Mostrando artículos por etiqueta: Reseñas
Del libro: Casa 26-VII / Roberto López Moreno /
Del libro: Casa 26-VII
Roberto López Moreno
XOCHIPILLI
A Ramón Oviero
¡Que viva el canto! ¡Que cante la vida! Todo lo que se mueve, ahora, es un ardiente manto de colores que torna a nuestro aliento con el aroma de la danza; las piedras de un río manso vuelven a tomar arquitectura en el fresco a la mano fondo claro, minuto movedizo; el agua como el canto se desliza y la vida se viste de pies líquidos. Todo rompe, la semilla el latido, la sangre el tiempo, la corriente la distancia que concluye en las orillas de la noche. Todo rompe Xochipilli, tú, aquí otra vez, abriéndote desde las tinieblas para tocar con tu dedo las auroras desde el ayer otra y mil veces entre nosotros, siempre, en el estallido de las sorpresas. Te sabemos por las mañanas, fogonazo de pétalos desde entonces siempre en vida, con el cuerpo tatuado, brazo florecido hasta este tiempo. Te sentimos licor que dibuja tu nombre junto al musgo. Tú en las lunas de la hembra, en el arado de los pájaros; tú en la carne del fruto que viene como tú, quién sabe desde dónde y desde cuándo; invento de los sentidos, incendios de la vista, tú, nudo de buganvilias. “Joven abuelo”, ahuehuete, abuela verde, nos has creado en tu fe aún sin saberlo; signo en el que los dioses disponen la alegría desde allá, desde el misterio, energía que danza hacia nosotros, edad de lo que bulle arriba y debajo de la tierra. A ti, Xochipilli, eternidad orlada, nosotros los culpables de la risa, los que vamos a morir, te saludamos, los que estaremos en ti, junto a tu solio, cada vez que florezcas.
COATLICUE
Dios te salve Coatlicue, llena eres de gracia y de desgracia, parida de la sombra. Luz tremenda, devoradora que repartes las mazorcas de tus manos, de tu collar de corazones, del cráneo con que ciñes tu cintura. Madre tierra de donde parte y a donde llega todo, amargo y dulce nuestro, terriblemente tierna, tiernamente terrible, míranos crecer, multiplicarnos, pegados a tu difícil carne litográfica, en tu tatuaje de estrellas en donde hace sus cónclaves el cosmos. Tú, la sabia, la que elevas las serpientes de la tierra hasta las sienes, hasta la altura de los pensamientos; tú, la docta, eje de roca, binomio que fusiona tierra y cielo; tú, la culta, eleva nuestro barro hasta tu altura, enciéndenos, con esa incandescencia de la entraña de la que proceden tu belleza de espanto, tu ríspida ternura, los dos ofidios en los que se besan, arriba, las sangres de la vida y de la muerte. Madre: cuando juntaste el cielo con la tierra para crear la chispa del milagro, una palabra, un acto, un testamento, se hicieron a sentar su sitio en el espacio. Así naciste el tiempo, en el interior de esta la nuestra casa, un manojo de células apenas para medir el río de la sangre, para medir el miedo y la alegría, el dolor, los dolores: el del hueso y el del pensamiento; para medir la dicha y el placer, el odio y el terror, y las canciones. Total, todo entraba dentro del ámbito de aquel milagro. Y hubo más: la arteria plural creció sus redes en la penumbra del rectángulo, se amplió hacia los destinos de la carne; hubo un vientre que se vistió con el dolor de las prisiones, que se nutrió con el alcohol homicida de la mitad de la calle, con el ansia del mercader, con el desencanto del baldado; hubo un vientre que mordió el amargo por los desheredados, por los desposeídos, por los que llevan la vida como un puñal clavado entre los días, por el cuchillo que empuñó el suicida. Pero también tocó la luz, la hizo, y ahí; en el centro de la luz y de la sombra, creció la eternidad del sumo verbo. Madre: cuando juntaste el cielo con la tierra estallaste la chispa del milagro. Diosa te salve, Coatlicue, padre nuestro que estás en el universo, zumo de tu principio dual. La enorme culebra de tu centro aparece debajo de tu falda para lancear las humedades de la primavera, para hacer girar los astros sobre el brioso eje de tu punzada exacta. Diosa te salve, Coatlicue, padre nuestro, trinitaria estructura en ascenso de sus trece cielos, garras de águila. Madre nuestra: levántanos, agítanos; míranos ciegos, postrados, inmóviles, con el aliento vencido ante el pavor por la misteriosa simetría. Hijos de tu vientre telúrico, frutos de tu útero de lava, niños somos del terror con el que la tierra alcanza su alegría. Míranos, madre, míranos ciegos. Indefensos ante el terremoto, entre los dientes bestiales de la tormenta, reos del miedo, y del valor del necio, bajo el fogonazo del relámpago. Cúbrenos, madre, bajo tu falda de serpientes, en medio de tu sínodo de estrellas, en la adolorida cruz de tu cuerpo de piedra. Nosotros, los planetas de tu entraña te ofrendamos la evanescente algarabía de los cascabeles con los que nos dotaste para el canto.
KUKULKÁN
A Lourdes y Enrique
Los corazones son un estallido de atabal en cada peho; el viento, extendido dócilmente, es piel recorrida por la electricidad de los asombros. Estamos en la hora en la que el sol bajará por la pirámide a hacer inspección sobre la tierra. Nosotros, sus hijos, la minúscula partícula que somos su cuerpo, aguardamos silenciosos el descenso. Sabemos que el Dios-Sol ha escogido la pirámide para bajar por ella hacia nosotros. Sabemos que la antigua fuerza, el misterio de la sabiduría, le dio ese punto de contacto con la tierra. Lo sabemos, y estamos reunidos en este sitio en espera de que una vez más se establezca el milagro. De pronto, ¡el milagro!, ahí, sobre los peldaños; lentamente se empieza a dibujar —otra vez puntuales las entrañas del tiempo— un enorme reptil fucilante que baja por los escalones del equinoccio a decirnos que es el momento del equilibrio perfecto entre el día y la noche, que es el punto en el que la vida y la muerte son del mismo tamaño, y la luz y la sombra, y el canto y el silencio se corresponden en idénticas dimensiones. La pupila mira como cada uno de nosotros, convertido en serpiente de luz, desciende a la tierra.
CHIAPAS
Sol verde que en el ceño de la sangre repta lento hasta el albor del ala. Cataclismos de luz enfurecida que está pintando el día con filo de sur en movimiento. Hay un torrente que nació en el pecho y que rueda hasta la flor beligerante. La corola es el fondo; en su centro crecerá la escritura de esta pólvora que la lágrima ha armado en el monte frutal, pacientemente. Que el hermano se encuentre con su hermano, que el primo pez asuma la ley de la montaña y sea concierto al puño de la flora, y la fauna reconozca los caminos confiscados por la muerte, en donde la piedra sigue hablando oculta en la hojarasca. Hay una voz que crece en las entrañas, que revienta en un tiempo hacia delante. La antigua sangre es siempre nueva.
Del libro: La Construcción de la Rosa. El libro VI
Libro 1
El libro del agua es un diluvio. Crece la masa líquida hasta alcanzar los verbos de la catástrofe. Este es el primer orden naufragando entre las ondas. En el jubileo de la dama de las enaguas azules; su agua bendita arrasa. Hasta alcanzar, casi, la destrucción humana. Los Dioses señalan con el índice y la criatura asustada toca siempre, por primera vez, el rostro de su enorme soledad, plantado ahí, por los siglos de los siglos, como compañía amorosa e indestructible. Se expande el desatado manto y solo los peces respiran en las articulaciones del agua. Las almas que habitaban la corteza, las que habían ingeniado la sabiduría del metro y con ella el cerebro de la simetría, ahora defienden la vida en la humedecida excitación de sus neumas, con ellas almas, por ellas, de ellas, nacen los mil géneros de los seres del agua. Todo lo inundan las ondas menos el halo que envuelve a un hombre y una mujer de quienes nacerá nuevamente la lágrima, la risa, el nuevo discurrir del tiempo; están desnudos, se están hablando, protegidos en el hueco de un árbol, con sus manos tocándose están preservando el concierto de las convergencias. Serán de nuevo, multiplicados, al fin que el odio de los dioses así lo tiene también establecido. Esto sucede en la era de la cabeza blanca. El hombre y la mujer se hablan, se tocan sobre el gigante horizontal que yace como cimiento. Somos tan nada cosa frente a los gigantes. El hombre y la mujer se hablan, se tocan en el hueco del árbol. Somos los gigantes que preceden las mitologías.
Cruz de San Andrés
Sol. Inconmensurable rosa de fósforo, horno en donde crece la esencia del suspiro, la lágrima. el anhelo, lo que respira y lo que inerte se deja llevar por el poder del movimiento, inevitable, como la quemadura de la que está formado lo que es sobre la Tierra, lo que integra el recuerdo y el ojo que se clava hacia adelante, siguiendo la ruta de la brasa. Hay una respiración; un modo de latir los días (también dictados por el fuego); una carne apenas célula de la chispa, de la luminosa fugacidad que surge en la colisión de dos mínimos. gigantescos universos: una voluntad que objetiviza con su trazo la aérea cruz en cuyo eje se gestan los pasados y los porvenires.
El odio y el amor, también poderes mueven también el Sol también finito. El odio y el amor. El temor y la audacia. La rabia y la alegría. Cumplirán sus millones de millones de jornadas, como parte de la tenaz mecánica de equinoccios y solsticios. Los guerreros al cielo del sol, y las que murieron en el primer parto. Son los primeros en mover los pistones de la inmensa maquinaria, arte mayor, el sol izando las cuatro formas de su penacho ardiendo.
Poema inédito.
AJUSCO O EFRAÍN HUERTA
(El Xitle)
A Rodrigo Arenas Betancourt
Los días se mezclan, se entrecruzan,
se enredan en su oficio de espiral, en sus telares,
modelan el jornal de la hora en punto
y en el musgo del tiempo –partículas de sal del infinito-,
trabajan ciegamente el movimiento,
lo modelan segur al ras del suelo.
Abajo los días inventan horarios verdipardos,
se encuentran en las calles, acales de humo . Se evitan,
se aniquilan en cruz entre el estruendo.
Las que fueron lagunas, ojos secos adormecen.
De pronto, de los pistilos del ruido
la vista se levanta, dardo a vuelo,
y en lo alto, en la patria del relámpago,
en el prisma ancestral de la sorpresa,
la silueta del Tlatoani,
allá su penacho, su etérea soledad,
ala descomunal, allá, su cresta planetaria.
Silencioso titán, poblado de rumores, mudo y magnífico,
muy sobre las filigranas del tezontle,
sobre el naufragio de solios y canales,
por encima de los nuevos lenguajes, del estrépito,
su carne de piedra acumulada, nos vigila,
piedra de sol, pirámide perpetua
con la piel desollada ante el espacio.
Su cuerpo de lava y de maíz,
prodigador de pedregales en el amanecer,
llueve edades sobre el valle;
ecos de obsidiana
fluyendo en los arroyos
quemaron su epidermis orográfica,
su estar ahí, entre los pájaros
y la gramática enhiesta de los testimonios.
Hay un puño en lo alto, en el valle,
apretando sus venas de tierra enarbolada.
Nos vigila, ternura aérea, ronca, áspera,
sangre alta, negra en su altura,
en donde somos página tan suya, tan del tiempo,
sombra de sus ramas
tejida con flautas y reptiles , con ecos
que nos dan forma y palabra.
Nos vigila, ternura áspera
que cabe en el vientre volcánico de Anáhuac,
en el viento, en el agua,
en el cadáver de algún grillo.
Gigante nuestro, protuberancia nuestra,
carne y sol de nosotros, los de tierra,
nuestro canto, atabal de nuestra arcilla,
nuestro sur, nuestro signo,
obelisco fincado en nuestra savia
alumbrada con lámparas de todos nuestros muertos,
de los que nacerán bajo sus siglos.
