Rocío García Rey
Doctora en Letras por la UNAM. Es autora de los libros "La otra mujer zurda" , Mapa del cielo en ruinas y La Caverna.
PARTE DE LA MANADA
PARTE DE LA MANADA
Rocío García Rey
Monólogo con la memoria
sin bisturí sacaremos las balas
algunos dicen que sólo son palabras
anécdotas pasadas.
Esta noche me visto de coraje para declararme primavera violeta.
Las palabras vueltas proyectiles
los cuerpos como otredad recordada.
¿Qué cuándo terminará lo de los trapeadores?
Yo también tuve preguntas a los 15
cuando aprendía a viajar en el metro.
A los 15 en viajes a la escuela mi cuerpo vomitado.
Sucedía en los vagones de metro
los hombres arrimando su sexo
a mi cuerpo adolescente
Yo hoja muda, ciega de palabras, al fin niña.
Mi madre me había dicho fea y gorda / gorda y burra
y yo solo albergaba miedo
Los toqueteos y el acoso
en el baúl del sudor de miedo.
Silencio ante la madre.
Silencio ante el mundo.
Las gordas no merecemos hablar
porque somos feas.
Significados ausentes / espejos vueltos sangre.
No puedo ser poeta
Cuerpo sucio / toqueteado.
Cuerpo hinchado/ jamás podrás ser poeta.
¿Para qué lo provocaste?
Silencio en llamas
Silencio en forma de vergüenza.
Silencio ante la madre.
Gorda y fea / gorda y burra.
Lenguaje como bala
A los 17 en la calle me gritaban fea
comencé a convencerme de que debía
agradecimiento a cualquier hombre.
No puedo ser poeta me decía.
Sin agradar a los hombres
creí que mis palabras se consumirían.
Violeta y sus canciones me consolaban un poco.
Cada día miedo de ser tocada de nuevo en el metro.
Silencio sobre silencio
Oscuridad a los 15 / delicuescencia en forma de onírica silueta
No había primavera violeta.
Sexos salvajes sobre mi nombre.
Se difuminó mi cuerpo
Olvidé mis pasos.
Quizá alguna lágrima atada al claustro del abismo.
Sexualidad inhumada/ impronunciada.
Ausente significante y significado
Lo único que aprendí a mirar en los espejos
fueron las esquirlas del miedo a los vagones.
A los 15 los viajes al destierro
Que mamá no se entere / se enojaría aún más conmigo.
II
Malcogida me han gritado
También pinche vieja fea
anécdotas sólo eso
sin fecha de caducidad.
Soy parte de la manada
ahora fuerte
y con metáforas listas para marchar
Lenguaje / palabras/ fuego/
Ahora abrazo a mis hermanas.
La madre dice que no recuerda
las dolorosas palabras
pero reconstruyo historias.
Violeta me sigue consolando.
Soy parte de la manada
Naufragué otoños:
locura sancionada por los hombres psiquiatras.
Receta médica sin explicación
Palabras / olvido / miedo
A los 15 / a los 15 y luego a los 17
Soy parte de la manada.
Palabras/ olvido/ miedo/
Locura vuelta creación cuando me atendió una hermana.
Cuerpos lúgubres ausencias.
Cuerpos torturados abrazados a la ausencia.
Simples anécdotas para ser parte de la manada.
El Museo de la Mujer y la exhumación de escritoras
El Museo de la Mujer y la exhumación de escritoras
Rocío García Rey
“He insistido tanto en eso en la
necesidad de tener dinero
y un cuarto propio”.
Virginia Woolf
I LA ANÉCDOTA ¿BASTA TENER UN CUARTO PROPIO?
¿Qué representa en el siglo XXI que en un Muso de la Mujer haya, entre otras actividades, talleres de literatura? Tal vez esta pregunta deba estar acompañada de la aclaración que tal literatura ha sido escrita por mujeres.
En un siglo en que nos dejamos guiar por lo aparente, dicha acción para muchos resulta inocua. No así para quienes conocen los avatares de las mujeres en la historia de la cultura escrita. Si bien la literatura parece ser concebida como un discurso aséptico, guiado mayoritariamente por cuestiones estéticas y de forma, la otra cara de la moneda dice lo contrario: la literatura es un discurso de poder y por lo tanto un discurso que es construido por el canon literario, aquel constructo que ya sea desde la escuela, desde las editoriales o desde el mismo imaginario legitima aquellos textos que supuestamente deben ser el modelo y ejemplo de literatura. Debido a estos constructos es que el plano de la significación de la relación mujeres - literatura cobra una relevancia altamente vigente en nuestros días. Es al mismo tiempo que hago esta afirmación, que viene a mi mente aquella narración que Virginia Woolf hizo en Un cuarto propio. Me refiero a lo que halla y al mismo tiempo no encuentra, así de paradójico y oximorónico. Lo que ve en el Museo Británico son libros que hablan de las mujeres, sin haber sido escritos por éstas. De esta manera devela que las mujeres en el ámbito discursivo de los eruditos fuimos construidos con base en la serie de prejuicios de aquellos hombres como Pope (citado por Woolf) quien afirmó: “La mayoría de mujeres carecen de todo carácter”. (p.40)
“Eso ha pasado, eso ya no existe, veámonos como iguales”, me dijo un alumno en un curso que di hace unos meses sobre “Creadoras suicidas”. Lo enunció luego de que afirmé que la historia de las mujeres en la República de las Letras no ha sido la misma que la de los hombres. Si hubiera sido así, Ted Hughes hubiera sucumbido igual de agotado por tener que cuidar a los hijos que procreó con Sylvia Plath. Es verdad que esta gran escritora era proclive a ciertas tormentas mentales, pero también es cierto que en Las cartas a su madre, sobre todo en los últimos escritos refiere una y otra vez estar agotada, no tener mucho tiempo para escribir debido a que debía cuidar de sus pequeños hijos.
Si la historia de las mujeres hubiera sido igual en materia literaria, a Alfonsina Storni, quien se atrevió a develar el erotismo femenino, no le habría dicho César González Ruano, con respecto a sus poemas, que el “ripio era abundante flor de este original paisaje”. (Citado por Mercedes García Basa p.106).
Si no existiera diferencia, dónde colocaríamos las siguientes palabras de la mexicana Inés Arredondo ante el comentario que le hace Erna Pfeiffer en una entrevista:
EP- Porque me pregunto a veces por qué será que la literatura de mujeres en México no traiga obras voluminosas como las novelas del boom, por ejemplo; las únicas que han escrito novelas extensas fueron Elena Garro y Rosario Castellanos, y las otras autoras casi todas traen o cuentos largos o novelas cortas
Arredondo responde: “No, lo especial es que después, todas nos divorciamos a una cierta edad, y entonces, hay que darles de comer a los hijos, vestidos y todo eso, entonces empezamos a trabajar como locas dando clase aquí, escribiendo articulitos allá, así como vive un escritor para los hijos; entonces te queda poco tiempo para relajarte, para escribir una novela. Estás siempre tensa, entonces, esa tensión se traduce en que seas breve”.
