicana? ¿Poesía mexicana se refiere a la poesía escrita en Mérida, Chiapas, Chihuahua, Baja California, Guadalajara, Nuevo León, Guerrero, Distrito Federal, Tamaulipas, y cada uno de los estados del país, que incluye a sus pueblos, sus sierras, selvas, comunidades, y cada una de las sesenta y ocho lenguas vivas (y sus trecientos sesenta y cuatro dialectos), así como la poesía escrita por mexicanos que radican en Estados Unidos, por ejemplo, por no hablar de otros exilios geográficos o conceptuales?
¿O estamos hablando de que la poesía mexicana se refiere únicamente a la poesía escrita por académicos, funcionarios y poetas que lograron tener una plaza, puesto gubernamental o estímulo, otorgado por alguna institución universitaria o cultural, en alguna de sus sucursales estatales?
La pregunta —por absurda que parezca— expone la ironía de la realidad. “El padrón” de poetas que define lo que se “asume” como poesía mexicana y que determina también las preceptivas “críticas” para pensar en ese canon abierto2, se construye, efectivamente, por académicos, funcionarios y becarios. Así mismo, los poetas que integran ese padrón son los mismos poetas que se desenvuelven dentro de ese hábitat. Todo lo demás que no está dentro de este espectro, llanamente no existe, o dejará de existir en la medida de que no quede registro alguno de su ejercicio.
Por su puesto, este problema no es responsabilidad o culpa de los mismos poetas que se ven limitados por esta realidad, sino que existe un círculo vicioso en donde la necesidad académica de marcos referenciables (es decir, que consten de bibliografía), sujeta —sea por tiempo, o imposibilidad para la investigación de campo— a los miembros de este sistema de legitimación, a reproducir la forma de constituir sus marcos referenciales. Y en muchos casos, los programas institucionales que se crear para fomentar la expansión del canon-abierto, se vuelven llano templete para los autores que sumarán a su campo de investigación una conquista más, asunto, en el cual es importante hacer hincapié, tampoco podrán hacer nada para dar un empuje a las poéticas o poetas, que son parte del hallazgo de su avanzada.
Sin embargo, esta complicada situación, no es una situación que alcancen a percibir, o imaginar siquiera, los poetas nóveles (jóvenes menores a dieciocho años), los poetas amateurs (que no se dedican profesionalmente a publicar) o los lectores en general. Por el contrario, este sector fácilmente se deja llevar por las opiniones vertidas en la franja mediática que mueve las estadísticas en favor de los políticos, más que de las instituciones, incluso. Y de ese modo, es común que tiendan a opinar que la poesía se define de modo espontáneo, y que todos saben —naturalmente— qué es poesía. O en otros grupos más maleados, se asume que lo que es poesía se define de una manera democrática (con robo de urnas y toda la cosa) y de ahí se define quiénes son los poetas trascendentales para los intereses del país.
Esta situación podemos saber que es real, si atendemos a las charlas que se dan en los pasillos de las escuelas, cafeterías, o en las fiestas; donde se afirma y hasta se discute acaloradamente, con argumentos que sostienen la Historia será una especie de heroína que salvará a “la verdadera poesía”, o que digan lo que digan, sólo existe “buena” y “mala” poesía, y la buena es la que puede conmover a cualquiera. Y así es como el imaginario colectivo cree que la historia realizará una selección pura del dream team que representará a México en las olimpiadas poéticas de la eternidad, con pura buena poesía. Y los malos, por supuesto, ni en la foto, ni en la cancha. Para ellos está el infierno del resentimiento y la podredumbre de la envidia. Para ellos está el olvido.