Escalamos sobre nosotros mismos sus arterias,
abajo, la sed cuadriculada,
la cerrada geometría del humo,
A nuestros pies se estrellan los oleajes de flor de pedernales,
suman manchas rojas como mapas,
el sol abajo sangra, se precipita por las escalinatas,
el tezontle tlacuila códices a corno oscuro
y hay un temblor perenne sobre cielos y casas.
El volcán precipita la mirada,
todo se observa desde nuestro abismo,
desde este cuerpo de vértigos azules ,
de piedra respirando entre las nubes;
Abajo se estremece el valle.
No somos el volcán,
sólo el invierno que sube por sus miembros,
la primavera ceñida a montañista
hinchándose en las gavias de la tierra.
No somos el volcán, sólo su vuelo,
su arrastrarse de barro;
no lo crecemos, nos crece en el asombro.
Varón del sur, abismo de su peso,
lengua en alto decir de la memoria,
¿vive águila o sol de este minuto?
¿pájaro de lumbre?
¿hoguera que arde alas?
Águila o sol, surco hacia arriba
naciendo en las raíces de lo aéreo.
Microrrelatos- Luis Alfaro Vega / En tentativa de aproximación a la ambivalencia connatural de los seres humanos./
Microrrelatos
Luis Alfaro Vega
En tentativa de aproximación a la ambivalencia connatural de los seres humanos.
RESISTENCIA DE DIAMANTE
Se promete que se impondrá una algarabía íntima de melodías que lo conduzcan a un estado de placidez en que las pesadas lágrimas no le doblen el ánimo. Mientras observa desde la rústica mecedora que guarda su forma, el anciano, ataviado de ancestral sabiduría, consolida una sonrisa dedicada a su propio ser. En el éter de la tarde, las campanas del templo mojan de fragores vibratorios el alma del hábitat, y el viejo, percibiendo en toda su piel el melódico repicar, rememora la savia de su estirpe, resistencia que lleva en el fervor de la sangre, nutricio orgullo que lo mantiene arrobado, iluminado por dentro, con avidez de convertirse en su propio pensamiento: ¡prodigio de integrar la colmena humana!
NOMENCLATURA KAFKIANA
Lo sacudió el espasmo de una fiebre que lo condujo al delirio de creer que su propio ser era un embuste, y que la ley natural que lo conceptualiza como homo sapiens, no es más que el proceso gelatinoso y absurdo de la pesadilla que transformó su cuerpo en un toro salvaje, iconografía ridícula que se muestra en el espejo como un enorme bulto peludo, de cuatro patas, cola extensa y dos afilados cuernos que le franquean la triangular cabeza. En su gnosis no aceptó el subterfugio, creyéndolo una evasiva estratagema para evitar el desgaste físico y psíquico de salir al mundo a enfrentar la rutina de la lucha fratricida entre homónimos. Elucubró que el origen de las intempestivas transformaciones, proviene de la infancia: violentas lecturas donde sapos se convierten en príncipes, lobos se comen abuelas y eructan satisfechos, niños a quienes les crece la nariz alimentada por el fragor de las mentiras, fantasmas que vigilan desde oscuros rincones el miedo atroz de los inocentes. Con los cuernos en ristre envistió con furia al espejo hasta hacerlo añicos…y tras la lluvia de cristales apareció otro espejo, con su rostro humano sonriendo, ya sin fiebre.
MÁSCARA DE SOLDADO
Lo regocija la ilusión rota que entra en la esfera de los sueños gastados que se convierten en pesadilla: no más guerras. En su alma fervoriza el deseo de no matar más enemigos. Llora en la noche de los insomnios cuando recibe la orden de continuar el bombardeo a ciudades de neblina, en las que se ve a sí mismo en la mirada de los otros, mustias pupilas ansiosas que lo observan mientras su máscara, embutida en uniforme militar, avanza hacia las temblorosas almas, esas que defecan una fiebre verde y lloran veneno rojo con cada detonación sobre las cenizas de los edificios en ruinas. Se muerde la sal de las lágrimas, y traga la amarga raíz de la culpa murmurando el vacío de los espíritus, la caída en el extraño desatino de conceptualizar que matar al hermano es una victoria.
HOMO SAPIENS
¡Con reincidente frecuencia llegamos tarde a nosotros mismos! Efervescencia feroz de razonamientos de fastuoso ego. Ángeles filósofos nos juzgamos, altruistas y versátiles en la inconmensurable acumulación de ilusiones con las que nos instalamos en alto pedestal. Colocados frente al espejo, le sonreímos eufóricos al onírico yo, insignia de perfección cosmopolita. Con impudor desfilamos por la historia con el artificio de erigirnos dueños del pasado, del presente y del futuro de la materia inmediata, y de la etérea presencia de un dios que inventamos para que nos redima y nos resguarde para la eternidad. El fasto de las contradicciones es la fidedigna contraseña de nuestra identidad, y en ese interminable camino de hallazgos y abdicaciones perdemos el rumbo. El húmedo barro de nuestro ser avanza mesiánico, ansiando convertirse en idílico prototipo, sin las anomalías físicas y las taras mentales en serie que salpican la leyenda. Transidos de orgullo, vociferamos a las estrellas la noción de ser la savia y la consciencia de cuanto existe. Homo sapiens: ¡conquistador de locuras! ¡Singular paradoja fermentada de ambivalencias! ¡Fantasma menguado, arribando tarde a su propia esencia!
LA PRIMAVERA FLORECE
A pesar de las emponzoñadas sombras de los siglos, y los helados registros de sangrienta convivencia, la célula humana guarda el celo de una floración que equilibrará la existencia. Robusto cielo que armoniza y nutre dentro del tuétano, en la región más primitiva de la materia. Visión en la que residirá purificado de narcisismos, sitio en desmayo original de correspondencias, fragante de vitalidades en colegiatura de armonizar la grafía de una raza renovada conquistando el porvenir. ¡Armoniosos suspiros de fraternal eternidad! ¡Tremolina de honda ternura disciplinando las acciones! ¡Del estiércol de los milenios brotará la rosa redentora!
Arder o la dialéctica del fuego / Miguel T. Ortega /
Arder o la dialéctica
del fuego
Miguel T. Ortega
Antes de su suicidio, en 1939, Walter Benjamin proyectó una tarea ambiciosa qué sería su último proyecto de vida: la construcción histórico filosófica del siglo XIX. En sus apuntes, el filósofo propuso un abalorio de temas que serían reunidos por el hilo de la poesía, en especial, el tópico del flâneur (paseante) como un observador omnisciente de la ciudad. Detrás de esta figura hay un concepto benjaminiano, un ensayo que se titula Sobre algunos temas en Baudelaire; un análisis que fácilmente se puede vincular al libro de Julio Barco (1991): Arder(2019). Este concepto fue propuesto por Benjamin como una representación de literatura panorámica como base de la poesía de Baudelaire. No obstante, su definición apela a otros contextos, ya que el flanêur reaparece en la literatura y se puede identificar porque “sucumbe a la violencia de la multitud, lo atrae hacia sí y lo convierte en uno de los suyos”.
Sin duda, la idea central proviene del libro de poemas clásico Spleen en París, especialmente el texto en prosa“Las multitudes” que afirma en sus líneas centrales:“gozar de la muchedumbre es un arte”.
Como si fuese la actitud del flâneur la que salva al poeta,Arder no sólo evoca a la llama, refiere a la combustión como un afán último. No solo como un “yo poético” sino como el ser mismo que recorre los caminos reivindicando la ruta.
El “yo soy todos” y después “todos soy yo” de Baudelaire;también se deja leer a través del libro de Julio Barco. La flama puede ser la multitud y la multitud necesita una chispa de ignición. Julio la provee.
A través del anhelo y el fuego imprudente de la juventud, Julio desea que su obra se consolide a través del flâneur. Arder posee una voz auténtica despereza a las multitudes para que puedan observar ante el mundo la belleza perdida.
Al subtítulo del libro: “Gramática de los dientes de León”sobreviene otro gran índice que sería la combustión de los cuerpos. El juego en el libro de Julio Barco nos hace recordar aquella disposición espacial que utilizó Mallarmé al escribir el juego de dados. El libro de Julio, por otra parte, parece no poseer contornos y multiplicarse hasta salir de un líquido precioso o un gas altamente inflamable para esparcirse hacia el interior de la contemplación lectora.
Y ¿quiénes son esos lectores?, la multitud misma que el flâneur trata de contener en algunas páginas o algunas calles. Ambos conceptos se unen para explicar el método de la contemplación del flâneur. Arder es mirar. Entonces Julio entona a través de su “yo poético” cínico, versos como los siguientes:
“¡Yo me iré por las calles sin otro rumbo que mi ser!
Mara, soy caos
& el poema se nos parece/ inevitablemente y mi luz me destruye.
Montículos de piedras
por donde sigilosamente cruzan las polladas/
los excelsos cantos vacilantes
Entre periódicos/chichas & choros
he hallado
la claridad de mi
conciencia/
fines del verano del 2019”.
El poeta emprende el camino, la ruta del poema, el flâneur va describiendo lo que aparece ante sus ojos. Aquí comienza el poema, aquí comienza un nuevo sendero. La descripción suele ser la consagración, así se ve tanto en Baudelaire como en Julio. Un ser desgarrado, con una eterna sed de unidad. Casi siempre inalcanzable.
Salvando las distancias temporales, Baudelaire define mucha claridad como el papel del flâneur: “El paseante solitario y pensativo, obtiene una singular embriaguez de esta comunión universal. Quién sabe posa fácilmente con la multitud conoce sus goces febriles, de los que se verá eternamente privado el egoísta, cerrado como un cofre, y el perezoso, recluido como un molusco. Adopta como propias todas las profesiones, todas las alegrías y todas las miserias qué le ofrecen las circunstancias del momento”.Julio Barco, por su parte, atribuye un efecto semejante al poema en los siguientes versos:
“Y soy un verano
Nos acurrucamos delirantes
mirando el mar de Lima & los ojos de Mara son un poema
que me conduce al Paraíso” (p. 14).
Los versos de Arder, a diferencia del poema deBaudelaire, propician un efecto de expansión que tratan de aglutinar todo el espacio visual. Podrían fácilmente ser la representación de la flama en el momento de su dispersiónpara arder. No será una fogata, ni una pira menor, el objetivo es crear un incendio que utilice el aire para sus fines de dispersión sobre toda materia orgánica en la ciudad. En Julio, en el libro, la ciudad será Lima.
La dispersión del juego lo que busca es que el universo entero se incendie con el ardor insólito de la juventud y el fuego que transforma la materia en cenizas. No es un acto de alquimia, es un acto ambicioso que busca la eterna redención y la purificación a través de la llama.Reencontrar y ver los objetos con la ingenuidad de la primera visión. La alegoría que nos circunda es la misma qué pertenece al título. “Arder” es el acto del poeta flâneur entre las multitudes.
Cabe señalar que el siglo de Baudelaire estuvo marcado por dos grandes figuras, el revolucionario, entregado a la multitud y el flâneur. Este último adquirió autonomía a partir de la advocación del poeta como un caminante incansable. Baudelaire, autor del famoso Spleen de París anticipa el ideal de este ser que llamarán el flâneur, pero también cumpliría el ideal del hombre creador entre lasmultitudes o las masas. Julio Barco al escribir Arder desde una poética de las multitudes, recupera la ciudad y el tópico del “poema como caminata” obliga al lector bien intencionado asumir la perspectiva del que cursa, mira y vive entre la multitud. Un impulso frenético evita quelibro Arder pueda ser considerado un libro lineal. Creo yo que es más bien cómo un fractal que multiplica sus formas y sus imágenes como una red interminable.
“Algunos beben demasiado las mujeres enloquecen
vomitan en tinas
rojas calaminas sus ansiadas parejas/ niñas.
Una multitud marcha por la av.