Si obliteramos la diferencia entre hombres y mujeres a lo largo de la historia en cuanto al acceso en la Republica de las letras, estaremos cayendo en una postura en que el presente es lo único válido. “Eso ya paso. Tratémonos como iguales”, vuelve a mi mente y digo expresamente que darle la vuelta a la historia es darle la vuelta a los elementos que nos permitan situar un valioso material para explicar por qué nuestro presente es como es. Si yo no tomara en cuenta ese pasado que se yuxtapone con el presente, no entendería por qué, por ejemplo para muchas mujeres sigue resultando altamente doloroso estar solteras. No entendería las imágenes que Castellanos pinta. La mímesis es la desolación que nos hemos tatuado por creer que estar sin una pareja duele, porque nos han dicho que ello es estar “incompletas”. Leamos el final de “Jornada de la soltera”: “Asomada a un cristal opaco la soltera/ -astro extinguido- pinta con un lápiz / en sus labios la sangre que no tiene. / Y sonríe hacia un amanecer sin nadie.” (Rosario Castellanos, “Jornada de la soltera”). Este poema precisamente lo leímos y discutimos hace tres semanas en un taller de poesía. Fue innegable la diferencia de interpretaciones, la diferencia en cuanto a los textos derivados del poema. Las mujeres hicieron textos más extensos, la urgencia de su palabra era atenuar el dolor del personaje que las había llevado por un momento a la desolación. Fue apremiante en los textos de las alumnas presentar la otra cara de la moneda de la soltería, “Ya no se sentirá sola” / “Aunque sin semen su vientre siente cosquillas”/ decían algunos versos; en cambio los alumnos fueron meno “intensos”, ello los llevo a presentar textos de opinión. “no deberían sentirse mal”, por ejemplo. Tal vez jóvenes consejos, que no por ello están exentos de una lectura particular del mundo.
Hemos vivido bajo la sombra de una educación sentimental que nos ha marcado, todos traemos una especie de cicatriz, como aquella de Ulises que sólo su nana Euriclea pudo reconocer. La cicatriz puede volver a hacerse herida si no acomodamos el rompecabezas de la vida. Acomodar el rompecabezas es poder leer desde varias perspectivas el relato inmenso hecho a través de los tiempos. Así que es un tanto simplista decir “Eso ya paso. Tratémonos como iguales”.
Pido perdón al auditorio por relatar esta serie de anécdotas, pero me parece que todas juntas dan la clave para entender mejor los tiempos que vivimos y la importancia de desenterrar a nuestras ancestras que con lápiz e ideas nos legaron nuevas formas de asumir la vida. (En este momento que escribo ancestras, la computadora, rápidamente subraya la palabra con rojo. Pulso la “opción” de palabras y parece que lo correcto es “ancestro”. Me rebelo ante esta opción y dejo mi palabra ANCESTRA).
Como parte de estas anécdotas menciono que hay una librería mexicana de gran renombre, cuya página de internet muestra 58 autores con su respectiva fotografía: 56 de ellos son hombres; para quienes hicieron la página sólo existen dos autoras: Virginia Woolf y Clarice Lispector, ¿o quizá son las únicas que vale la pena leer? Este ejemplo, no es para pedir cuotas ni números; es decir mi planteamiento no se reduce a pedir “igual número de mujeres que de hombres”. Lo utilizo, más bien, para cuestionar los vehículos, en apariencia objetivos, mediante los que como colectividad construimos nuestro mapa cultural y en este caso particularmente literario. ¿Cómo saber que existen autoras como Luisa Valenzuela, Marise Condé, Eunice Odio, Rosario Castellanos, Gabriela Mistral, Claribel Alegría? ¿Cómo acercarnos a textos como “La cocina de la escritura”, de Rosario Ferré si para comenzar el mundo editorial le da la espalda a estas publicaciones?
Fernando Benítez escribió en el espléndido libro: Los demonios en el convento, “Cada cultura tiene sus ficciones totalizadoras.” Y en efecto, una parte de esas ficciones ha estado vinculada estrechamente con el poder que otorga el conocimiento. De esta manera lo planteado por Luis Vives es un claro ejemplo de cómo las palabras de la autoridad masculina en el siglo XVI apuntaron hacia el silencio y la castidad de las mujeres. “[…] son dos las virtudes de la mujer, casi exclusivas: por ser la religión; por su sexo la castidad, aun cuando, como dije arriba, la religión abarque todas las otras virtudes”.
Somos herederas de dichas ficciones totalizadoras. Ello explica que nuestra labor como mujeres de letras siga siendo develar y revelar los textos escritos por nuestras congéneres. ¿Cómo hacer un periplo por la cultura escrita, si nos han hecho creer que es sólo la inventio del hombre la que puede volverse canónica? Se trata de construir desde los verbos leer y escribir, lo que Weigel llama “(el) mapa de los textos literarios: allí donde se había olvidado un nombre de mujer”.
II ¿DE QUÉ SE QUEJAN SI YA PUEDEN PUBLICAR?
Muchos hombres, mujeres también, creen que el problema del desconocimientos de escritoras desaparece si vamos a la librería y vemos que hay libros escritos por mujeres. ¿De qué se quejan? Dijo otro alumno en un taller de literatura. “Usted puede encontrar libros de…” y enumeró una serie de nombres de mujeres. ¿Qué debemos observar de este hecho?
- Que cuando las mujeres ponemos en duda ciertas dinámicas, en este caso de lectoescritura relacionada con el género, tal duda es significada como queja. Las mujeres no se conforman. ¿Qué más quieren? Es lo que escuchamos en el subtexto
de las afirmaciones sexistas. Esto equivale (y sé que haré una digresión) a lo que se nos dice en el metro o en algún otro espacio si nuestro cuerpo es violentado. ¿Para qué lo provocaste? Esto lo digo porque ambas preguntas me las han hecho directamente. Una como parte de un cuerpo académico “quejoso”. Cállese, deje de poner en duda lo que nos da miedo y leamos el cuento sin analizarlo.
| La otra pregunta me la hacían muy frecuentemente cuando yo era una casi niña de 15 años y apenas estaba aprendiendo a viajar en el metro.
A los 15 en viajes a la escuela mi cuerpo vomitado. /Sucedía en los vagones de metro/ los hombres arrimando su sexo /a mi cuerpo adolescente/ Yo hoja muda, ciega de palabras, al fin niña. /Mi madre me había dicho fea y gorda / gorda y burra/ y yo solo albergaba miedo / Los toqueteos y el acoso / en el baúl del sudor de miedo. /No puedo ser poeta/ Cuerpo sucio / toqueteado /Cuerpo hinchado/ jamás podrás ser poeta. / ¿Para qué lo provocaste?/Recuerdo que me dijo un hombre. /Silencio en llamas/ Silencio en forma de vergüenza.
Tal vez crean que he perdido el hilo conductor de esta conferencia, no es así, con lo que acabo de leer deseo darle paso a un concepto básico que es el que ha hecho que me sume a las tareas para exhumar a las escritoras y colocarlas en diversos talleres que me han permitido impartir en el Museo de la Mujer. Tal concepto es “la voz”, Jean Franco dice que ésta “es, de hecho, una metáfora para la gran división socialmente constituida (y quizás imaginaria) entre el mundo letrado e iletrado, el primer y el tercer mundo, el mito y la historia”. En efecto, el hecho de que ahora haya libros escritos por mujeres en las grandes librerías no significa que tengamos acceso a la voz, puesto que la voz al tiempo que enuncia construye un entramado ideológico que en el caso que nos concierne nos conduce a cierta “alfabetización literaria”. Muchas lectoras en potencia, por ejemplo, para saber conducirse en las relaciones amorosas comprarán un libro de autoayuda, no recurrirán, por ejemplo a la novela Maldito amor, de Rosario Ferré. Esto nos conduce a cuestionarnos qué tan iletradas somos con respecto a nosotras mismas, si las que ahora tienen mayoritariamente voz, nombran sólo lo aparente, sin poner en duda jamás el statu quo. En este sentido suscribo totalmente lo que Sigrid Weigel escribió en Una mirada bizca: “Un texto descubierto en un archivo polvoroso no será bueno ni interesante sólo porque lo escribió una mujer”. Y como la escritura y la lectura crítica no son un don, como letradas comprometidas, reitero, debemos buscar espacios extra muro para salir de la caverna, “despertar de nuestra propia muerte”, como dijo Adriene Rich. Pero para salir de la propia muerte hay que encontrarnos con las voces de las que han colocado en la revuelta discursiva nuestro papel en el ya nombrado gran relato de la vida y la historia. Por ello la importancia de contar con espacios físicos para la impartición de cursos y talleres críticos. Talleres críticos que exhumen la voz de las mujeres podrán hacer que las alumnas queden azoradas cuando a partir, por ejemplo, de la lectura de algunos poemas de la costarricense Eunice Odio, descubran formas altamente estéticas para construir una poesía erótica.
II
Ah, /si yo siquiera te encontrara un día/plácidamente al borde de mi muerte, /soliviantando con tu amor mi oído/ y no retoñe... /Si yo siquiera te encontrara un día /al borde de esta falda /tan cerca de morir, y tan celeste /que me queda de pronto con la tarde.
¿Qué carácter y significación adquieren las metáforas, la voz en pleno de Eunice Odio, frente a Best Sellers que tratan de convencer en este caso, mayoritariamente a las mujeres de que el tratado del erotismo ha llegado? Me refiero a Las 50 sombras de Grey. Leamos un breve extracto:
Levanto un poco la vista y lo miro furtivamente mientras espera en la cola a que
le sirvan. Podría pasarme el día mirándolo… Es alto, ancho de hombros y
delgado… Y cómo le caen los pantalones… Madre mía. Un par de veces se pasa los
largos y bonitos dedos por el pelo, que ya está seco, aunque sigue alborotado. Ay,
cómo me gustaría hacerlo a mí. La idea se me pasa de pronto por la cabeza y me
arde la cara. Me muerdo el labio y vuelvo a mirarme las manos. No me gusta el
rumbo que están tomando mis caprichosos pensamientos.
Desde luego la distancia entre construcciones lingüísticas es abismal. Por ello en el Museo de Mujer he procurado revivir textos altamente literarios –utilizando la metáfora de Garro- de las Minervas, que en muchas ocasiones fueron pateadas, como Gabriela Mistral, minimizadas como Claribel Alegría, vistas como plañideras en el caso de Rosario Castellanos. Las alumnas miran los textos, luego hacemos una lectura cuidadosa, ¿qué dice el adjetivo? ¿Qué comunica el texto? Miradas de asombro. “Nunca pensé que existiera alguien que sintiera lo mismo que yo”? Declaró una alumna cuando leímos “Entrevista de Prensa”, de Rosario Castellanos. Otras preguntan ¿Doctora, por qué no se consiguen estos textos en México? Toda esta revuelta se lleva a cabo en el espacio del centro de Documentación de este Museo.
Con lo expuesto digo, propalo que no basta que haya algunos libros de escritoras o pseudo escritoras en las vitrinas de las librerías. Por ello ese ¿Qué más quieren si ya pueden publicar? No toma en cuenta los avatares editoriales ni la alfabetización literaria a la que todos y todas somos sometidas.
Algunas alumnas llegan con un poco de miedo: “No conozco el tema, pero me llamó la atención porque lo vi anunciado en el metro”. Entonces se abre el telón, el Taller o curso comienza en el Museo de la Mujer y este adquiere aún más vida porque es en este espacio que tiene como objetivo situarnos en el escenario de la historia. No más mudas ni analfabetas funcionales. Las voces de todas valen porque -utilizando las palabras de Ricardo Piglia- los usos que yo hago de la narración tienen como objetivo primario vernos mediante los poemas, las novelas, los cuentos de nosotras – las que dejan de ser otras para volverse para del entramado de una tradición que es la interpretación. Más de una alumna, cuando trabajamos el cuento “El árbol” de María Luisa Bombal, se vio reflejada. Silencio luego de preguntar su punto de vista. En el cuento el árbol había caído y en sus mentes se revelaba como anagnórisis una nueva forma de mirar, de sentir la vida. El final del cuento dice:
Le habían quitado su intimidad, su secreto; se encontraba desnuda en medio de la calle, desnuda junto a un marido viejo que le volvía la espalda para dormir, que no le había dado hijos. No comprende cómo hasta entonces no había deseado tener hijos, cómo había llegado a conformarse a la idea de que iba a vivir sin hijos toda su vida. No 15 comprende cómo pudo soportar durante un año esa risa de Luis, esa risa demasiado jovial, esa risa postiza de hombre que se ha adiestrado en la risa porque es necesario reír en determinadas ocasiones. ¡Mentira! Eran mentiras su resignación y su serenidad; quería amor, sí, amor, y viajes y locuras, y amor, amor. . .
En el momento en que deben comentar, primero un silencio como el que mantuvo Brígida toda su vida de casada, pero al fin alguna compañera se atreve a alzar la mano y decir que ella también quisiera amor y viajes y locura. Estas palabras bastan para que las demás asistentes se atrevan a hablar. El espacio, su espacio se convierte en un cuarto donde a la par de desmenuzar la parte literaria, como aquella de los tropos en que la sinestesia toma la batuta, también reflexionan desde su mundo, desde su historia de vida. Las reglas interpretativas, entonces, aunque no totalmente académicas nos conducen a la otra parte, a la que el grupo de mujeres que le da vida al taller tendrán que asumir otro papel: El de “autoras”. ¿Escribir? Es que hace mucho que no escribo. Es que a mí eso de la escritura no se me da. Hay entonces que hacer una labor de convencimiento para que permitan sentir deslizar una dos palabras, tal vez una oración en la que extrapolen lo que sienten, lo que descubren. Lo logramos: el binomio se ha producido la lectoescritura a partir de sacar de la tumba a alguna de las tantas autoras que enunciaron el mundo.
Por fin las alumnas se atreven a virar y mirarse en otro espejo, aquel que les proporcione no sólo un anhelo, no sólo un deseo, no sólo un coraje: Una suma de anhelos, de voces, de fantasías, de metáforas. Es entonces que aquella búsqueda paradójica y oximorónica – de Woolf- desaparece cuando hay espacios como este en el que me encuentro hablando, en el que el ritual para descubrir escritos de mujeres hechos por mujeres es posible. La exhumación se ha logrado y podremos saber que textos como el citado a continuación son parte de una mirada a nuestros cuerpos, no la mirada en sí, no la mirada toda, reitero, sólo una parte de la mirada.