Tacna / aves buscan restos de comida en los
cubículos de basura me descubro andando motivado
por un nuevo paisaje que adherir a
mi vacío
tu cuerpo: sin rumbo. Denso:
Lila/ amanecer
dentro de tu
cuerpo: yo (cielo de topacio: dedos de luz)
focalizado a la humedad
de las rejas
herrumbrosas/
y anotas este paisaje:
tísico como tu aliento carnívoro
entre las pardas anaranjadas esquinas
y anotas:
en aquel verso yo bajaba de
un taxi
no sé por qué vine aquí bebía
en una ciudad percudida
yoamabalacarretera
luego se acaba el Dvd” (p. 15)
El “yo poético” comulga con la embriaguez y la catarsis,en esta fusión con la multitud. Emprende un enaltecimiento a partir de la suma con la multitud, no como una orgía, sino como un carnaval dedicado esa mente creativa en las palabras de la totalidad externa. Yo soy todos.
“las aves se arremolinan en las nubes/ y estoy muriendo.
las aves hamburguesas y versos. Toda la multitud
que avanza no es simetría sino del mercado neoliberal.
(…)
las aves
Y yo estoy aquí” (p.16 ).
La consciencia empata de forma extraordinaria con el concepto de “mémoire involuntaire” que Benjamin atribuye a Baudelaire y que define como “advertir el aura de una cosa significa dotarla de la capacidad de mirar”. Un detalle que surge del carácter cultural del fenómeno es la memoria como un acto de la consciencia. Rotunda prueba del saber colectivo.
Algo que llamaremos meta consciencia habita el libro y con eso cierra el texto en los apéndices del libro. Todo es poesía hasta el final:
“Escribo sin percatarme que miles escriben pero leyendo lo que miles escriben, lo que me permite, entre otras cosas, tener una idea del hechizo de la música de nuestro tiempo. Escribo sosteniendo todo el Peso del Mundo. Y pienso que ese Peso necesariamente permite crear una poesía belleza y ética; una exploración que sea espíritu y cerebro: diferentes en una sola construcción” (p. 54).
Los invito a adentrarse en el libro. Julio es la clase de poeta que parece incansable. No se detiene, su camino sigue y persiste. Hace mucho no veía un poeta como estos. En un paso vertiginoso entre las multitudes no se detendrá. Léanlo con atención. Nadie se arrepentirá de haber leído a un buen poeta en sus primeros libros.
.
AUSENCIA DEL PADRE Y ORFANDAD MASCULINA: NOTAS SOBRE PEDRO PÁRAMO / Dra. Rocío García Rey
AUSENCIA DEL PADRE Y ORFANDAD MASCULINA: NOTAS SOBRE PEDRO PÁRAMO
Dra. Rocío García Rey
Pedro Páramo es una novela fundamental de la literatura contemporánea en el ámbito hispanoamericano. Fue publicada en 1955 y cabe recordar que en su momento, no tuvo la aceptación unánime de sus lectores. En palabras de Carlos Fuentes:
Todos estos reproches partían de concepciones unánimes de la novela como unidad de personajes, argumento y estilo. La elipsis narrativa de Rulfo desconcertaba a los críticos y lectores de novelas “bien hechas”, es decir, adheridas a la lógica y sin resquicio de misterio. La cercanía de Pedro Páramo a la forma poética enajenaba, también, a críticos y lectores acostumbrados a novelas que lo eran porque, a la manera de Zola, describían detalladamente muebles, calles, carnicerías y burdeles…
(http://www.proceso.com.mx/486897/sobre-pedro-paramo)
Estos reproches se entienden a la luz de nuevas lecturas que permiten interpretar la obra literaria desde le creación y re-creación del lenguaje y de los temas. Es en el segundo punto en el que me centraré para seguir escudriñando “rutas de interpretación”, como las llama Wolfgang Iser, con respecto a la obra rulfiana.
El comentario con respecto al tema de Pedro Páramo lo haré en clave de los estudios de género, particularmente de aquellos planteamientos de Sonia Montesinos vertidos en el libro Madres y huachos. Alegorias del mestizaje chileno.¿Qué tiene que ver el planteamiento acerca de la cultura chilena con la obra de Rulfo? La relación la podemos hallar rápidamente si nos concentramos en el inicio de la novela. Es este inicio que nos proporciona la clave del periplo del hijo abandonado que va a buscar al padre ausente. Al hombre cuya única claridad es su ausencia, su abandono. “Vine a Comala porque me dijeron que acá vivía mi padre, un tal Pedro Páramo”.
Con el inicio se abre el periplo de la búsqueda transformada en historia de un duelo no resuelto, un dolor que el hijo acumulará sin entender que la ausencia del padre es la presencia de la misma muerte. Es preciso prestar atención, además, en los tiempos verbales utilizados en el inicio: “Vine” y “dijeron” corresponden al pasado perfecto simple, utilizado para las acciones finiquitadas, estos verbos conjugados se enfrentan al copretérito, el cual “indica que una acción pasada es de carácter duradero o sin límites precisos
(http://dem.colmex.mx/repository/pdfs/0041-44TiemposVerbales.pdf
), por ello “vivía” marcará la esperanza de hallar al padre, hallarlo porque el hijo ha vivido cobijado sólo bajo la sombra mariana de su madre. En efecto, como Navarrete González lo señala:
[…] por asociación metafórica, la virgen se entendería como figura de mujer latinoamericana (huacha madre) capaz de limpiar y salvar tanto el dolor como la vergüenza del sometimiento acarreado por el bastardaje.
“Todos somos hijos de Pedro Páramo” se lee en la novela, lo que implica el bastardaje simbólico, circunstancia de un cúmulo de hombres que no fueron asimilados por la figura paterna y por ello mismo esa figura es la gran “anima” que nunca acunó a los hijos. Los hijos fueron sostenidos -como en la iconografía occidental podemos verlo- únicamente por la madre, también, abandonada. Así como en obras por demás canónicas, varios son los personajes hombres que cargan a cuestas el dolor acallado (pensemos, si deseamos ubicar a uno de estos personajes en Ulises cuya cicatriz, al final sólo pudo ser reconocida por Euriclea), en Pedro Páramo la pena que pesa por sobre todos es el de Juan Preciado, quien busca aunque sea los esqueletos para poder armar completamente su identidad.
El hijo olvidado carga una doble herida – no cicatriz- la del abandono hacia el binomio madre – hijo. Juan Preciado, por ello, guarda con sumo cuidado las palabras de la madre:
-No vayas a pedirle nada. Exígele lo nuestro. Lo que estuvo obligado a darme y nunca me dio… El olvido en que nos tuvo mi hijo, cóbraselo caro.
-Así lo haré madre.
Bajo la óptica de Montesinos el padre ausente es la herencia del conquistador (también ausente). Cuando el hijo quiere tener una primera “fotografía” del tal Pedro Páramo, como lo llama, se encuentra ante la respuesta “Pedro Páramo es un rencor vivo”. Esta es una segunda clave, si consideramos que el copretérito ahora ha sido desplazado por un presente. Encontramos la oración armada de la siguiente manera:
Es (verbo) + un (artículo indefinido) + rencor(sustantivo) + vivo (adjetivo)
Es entonces que el juego retórico de la tesis / antítesis unido al juego oximorónico proporcionan al lector la pauta para asumir que la novela es un entramado, una yuxtaposición entre Eros y Tánatos. Tánatos está presente desde el mismo título, porque Pedro significa piedra que aquí bien podemos extrapolar a la imagen de tumba y Páramo es “Terreno llano, yermo, desabrigado, y generalmente elevado”. Se trata de un personaje que encarna la diégesis misma: la muerte con su principal correlato: la ausencia y su persistente resentimiento. Lo único vivo es la hostilidad y la certeza que lanza a sus hijos de no haber estado más que como un rumor.
¿Cómo hallar al padre doblemente ausente? ¿Cómo entender que se ha llegado al lugar indicado por la madre y se halle el inexorable aserto “Pedro Páramos murió hace muchos años”? La salida y entrada al mismo tiempo es seguir sumergiéndose en el mundo onírico, en un tiempo irreal, en el que como en los sueños es posible empalmar tiempos. Juan Preciado, entonces, sigue su periplo de muerto viviente, pues tiene el arraigo a la madre, pero la identidad del padre es un obstáculo para entender quién es en su totalidad. Aunado a lo dicho es importante señalar cómo Luis Preciado el huérfano de padre, hace la defensa a ultranza de la madre.
Y luego, como si se le hubieran soltado los resortes de su pena, se dio vuelta sobre sí misma una y otra vez, una y otra vez, hasta que unas manos llegaron hasta sus hombros y lograron detener el rebullir de su cuerpo.
[…] otra vez el llanto suave pero agudo, y la pena haciendo retorcer su cuerpo.
La madre murió asfixiada de abandono, sin sentirse legitimada, por ello lo único que puede heredar al hijo son los recuerdos, los recuerdos que son la gran cadena para enlazar todo el correlato de la novela: la desolación, la tristeza. Incluso el otro personaje clave femenino que es Susana San Juan sólo puede ser consolada por su padre con el desconsuelo: “Déjame consolarte con mi desconsuelo”. Es entonces, que nuevamente, también nos enfrentamos al juego de opuestos, al juego oximorónico que adquiere lógica en un mundo donde todo es muerte y lo único vivo es la memoria que cruza postales ora de anhelos, ora de la “Media Luna”.
La gran prolepsis, hemos dicho en el título mismo, ello no implica que sigan apareciendo claves totalmente literarias a lo largo del texto. Susana San Juan quien pareciera estar más en la balanza de Eros, es presentada en una escena.
-¡Dame lo que está allí Susana!
Y ella agarró la calavera entre sus manos y cuando le dio la luz le dio de lleno la soltó.
El cadáver se deshizo en canillas; la quijada se desprendió como si fuera de azúcar. […] Y la calavera primero; aquella bola redonda que se deshizo entre sus brazos.
Ese es el mundo en que Rulfo, después de haber leído La amortajada, de la chilena María Luisa Bombal, crea para los lectores. Un mundo en el que el eje es la piedra tumba que no terminó, en términos figurados, de escribir en su epitafio el nombre de todos sus hijos; un mundo en el que el gran panteón que es la Media Luna es el topos en el que se ubica el otro correlato de la historia: “El hueco simbólico del Pater”, como lo ha llamado Montesinos: “Pensamos en el hueco simbólico del Pater, en el imaginario mestizo de América Latina, será sustituido por una figura masculina poderosa y violenta […] El padre ausente se troca así en la presencia teñida de potestad política, económica y bélica[…]”
http://www.biblioteca.org.ar/libros/151505.pdf
En Pedro Páramo, sin embargo, la posibilidad de que los hijos huérfanos completen su nombre, una vez que sean conocido, re- conocidos y nombrados por el padre, se diluye, se vuelve polvo. Y es así que la ausencia es perennidad vuelta muerte dibujada, fotografiada con palabras.
El padre es inaccesible porque ha estado en el mundo de Tánatos. Leamos el final de la novela:
Se apoyó en los brazos de Damiana Cisneros e hizo intento de caminar. Después de unos cuantos pasos cayó, suplicando por dentro, pero sin decir una sola palabra. Dio un golpe seco contra la tierra y se fue desmoronando como si fuera un montón de piedras.
Un hombre no puede bajo las construcciones culturales suplicar públicamente, por ello es tan importante ver cómo funciona el gerundio: suplicando más por dentro. Se trata dela locución adverbial que nos da a conocer que Pedro Páramo también fue la herencia de la orfandad multiplicada en el mundo de los muertos. Quizá mimesis de tantos hombres que sin entenderlo, sólo vivieron bajo el resguardo de la madre, porque el padre lo único que deja es la impronta del dolor y el rechazo.
Enfermedad y creación / Víctor Manuel Pazarín
Enfermedad y creación
Víctor Manuel Pazarín
A la memoria mi madre
Comencé a escribir por miedo.
Al inicio del confinamiento, en marzo del año pasado, debido a la amenaza de los contagios del Covid-19, mi mujer tuvo la necesidad de viajar a Sonora —la tierra donde creció— para ver a su madre que había enfermado.
Entonces empecé a trabajar desde casa y, como es claro, me quedé solo. Al principio estuve tranquilo, pero conforme pasaron los días tuve un inesperado ataque de pánico. Y entró en mí el miedo, el temor.
Emprendí muy a mi modo una “auto terapia”. Y volví a recordar algo muy importante: la escritura muchas veces me había salvado… y decidí hacerle caso a las “musas” de la poesía a las que había desoído durante mucho tiempo. Fue entonces quedecidí volver a la escritura de versos.
Sin hacer un plan de escritura comencé a sentarme todos los días a pergeñar textos sin ton ni son; pero con el tiempo esa tabla de salvación ante el miedo, tomó forma y se convirtió en una necesidad cotidiana. Y se abrieron los abanicos líricos, pero algo más: comencé a observarme y a observar: a mirar por la ventana el pequeño bosque que está en un costado del departamento, del edificio donde vivo en Tonalá.
Mi mujer tardó en regresar, ya que los vuelos aéreos se habían suspendido. Y lo que hice fue abandonarme a la poesía, a la escritura, para calmarme, para darle a mi espíritu un poco sosiego.
Con el paso de los meses —ya mi mujer había vuelto a casa— los temas de cada poema decidieron ellos mismos ser una y varias unidades. De tal modo que todo, finalmente, terminó en la reunión de cinco poemarios muy distintos y diversos. Cada uno un reto el lenguaje y las formas; todos se conformaron en proyectos literarios que guardan sus exigencias y tal vez sus bondades…
Nunca, para decirlo con claridad, había escrito tantos “poemas” en un corto periodo de tiempo: mi libro Enredo —que publiqué 2018— es en realidad una recopilación de treinta años de escritura: se fue haciendo en breves partes y las fui publicando hasta convertirse en mi primer libro de poemas.
Me recluí. Me encerré. Me cuidé. Escribí. Pero pese a todo de una manera inesperada me contagié de Covid-19 (también mi mujer, mi hija y mi yerno); y aunque ya salimos del riesgo total, yo fui un contagiado asintomático, sin graves malestares, no así mi mujer que aún padece de las secuelas...
Si bien es cierto que la poesía me ayudó a soportar y tolerar el miedo, la enfermedad llegó. Puedo decir ahora, después de haberme enfermado y encontrado el alivio, que hay una relación muy íntima en esos poemarios entre la vida y la muerte: son una metáfora entre enfermedad y creación. Y hacen una memoria de este tiempo aciago y mortal.
Me descubrí, pude ver mi entorno de manera visual y auditiva. Supe que tenía vecinos y seguí sus conversaciones y actitudes. Vi en el árbol los mil pájaros que vienen a comer de las flores y sus frutos. Vi. Sentí. Imaginé. Soñé. Soporté una enfermedad en ese estado de gracia que logra la escritura: el escribir poesía.
Yo no sé sobre la calidad de esos poemarios y su contenido; lo cierto: me ayudaron a tener la fuerza y la templanza para poder saber de la muerte de mi madre y no asistir a su funeral para no contagiar a nadie. Ella murió el último día del año pasado. La pude escuchar durante todo el año desde el hospital donde pasó algunos meses recuperándose de un accidente que tuvo: la atropelló un conductor de un vehículo Telmex en la ciudad de Colima. Luego meses y meses quedó postrada en su casa. Hasta que, me dijo mi hermana menor, murió de manera tranquila en su cama, de muerte “natural”.
El contagio de coronavirus, luego entonces, me llevó a concentrarme en mí mismo, en mi vida interior, espiritual. En mi caso puedo contar esto, pero todos los días sé de amigos y conocidos que han muerto por el contagio del virus que invade en todo el orbe: ni aldeas ni grandes ciudades, ni Guadalajara ni Tonalá han escapado al mal.
Es una fortuna la escritura. Es una salvación. Es la vida y es la muerte. Y es un canto a lo divino y a sus criaturas y creación.
Una mañana apareció un colibrí en el bosque que puedo ver desde mi ventana.
Lo observé. Y cuando partió fui a la computadora y escribí:
COLIBRÍ
Hay un colibrí
pequeño
—negro como un sol—
con su vuelo de insecto,
con sus alas
de invisible
y fugaz
aparición.
Vuela,
nada,
gravita
e incendia la tarde.
Se aferra
a las ramas del guamúchil,
su larga aguja
consume
el corazón
de la flor.
Trae la vida.
El milagro
de estar
en la vida,
respirando…
Tres libros indispensables del sello editorial Odradek / MIGUEL TONHATIU ORTEGA /
Tres libros indispensables del sello
editorial Odradek
Miguel Tonhatiu Ortega
Hace un par de semanas me reuní con el editor Fernando Zaragoza para hablar acerca de la posibilidad de edición de un libro mío de cuentos. En esa charla de forma incidental salieron a la vista par de ejemplares del ediciones Odradek. Por un lado, se encontraba Alfonso Reyes con el ejemplar de Homero en Cuernavaca ( 2020)
Por otro lado, apareció también el libro Frutos de sal (2020); un proyecto elaborado entre el poeta Ángel Cuevas y la escultora Mar Gasca Madrigal, sin lugar a dudas el editor al ver los dos ejemplares me preguntó un poco acerca del origen de los libros y yo respondí que en realidad la editorial era relativamente nueva, pero que el oficio de edición era alto. Se podía ver en el cuidado de cada uno de los ejemplares. Como entre gitanos no se leen los libros, sin duda yo tuve el acierto de preguntar ¿qué opinas acerca de esta editorial? Él, sin chistar, me dijo que eran buenas las ediciones. “Entre gitanos” eso quiere decir qué se está haciendo un trabajo de calidad. Los ejemplares fueron revisados minuciosamente por el editor para darme un punto de vista objetivo. Fue así que surgió: De 1 a 10, ¿qué opinas acerca de estos libros? Sin importarle ningún tipo de filtro, Zaragoza respondió: “les daría ocho de calificación”. Todo esto que digo es una transcripción, cierto un apunte que entre editores. Entre ellos, sé que es difícil darse “el golpe en la espalda” y decir “lo estás haciendo bien”. Por mi propia cuenta, ya había sacado mi calificación y me percaté que ediciones Odradek demostraba mucho oficio en sus libros, al menos en los ejemplares que han llegado hasta mi mesa. Me honra decir que, en cuanto a Frutos de sal de Ángel Cuevas, como el de Alfonso Reyes, Homero en Cuernavaca son ejemplares de alto valor literario y editorial. No solo por el rescate de un pilar de la literatura mexicana, sino por la nota introductoria de Braulio Hornedo Rocha que abarca algunos pasajes de la vida del autor obtenidos del diario con el cual se coteja el periodo de escritura que ocupó Alfonso Reyes en este libro. En otro orden, se encuentra el caso de Nueve gatos. Nueve poemas (Cuadernos, 2020), en el cual podemos disfrutar versiones de poemas autores como John Keats, Ezra Pound, Elizabeth Bishop, entre otros. Los tres son libros imperdibles. Sé que es muy pronto para hablar de un clásico. Eventualmente, es un proyecto editorial bastante joven que aún no ha dejado una estela, sin embargo, cada uno de estos trabajos muestran una vasta experiencia en el ramo que hará que perduren en el ámbito editorial.
El trabajo de edición y cuidado realizado por Alfonso D’Aquino ha sido acucioso, especialmente en el libro Frutos de sal cuya naturaleza del ejercicio nos lleva a decir que Alfonso tiene más de 40 años haciendo este. Pese a que Frutos de Sal es un proyecto de intercambio artístico ya mencionado, entre un poeta y una escultora, la edición muestra la procuración del detalle y el respeto a las ilustraciones que integran la obra. Ya que en los exteriores en couché con las respectivas solapas, hacen del libro un objeto que promete una lectura bastante deseable. El libro en sí mismo es un objeto de arte.
Otro de los libros, el texto de Alfonso Reyes, Homero en Cuernavaca es, sin lugar a dudas, el resurgimiento de un clásico. No hay que olvidar que la composición de estos poemas está directamente vinculada al endecasílabo clásico que permite distinguir una serie de sonetos con el tema griego; sin evitar un toque de humor característico del Reyes y la elegancia que nos ha legado a través de sus letras. A pesar de ser un libro de alto gusto filológico: no para un lector. Homero en Cuernavaca accede a este universo clásico, ya característico del estudioso del centauro de los géneros, ineludible pilar entre nosotros.
Por su parte, Nueve gatos. Nueve poemas, resulta un libro con una austeridad asombrosa y con interiores en papel bond ilustrados donde aparecen los felinos en distintas facetas, posturas que mimetizan las actitudes humanas. El hombre y el gato: dos animales que componen la historia de la civilización. Nueve Gatos … es una miscelánea, ilustrado con fotografías de Dulce Urbina y con una traducción de Marco Antonio Cuevas y el mismo Alfonso D’Aquino. Resulta una edición que nos permite disfrutar la versión en inglés, así como su respectiva traducción al castellano. Estos tres ejemplos muestran un prometedor futuro para un editorial que, en Huitzilac, Morelos ha tenido su primera sede. No creo que tarde mucho en protagonizar el medio editorial tanto de la Ciudad de México como de toda la República Mexicana. Con calidad incuestionable y el oficio editorial muestra que ese proyecto que emergió del taller literario: poesía y silencio la ecuación dará como resultado una gran editorial.
Al volver a mi charla, Fernando Zaragoza, se despidió de mí. No sin antes preguntar de nuevo el origen de la palabra Odradek[1]: expliqué el motivo y proviene de la imaginación de Kafka. “Son buenos”, dijo condescendiente al fin y se marchó hacia la avenida Eje Central.
[1] Sin ánimo de que ésta sea una cita culta, es más una nota aclaratoria. Odradek, según el texto de Kafka, “Preocupaciones de un jefe de familia”, escribe: “Algunos dicen que la palabra Odradek es de origen eslovaco, y de acuerdo a esto, tratan de explicar su etimología. Otros en cambio, creen que es de origen alemán y solo tiene influencia eslovaca (…) A primera vista se asemeja a un carrete de hilo, plano y en forma de estrella, y en efecto, también parece que tuviera hilos arrollados; por supuesto, solo son trozos de hilos viejos y rotos, de diversos tipos y colores, no solo anudados, sino también enredados entre sí”. Franz Kafka. Obras selectas, Distal, Buenos Aires, 2004, p. 203.
NOTAS SOBRE LA POÉTICA DE HOMENIC FUENTES / Luis Alfaro Vega
NOTAS SOBRE LA POÉTICA
DE HOMENIC FUENTES
Luis Alfaro Vega
En su libro Dialéctica de Job, el poeta alza la temperatura de su voz para referirse a ese tránsito de inquietudes atemporales: los seres humanos reclamándole a Dios por las vicisitudes que no discurren según su ansia y temperamento. Y para ello recupera la paradoja del emblemático personaje bíblico, el patriarca Job, justo y noble por antonomasia, y que, sin mediar motivo, fue vilipendiado y despojado de todo su peculio material, incluso de los patrimonios del ámbito sentimental: su propia familia.
El libro se decanta en una dirección de acciones convergentes en la historia: enfrentar con ímpetu el horror de un dolor que devasta, enconosa espina que zurea en lo más abierto de la herida, esponjándola, inoculándole el veneno que la pudra. Y todo ello, el castigo, el despojo, sin que medie justificación.
Homenic Fuentes plantea la punzante epopeya con versos descarnados, de hondo devenir amargo en la urdimbre de hilvanar conceptos de reprobación frente a lo recibido:
Soy el Job errante dentro de los abismos
que tus manos construyeron.