La memoria de Mary Anne y la mía son enemigas. Ella dijo “lo que nadie nos quitará es que hemos sido felices este tiempo”. Cuando yo ya nos lo quitaba. Yo nunca fui feliz con ella. Nunca lo puede o nunca lo desee. Está claro que en buena parte fue una obsesión sexual lo que me hizo tan necesario su cuerpo, más allá del afecto. Pero igual podría decir que buscaba una madre o ambas cosas (Héctor Manjarrez, No todos los hombres son románticos, p.20)
III LAS CENIZAS POSIBILITAN LOS PROPIOS TEXTOS
Con este apartado finalizaré mi intervención. Lo haré tomando prestado el subtítulo que en español le han dado al libro de Sarah Hirschman: Gente y cuentos ¿A quién le pertenece la literatura? Esta pregunta me parece cobra vigencia cuando los regímenes en apariencia democráticos nos hacen creer que todos tenemos acceso a la lectura, que todos somos ciudadanos por el hecho de poder votar. Pero tratan de hacernos olvidar que el grupo mayoritario de analfabetas lo componemos las mujeres.
En el mundo hay 781 millones de personas analfabetas en edad adulta, un 16 por ciento de la población global, según el Atlas de la Alfabetización del Instituto de Estadística de la UNESCO ( UIS). De ellas, el 64 por ciento son mujeres, unos 500 millones, un porcentaje que, para la UNESCO, no ha mejorado significativamente desde 1990. Por otro lado, del total de adultos analfabetos, 126 millones son jóvenes de entre 15 y 24 años y de ellos cerca de 77 millones (el 61%) son chicas. (http://www.eldiario.es/desalambre/educacion-alfabetizacion_0_300620161.html Fecha de consulta 26 de noviembre de 2016) – Datos del 2014-
La literatura le sigue perteneciendo a unos cuantos. La tradición en la que estamos imbuidos hombres y mujeres es aquella que le confiere “la voz”, esa voz que debe ser escuchada, que debe estar en los anales de la historia a nuestros colegas hombres. Si buscamos en las librerías La amortajada y Pedro Páramo ¿qué novela hallaremos? Todos sabemos la respuesta. Lo que tal vez no sabemos es aquello que narra Beatriz Espejo: “La amortajada se ha señalado entre la influencias rulfianas […] pero esas jugadas tuvo otras carambolas”. Espejo cuenta que la obra de Bombal fue descubierta por Emanuel Carballo y Rulfo. La consecuencia en palabras de Carballo, citadas por Espejo son las siguientes:
[…] la leyó de inmediato y cambió la estructura del libro (Pedro Páramo). Estaba a punto de comenzar la Semana Santa, y Juan a quien le habían extraído la dentadura, aprovechó esos días para bocetear febrilmente una nueva versión de la novela. El personaje fundamental, Susana San Juan, desapareció y en su lugar surgió como protagonista Pedro Paramo. (Palabras de Carballo, citadas por Espejo)
“Así, la escritora chilena sirvió para que el mexicano diera una vuelta de tuerca” (pp XV y XVI, de la introducción escrita por Beatriz Espejo para La amortajada).
Estas historias que han quedado también en el ataúd de la Republica de las Letras son las que trato de exhumar para que la memoria no tenga un solo camino, ni un solo adjetivo, ni un solo matiz, ni un solo género.
Gracias al Museo de la Mujer de la CDMX y a la Dra. Patricia Galeana, han quedado en la memoria de muchas mujeres un cúmulo de palabras que han reformulado y transformado en sus propios textos. Un ejemplo verificable es la antología que hicimos en junio del 2015 a propósito del taller “Relaciones madres e hijas a través de la literatura”. Los textos eje fueron los de Nelli Campobello, Gabriela Mistral, Simone de Beauvoir, entre otras. Fue un tema fuerte, confrontó a las alumnas, aun así no claudicaron y se atrevieron a dejar constancia de sus lecturas y reformulaciones en la antología que está en el Centro de Documentación de este Museo. Voy a citar las palabras de Janeth Castillo Espejo. Su texto lo tituló: “Disipando dudas”:
Tengo un sentimiento de esperanza que me da un respiro, saber que se abre camino a la aceptación de la mujer como ser femenino independiente aumenta las posibilidades de acercarse a unos pasos más a la equidad de género.
De las cenizas de nuestras autoras muertas física o simbólicamente podemos parir textos y nuevas interpretaciones y conceptualizaciones del mundo.
Esta mujer que ahora habla también resurgió gracias a las lecturas que hizo de textos de mujeres. Si hubiera asumido como verdad absoluta que la única opción era aceptar el acoso, o incluso las palabras hirientes de la propia madre, jamás se hubiera atrevido a decir “yo quiero participar en el 5to. Encuentro de Por ello me atreví a citar parte de un poema mío titulado “Soy parte de la manada”. Sin el rescate de los textos de Beauvoir, de Cixous, de Muraro, estaría en una especie de tumba, y nunca me hubiera atrevido a decir que sí podía hacer un Doctorado, menos aún me hubiera atrevido a dar cursos. “Soy parte de la manada” como digo en el poema. Resurgí y ahora quiero que muchas, que todas resurjamos del olvido y del silencio. Gracias al Museo de la Mujer por permitirnos salir de la propia tumba.
[1] Conferencia dictada el 29 de noviembre de 2016 en el Museo de la Mujer de la CDMX.
Tánatos instaura su trono
Tánatos instaura su trono
Rocío García Rey
Posgrado en Letras, FFyL-UNAM
Resumen:
El presente texto es una reflexión de la presencia simbólica de Eros y Tánatos en la película húngara, “Opium. Diario de una mujer poseída”. Planteamos que en la historia de la película son prácticamente invisibles las fronteras entre enfermedad y salud mental. La película permite que nos preguntemos ¿Cómo puede el médico de la historia suavizar el dolor existencial de su paciente, si a él mismo le duele la existencia? ¿Cómo develar el cuerpo de Eros si es Tánatos quien hace girar las manecillas de la vida? Es por estas preguntas que narramos las conductas y las percepciones tanto de la paciente Gizella Klein, como del médico Brenner.
La escritura desenfrenada que lleva a cabo Gizelle es lo que le servirá de salvación al médico. Mientras ella, al final, forme parte del espacio de la muerte.
Palabras clave: Enfermedad mental, Eros, Tánatos, Escritura, Olvido.
Abstract
This paper is a reflection on the symbolic presence of Eros and Thanatos in the Hungarian film "Opium. Diary of a Madwoman.” I suggest that in this story the borders between illness and mental health are virtually invisible. The film brings up several questions: How can the physician in the story soothe the existential pain of his patient, if his own existence hurts? How can Eros’ body be revealed if it is Thanatos who turns the gears of life? Based on these questions I narrate the behaviors and perceptions of both the patient, Gizella Klein, and Brenner, the physician. Gizelle’s rampant writing will redeem her doctor, while she remains part of the geography of death.
Keywords: Mental Illness, Eros, Thanatos, Writing, Oblivion.