Homenic Fuentes, con sus versos de doloroso aliento, bosqueja intensidad en la ruptura, esbozando crudos y amargos planteamientos de humano devenir, imprimiéndole fuerza a la voz de su poética, colocado a ras de suelo, manoteando mientras se observa sangrante en el espejo, pregunta:
¿Quién soy en verdad bajo tu látigo?
Y en otro poema:
¿Debo pedir perdón por los horrores
/que has propiciado contra mí?
La intención del libro Dialéctica de Job propende a una vibración continuada, un adherirse a la ácida amargura expuesta por Job, aquel respetado hombre, ecuánime y manso del Viejo Testamento, que se atrevió, en atención a los acontecimientos que sufrió en carne propia, de desvalijamiento e indecible desconsuelo, a cuestionar el discurrir de su vida frente a Dios, dador e infalible esencia de lo creado.
Sin dar oportunidad a una recomposición anímica que restablezca una cierta normalidad entre el Creador y su criatura, haciendo gala de una postura de firme garbo, en tono desafiante, el poeta plantea:
Aquí me quedaré en la rapiña
que has traído a mi alrededor.
El ser humano está en el paraíso que Dios creó, y dándose cuenta de que tiene conciencia de su rol de individuo creado, y estando disconforme con las circunstancias en la que está inmerso, y más, no solamente disconforme, sino enojado por el ritmo y lógica de la naturaleza que lo envuelve, un ritmo de agónicos días que lo aprisionan, y una naturaleza que no corresponde a la norma implícita de recibir según lo actuado, lanza el grito de desacuerdo al cielo, son cuestionamientos que circunscriben, en su filosa trama, una gravísima respuesta, un vestigio de réplica, exposición de elementos tácitos que se pretende que se tomen en cuenta. Con incontrolada furia se desgarra las vestiduras y con encono se revuelca en el polvo, exponiendo no sólo desacuerdo, sino confusión:
Quizá vivo una realidad inversa
el dolor es mi Dios.
Y más:
Solo me arrastré como río de aguas negras
/fuera del Edén.
Altisonantes versos con los que el poeta chilla su dolor, contundente en su decir, portentoso en la descripción de una angustia fáctica que le crea un conflicto. Situado en el umbral de una exégesis recóndita, sin contemplaciones ni ambigüedades en su tendencia y formulación, pregunta:
¿Me condenas para justificarte?
Homenic Fuentes, en su turbado delirio de creador de imágenes referidas a la inasible relación entre Dios y los seres humanos, reconoce, haciendo referencia a símbolos de una trascendencia metafísica, y por encima de la barrera del sufrimiento físico, que:
La filosofía y la poética están lejos de mí.
Hágase la luz.
Y me cubrí de pus.
Y otro verso:
Las cenizas de mis huesos es tu divertimento.
Humanizando el sueño de una relación directa con el Omnipotente, el poeta, con versos de doméstico contenido, imágenes que incorporan una lucidez en hálito familiar, objetivando la referencia básica entre padre e hijo, expone, con resonante eco:
Fui huérfano en el seno de tu aliento
recibí látigo en vez de besos.
Es la de Homenic Fuentes una voz en absoluta soledad, un desgarrador pálpito en la región de la memoria, entrecortado decir sin posibilidad de reivindicación. El poeta intuye, y así lo plantea, que, por norma constitutiva de ocultamiento del Creador, sus inquietudes no arribarán al estrado divino, y por eso, condesolado y desesperado albur, lanza el conjuro:
¿Por qué la osadía de escribir tu nombre
con mi propio vómito?
Y también, en el mismo sentido de dirección:
…donde el único líquido es el mugir
de la carne desahuciada.
Y suma, asimismo, con el resuello más iracundo, referenciado de angustia y sobre todo de impotencia:
Solo puedo escuchar la risa de
tu adversario.
Frente a la impotencia de no encontrar salida a la proterva realidad que enfrenta, ni alivio a las reabiertas cicatrices que supuran, recurre el poeta a la intensidad que no permite reconciliación, grita, procurando poner en el desahogo todo el dolor de que es capaz, grito-chillido suplicando que se cierre ya la noche por completo, que caiga el último vestigio de la ruina, que se acabe de golpe la tórrida hora de la existencia:
Deseo el sepulcro y me lo niegas.
Y agrega:
Bebe mi maldad de un sorbo
y dame la tumba como rescate.
En el poemario es común, asimismo, colisionar con versos de auto inculpación, excitación sucesiva de juzgarse maldito, indigno de la nutricia luz que se despliega por fuera de sus razones, de su concepción del yo frente a la realidad:
Pésame en mi maldad
y sólo encontrarás
la integridad del mal
que habita en mí.
Y suma:
Huyo sin que me persigas
me oculto sin que tu mirada esté sobre mí.
A pesar de lo anterior, acontece a lo largo del poemario Dialéctica de Job, una altruista conexión de ímpetus, e incluso, tras la desastrosa experiencia, circulaun soplo propicio para la sobrevivencia, un expuesto júbilo, mínimo y endeble, pero sincero y esperanzador. Un genuino hilo que conduce al lector a degustar un fidedigno rejuvenecimiento, válido suspiro para recobrar fuerzas, ámbito de la resiliencia:
La ira y los terrores me han hecho fuerte.
Conjuntamente:
No contenderé más:
eres el misericordioso
el tres veces santo.
El libro de poesía Dialéctica de Job, del poeta mexicano Homenic Fuentes es una aportación sincera y valiosa que suma a la interminable carrera que emprendimos los seres humanos por encontrar respuestas, escenario de acción en el que, con la entraña expuesta, hacemos uso de la razón para intentar comprender qué situaciones trascendentes nos habitan, quién o qué está antes y/o después de nosotros mismos.
Es un libro inquietante, referido a una temática que no pierde vigencia, porque, aunque está escrito en referencia al patriarca Job del Antiguo Testamento,historia acontecida miles de años atrás, la trama que expone se ancla en la realidad del homo sapiens de todos los tiempos, alude a la íntima inquietud de saber quiénes somos.
Luis Alfaro Vega
Costarricense. Autor de los libros:
Poética de la muerte, poesía.
LIBO, poesía.
Luces y sombras de otro tiempo, relatos.
Los tristes pájaros del parque, novela.
El legado, novela.
El mundo es un instrumento musical, poesía.
Caronte o una inútil encuesta • Daro Soberanes
Caronte o una inútil encuesta
Daro Soberanes
En Mi Óbolo a Caronte (Evocación del general Bernardo Reyes) —edición inédita y extensa hecha por el INEHRM en 2007 de aquel manuscrito que en 1925 escribiera Alfonso Reyes y que Cuadernos Americanos pretendiera publicar en 1962 sin tener éxito— la narración líquida del lance histórico que envuelve al padre del regiomontano ilustre es silenciosa, colmada de un respeto devoto, objetiva a veces, subjetiva siempre en la medida que lo describe, parcial y lícita. Ahí, en ese óbolo, hay bastante dolor que pesa sobre el alma de don Alfonso.
Y queda el pasaje-evocación.
Pero esto que escribo no se referirá a la familia Reyes, a la parentalia Reyes, sino a un número de Letras Libres, el que corresponde a diciembre de 2004, número que, al buscar mi traspapelado Óbolo, asomó su portada vieja justo debajo de aquel maravilloso libro. No hay vínculo, a mi parecer, entre la revista y el escritor de Monterrey que valga la pena mencionar —sólo tal vez las páginas del Diario inédito (LL2)—, sin embargo, me gustan algunas características de la revista de Krauze. La edición final de aquel año llamó mi atención (o volvió a llamar mi atención ahora) por el tema central que se propuso tratar aquella vez: la poesía mexicana. No hay mucho que decir sobre los artículos escritos en ese número en torno a tan infinito tema, sólo una inusitada convocatoria que hace la revista merece esta mención, no por ser “osada”, ni por preguntar lo que pregunta, sino por lo insustancial que se puede ser en una encuesta redactada.
La invitación que nos hizo Letras Libres aquel diciembre (¡hace más de quince años! Eso la salva. Cosa vieja, cosa del pasado. O tal vez, no) fue para responder quiénes eran entonces los diez mejores poetas mexicanos vivos. Debo entender que se refería a los diez poetas más sobresalientes en aquellos días. Vaya pregunta, a la que debemos dimensionar dentro del marco de las publicaciones literarias de prestigio hoy exoficial. ¿Quiénes llegan a nuestra cabeza? ¿Qué nombres? ¿Cómo saberlo? El Cielo es como lo describan los apóstoles.
No condeno este acto, como lo menciona la revista: es un ejercicio. Lo que provoca extrañeza es la idea y el hecho de que sea la propia revista quien ofrezca un listado de nombres posibles a los cuales aludir, y en el extremo del caso, a los cuales socorrerse. Ya en el mayor de los atrevimientos —entendibles en Krauze, no necesariamente inteligentes— Letras Libres ofrece una lista base de doscientos poetas mexicanos vivos, “para que de ahí el lector elija a diez”. Al releer aquello puedo imaginarme a los señores editores en Tennyson 133, rodeados de amigos entrañables y con la carta Puyol en mano, también entrañable y también dispendiosa. Letras Libres y su número 72: cosa de chefs.
Peligrosa y sutil la consigna de considerar como público lo propio.
Para la poesía mexicana un listado de doscientos nombres propuestos por la revista es algo insustancial, ya que la enumeración es excluyente por regla (toda relación es así), y sólo denota los gustos de sus lectores y suscriptores y no el juicio de una hélice literaria. Ahora, pregunto: ¿por qué doscientos? ¿Sólo eran doscientos los contiguos a un inventado paradiso literario? ¿Por qué no quinientos? ¿O mil? ¿O diez?
Paz llamaba cortesano a todo aquél que se dejaba seducir por el patrimonialismo. Cortesano uno, patrimonio literario el otro. Pasa el tiempo y no pasa el tiempo: Otra vez la revista de Krauze yendo de la mano de una nada hastiada presunción cultural y de un supuesto parnaso literario que termina, como siempre, en un esnobismo orgánico. Otra vez fraternos.
No me agrada la lista. Siendo más claro: no me gusta que se enliste a poetas. La poesía, el acto de ejercerla y las personas que la ejercen no son productos (o no deberían serlo) que entren a competir o a jerarquizarse, no es ese su designio. Nada se reduce a una imaginaria circunferencia de nuestro albedrío. Pero está de más pretender que Letras Libres lo haya comprendido al principio de los días bautismales, como aquella vez, o que lo pueda comprender ahora.
Daro Soberanes
(Ecatepec de Morelos)
Poeta y ensayista.
Autor de Las Esfinges y La Soga, piezas teatrales; del Tratado sobre la Deslealtad (Burroughs Editorial, 2o17) y del ensayo de investigación A letra vista se sirva usted: los documentos históricos del Generalísimo. Preludios de una literatura mexicana (Burroughs Editorial, 2019). Además del libro de versos 1854.
En 2007 formó parte del Consejo de Redacción de la revista de Literatura y Filosofía “ARCA”, con apoyo de CONACULTA/FONCA. Este mismo año colaboró en la Mesa de Reseñas de Periódico de Poesía de la UNAM. En 2015 dicta la conferencia “Morelos y el cenotafio en San Cristóbal”, en el Centro Comunitario Casa de Morelos (INAH), en San Cristóbal Ecatepec, por motivo del bicentenario de la muerte del Generalísimo, acaecida en este recinto. En 2016 crea y coordina el «1er Poetry Slam de la Liga EJEKA», en el municipio de Ecatepec de Morelos. En 2017, funda junto con Ángel Corral, el círculo de estudio ante la poesía: El Ojo de Faetón. coordina e imparte los talleres de literatura “Los Scriptoria”.
El mirar alucinado en la poesía alucinante de Leopoldo María Panero / Julio César Aguilar /
El mirar alucinado en la poesía
alucinante de Leopoldo María Panero
Julio César Aguilar
Baylor University
“Ninguna gran mente ha existido nunca sin un toque de locura.”
Aristóteles
“La imperfección es belleza, la locura es genialidad.”
Nick Vujicic
Hijo y hermano de poetas, Leopoldo María Panero (Madrid, 1948 – Las Palmas, 2014) es autor prolífico de una obra singular en la que prevalecen las imágenes poéticas, con predominio de las visuales. Afectado emocionalmente por la depresión y la esquizofrenia a lo largo de su vida, Panero fue consumidor de alcohol y de todo tipo de drogas desde su juventud, por lo que vivió durante largos períodos en hospitales psiquiátricos. A uno de ellos precisamente hace referencia el título de un poemario suyo publicado en 1987, Poemas del manicomio de Mondragón. Con la lucidez de su locura, Panero fue capaz de crear una poesía emblemática de los últimos tiempos, en cuyos versos el dolor existencial se destila dando origen a la misma vez a una obra de arte de matices intensos y de un tono desolador y en muchas ocasiones lúdico.
De este modo, en su obra literaria se recrea el mundo delirante del poeta que padeció la esquizofrenia con mucho de resignación y, siendo hospitalizado por cuenta propia, aferrándose a la locura irónicamente como un medio de salvación. La esquizofrenia, seria enfermedad mental de pronóstico reservado, se caracteriza por la presencia de ideas delirantes, alucinaciones y conducta inapropiada. Por lo tanto, este trastorno psiquiátrico con tendencia a la cronicidad puede cursar con variados síntomas, tales como alteraciones en el pensamiento, el ánimo, la percepción y el comportamiento. Aún en estos tiempos de grandes avances médicos y científicos en los que la práctica de la biotecnología se encuentra en auge, son vigentes las palabras de Jacob Kasanin, psiquiatra ruso que vivió en la primera mitad del siglo XX, con las que se refiere a este padecimiento mental. De acuerdo a él, “[la esquizofrenia es la enfermedad más desconcertante de la psiquiatría, si no es que de toda la medicina. Las principales características de esta enfermedad son una deterioración intelectual y una marcada perturbación de la vida emocional” (17).
A lo largo de la historia, muchos artistas ¾y por lo tanto poetas¾ se han visto afectados por alguno o por más de alguno de los varios padecimientos psiquiátricos, como por ejemplo esquizofrenia, trastorno bipolar, depresión, ansiedad o trastornos de personalidad, entre los más comunes. Leopoldo María Panero, escritor español incluido en el grupo de los “Novísimos”, a partir de la antología Nueve novísimos poetas españoles de José María Castellet y publicada en 1970, se forjó a sí mismo como un poeta maldito a través de su autodestrucción. Por consiguiente, si su obra destaca por los rasgos de la visión desquiciada del hablante lírico, esto se debe principalmente a que su poesía es sin lugar a dudas de índole autobiográfica, tal como se observa en el siguiente poema sin título:
Aquí estoy yo, Leopoldo María Panero
hijo de padre borracho
y hermano de un suicida
perseguido por los pájaros y los recuerdos
que me acechan cada mañana
escondidos en matorrales
gritando por que termine la memoria
y el recuerdo se vuelva azul, y gima
rezándole a la nada porque muera (24).
Del texto anterior sobresale la autorreferencialidad en el primer verso. Es frecuente encontrar en la obra poética de autores con trastornos mentales este recurso que equivale al desdoblamiento y por consiguiente a la introspección, muchas veces utilizada ésta como un recurso terapéutico. El segundo y tercer versos establecen el parentesco del autor del poema con las figuras centrales de su biografía, pues se sabe ciertamente que Leopoldo Panero, padre del poeta, era en realidad alcohólico. Por otra parte, conocida es la existencia de antecedentes de enfermedades mentales en la familia de Leopoldo María Panero, específicamente por el lado materno, ya que algunos miembros de la familia de Felicidad Blanc, madre de Leopoldo María, sufrieron de esquizofrenia y uno de ellos se suicidó. Enseguida los versos que siguen en el poema de arriba, con sus imágenes poéticas, ubican al hablante lírico en una situación desafortunada, ya que sus recuerdos lo atormentan y su propia identidad peligra. Es el poema citado con anterioridad uno de los más líricos y legibles de la obra poética de Panero, y se encuentra incluido en Esquizofrénicas o La balada de la lámpara azul. Sergio Piro, un psiquiatra italiano y estudioso del lenguaje en los esquizofrénicos, menciona lo siguiente: “En muchos sujetos esquizofrénicos es frecuente, sobre todo en las formas iniciales y en las formas paranoides, el uso de simbolismos, de metáforas, de metonimias. La simbolización es usada las más de las veces de modo ambiguo o vago; el uso del lenguaje elíptico (elipsis sintáctica o semántica) da a veces al discurso una cierta sugestiva expresividad” (482-483). Es decir que, muchas de la veces, el discurso de un esquizofrénico puede tener las características del hablar poético.
Junto a los delirios y el lenguaje y conducta desorganizados, la esquizofrenia cursa en su fase activa con alucinaciones. Las alucinaciones pueden ser de cualquier modalidad sensorial: visuales, auditivas, olfativas, gustativas y táctiles, siendo sin embargo las más comunes las alucinaciones auditivas. En su obra poética, Panero se vale en repetidas ocasiones del sentido de la vista para plasmar su propia visión alucinada del mundo. En su libro Esquizofrénicas o La balada de la lámpara azul, se mencionan, por ejemplo, los siguientes versos que contienen vocablos que aluden al sentido de la vista, ya sea mencionando el verbo “ver” conjugado en diferentes tiempos y personas o nombrando al órgano de la vista, el ojo : “Oh, ved cómo alguien llama” (17), “sin ver nada, llorando” (18), “viendo como en una película” (40), “y los ojos se abren una vez más / para contemplar el fin del poema” (45), “cuando el amanecer nos ve / sollozando en la sombra por un ser que no ve” (65), “el enigma del rey de cuyos ojos se burlan” (71), “muerto y sus labios sólo veo / te veo a ti mi flor” (75), “Qué atroz es estar sin labios ni ojos” (76), y “ver ya sin alma habiendo vendido” (80).
Sin embargo, también la mirada delirante del sujeto lírico en la obra de Panero puede rastrearse a través de la presencia de las imágenes poéticas, mismas que abundan en su producción literaria. Como es sabido, la imagen poética es una figura retórica que consiste en la recreación literaria de una sensación ya sea visual, olfativa, auditiva, etc., o en otras palabras, es una construcción verbal que origina una representación o imagen mental. Las imágenes poéticas visuales equivalen a usar descripciones para recrearle una escena al lector. Baste el siguiente texto incluido en Poemas del manicomio de Mondragón (1987) para ejemplificar lo anterior:
Un loco tocado de la maldición del cielo
canta humillado en una esquina
sus canciones hablan de ángeles y cosas
que cuestan la vida al ojo humano
la vida se pudre a sus pies como una rosa
y ya cerca de la tumba, pasa junto a él
una Princesa (15).
El lector se imagina entonces al personaje del poema y visualiza su pobre condición humana. En un tono narrativo, el hablante destaca las peripecias por las que atraviesa el loco, y al final del texto muy posiblemente la princesa representa a la muerte. Contrario a la legibilidad de algunos libros de poesía de Panero, Teoría (1973) es un poemario denso, de una escritura críptica, hermética e intertextual en el que la voz poética utiliza diversos recursos que asemejan al habla esquizofrénica, como el uso de varios idiomas dentro de los textos, entre ellos el alemán, el latín, el francés, el inglés, el italiano, el griego, entre otros, la tangencialidad en el discurso y el descarrilamiento de ideas. Además, el hablante menciona dentro de los textos el nombre de varias drogas, tales como la morfina, el LSD, etc. Ya José Luis Campal Fernández ha descrito con veracidad la poética de Panero en su texto “Leopoldo María Panero, el último poeta maldito”:
El sujeto poético que habla en sus poemas desprecia la realidad inmediata, tangible, y con ello todo lo que ésta lleva aparejado, lo que le empuja en sus libros de los años 70 a desfigurar el lenguaje, introducir sintagmas y poemas enteros escritos en otras lenguas, insertar voces del argot del lumpen y crear códigos de comprensión y relación demasiado crípticos, propuestas asociativas ante las que el lector se siente desarmado.
Pareciera efectivamente que ese libro señalado con anterioridad, Teoría, hubiera sido escrito en un trance alucinatorio y delirante, o por lo menos bajo el influjo del alcohol o las drogas a las que era tan proclive el autor. Con su locura, su bisexualidad, su personalidad rebelde y actitud transgresora, su alcoholismo y drogadicción y sus experiencias en prisión en repetidas ocasiones, Panero encarnó a cabalidad la figura del poeta maldito de la poesía española de la última mitad del siglo XX, aunque a veces él no estuviera de acuerdo con esa denominación para su persona, incluso a veces también negaba su locura, ese estado mental que hizo de él, sin ninguna duda, un autor excepcional que buscó incansablemente en la escritura su propio yo. Una vida consagrada a la escritura poética fue la de Panero, quien es autor de un poco más de un medio centenar de títulos de poesía, pero además publicó obra narrativa y ensayística. Su trayectoria literaria se remonta a la infancia, según él mismo lo dice en entrevista:
Yo empecé a escribir poesía muy pequeño, cuando apenas sabía escribir, y me atrevería a decir que poco más tarde de aprender a hablar. Yo se las dictaba a mi madre. Recuerdo que eran muy amargas. No eran propias de un niño que empieza a vivir y a experimentar sensaciones. Daban la impresión de ser poesías hechas por una mente atormentada y muy amarga. Tenían también una carga de crueldad encima muy grande. Aún conservo los cuadernos donde los escribía mi madre y de vez en cuando las leo. Mis padres estaban bastante asustados por esto. Procuraron ocultar el asunto. Luego me volví muy cursi y escribía cosas muy tontas (citado por Fernández 51).
Por la biografía de Leopoldo María Panero, El contorno del abismo, escrita por J. Benito Fernández, se sabe que a los 19 años de edad, el poeta comenzó a sufrir de períodos depresivos y a ser hospitalizado, teniendo algunos intentos de suicidio, el primero de ellos ingiriendo dos cajas de barbitúricos. En esa misma época, Panero inició también el consumo de la marihuana, pero luego llegarían otras drogas a su vida. Las alucinaciones, además de ser un síntoma clásico de la esquizofrenia, pueden ser causadas por el consumo de drogas, tales como la cocaína, la heroína, el LSD, los hongos alucinógenos, por mencionar sólo algunas. De las incursiones de Panero con las drogas, su libro Heroína y otros poemas (1992) es un claro testimonio. Compuesto en su mayoría por poemas muy breves, generalmente de cuatro versos, el poemario comienza con el siguiente epígrafe del mismo autor: “Tengo mi pipa de opio al lado / de un libro de metafísica alemana. / El tiempo, y no España, dirá quien soy yo”. Tal como lo señala Panero, el tiempo, juez insobornable, lo ha colocado finalmente en su sitio como uno de los mayores poetas españoles de la actualidad.
Panero se apropia de la locura para subvertir en su obra literaria los discursos de poder en una sociedad franquista. Él mismo se refiere a la locura en un texto titulado “Acerca del caso Dreyfuss sin Zola o la causalidad diabólica (El fin de la psiquiatría)” que forma parte de su libro Poemas del manicomio de Mondragón. Según Panero: “La locura se puede definir, muy brevemente, como una regresión al abismo de la visión o, en otras palabras, al cuerpo humano que ésta gobierna. En efecto, la zona occipital, que regula el desarrollo de la visión, controla, según mi hipótesis, el cerebro, y el cerebro controla todo el cuerpo” (57). Nuevamente el concepto de la visión se relaciona con la locura. De este modo, a través de la portentosa imaginación de su obra poética en la que se muestra una cosmovisión delirante, Leopoldo María Panero transgrede el orden establecido de una España convulsa en su situación política y social.