Gizella Klein escribe de manera obsesiva, pero no es considerada como una mujer letrada ni culta, al contrario su no alfabetismo la presenta frente al cuerpo médico constituido por hombres, como una más de las mujeres histéricas que habita uno de los tantos ¿hospitales psiquiátricos? Gizella es diagnosticada como enferma mental. Por ello es significada como mujer loca, histérica, incapaz de controlar-se, de dominar-se, ante ello el cuerpo del poder clínico, la somete a una serie de prácticas tortuosas que supuestamente la curarán.
Gizelle escribe, llena cuadernos, traza insaciablemente líneas, frases, acaso oraciones; también se masturba porque cree que el demonio la posee. La práctica irrefrenable de la escritura aunada al ejercicio de su sexualidad son las pulsiones que la acercan a Eros. Pero bien sabemos que Eros halla su contraparte en Tánatos esa poderosa fuerza que guía hacia lo lóbrego, hacia la penumbra en que Eros sólo es sombra. Y es precisamente en las prácticas para curar a una mujer “poseída”, que Tánatos se hace presente: encierros, choques eléctricos, sumergimientos en tinas con agua fría.
Gizelle es el personaje principal de la película húngara: “Opium, Diario de una mujer poseída” (Ópium: Egy elmebeteg nö naplója, 2007), de János Szász. El eje de la película es la relación que en el manicomio se establece entre Gizella y el Dr. Jozsef Brenner quien llega para aplicar novedosos métodos psicoanalíticos. Lo que en un principio es una relación médico – paciente, en el transcurso de los meses culminará con una relación sexual entre ambos.
En esta película, János Szász presenta a los personajes en un ambiente lúgubre, porque ellos mismo cargan un peso de la llamada “locura”. Gizella mediante la escritura obsesiva y Brenner mediante su depresión porque como él lo expresa: “desde que inicié las sesiones de psicoanálisis la necesidad de escribir desapareció”. Brenner entonces ya no tiene inclinación a escribir. Hecho contrario de su paciente cuya escritura, aunque hecha en un estadio de delirio, no deja de ser interesante.
La historia se desarrolla en 1913, nuevos métodos de tratamiento habían surgido, entre ellos el psicoanálisis; esos son precisamente los que Brenner aplicará con Gizella. Es en este punto donde se rompe la frágil línea entre malestar mental, pues Brenner para soportar la propia existencia debe inyectarse opio. Además, sentir que no puede escribir lo hace caer en estados de desesperación y lamento hacia sí mismo. El asombro entonces aparece: ¿Cómo Gizella quien en alguna sesión le dice “estoy completamente demente”, puede hacer lo que él no? Es decir, ¿cómo puede escribir y repetir: “Tengo que decirle que soy el brazo de su Dios”? ¿Cómo surge esa conexión con la palabra cuasi literaria? Finalmente médico y paciente sufren. La paciente sufre al sentir deseos irrefrenables de masturbarse. La culpa la atrapa porque está convencida de que “El Diablo está sentado en el trono del mundo”.
Eros y Tánatos, como hemos dicho, se conjugan, pues al tiempo que Gizella goza su cuerpo cuando se autoerotiza, está convencida de que aquel acto no le pertenece, aquel acto lo percibe con un salir fuera de sí, una pérdida de control porque esta “demente”. Incluso escribiendo se percibe cierto sufrimiento debido a la obsesión con que traza las letras. Una de las pocas escenas donde la personaje goza sin culpa es cuando en la mañana sale al patio y abre los brazos como una mujer libre, el sol parece protegerla, y ella disfruta ese momento.
Brenner, por su parte, también halla en la sexualidad una forma de huir de su propio caos existencial. Tiene como él lo escribe, coitos con desconocidas. La sombra de la tristeza lo guarece, pues así como Gizella está convencida de ciertas “máximas” dictadas por su mente, el médico no duda en releer lo que en algún momento escribió: “La esencia de la vida es un bien costoso”. “Debemos morir incluso antes de nacer”.
¿Cómo podría el médico suavizar el dolor existencial de su paciente, si a él mismo le duele la existencia? ¿Cómo develar el cuerpo de Eros si es Tánatos quien hace girar las manecillas de la vida? Lo que la paciente dice cuando está con Brenner en una sesión de asociación de palabras, son palabras que el mismo médico dice en su propia infelicidad: “Sufro mucho”, “Mi vida es mísera, oh, mi Dios! ¿Cómo puede ser medido el grado de trastorno? Cuando el médico llega al hospital el director le dice: “Una mente trastornada es como un reloj descompuesto”. Lo dice mientras practican una lobotomía en una paciente; “los hacemos olvidar”, declara. Tánatos, entonces, puede tener muchos rostros: el del olvido, el de la desolación, el del vacío existencial, el de la ausencia de palabras, incluso el de las mismas palabras, pues éstas asumirán un significado marcado por el estado emocional de cada personaje. Por ejemplo, las palabras que escribe Gizella en sus diarios, son anheladas por Brenner porque “en sus escritos hay una suerte de fuerza inusual”, mientras que para los otros médicos son palabras sin valor, palabras de una loca que serán borradas y quemadas cuando aquella paciente le pida como último acto de “amor” a Brenner que le saque el cerebro.
En efecto, hay un acto de amor y erotismo entre paciente y médico, pues es en una prueba que Brenner le hace a Gizella que ésta declara, cuando él le da a oler una sustancia, “Huele al Diablo”, es decir huele a deseo. La sexualidad y el deseo por Brenner han aparecido en Gizella, sin que el médico sea ajeno a éste. Es en una noche, en un espacio lóbrego, que paciente y médico están juntos, mientras él se inyecta, ella escribe. Después sus cuerpos se unen, aparece Eros como un anuncio urgente de la debacle. Para Gizella se ha cumplido el deseo y su creencia “Conozco a alguien que me ama […] puedo convertirme en su esposa”. Brenner se ha unido a la mujer que pese a no ser abrazada completamente por la razón puede hacer lo que él tanto anhela: escribir. Por ello una vez que han estado juntos una nueva fuerza abarca al médico. Se apropiará de la escritura de Gizella. Su pulsión hacia Eros lo hará plagiar aquellos textos contenidos tanto en grandes cuadernos como en hojas sueltas.
Sin embargo, las sanciones existen, por ello una vez que el director del hospital se entera de que el médico ha estado con la paciente, despide a Brenner quien, a pesar de ello, tiene la posibilidad de cumplir el último deseo de Gizella.
- ¿Tiene alguna petición?
- Sí.
- Dígame.
- Sáqueme el cerebro.
Brenner entonces cumple la petición de su amante-paciente. “Máteme”. Aquel método en el que no creía (la lobotomía) es empleado por él para salvar de su propia aflicción a Gizelle. En la siguiente escena veremos la misma acción con la que inicia la película: una mano anónima pinta las paredes en las que en sus momentos de mayor obsesión, Gizella escribió. A continuación vemos una fogata en la cual las monjas del hospital, como en un ritual de muerte, arrojan los innumerables diarios.