El poetiso, como se llamaba a sí mismo Panero, creó una obra deslumbrante desde los puntos de vista cuantitativo como cualitativo: tan sólo la cantidad de títulos publicados es en sí misma delirante, ya que toda su vida la dedicó a la escritura como su modo de estar y ser en el mundo; por otro lado y por la misma razón de haber publicado tanto, difícil resulta clasificar su estilo literario, por lo que puede decirse que su poesía difiere según el libro y la época en la que fue escrita y se nutre en general de los autores admirados o tan sólo releídos por el poeta, como son Artaud, Poe, Baudelaire, Mallarmé, Nerval, Rimbaud, Blake, Rilke, Elliot, entre otros. La poesía de Leopoldo María Panero, rica en imágenes poéticas visuales y en la que el sentido de la vista pravalece a lo largo de la misma de diferentes formas, recrea el fantástico universo interior de su autor y su percepción alucinante de la realidad, a través de un hablante lírico que la mayor parte de las veces es identificable con la peculiar voz del poeta.
Bibliografía
CAMPAL FERNÁNDEZ, José Luis (2014). “Leopoldo María Panero: El último poeta maldito”. ABC. Madrid. https://www.abc.es/cultura/libros/20140306/abci-leopoldo-maria-panero-poeta- 201403061058.html?ref=https:%2F%2Fwww.google.com%2F [20.05.19].
KASANIN, J. S. (1958), “Palabras de introducción”. Lenguaje y pensamiento en la esquizofrenia. Trad. Abraham Apter, Buenos Aires, Ediciones Hormé.
PANERO, Leopoldo María (1999), El contorno del abismo: Vida y leyenda de Leopoldo María Panero. De J. Benito Fernández, Barcelona, Tusquets Editores.
---. (2004), Esquizofrénicas o La balada de la lámpara azul. Madrid: Hiperión.
---. (1987), Poemas del manicomio de Mondragón, Madrid, Hiperión.
PIRO, Sergio (1987), El lenguaje esquizofrénico. Trad. Carlos Martínez Moreno. México, Fondo de Cultura Económica.
The Waste Land o el crepúsculo de los sentidos Miguel Ángel Corral A.
The Waste Land o el crepúsculo de los sentidos
Miguel Ángel Corral A.
Yo soy yo y mi circunstancia; y si no la salvo a ella, no me salvo yo.
José Ortega y Gasset
Son fragmentos de toda la cultura occidental y oriental. Son los trozos
de obras de arte que quedan después de la catástrofe. Pero es también
la eterna lucha del hombre de reconstruir lo devastado, de salvar lo
que se pueda del naufragio, de destruir y recrear.
Jaime Tello
La tierra desolada, La tierra baldía o La tierra estéril han sido los tres títulos más frecuentes que se han dado a las traducciones del ilustre poema The Waste Land, publicado en 1922 por el escritor americano y británico Thomas Stearns Eliot (Saint Louis, Missouri, 1888 - Londres, 1965). En la presente versión del inglés al español, se ha preferido la noción de esterilidad, en lugar de la desolación o el abandono, debido sobre todo a la imposibilidad de sembrar y cultivar los frutos de la humanidad, los cuales parecieran ser a veces nulos. Sin embargo, la sombra de la vida puede entreverse a lo lejos como otra forma de la esperanza.
A lo largo de este poema fragmentario, de un aliento tan extenso como polifónico, aparecen cinco episodios o apartados: 1) “El entierro de los muertos”; 2) “Una partida de ajedrez”; 3) “El sermón del fuego”; 4) “La muerte por agua”; y 5) “Lo que dijo el trueno”. En ellos puede apreciarse un mosaico habitado por personajes, figuras y símbolos de un interés remarcable. Y es precisamente dentro de los flujos simbólicos que dan vida a este poema, donde aparecen varias voces que nos muestran una tierra que es incapaz de engendrar vida. Entre ellos, deseo rescatar primordialmente dos aspectos: el primero es el resurgimiento de algunos caracteres de corte clásico-pagano ambientados en un contexto occidental moderno. Aunque también hallaremos ciertos influjos de realismo al vincular históricamente el texto al Periodo de entreguerras, y a los albores de la era siguiente. El segundo aspecto alude a una reconstrucción del significado a partir de apuntalar los escombros y remanentes de un “horror moderno”; tal vez, aquel mismo “horror” que Joseph Conrad vislumbró en El corazón de las tinieblas (1899).
¿Qué son las raíces que se arraigan, qué ramas crecen
De entre esos escombros pétreos? Hijo del hombre,
No puedes decir, ni imaginar, porque solo conoces
Un montón de imágenes rotas, donde el sol palpita,
Y el árbol muerto no abriga, el grillo no consuela,
Y en la piedra reseca no hay murmullos de agua.
Solamente
Hay sombra bajo esta roca roja
(Ven bajo la sombra de esta roca roja),
Y te mostraré algo diferente
De tu sombra que te sigue a zancadas por la mañana
O de tu sombra que en la tarde surge hacia tu
encuentro;
Te mostraré el terror en un puñado de polvo.
(Eliot, 21)
No hay raíz que pueda arraigarse, ni mucho menos hombre alguno, a manera de árbol, que pueda crecer sobre una pila de escombros que en realidad son imágenes rotas. Recordemos que uno de los aspectos cruciales de la filosofía aristotélica es la imagen sensorial que se forma a través de la mímesis (gr. mimeisthai; lat. mimesis: “imitación”), y que permite, a la vez, representar conceptos como una parte fundamental en el proceso del aprendizaje. No obstante, una imagen resquebrajada parecería no ser el espejo idóneo para reconstruir a un hombre que se busca más allá de lo ilusorio. Por ello, aparece como un “árbol muerto” que es incapaz de tener sombra propia, y, por ende, incapaz de dar abrigo y sombra a los demás. En este pasaje del “Entierro de los muertos”, sobresale la figura del árbol muerto, el grillo indiferente, la roca seca y roja, así como la ausencia del agua y de su murmullo; mientras que el Hijo del hombre se nos muestra como un ser incapaz de hablar o de imaginar, y, por ello, imposibilitado para poder crear. Delante de él yace un desierto y toda su soledad reducida a la imagen de un puñado de polvo (“a handful of dust”).
En “El entierro de los muertos”, Eliot habla acerca de un “horror” similar al que Joseph Conrad menciona en El corazón de las tinieblas: “Ciudad Irreal, / Bajo la parda niebla de una aurora de invierno, / Una multitud fluía sobre el Puente de Londres, / tantos, / que nunca hubiera creído que a tantos hubiera la Muerte deshecho”. Los soldados que alguna vez fueron abatidos en “el campo del honor”, ahora yacen muertos y putrefactos en el infierno de las trincheras. En adelante, jamás volverían a ser héroes, sino más bien una cifra anónima, o, en el mejor de los casos, un nombre grabado entre las millones de lápidas y tumbas dejadas por la barbarie y el horror tecnológico de la Gran Guerra (1914-1918). Esta evocación es uno de los mejores reflejos del horror como producto de la deshumanización. El locus amoenus, o “lugar idílico”, de ahora en adelante sólo existiría en la memoria y en las páginas de los hitos de la literatura.
En el apartado siguiente, “Una partida de ajedrez”, este signo sombrío se matiza con el tedium vitae (lat. “el tedio de la vida”) que nos sitúa en el hogar de un matrimonio moderno lleno de incomprensión y desencanto. Una escena donde el artesonado, el candelabro, las fragancias e, incluso, un Cupido de oro adornan la solitaria compañía y el lujo de fondo; asimismo, una estancia donde “las caricias no son reprobadas, pero tampoco deseadas”. En este hogar indiferente, a pesar del tiempo que llevan juntos, el marido se nos muestra como alguien incapaz de poder comunicarse con su esposa:
Bajo la luz del fuego, bajo el cepillo, su cabello
Se expandía en fieras puntas
Se iluminaba hasta hacerse palabras, y luego se
quedaba salvajemente quieto
Estoy mal de los nervios esta noche. Sí, muy mal.
No te vayas.
Háblame. Por qué nunca me hablas? Habla.
En qué piensas? Qué piensas? Qué?
Yo nunca sé en qué piensas. Piensa.
(Eliot, 33)
Esta imposibilidad entre los esposos de poder hablar uno con otra, y viceversa, refleja el vacío que todo lo abarca y neutraliza. Un amor entre fantasmales desconocidos que aunque duermen, despiertan y viven en la misma casa, nada tienen que compartir en realidad.
En el tercer apartado, “El sermón del fuego”, aparece el personaje principal de todo el poema: Tiresias, el profeta griego. Además de ser la voz del poeta en su propio discurso, es también la única figura que hace posible reunir la parte femenina con la masculina en un mismo carácter. Con respecto a ello, Gilbert Highet menciona en su célebre estudio sobre La tradición clásica que “el poeta es al mismo tiempo pájaro y profeta”: es decir que, por un lado, no podrá dejar de cantar afligidamente las notas que le dicta su pasión artística; y, por el otro lado, tendrá que pagar con la ceguera el don que le ha sido dado. Dicho de otra forma, su don de clarividencia será concedido al precio de perder la cordura junto al sentido común. De este modo, Eliot retoma dos personajes míticos que aparecen en las Metamorfosis de Ovidio: Filomela y Tiresias, o bien, el ruiseñor y el vidente (metamorfosis VI y III, respectivamente).
La metamorfosis de Filomela, por el bárbaro rey
Tan rudamente forzada; y sin embargo el ruiseñor
Llenaba todo el desierto de voces inviolables
Y continuaba cantando, y el mundo aún le persigue,
«Jug jug» a malévolos oídos.
(Eliot, 31)
El pasaje alude a aquella conocida fábula que nos cuenta el origen de la transformación de Filomela en ruiseñor. Pandión, antiguo rey de Atenas, dio su hija Procne al rey Tereo de Tracia como recompensa por los servicios que éste le había prestado. Luego de contraer nupcias, Tereo y Procne tuvieron como hijo al pequeño Hitys. Más tarde, impulsado por la lujuria y el deseo que sentía por su belleza, Tereo raptó y violó a la hermana de Procne, Filomela, y le cortó la lengua para que no le pudiera contar a nadie lo sucedido. Sin embargo, Filomela bordó la infame acción en una tela, por lo que le reveló a su hermana Procne la deshonra que su esposo había perpetrado en ella. Para vengarse y castigar a su marido, Procne mató al pequeño Hitys y se lo sirvió en un banquete durante la cena. Filomela y Procne huyeron de inmediato; enseguida, Tereo, enfurecido, salió a perseguirlas para darles muerte. Finalmente, y cuando ya estaba a punto de alcanzarlas, los dioses en un acto de compasión convirtieron a Filomela en ruiseñor, a Procne en golondrina y a Tereo en halcón. De este modo, aunque el ruiseñor debe ocultarse por las noches, durante el resto de los días canta su dolorosa pasión. El mito que nos cuenta el origen de la frágil ave canora es un preludio a la llegada del profeta Tiresias, quien como es sabido siempre aparece, inesperadamente, como la voz de una advertencia irrevocable:
Yo, Tiresias, aunque ciego, vibrando entre dos vidas,
Un anciano con arrugados senos de mujer, puedo ver
A la hora violeta, la hora del anochecer que nos
empuja
Hacia el hogar, y trae al marinero del mar a su casa,
A la mecanógrafa a su casa a la hora del té…
Yo, Tiresias, anciano de senos arrugados
Vi la escena, y predije el resto.
(Eliot, 47)
Tiresias ejemplifica tanto la desventura como la misericordia que los dioses conceden a los mortales. Recordemos que el profeta griego experimentó el amor en ambos sexos luego de ser convertido en mujer durante siete años; posterior y eventualmente, fue restituido a su estado de varón. Sin embargo, es curioso que esta doble conversión se origine de un pasaje en el que Tiresias al encontrar dos serpientes copulando, en el monte Citerone, decide herirlas con su báculo. Un simbolismo que nos hace recordar aquella vara dorada que Apolo dio a Hermes a cambio de su lira, para poner fin a una pugna entre los dos, a saber, el Caduceo. Éste es un instrumento con el que un Dios es capaz de equilibrar una lucha entre fuerzas cósmicas y antagónicas. No obstante, un simple mortal como Tiresias, sin ser privado de la vida, es convertido al sexo opuesto. Tiempo después, Júpiter hizo una apuesta con su esposa Juno para saber quién gozaba de mayor placer amoroso: si el hombre o la mujer. Tiresias fue elegido para ser el juez de dicha apuesta. Así, al afirmar que las mujeres eran quienes gozaban en realidad de un mayor placer, desfavoreció a Juno, y la diosa decidió castigarlo dejándolo ciego para siempre. No obstante, en un acto de misericordia, Júpiter al no poder deshacer el edicto de otro dios, le confirió el don para poder ver el futuro.
De acuerdo con lo expuesto por Gilbert Highet, la doble figuración del poeta, como pájaro y profeta, representa un motivo femenino marcado por la delicadeza y la vulnerabilidad. De hecho, el propio poeta (Eliot) se identifica con estas dos cualidades y las enfrenta, a su vez, contra un principio masculino basado en la brutalidad y la violencia. Ambas remarcan la crueldad y la indiferencia que han ensombrecido una parte de la historia, así como del avance tecnológico en el mundo moderno.
El penúltimo apartado, “La muerte por agua”, está asociado a la figura del dios ahogado que pertenece a los cultos de la fertilidad, a saber, Flebas. De acuerdo con la investigación de Jaime Tello, su nombre proviene del griego y significa “hinchado” (v. φλέω: “ahogar”, “inundar”), el cual suele asociarse a los poderes generativos de la fertilidad y de la naturaleza; mientras que otras derivaciones del vocablo lo asocian incluso con el dios Baco. El episodio en cuestión alude a un navegante fenicio de quien se desprende un aspecto interesante respecto a la mos, moris (lat. “costumbre”, “norma” o “moralidad”); de hecho, más que impartir una lección, sugiere un ejemplo abierto a la consideración del lector. Sin contar, además, que su brevedad y transparencia poética lo vuelven un pasaje excepcional.
Flebas el Fenicio, muerto hace quince días,
Olvidó el grito de las gaviotas, y el profundo oleaje
Y las ganancias y las pérdidas.
Una corriente submarina
Recogió sus huesos en susurros.
Mientras se elevaba y
se hundía
Pasó todas las etapas de su vejez y de su juventud
Entrando al remolino.
Gentil o judío
Oh tú que timoneas y a barlovento miras,
Piensa en Flebas, que fue una vez esbelto y bello
como tú.
(Eliot, 57)
El texto despliega un flujo de imágenes que giran en torno a un mismo eje temático: el tópico literario que puede apreciarse en el último verso, es decir, el memento mori, dicho de otra forma: “recuerda que has de morir”. Esta enseñanza no se reduce a la esfera de ninguna ortodoxia judía, más bien, se extiende a la esfera universal del género humano, desde luego, reflejado en la gentilidad pagana. El esbelto y bello Flebas solía entrar y salir de aquella vorágine donde la vida se diluía hacia la muerte. Como aquel célebre canto de Homero en el que Odiseo pierde al resto de su tripulación frente al remolino succionador de Caribdis.[1]
La última sección, “Lo que dijo el trueno”, como menciona Gilbert Highet acerca de Eliot y del poema, arroja una luz contundente y reveladora sobre la esterilidad como una de las condiciones de la época moderna. Apareció antes la figura del pájaro y del profeta: Filomela y Tiresias, unidos por el canto del poeta; la del joven navegante que entra y sale a su antojo por el vórtice de la vida y la muerte; y ahora aparecerá en el paisaje la voz del porvenir, revelada como una luz fulgurante que une al cielo con la tierra:
Después de la agonía en los lugares pétreos
Después del llanto y de la gritería
De la prisión y del palacio y de la reverberación
Después del trueno de la primavera sobre montañas
distantes
Aquel que estaba vivo está ahora muerto
Los que antes vivíamos estamos ahora muriendo
Con un poco de paciencia
Aquí no hay agua sino solo roca
Rocas y nada de agua, y el camino arenoso…
Aquí no puede uno pensarse de pie ni acostarse
ni sentarse
Ni siquiera hay silencio en las montañas
Sino el trueno seco y estéril sin lluvia.
(Eliot, 61)
En el canto final, el poeta vislumbra aquella luz del cielo, como los viejos arúspices de la antigua Etruria: sacerdotes que solían leer el destino de mujeres, hombres, y naciones a partir de la interpretación de los rayos. La ciencia celeste de los antiguos etruscos, mejor conocida como keraunoscopia, tomaba en cuenta el color de los rayos, la hora en que aparecían, el objeto fulminado y aun el daño que era causado por éstos. Incluso los objetos que, tras ser impactados, no eran calcinados en su totalidad, resultaban ser un signo que debía interpretarse. En su célebre Farsalia, el gran poeta Lucano da testimonio de este tipo de sabiduría.
Arruns dispersos fulminis ignes
Colligit et terrae maesto cum murmure condit
Datque locis numen.
(Bloch, 83)
“Arruns recoge los fuegos dispersos del rayo, los oculta bajo tierra murmurando sombrías fórmulas y pone esos lugares bajo protección divina”. A partir de esta versión, podríamos interpretar a Eliot como un arúspice de la modernidad. La figura del trueno fulgurante (lat. tonitrus, tonitrus) lo convierte en un vidente de su propio tiempo. Así, sólo quien comulga con el trueno y la naturaleza podrá ver, más allá de la estéril desolación del espíritu y el horizonte, el anuncio de la lluvia que habrá de volver al mundo:
En un relámpago. Luego un ventarrón húmedo
Trayendo lluvia
Ganga[2] estaba hundida y las blandas hojas
Aguardaban la lluvia, mientras las nubes negras
Se amontonaban a distancia, sobre Himavant.[3]
La manigua se agazapaba, encorvada en silencio.
Entonces habló el trueno…
(Eliot, 65)
La luz de la aletheia (gr. “desocultamiento”) ilumina tres senderos fundamentales que podrían restaurar la tierra ante la estéril desolación que la aqueja. Esta es la máxima revelación de todo el poema y el culmen que une a Occidente con Oriente a través de una gran metáfora. Así, el afluente metafísico del poema se trifurca en tres principios: Datta, Dayadhvam, Damyata (sánscr: “Dar”, “Compadecer”, y “Controlarse”, respectivamente). Sólo así podrá llegar a construirse la paz sobre los escombros de una Babel contemporánea.
Yo me senté en la playa
Pescando, con la árida llanura a mis espaldas
¿Pondré al menos mis tierras en orden?
London bridge is falling down falling down falling
down
Poi s´ascosse nel foco che gli affina
Quando fiam uti chelidon —oh golondrina
golondrina
Le Prince d`Aquitaine à la tour abolie
Estos fragmentos he apuntalado contra mis ruinas
Why then Ile fit you. Hieronymo´s mad againe
Datta. Dayadhvam. Damyata.
Shantih shantih shanthi.
(Eliot, 69)
El resurgimiento de estos motivos clásicos, ambientados ahora en un contexto deshumanizado, en un estado de orfandad espiritual, enajenación, guerra, genocidio, nuevas diásporas y fronteras, obedece a una fuga continua del significado. En esta parte del poema, el autor pareciera preguntar a su interlocutor, o sea nosotros como lectores: ¿cómo reanudar el significado y su posible reconstrucción sobre los escombros de una Babel contemporánea, inmersa en el horror moderno? Él mira hacia el Oriente para rescatar tres preceptos y vindicarlos dentro de una óptica propiamente occidental: darse a los otros, compadecerse y conquistar el dominio sobre uno mismo. Y aquí es donde Eliot, como el hombre en su tiempo, apuntala los fragmentos de una civilización deshecha para crear una nueva forma de concebir las cosas. Un significado multiforme y remozado, a manera de un mosaico, para poder enfrentar un porvenir ciertamente desconocido.
Finalmente, quisiera rescatar la enseñanza de aquel filósofo y teólogo hindú-catalán, Raimon Panikkar, quien hablaba sobre aspirar a un conocimiento más propio de la palabra latente, que al de la palabra encriptada en un libro. En la actualidad, enfrentamos una marea que día tras día arroja oleadas de cifras abrumadoras y desconcertantes. Por momentos, se confunde la excesiva información con el conocimiento: recordemos que los datos no son el objeto del saber; sino, más bien, los instrumentos epistemológicos que nos permiten aproximarnos a él, en tanto esbozo provisional de su naturaleza. En esta época, el lector tendría que considerar y elegir, con cierta precaución e interrelacionalidad, las palabras con las que decidirá abolir o construir nuevos significados. Como en su momento, Eliot decidió nombrar el horror y la esterilidad que le deparaba a la humanidad, a saber, un mundo desperdiciado.
Sin embargo, pese a la temática del poema, Eliot jamás encumbra el espíritu pesimista (como alguna vez pensó William Carlos Williams); por el contrario, él advierte a los lectores para que no se dejen envolver por las marismas de una realidad que resulta, muchas veces, tan seductora, como artificiosa y engañosa. Y como una voz que irrumpe con amainada gravedad nos advierte sobre un futuro posible, para salvarnos del naufragio, y poder construir una isla de significado en medio del desierto. Una isla construida con los fragmentos de las culturas del mundo: posiblemente, un arca simbólica. Y así tal vez volver a encontrar la justa pléyade que a cada quien le corresponde, como una ensombrecida coordenada que sangra con el tiempo, pero que jamás teme ni cede a su destino.
BIBLIOGRAFÍA
Bloch, Raymond. La adivinación en la Antigüedad; traducción de Víctor Manuel Suárez Molino. Segunda reimpresión, Fondo de Cultura Económica, 2014.
Diccionario Ilustrado: latino-español, español-latino. Vigésimo octava edición, LAROUSSE EDITORIAL, S.L. 2017.
Eliot, Thomas Stearns. La tierra estéril. Edición de Jaime Tello. 2.ª ed., VISOR LIBROS, octubre- 2016.
Highet, Gilbert. La tradición clásica: influencias griegas y romanas en la literatura occidental, II; traducción de Antonio Alatorre. Quinta reimpresión, Fondo de Cultura Económica, 2018.
Homero. La Odisea, Traducción: Felipe Ximénez de Sandoval. Editorial EDAF. Madrid, 1981.
Martínez Echeverri, Leonor; Hugo Martínez Echeverri. Diccionario de filosofía ilustrado. Sexta reimpresión, Panamericana Editorial Ltda., 2001.
[1] La Odisea, canto XII (“Las sirenas, Escila, Caribdis”).
[2] Ganga en el hinduismo es la diosa de la fertilidad y del río Ganges.
[3] Himavant. Alusión a las antiguas creencias aryanas sobre la fertilidad.
Miguel Ángel Corral A. (Ciudad de México, 1987).
Poeta y ensayista, autor del libro: Bajo la sombra del eclipse (Ediciones el viaje, Gdl. Jalisco, 2016), y de la plaquette: Réquiem a un ángel desleal (Varrio Xino, Gdl. Jalisco, 2016).
Para él la poesía conlleva una revelación estética del Ser donde los enunciados, sean en prosa o en verso, se convierten en testimonio de su presencia, y, paradójicamente, en un tipo de comunión silente que acontece entre el signo y la vida misma.
Actualmente, estudia la licenciatura en Lengua y Literaturas hispánicas por la UNAM; es miembro del Centro de Formación Humana Interdisciplinar; coordinador y cofundador del círculo de estudio ante la poesía: El Ojo de Faetón; y es bachiller en Ciencias Químico Biológicas por parte de la Universidad Michoacana de San Nicolás de Hidalgo.