Esa locura que implicó para nuestra protagonista la sanción, pues su compañera de cuarto se suicida al no soportar ver a Gizella escribir arduamente, se vuelve cenizas. Nadie recordará el sufrimiento que padeció cuando a causa de la muerte de su compañera, le negaron papel y lápiz. La ceniza que ardía aún por momentos es apaciguada por la lluvia, mientras una Gizella ya sin memoria observa por un recuadro de la ventana; pero como ella ya no puede significar el hecho, el cineasta presta a los espectadores ese recuadro para que veamos como todo se apaga, porque con la lluvia también llega la noche. Brenner mientras tanto, también contempla la lluvia mediante una ventana, aunque él seguirá portando la vida. Se alejará de aquel hospital con la herencia de una mujer loca, que por serlo no podía ser considerada como escritora.
Lluvia, frío, olvido, palabras disueltas, quemadas y una mujer ausente nos dicen que en esa historia Tánatos instauró su trono.
El otro apando
El otro apando
Rocío García Rey
“Estaban presos ahí los monos, nada menos que ellos,
mono y mona; bien mona y mono, los dos en su jaula[…]”
José Revueltas
En 1929, año de la depresión, una tal Virginia Woolf se atrevía a publicar un libro que en español se conoce como Una habitación propia. 87 años después releo el texto para comenzar un escrito que iniciará con una pregunta conminatoria: ¿Cómo se atreve a calumniar al comandante? Conminación en el aire, mi personaje cuyo rostro recién he conocido comienza a perfilarse para algo que quiero convertir en cuento. La tal Woolf y la mujer que puede situarse en cualquier geografía latinoamericana se apoderan de mi mente. Por ello a primera hora de la mañana además del café, bebo una porción de oraciones con las cuales podré enunciar una historia de violencia sexual.
Es la mañana y debo salir a trabajar. Una cotidianidad más se adhiere a mis pasos. Cruzo el eje uno norte para entrar a la estación del metro Guerrero; aún tengo sueño, y con desgano inserto el boleto en el torniquete. Así, con Woolf, el otro personaje y mi somnolencia me enfrento a la primera representación de barricada oficial del día.
No esperaba un “Buenos días”. Me hubiera conformado con el barullo de siempre, pero a éste se une la concentración en el pasillo antes de llegar a los andenes. Quedamos inmovilizados porque el número de pasajeros aumenta conforme pasan los minutos. La gente se enoja, sacan el celular para comunicar el retraso. “No hay metro”. Silbidos. “Ya, cabrones, déjenos pasar”. Las mujeres golpean sus tacones contra el piso. Estamos atrapados en medio de dos rejas. Estamos atrapados en medio de las rejas. Sublevación anémica. Sublevación niña.
En el minuto 10, después de mi arribo a la estación, aparece el nítido recuerdo del inicio de aquello que de adolescente leí: “Estaban presos ahí los monos, nada menos que ellos, mona y mono […]”. Presos, presos, aun no me abarca la desesperación porque obsesivamente repito mono y mona, mientras los gritos arrecian. Por fin dejan pasar al mono y mona. La prisa es una oleada de pasos con un ritmo que parece no haber sido nunca de calma. Estamos en el andén; aséptico andén en que las mujeres somos cuidadas de los hombres. “Qué se creen esos tales”. “Es para su protección señoritas”. Y entonces el andén es dividido: monos de un lado; monas del otro. Mientras tanto, la vigilancia abraza los movimientos por medio de cámaras. Otros textos, como El panóptico, pueden ser recordados. Pero estamos en un lugar en que la prisa se vuelve desesperación y entonces teorizar es una falta de respeto, porque lo debido es cuidar la bolsa, empujar a las otras con la ansiedad guardada en los puños y en las ojeras. Mira nada más, y tú que querías meditar sobre la habitación propia y la violencia sexual. Al minuto 20 puedes subir al tren, al tiempo que absurdamente crees que si contiene la respiración cabrás mejor. Mira nada más a mono y mona a quienes la nueva CDMX les espeta que los ciudadanos lo único que merecen es el hacinamiento pútrido y triste. Cansancio en el minuto llamada perdida. Rezos en el minuto 40. Indignación en el minuto 42. “Recórranse. Avance rápido”. Ruido de silbatos. Silbatos para que terminemos de despertar y de recordar que esto se llama vida.
Los minutos siguen contando, y sí, la mona se atreve a reflexionar en ese trayecto en el que ni siquiera puede sujetarse de algo; pero la mona piensa que si se atreve a pensar, construiría una caricatura de sí misma. Pensamiento oximorónico. Jajajaja habitación propia en un vagón repleto de un enojo vacío e informe. Los minutos transcurren y yo mona agotada dejo de pensar en el inicio de mi texto, y la pregunta conminatoria ¿Cómo se atreve a calumniar al comandante? La coloco en el ventilador que no funciona. Lo único que me convoca el espacio, ahora lóbrego de tantos relojes apremiantes, es respirar y tratar de sostenerme.
Mono y mona tienen un destino. Mona y mono tienen una brújula que les otorga el valor de empujar, pisar, patear, gritar. Monos ensangrentados por dentro de tanto desafío en los viajes. El periplo a la memoria no cabe. En el andar cotidiano de mono y mona sólo estará el presente porque lo único que quieren es sobrevivir. En el andar cotidiano de mono y mona lo único que se puede es sobrevivir. Por eso se entiende que conforme avanzan los minutos, pero no los trenes, las palabras se reduzcan. La única petición colectiva es: “quiero llegar”.
Después de 50 minutos o una hora, el mundo se vuelve asfixia y cualquier talega llena de libros para alumbrar la razón se vuelven lo más inservible para mona y mono. La crisis del 29 se desliza en el olvido, en el desconocimiento, en la pregunta y petición vuelta cliché. “¿Bajas a la que sigue?” “¿Si me das permiso de favor?” “Pinches viejas, si no van a bajar para que se quedan en la puerta”. Tal vez todas anhelemos un cuarto propio, aunque no conozcamos a la tal Virginia Woolf. Tal vez algunas lo tengan, pero a las 9 de la mañana esta mona, aun rescata su trasnochado vocabulario y dice para sí, “Vamos a vender nuestra fuerza de trabajo”. “Vamos a vender nuestra fuerza de trabajo”. Por ello mona, entiéndelo no es momento de pensar en cómo unirás dos personajes. Imposible imaginar a la escritora de Bloomsbury en estos andenes y en estos trenes del otrora tercer mundo. Y ahora, además sabes que la escena conminatoria para defender al comandante ya se ahogó por falta de aire.
Mona, por qué insistes en seguir salvando tus historias si sabes que es otro lugar el que se necesita para re-crear la fatiga del mundo. Pero ¿qué sucede? Lo comprendes. Las voces empalmadas son el absoluto cadáver exquisito de esta cárcel. Y es así que se escribe en el aire la primera participación. No es la voz de Woolf; son las palabras de una mujer rebelde. “Manden uno vacío. Manden uno vacío. Nunca vamos a poder irnos”. Olas asfixiantes detienen la marcha y es entonces que se acumulan otras oraciones, frases palabras para tu esquizofrénico cadáver exquisito. Son las voces de los otros viajantes: los vendedores ambulantes. “Ya no cabemos”. Pero esas mujeres y hombres también están vendiendo su fuerza de trabajo. El cadáver exquisito aumenta porque en el primer exhorto de compra, una voz interrumpe: “¿Por qué te fuiste atrás si y vamos a bajar?”
-Por sonsa mana, pero ahorita bajo porque bajo.
Cruce de bolsas, de cuerpos, de preguntas y también de quejas.
Toallitas con acetona/ discos compactos/ protectores de teléfonos celulares/ Esos son los versos relucientes que debes capturar, querida mona. Los versos se agolpan, muestran su ritmo. Mientras esa poesía improvisada reclama ser escuchada, hay una mujer sentada que recita los otros versos; ritual para acaso pedirle al señor dios que el metro ya no se detenga tanto. La mujer de los otros versos tiene en sus manos un rosario, y con los ojos cerrados difunde en silencio las palabras inefables de tanta longevidad.
Las demás construimos la imposibilidad de la coreografía. ¿No ven que nuestros cuerpos son casi uno? Una masa informe de mujeres atrapadas mientras llega el momento de descender para recordar que sí podemos movernos. Es el otro Apando, el que vivimos en la libre CDMX. No te espantes, mona. Mejor intenta creer que se trata de la cotidianidad, de la vida normal. Vida normal, hacinamiento. Vida normal, mona. “Disculpe, pero me está clavando su tacón”. –“Pues, si es tan delicada hubiera tomado taxi”.
“Empújese con cuidado señorita.” “Por su seguridad detrás de la raya amarilla”. Anáfora, anáfora. “Por su seguridad “. “Por su seguridad”
Es entonces que en el minuto llamado eternidad, la mona sólo quiere llegar a dar su clase, pero cómo la dará si la mujer de Bloomsbury se vuelve irrelevante ante la incredulidad de tener un cuarto propio. Mona, sábelo a las 7 o a las 9 o las 13 horas, en este espacio no cabe la reflexión, por ello más vale que vomites tu tal cuento del comandante acusado de violación. Haz trizas a la tal Woolf. ¿Te has dado cuenta? Así es como se abortan las ideas. No cabe un nuevo ser en este Apando. Ahora de lo que se trata es de sobrevivir, de ser capaz de derrotar a los cuerpos que están delante de ti y poder abrirte paso entre ellos. Alientos agazapados. “No voy a bajar, pero ahorita le doy permiso”. Luego habrá más pasillos que recorrer. A esas horas, a esas alturas, en esos transbordos, es una ofensa pensar en un texto, porque el texto lo somos todos, cadáver exquisito que por momentos claudica y por otro vuelve a tomar forma de pasaje triste, anónimo. Aciago. Aciago como el desayuno que veo que una mujer prepara para sus hijos. Abre el termo, introduce una bolsita de té. El niño mayor saca la bolsa de pan tostado. Los panes son multiplicados. En la siguiente estación bajo. No me queda duda. Es en este Apando donde se conoce la otra parte de la devastación.
Desmontar estereotipos femeninos
Desmontar estereotipos femeninos
“Alguien asiste mi agonía. Me hace
beber a sorbos una docilidad difícil
y yo voy aceptando
que se cumplan en mí los últimos misterios”.
Testamento de Hécuba, Rosario Castellanos
Dolores Castro, contemporánea y amiga de Rosario Castellanos (1925-1974), en su artículo “La vida y Rosario Castellanos” afirma que: “el escritor [es] el que dispone a Lázaro para la resurrección en cada palabra, en redes de palabras”. (1975:16) En efecto, Castellanos mediante sus escritos, ora poemas, ora ensayos, ora novelas, quita el manto que la cultura tradicional ata a nuestros ojos. Una vez que leemos con cabalidad sus textos no podemos evitar sentir que ha cambiado nuestra óptica para nombrar el mundo, para sentir el mundo.
Es el cambio de óptica provocado por el quehacer literario de una mujer que asumió como eje discursivo el ser y el deber ser de las mujeres. Lo hizo porque observa que hay un problema: el mito; se trata de un discurso fuera del tiempo histórico, aquel que reduce a las mujeres “en un receptáculo de estados de ánimo”, un ente “monótono de significado.” (Castellanos, Mujer que sabe latín, 1984: 7) Las mujeres, entonces, provenimos de un constructo cultural cuyo entramado ha sido producto de un mundo nombrado y significado por los hombres. En Mujer que sabe latín… esto queda perfectamente claro cuando afirma que como una antítesis de Pigmalión el hombre aspira a convertir a las mujeres en estatuas. (Cfr. Castellanos, Mujer que sabe latín, 1984: 7)
Si bien Mujer que sabe latín… fue publicado en la década de 1970, hay que considerar que hubo un texto antecesor que abre las puertas para entrar a la biblioteca en la que nuestra autora rebate los planteamientos que minimizaban la existencia y el ser de las mujeres. Se trata de su tesis de Maestría en Filosofía que presentó en 1950. Su título: Sobre cultura femenina. Creo que este es el libro con el que nuestra autora comenzará sistemáticamente a hacer una labor para desmontar lo que la prosa cuasi falocentrica había dicho de las mujeres. Varios son los pensadores rebatidos por la poeta. En el apartado “Planteamiento de la Cuestión” hay una cita de lo que el “ilustre” Schopenhauer plantea en Sobre las mujeres: “Sólo el aspecto de la mujer revela que no está destinada ni a los grandes trabajos de la inteligencia ni a los grandes trabajos materiales.” (Citado por Castellanos, Sobre cultura femenina, 2005:43) Es con enunciaciones como las de Schopenhauer y otros pensadores que la feminidad fue construida con características como la pasividad, la falta de juicio, y por lo tanto de pensamiento. Pero es importante no obliterar que esa pasividad, también como parte de las subjetividades, hallará su contraparte: la heredera de Lilith. La misma Castellanos dirá que los hombres advierten en las mujeres “algún principio, generalmente maléfico, generalmente antagónico”. (Castellanos, Mujer que sabe Latin…: 8)
Foucault en las Palabaras y las cosas dejó asentado que existe una prosa del mundo; sin embargo dicha prosa puede ser deconstruida para hacer una nueva re-narración de quiénes somos y una deconstrucción de quiénes nos han dicho que debemos ser. Es aquí donde entra la labor de poiesis que cobrará vida en asertos, imágenes, metáforas, palabras que pueden colocar en la duda y en la sospecha lo que hemos creído una sola y auténtica historia.
Si las feminidades son construcciones culturales que marcan un estereotipo ya de comportamiento, ya de costumbres, ya de creencias para las mujeres; nuestra poeta no duda en afirmar en su poema Meditación en el umbral: “Debe haber otro modo de ser humano y libre otro modo de ser.” En efecto, debe haber otras formas que permitan nombrar-se personas dignas.
Es por lo que hemos asumido como feminidades que nos enfrentamos ante escollos que nos impiden saber cómo salir de la caja de cristal en la que nos hemos colocado. Hélèn Cixous se refiere al féretro metafórico en el que como Bellas Durmientes debemos esperar a quien se cree aguardado por nosotras. Cree que lo esperamos a él: “al todo” (Cfr. Cixous, 2003: 523) Esa espera es perfectamente visible en el canto número 6 del poema Kinsey Report. El sujeto lírico es la Señorita que ha aprendido a ser paciente y virtuosa, y que por ello está segura de que un día llegara el “Príncipe Azul.” Ser femenina, en nuestra cultura, ha significado ser paciente, por ello debemos colocarnos la túnica de Penélope y esperar dentro de nuestro féretro de cristal. Los mitos respecto a la feminidad los hemos asumido y les hemos dado el significado de “verdad”. Son mitos que como la misma Castellanos afirmó no se examinan.
Paciencia y virtud: dos características de la feminidad que si son cumplidas serán premiadas, sobre todo por los hombres: los esposos, los hijos, los padres, aquellos cuyo rol de masculinidad les hace tener el poder de calificar nuestro deber ser. Sin embargo, como hemos señalado, los significados no son incólumes; aunque debemos reconocer que rebatirlos implica una crisis. Es ante la crisis que necesitamos con más ahínco una luz, potente luz que le dé nuevos significados a las palabras. Necesitamos otros sintagmas, otras enunciaciones para saber que existe “otro modo de ser” para aquella mujer del poema que una vez que haya roto el manto de Penélope, deambulará por el vacío existencial y la falta de identidad. Necesitará tener la certeza de que Tánatos no la atrapará para siempre, aunque deje de creer que si el esposo es borracho ella lo sacará del vicio. (Cfr. Castellanos, “Kinsey Report”)
Si como bien dijo Castellanos, en una entrevista realizada por Ma. Luisa Cresta: “Ser mujer, en México, es un problema, entonces hay que planteárselo de la forma más lúcida posible porque creo que es un paso hacia la solución” (Cresta, 1976: 8), entonces la lucidez arribará cuando hayamos despertado de nuestra propia muerte como decía Adrienne Rich. Se trata de salir, precisamente de aquel féretro de cotidianidad y espera. Una vez que hayamos salido podremos resituar nuestra mirada y nuestra enunciación. Podemos hacerlo porque afortunadamente no hemos sido inhumadas completamente. Ello representa un ancla a la posibilidad de volver a marchar como Lázaro. Podemos, entonces volver a andar, ahora teniendo más de una perspectiva: la del féretro de cristal que equivale a los estereotipos que hemos tenido que cumplir y a los que mecánicamente les decimos sí, y aquella que nos permite re-nombrar el mundo, lo que equivale a renombrar-nos.
Para re-nombrarnos es necesario conocer los nombres que nos otorgaron, los nombres en los que nosotras mismas quedamos atrapadas. Esos nombres han sido configurados históricamente y son connotados por Castellanos en sus poemas: “Meditación en el umbral” y “Kinsey Report”. La poeta muestra los nombres de pila y los adjetivos de mujeres cuya imagen puede transfigurarse en nuestro propio reflejo. Hay que romper espejos que nos mostrarán rostros, cuerpos de mujeres suicidas, tristes, castigadas, recatadas; jamás heroínas. Leamos completo el primer poema:
No, no es la solución
tirarse bajo un tren como la Ana de Tolstoi
ni apurar el arsénico de Madame Bovary
ni aguardar en los páramos de Ávila la visita
del ángel con venablo
antes de liarse el manto a la cabeza
y comenzar a actuar.
Ni concluir las leyes geométricas, contando
las vigas de la celda de castigo
como lo hizo Sor Juana. No es la solución
escribir, mientras llegan las visitas,
en la sala de estar de la familia Austen
ni encerrarse en el ático
de alguna residencia de la Nueva Inglaterra
y soñar, con la Biblia de los Dickinson,
debajo de una almohada de soltera.
Debe haber otro modo que no se llame Safo
ni Mesalina ni María Egipciaca
ni Magdalena ni Clemencia Isaura.
Otro modo de ser humano y libre.
Otro modo de ser.
Ese otro modo de ser humano y libre sólo puede ser posible si nos atrevemos a develar lo que ha estado oculto en el castigo de Sor Juana, en la sexualidad penada de Clemencia Isaura, en la escritura temerosa de Jane Austen. ¿Y qué es lo que ha estado sancionado? La prohibición de estar y ser fuera de las feminidades; aquellas subjetividades ambiguas que dicotomizan el ser de las mujeres, pues o se es mujer recatada y prudente o se es heredera de Lilith, como María Egipciaca. En “Kinsey Report” podemos leer:
Al principio me daba vergüenza, me humillaba
que los hombres me vieran de ese modo
después. Que me negaran
el derecho a negarme cuando no tenía ganas
porque me habían fichado como puta.
Y ni siquiera cobro. Y ni siquiera
puedo tener caprichos en la cama.
Bajo la prohibición, bajo el ocultamiento, bajo la denigración, ¿cómo hallar nuestra capacidad de SER? Una primera forma es asumiendo precisamente que es posible otras formas de ser, y que como una derivación podemos encontrar en el espejo imágenes propias, imágenes que permitan re-situarnos en el mundo y nombrarnos nosotras mismas, aunque esto implique cierto grado de dolor.
En “Kinsey Report” es precisamente lo que hacen varias mujeres: la casada que ejerce una sexualidad por obligación; la soltera que ejerce su sexualidad, pero que es “tachada como puta”; la divorciada que no se atreve todavía a abrazar su libertad; la prudente que para continuar siéndolo, le ofrece a Dios su abstinencia sexual; las lesbianas que se atreven a decir que serán madres mediante inseminación artificial; la señorita que espera, espera.
Nombrar la carencia, la falta de plenitud es también un acto revolucionario que como hemos dicho, nos situará en la crisis, por ello debemos armarnos de discursos que sean nuestro soporte. Para ello debemos desempolvar la que debería ser la propia biblioteca, aquella cuyos volúmenes no sólo deben ser de los grandes pensadores; sino también de las poetas, las filósofas, las historiadoras, las economistas, las sociólogas, al fin y al cabo grandes pensadoras.
Creo entonces que una vez que visitemos los propios textos, tendremos un apoyo para construirnos más allá del panteón en el que no en pocas ocasiones nos han situado los estereotipos llamados feminidades.
BIBLIOGRAFÍA
- Castellanos, Rosario, Mujer que sabe latín…, México, SEP/ FCE, 1984, (Lecturas Mexicanas, No. 34).
- ________ Bella dama sin piedad y otros poemas, México, SEP/ FCE, 1984 (Lecturas Mexicanas, No. 32).
- _______ Sobre cultura femenina, México, FCE, 2005, (Letras Mexicanas).
- Castro Dolores, “La vida y Rosario Castellanos”, en Ma. del Refugio Llamas (Recopilación de textos y selección poética), A Rosario Castellanos. Sus amigos, México, 1975, Publicación específica del Año Internacional de la Mujer Programa de México.
- Hélèn Cixous, “La joven nacida”, en Araujo, Nara y Delgado, Teresa, (Selección y apuntes introductorias), Textos de teorías y críticas literarias (del formalismo a los estudios postcoloniales), México, UAM/ Universidad de la Habana, 2000, (Libros de texto, manuales de prácticas y antologías).
- Cresta de Leguizamón, María Luisa, “En recuerdo de Rosario Castellanos” (entrevista), México, Revista “La Palabra y el Hombre”, Universidad Veracruzana, 1976.
Versión PDF en Repositorio de la Universidad
Veracruzanahttp://cdigital.uv.mx/handle/123456789/4125 Fecha de consulta 7 de mayo del 2015.
- Guerra, Lucía, Mujer y escritura. Fundamentos teóricos de la cultura feminista, México, UNAM/ PUEG, 2007.